OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (64)

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Pentecostés
Siglo XII
Bibliothèque Nationale
Paris
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS (continuación)

Capítulo V: continuación de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)

Las opiniones de los filósofos

64.1. Recorramos también, si quieres, las opiniones de los filósofos, aquellas con las que se enorgullecen respecto de los dioses, para descubrir cómo también la filosofía misma, por su amor a la vanagloria, idolatra la materia, y de pasada podamos establecer que, al divinizar algunos demonios, ha visto en sueños la verdad.

64.2. Así, en efecto, al celebrar los primeros elementos, Tales de Mileto consideró el agua; Anaxímenes, también él milesio, el aire, al que siguió más tarde Diógenes de Apolonia. Parménides de Elea propuso el fuego y la tierra como dioses, pero luego Hipaso, el metapontino, y Heráclito de Efeso, sólo consideraban dios a uno de esos [dos elementos], el fuego. Empédocles de Agrigento, cayendo en la pluralidad, además de estos cuatro elementos, enumera la discordia y la amistad.

64.3. Éstos son también ateos, porque adoraron con una cierta sabiduría indocta la materia y, aunque no honraron las piedras o la madera, sin embargo divinizaron la tierra como madre de todo y, aunque no se fabricaron un Poseidón, sin embargo se volvieron suplicantes del agua misma.

64.4. ¿Qué otra cosa es Poseidón sino una sustancia húmeda, que forma la palabra por onomatopeya de la acción de beber? Sin duda, también Ares ha sido apodado el belicoso por la acción de levantar y de destruir.

64.5. Por eso también me parece que muchos, sobre todo después de haberse limitado a clavar la espada en el suelo, la ofrecen un sacrificio como honrando a Ares.; esto es lo propio de los escitas, como dice Eudoxo en el segundo [libro] de su “Movimiento circular de la tierra”. Entre los escitas, los sármatas veneran una cimitarra, como dice Hicesio en su [libro] “Sobre los misterios”.

64.6. Esto mismo sucede también a los discípulos de Heráclito, que veneran el fuego como principio generador; ciertamente otros llamaron a este fuego Hefesto.

Los filósofos deben reconocer que sus maestros fueron los persas, los sármatas, los magos

65.1. Entre los persas honraron al fuego los magos y muchos habitantes de Asia, y los macedonios, como dice Diógenes en su primer [libro] “Sobre los persas”. ¿Para qué tengo yo que recordar a los saurómatas, de los que narra Ninfodoro en sus “Costumbres extranjeras”, que veneran el fuego, o a los persas, medas o magos? Dinón afirma que éstos ofrecen sacrificios a cielo raso, porque únicamente consideran como imágenes de los dioses el fuego y el agua.

65.2. Ni siquiera he disimulado su ignorancia. En efecto, aunque piensen sobre todo que van a huir del error, sin embargo caen en otro engaño. No han admitido maderas y piedras como imágenes de los dioses al igual que los griegos, ni las aves sagradas o icneumones (= animales que siguen la pista; o mangosta; o una especie de avispa) como los egipcios, sino el fuego y el agua como los filósofos.

65.3. En realidad, muchos períodos de años después, Beroso, en su tercer [libro] “Sobre los caldeos”, sostiene que ellos veneran imágenes de figura humana, y esto mismo lo introdujo Artajerjes, el hijo de Darío Ocos, el primero que erigió la estatua de Afrodita Anaitis en Babilonia, Susa y Ecbátana y propuso venerarla a persas y bactrianos, en Damasco y en Sardes.

65.4. Así, los filósofos han de reconocer que sus maestros fueron persas, sármatas o magos; de ellos han aprendido el ateísmo de esos principios venerados por ellos, desconociendo al Autor que lo gobierna todo y al Creador de los mismos principios, al Dios sin principio; en cambio, suplican a esos elementos sin fuerza y sin valor (Ga 4,9), como afirma el Apóstol, elementos creados para el servicio humano (cf. Ga 4,9).

Los filósofos no conocieron al Padre del universo

66.1. De los demás filósofos, algunos pasaron por alto los elementos y se ocuparon de algo más elevado e importante, los que cantaron la infinitud, como Anaximandro (de Mileto), Anaxágoras de Clazomene y el ateniense Arquelao. Éstos dos últimos colocaron el entendimiento en la infinidad, pero Leucipo el milesio y Metrodoro de Quíos dejaron, al parecer, dos principios: lo lleno y lo vacío.

66.2. Demócrito de Abdera reteniendo esos dos [principios] añadió los ídolos (o: imágenes). Alcmeón de Crotona pensaba que los astros eran seres con vida. No callaré su desvergüenza: Jenócrates (el calcedonio) insinuaba que los siete planetas eran dioses y que el octavo era el cosmos, constituido por todas las estrellas fijas.

66.3. Tampoco pasaré por alto a los del Pórtico, quienes afirman que la divinidad penetra a través de toda la materia, incluso de la menos noble; éstos deshonran por completo la filosofía.

66.4. Me parece que, llegado a este punto, no es difícil tampoco recordar a los peripatéticos; el fundador de esta escuela filosófica, por desconocer al Padre del universo, pensaba que el denominado altísimo era el alma de todo (Aristóteles, De motu animalium, 4,700a 1; Seudo Aristóteles, De mundo, 397b 25); es decir, al sostener que Dios era el alma del mundo, se contradecía a sí mismo. Ciertamente el que limita la providencia hasta la luna misma, después se equivoca al considerar Dios al mundo, porque considera Dios lo que está desprovisto de Dios.

5. Aquel Teofrasto de Éreso, el discípulo de Aristóteles, sostenía que Dios era de alguna manera cielo y aire. Así, obrando deliberadamente, pasaré por alto sólo a Epicuro, el cual, por su absoluta impiedad, piensa que Dios no se ocupa de nada. ¿Y [qué recordaré] de Heraclides del Ponto? No hay donde él mismo no se haya dejado arrastrar por los ídolos de Demócrito.


Capítulo VI: continuación de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)

Crítica de las escuelas filosóficas que divinizaron los fenómenos celestiales

67.1. También flota sobre mí esa gran multitud [de filósofos], como si fuera un espantajo que presenta una apariencia absurda de demonios extraños, contando fábulas con bobería de anciana; así, es muy necesario a los hombres abandonar la escucha de tales relatos, con los que ni siquiera acostumbramos calmar a los propios hijos -es lo que se dice-, cuando lloran, contándoles aquellas fábulas, temiendo que crezca en ellos la impiedad, proclamada por la opinión de estos sabios, que en nada conocían lo verdadero mejor que los niños.

67.2. Así entonces, en aras de la verdad, ¿por qué muestras a los que han creído en ti sometidos con un flujo, un movimiento y unos remolinos desordenados? ¿Por qué me llenas la vida de ídolos, imaginando que vientos, aires, fuego, tierra, piedras, madera, hierro, y el cosmos son dioses, y también dioses los astros errantes, con los que en realidad son engañados los hombres por medio de esa famosa astrología, no astronomía, que parlotea y diserta sobre fenómenos celestiales? Anhelo al Señor de los vientos, al Señor del fuego, al Creador del mundo, al que trae la luz del sol; voy en busca de Dios, no de las obras de Dios.

El Verbo es el sol del alma

68.1. ¿Qué colaborador encuentro en ti para la investigación? Porque no te rechazo en absoluto. Si quieres, [vayamos] a Platón. ¿Cómo hay que descubrir a Dios, Platón? “Es tarea imposible encontrar al Padre y Creador de todo y una vez encontrado explicarlo a todos” (Platón, Timeo, 28C). Porque, en efecto, ¿cómo se puede hablar de Él? “Ciertamente no es expresable de ninguna manera” (Platón, Epístola, VII,341C).

68.2. Bien, Platón; has acariciado la verdad, pero no te canses. Emprende conmigo la búsqueda en torno al bien; en efecto, a todos los hombres por completo, pero sobre todo a los que pasan el tiempo en razonamientos, les asiste un determinado influjo divino.

68.3. Por consiguiente, gracias a ello y ciertamente a pesar suyo reconocen que hay un solo Dios, que es increado e imperecedero, que realmente está siempre por encima de la espalda del cielo (cf. Platón, Fedro, 247C), en su atalaya propia y particular. “Dime, ¿cómo debo imaginarme a Dios? El que todo lo ve sin ser visto”, dice Eurípides (Fragmentos, 1129).

68.4. Por eso, me parece que Menandro se equivocó donde afirma: “Sol, es necesario adorarte como el primero de los dioses, gracias a ti nos es posible contemplar a los demás dioses” (Menandro, Fragmentos, 678). En efecto, ningún sol podrá mostrar al Dios verdadero, pero el Verbo fuerte, que es sol del alma (cf. Platón, República, VI,508C), y sólo Él es el que da luz a la mirada cuando se despliega en la profundidad de la mente misma (cf. Platón, República, VII,533D).

68.5. De ahí que Demócrito, no sin razón, afirme que “algunos pocos hombres sensatos, elevando entonces las manos hacia lo que ahora los griegos llamamos aire, hablaban con Zeus de todo, porque él lo sabía, concedía y quitaba todo, y él mismo era el rey de todo” (Demócrito, Fragmentos, 30). Por este motivo, también Platón, al pensar en Dios, insinúa que “todo gira alrededor del rey universal y que es causa de todo lo bello” (Platón [o Seudo Platón], Epístola, 2,312E).

Dios es peso, medida y número de todas las cosas

69.1. Por consiguiente, ¿quién es el rey de todo? Dios es la medida de la verdad de lo que existe. Así, lo mismo que lo mensurable está comprendido en la medida, así también la verdad es medida y comprendida en el pensar sobre Dios.

69.2. El verdaderamente admirable Moisés dice: “No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica, no tendrás en tu casa una medida grande ni chico, sino que tendrás un solo peso verdadero y justo” (Dt 25,13-15), considerando a Dios como peso, medida y número de todas las cosas.

69.3. Ciertamente, los ídolos injustos e inicuos están ocultos en casa, en la bolsa y en el alma manchada, como suele decirse. La única medida exacta es en realidad el Dios único, que es siempre igual a sí mismo y permanece del mismo modo; mide y pesa todo, como si abarcara y sostuviera de manera inmutable la naturaleza de todas las cosas en una balanza fiel.

69.4. “Dios, según un antiguo dicho, puesto que tiene el inicio, el fin y el medio de todos los seres, avanza marchando conforme a una recta naturaleza; siempre le acompaña el derecho, verdugo de los que descuidan la ley de Dios” (Platón, Leyes, 4,715E-716A).

Las leyes verdaderas fueron proporcionadas por los hebreos

70.1. ¿Por que insinúas la verdad, Platón? ¿De dónde el suministro bienhechor de razonamientos con que adivinas el culto divino? Más sabios que éstos -dice-, son las gentes bárbaras (Platón, Fedro, 78A). Conozco a tus maestros, aunque quieras ocultarlos; aprendes geometría de los egipcios, astronomía de los babilonios, recibes sanos conjuros de los tracios y los asirios te enseñaron muchas cosas; pero las leyes que son verdaderas y una opinión sobre Dios [te] fueron facilitadas por los hebreos, (70.2) “éstos no honran con engaños, ni obras humanas de oro, bronce, plata o marfil, ni ídolos de madera o piedra de hombres mortales, lo cual hacen los mortales con insensato deseo; sino que elevan las manos puras hacia, el cielo, levantándose pronto del lecho, purificando siempre el cuerpo con agua, y honran solamente al que siempre se preocupa de todo, al Inmortal” (Oráculos Sibilinos, 3,586-588. 590-594).

El único Dios

71.1. Para mí no existe únicamente este Platón, oh filosofía; por el contrario, debes esforzarte en presentarme a otros muchos que han proclamado que Dios es realmente el único Dios, y bajo cuya inspiración, alguna vez se han apoderado de la verdad.

71.2. Ciertamente, Antístenes, no como discípulo cínico, sino corno oyente de Sócrates, pensó esto: “Dios no se parece a nadie -dice-, porque nadie puede conocerlo a partir de una imagen” (Antístenes, Fragmentos, 24).

71.3. Jenofonte, el ateniense, hubiera escrito también él mismo con claridad sobre la verdad y habría dado testimonio, como Sócrates, si no hubiese temido la cicuta de Sócrates; y en no menor medida lo insinúa: “Así, quien todo lo hace temblar y lo hace estar quieto, es claro que se trata de alguien grande y poderoso; pero qué forma tiene, es secreto; tampoco el sol, que parece visible, permite que nadie lo vea; mas si alguno lo mira imprudentemente, quedará sin vista” (Jenofonte, Memorabilia, 4,3,13-14).

71.4. ¿En qué, pues, se apoya el hijo de Grilo (= Jenofonte) si no es, sin duda, en lo que la profetisa hebrea vaticina de la siguiente manera?: “¿Qué carne puede ver con sus propios ojos al celestial, inmortal y verdadero Dios, que habita en el polo [o: cielo polar]? Ahora bien, ni siquiera frente a los rayos del sol pueden pararse los hombres, puesto que son mortales” (Oráculos Sibilinos, 1,10-13).

Dios es uno y gobierna el universo

72.1. Cleantes de Pedasa, filósofo estoico, no enseña una teogonía poética, sino una teología realista. No ocultó lo que pensaba sobre Dios: (72.2) “¿Me preguntas cómo es el bien? Escucha, porque: es ordenado, justo, santo, piadoso, dueño de sí mismo, útil, hermoso, recio, austero, severo, siempre benéfico, intrépido, inofensivo, provechoso, inocuo, ventajoso, agradable, seguro, amable, estimado, reconocido, afamado, modesto, diligente, manso, enérgico, perdurable, irreprochable, siempre perseverante (Cleantes, Fragmentos, 557). No es libre todo el que busca la opinión favorable, tratando de obtener algún bien de ella” (Cleantes, Fragmentos, 560).

72.3. Pienso que aquí enseña con claridad cómo es Dios y de qué manera la fama común y la costumbre esclavizan a los hombres que las persiguen, pero no buscan a Dios.

72.4. No hay que ocultar a los discípulos de Pitágoras, quienes afirman: “Dios es uno solo y no está -como creen algunos- fuera del orden del universo, sino en el universo mismo, estando todo entero en el orbe entero como observador de todo devenir, combinándolo todo, siempre existente y autor de su propia actividad y de sus obras, como iluminador de todo lo que hay en el cielo, padre de todos, mente y aliento en todo el ciclo, movimiento de todos los seres” (Pitágoras, Fragmentos, 186).

72.5. Para el conocimiento de Dios son suficientes también estas cosas escritas bajo su inspiración; nosotros las hemos elegido para el que sea capaz de considerar la verdad, aunque sea un poco.