OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (63)

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Ascensión de Jeuscristo
1450-1475
Miniaturista flamenco
Koninklijke Bibliotheek
La Haya, Holanda
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS (continuación)

Capítulo III: continuación de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)

Los dioses paganos se deleitan con las víctimas humanas

42.1. Añadamos también a esto [lo dicho en el capítulo precedente] que sus dioses son demonios deshumanizados y enemigos de los hombres, y no sólo se alegran con la demencia humana, sino que también disfrutan del homicidio; así, unas veces se procuran gladiadores deseosos de victoria en los estadios, y otras veces numerosas ambiciones en las luchas, que son para ellos motivo de placer, de modo que sobre todo puedan saciarse absolutamente de víctimas humanas; entonces, como si fuesen plagas caídas sobre ciudades y pueblos, exigieron libaciones salvajes.

42.2. Así, Aristomenes de Mesenia dio muerte a trescientos [hombres] en honor de Zeus Itome, porque pensaba que tantas y tan grandes hecatombes eran un sacrificio bien recibido por los dioses. Entre aquellos también estaba Teopompo, rey de los lacedemonios, ¡una noble víctima sacrificial!

42.3.Las gentes táuricas, los que viven en el Quersoneso Táurico, sacrifican rápidamente a Ártemis Táurica a los extranjeros que encuentran entre ellos, después de haber naufragado en el mar; Eurípides presenta estos sacrificios suyos sobre la escena en una tragedia [“Ifigenia en Táuride”].

Testimonios que confirman la abominable costumbre de los sacrificios humanos

42.4. Mónimo cuenta en su libro “Conjunto de maravillas” que en Pelas de Tesalia es sacrificado un hombre aqueo en honor de Peleo y Quirón.

42.5. Antíclides, en sus “Regresos”, muestra que los lictios (éstos son un pueblo de Creta) degüellan a hombres en honor de Zeus, y Dósidas dice que los lesbios ofrecen el mismo sacrificio a Dioniso.

42.6. Pitocles, en el tercer libro “Sobre la concordia”, cuenta que los focios (porque no los olvidaré) ofrecen en holocausto un hombre a Ártemis Taurópola.

42.7. El ático Erecteo y el romano Mario ofrecieron en sacrificio a sus propias hijas; uno de ellos a Ferefata, como afirma Demarato en el primer libro de sus “Representaciones trágicas”, y Mario a los dioses tutelares, como cuenta Doroteo en el cuarto libro sobre los “Itálicos”.

42.8. A partir de estos [testimonios] los demonios se muestran amantes de los hombres. ¿Cómo no van a ser santos analógicamente los supersticiosos? A unos se les celebra como salva dores, otros solicitan una salvación de parte de quienes conspiran con ella. Por lo menos, al tiempo que dan a entender que ofrecen sacrificios agradables a los dioses, se les olvida que matan a hombres.

42.9. En efecto, el asesinato no se vuelve sagrado por el lugar, ni tampoco sería mejor, si uno degollara a un hombre en honor de Ártemis o Zeus en un lugar sin duda sagrado por cólera o avaricia -otros demonios semejantes-, en los altares o en los caminos, pronunciando el ritual sagrado, sino que tal sacrificio es un asesinato y una matanza.

Los dioses paganos no son amigos de los hombres

43.1. Así entonces, hombres más inteligentes que el resto de los vivientes, escapamos de las fieras salvajes, y si nos encontramos en un lugar con un oso o un león, nos apartamos, “como cuando uno, al ver una serpiente en los valles de un monte, se aleja retrocediendo, y un temor se apodera de sus miembros y retrocede de nuevo” (Homero, Ilíada, III,33-35). En cambio, presintiendo y comprendiendo que son demonios funestos y criminales, insidiosos, enemigos del hombre y destructores, ¿por qué no se apartan ni se desvían?

43.2. Los malvados ¿qué verdad pueden decir o a quién pueden aprovechar? Al momento puedo mostrarte que el hombre es mejor que esos dioses de su país, los demonios; Ciro y Solón son mejores que el adivino Apolo.

43.3. El Febo de ustedes es dadivoso, pero no amigo del hombre. Traicionó a su amigo Creso y, olvidándose de lo que le debía (tan ambiguo era), condujo a Creso a través del Halis a la hoguera. Amando de este modo, los demonios guían hacia el fuego.

43.4. Ahora bien, hombre, tú que eres más humano y más sincero que Apolo, compadécete del que está atado sobre la pira de fuego; y tú, Solón, adivina la verdad, pero tú, Ciro, manda apagar la pira. Finalmente sé prudente, Creso, porque has aprendido con el sufrimiento; es un desagradecido ese a quien adoras, toma la paga y, después del oro, te engaña de nuevo. “Ten en cuenta el fin” (Apotegmas, 2,1; Jámblico, Theologumena arithmeticae, XXVI,8; Epicuro, Gnomologium, LXXV,2; Estobeo, Anthologium, II,7,18) te dice un hombre, no un demonio. Solón no vaticina ambigüedades; únicamente encontrarás este oráculo verdadero, extranjero; lo podrás probar en el fuego.

Los templos paganos son sólo tumbas

44.1. Por ello, tengo pendiente el admirar a los provocados en algún momento con determinadas imaginaciones, los primeros [hombres] engañados que anunciaron la superstición a los hombres y mandaron venerar a los demonios criminales; así aquel Foroneo, Merops o algún otro fueron los que les erigieron templos y altares y, además, se dice que fueron los primeros en establecer los sacrificios.

44.2. En un tiempo posterior se modelaban dioses, para adorarlos. Seguramente a este Eros, que se dice fue el primero en ser honrado entre los dioses más antiguos, no lo fue antes de que Carmos capturara a un muchacho y estableciera un santuario en la Academia, como agradecimiento a la realización de su deseo; y se llama Eros al desenfreno de la enfermedad, divinizando una lujuria desenfrenada.

44.3. Tampoco los atenienses conocían quién era Pan antes de que se lo dijera Filípides. Con razón la superstición, que tuvo, en efecto, un comienzo, llegó a ser fuente de maldad sin sentido. Después no se ha detenido, sino que progresando y brotando con más fuerza, se ha convertido en creadora de muchos demonios, inmolando un gran sacrificio, celebrando panegíricos, erigiendo estatuas y construyendo templos.

44.4. A los que -y no los voy a silenciar, sino que incluso los refutaré- se les llama templos de manera eufemística, pero que son tumbas (es decir, las tumbas son denominadas templos). Ahora bien, ustedes, aunque sea ahora, olvídense de la superstición, avergüéncense de venerar las tumbas.

Los paganos han puesto su confianza en dioses muertos

45.1. En el templo de Atenea, en la acrópolis de Larisa, está la tumba de Acrisio, y la de Cecrops en la acrópolis de Atenas, como afirma Antíoco en su noveno libro de las “Historias”. ¿Y Erictonio? ¿No recibió los honores fúnebres en el templo de la Políade? ¿Immarado, el hijo de Eumolpo y Daeira no [está enterrado] en el recinto del Eleusino, al pie de la acrópolis? ¿Las hijas de Celeo no están sepultadas en Eleusis?

45.2. ¿Te enumero a las mujeres de los hiperbóreos? Se llaman Hiperoce y Laodice, y están enterradas en Delos, en el Artemisio, el que se encuentra en el templo de Apolo Delio. Leandro asegura que Cleoco está sepultado en Mileto, en el Dídima.

45.3. Aquí, siguiendo a Zenón de Mindos, no es digno que pasemos de largo el monumento conmemorativo de Leucofrine, que recibió honores fúnebres en el templo de Ártemis en Magnesia, ni el altar de Apolo en Telmeso; cuentan que este monumento conmemorativo es también el del adivino Telmeso.

45.4. Ptolomeo, el hijo de Agesarco, en el primer libro de su “Sobre Filopator dice que en Pafos, en el santuario de Afrodita, recibieron honras fúnebres Ciniras y sus descendientes.

45.5. Pero si recorriera las tumbas que adoran, “ni todo el tiempo me bastaría” (Anónimo, Fragmentos de los trágicos griegos, 109a,1). Y si no se desliza en ustedes una cierta vergüenza por los atrevimientos, terminarán cadáveres, porque han puesto su confianza realmente en los muertos: Desgraciados, ¿qué mal sufren? Sus cabezas están cubiertas por la oscuridad” (Homero, Odisea, XX,351-352).


Capítulo IV: continuación de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)


Los paganos adoran estatuas de piedra y madera

46.1. Pero, si les propusiera más cosas, les presentaría las estatuas para que las observaran, y al mirarlas descubrirían como verdaderamente una necedad la costumbre de suplicar a obras insensibles “hechas por manos humanas” (Sal 113,12 [115,4]; 135[134],15; Sb 13,10).

46.2. Antiguamente los escitas adoraban la cimitarra, los árabes la piedra, los persas el río, y, entre los demás hombres, incluso los más antiguos colocaban en un sitio visible trozos de madera y asentaban columnitas de piedra; entonces las llamaban también “xoanon” [figuras talladas en madera] por la raspadura de la madera.

46.3. Seguramente la estatua de Ártemis en Ícaro era un trozo de madera no trabajada, y la de Hera del Citerón, en Tespias, un tronco de árbol cortado; y la Hera de Samos, como afirma Aetlio, primero era un tablón grueso y después se hizo parecida a una estatua, durante el arcontado de Proeles. Cuando los “xoanon” comenzaron a representar a hombres recibieron el sobrenombre de “brete” [estatua de madera] porque deriva de “brotos” [hombre, mortal].

46.4. En Roma, el escritor Varrón dice que antiguamente el “xoanon” de Ares era una lanza; todavía los artistas no se habían lanzado a este agradable artificio. Pero cuando floreció el arte, creció el error.

Crítica de las estatuas veneradas como dioses o diosas

47.1 De este modo, se hicieron estatuas con figura humana de piedras, de madera y, en una palabra, de la materia inerte, con las cuales simulan la piedad calumniando a la verdad, cosa que es ya evidente por sí misma; sin embargo, puesto que una demostración tal necesita de un argumento no hay que rehusarlo.

47.2. De alguna manera es sabido por todos que Fidias imaginó el Zeus de Olimpia y la Polias de Atenas con oro y marfil; Olímpico cuenta en sus “Samiaces” que el “xoanon” de Hera en Samos fue realizado por Esmilidis, hijo de Euclides.

47.3. No duden sobre si Escopas hizo, de la piedra llamada licneo, dos de las diosas que en Atenas se llaman venerables, y Calos la que se encuentra en el centro; puedo mostrarte que Polemón lo indica en el libro cuarto “Contra Timeo”.

47.4. Ni tampoco [duden] si Fidias hizo de nuevo aquellas estatuas de Zeus y Apolo en Patara de Licia, así como los leones que se erigen junto a ellas; y como afirman algunos, si fue obra de Briaxis, no lo discuto, porque tienes también a ese escultor. Se las puedes atribuir a quien quieras de los dos.

47.5. De Telesias de Atenas, como afirma Filócoro, son obra las estatuas de nueve codos (aproximadamente: 2,5 metros) de Poseidón y de Anfitrite, que son veneradas en Tínos. Demetrio, en su segundo [libro] de la “Historia” de Argos, escribe del “xoanon” de Hera en Tirinto que era de madera de peral y el artífice fue Argos.

47.6. Tal vez muchos se extrañarían, si supieran que el Paladio, llamado “Diopetes” (= que cayó de Zeus), el que se dice que Diomedes y Ulises robaron de Troya y entregaron a Demofonte, fue preparado a partir de los huesos de Pélope, lo mismo que el Olímpico [fue hecho] con otros huesos de una fiera de la India. Presento a Dionisio que lo narra en la quinta parte del “Ciclo”.

47.7. Apelas dice en las “Délficas” que hubo dos Paladio, pero que ambos fueron realizados por hombres. En cambio, para que nadie suponga que también yo admito esto por ignorancia, citaré la estatua de Dioniso Mórico (= manchado con vino) en Atenas, que fue hecha de la piedra llamada felata, y obra de Sicón, el hijo de Eupálamos, como dice Polemón en una carta.

47.8. Hubo también otros dos escultores, creo que eran cretenses (llamados Escilis y Dípoino); éstos realizaron en Argos estatuas con los Dioscuros, la de Heracles, con figura humana, en Tirinto y el “xoanon” de Ártemis Muniquia en Sición.

El dios egipcio Serapis

48.1. ¿Cómo gasto el tiempo con estas cosas, cuando les puedo mostrar quién es el mayor demonio, el que oímos que es considerado por excelencia digno de veneración por todos y al que se han atrevido a llamar el no hecho por mano humana, al egipcio Serapis?

48.2. Algunos cuentan que éste fue enviado en agradecimiento por los sinopeos a Ptolomeo Filadelfo, rey de los egipcios, el cual Ptolomeo había hecho prisioneros a los que, afligidos por el hambre, habían ido a buscar trigo en Egipto, y que este “xóanon” era una estatua de Plutón; al recibir él la estatua, la colocó sobre la acrópolis, que ahora llaman Racotis, donde también se venera el santuario de Serapis; el sitio queda muy cerca de estos lugares. Una vez muerta en Canope la concubina Blistice, Ptolomeo la trasladó y la enterró en el sepulcro indicado.

48.3. En cambio, otros dicen que Serapis era un ídolo del Ponto y que fue trasladado a Alejandría con gran honor. Solamente Isidoro dice que la estatua fue transportada desde los seléucidas a Antioquía, porque, cuando se encontraban en carestía fue ron abastecidos por Ptolomeo.

48.4. Sin embargo, Atenodoro, el hijo de Sandón, no sé cómo se contradijo al querer hacer más antigua a [la estatua de] Serapis demostrando que se trataba de una imagen fabricada; afirma que Sesostris, rey de Egipto, tras dominar a la mayor parte de los pueblos griegos, al regresar a Egipto, se trajo consigo grandes artistas.

48.5. Él mismo les ordenó que embellecieran suntuosamente a su abuelo Osiris; esculpió la estatua el artista Briaxis, no el ateniense, sino otro del mismo nombre que aquel Briaxis; el cual utilizó para la obra una materia compuesta y variada. Tenía limadura de oro, plata, bronce, hierro, plomo e incluso estaño; no le faltaba ni una de las piedras preciosas de Egipto: trozos de zafiro, hematita y esmeralda, e incluso de topacio.

48.6. Una vez pulverizado y mezclado todo lo coloreó de azul, por lo que el color de la estatua es más oscuro, y mezclando todo con el tinte sobrante del funeral de Osiris y Apis modeló a Serapis; de ahí también que el nombre significa la relación del funeral y de la obra del sepulcro, resultando el compuesto Osirapis de Osiris y Apis.

Un dios honrado por su lujuria

49.1. En Egipto -poco faltó también entre los griegos- el emperador romano estableció a otro nuevo dios con grandes honores, divinizando al que más amaba, Antínoo, al que consagró como Zeus a Ganimedes; ciertamente no se aparta con facilidad una pasión sin el temor; ahora unos hombres adoran estas noches sagradas de Antínoo, que el amante conocía como vergonzosas cuando las pasaba en vela con él.

49.2. ¿Por qué me mencionas a un dios que es honrado por su lujuria? ¿Por qué me mandas llorarle incluso como a un hijo? ¿Por qué expones su belleza? La belleza que se marchita por el orgullo es vergonzosa. No seas un tirano, hombre, ni ultrajes la belleza en la flor de su juventud; guárdala pura, para que sea hermosa. Hazte rey de la belleza, no tirano; ¡permanece libre! Conoceré entonces tu belleza, cuando hayas conservado pura la imagen (cf. Gn 1,26): entonces veneraré la belleza, cuando ella sea el verdadero arquetipo de las cosas bellas.

48.3. Ahora hay una tumba del amado, un templo y una ciudad de Antínoo; pero, según creo, los templos son admirados como unas tumbas, pirámides, mausoleos o laberintos, y otros templos de los muertos como aquellas tumbas de los dioses.

Las enseñanzas de los “Oráculos Sibilinos”

50.1. Les presentaré como maestro a la profetisa Sibila: “No un oráculo del engañoso Febo, al que inútiles hombres llamaron dios, y denominaron sin razón adivino, sino del gran Dios, al que no han modelado las manos humanas como a los ídolos mudos hechos de piedra tallada” (Oráculos Sibilinos, 4,4-7).

50.2. En realidad ella da el nombre de ruinas a los templos, anticipando que el de Ártemis de Éfeso iba a ser destruido por abismos y terremotos (Oráculos Sibilinos, 5,294) de la siguiente manera: “Acostado de espaldas gemirá Éfeso, llorando en los acantilados y buscando un templo, que nadie habita” (Oráculos Sibilinos, 5,296-297).

50.3. Dice que los de Isis y Serapis, en Egipto, serán derribados e incendiados: “Isis, diosa completamente infeliz, permaneces a orillas del Nilo sola, furiosa y muda sobre las arenas del Aqueronte” (Oráculos Sibilinos, 5,484-485). Exponiendo a continuación: “Y tú, Serapis, coloca encima muchas rocas sin tallar, reposa, inmenso cadáver, en el Egipto completamente infeliz” (Oráculos Sibilinos, 5,487-488).

Insensibilidad de los dioses paganos

50.4. Ahora bien, si no escuchas a una profetisa, al menos escucha a tu filósofo, Heráclito de Éfeso, que reprocha a las estatuas la insensibilidad: “Suplican a estas estatuas como si uno hablara con edificios” (Heráclito, Fragmentos, 5).

50.5. ¿Acaso no son asombrosos los que ruegan a las piedras y después en realidad las colocan delante de las puertas, como si fueran productivas? ¡Adoran a Hermes como dios y colocan a Aguiea (= protector de las calles) como portero! Si los insultan como [seres] insensibles, ¿por qué los adoran como a dioses? Si piensan que ellos tienen sensibilidad, ¿por qué los colocan como porteros?

Las estatuas de los dioses son despreciables

51.1. Los romanos, aunque atribuyen a la [diosa] Fortuna las mayores empresas y piensan que es una gran divinidad, sin embargo la colocan sobre una cloaca, atribuyendo el retrete como templo digno para la diosa.

51.2. Ahora bien, a una piedra insensible, a un trozo de madera o al oro precioso, no les importa nada la grasa de las víctimas, ni la sangre, ni ser ennegrecidas por el humo con el que son honradas y a la vez ahumadas; tampoco les importa el honor ni el ultraje; estas estatuas son menos dignas de honor que cualquier ser vivo.

51.3. Así, es imposible para mí el comprender cómo se han divinizado objetos insensibles y compadecer a los equivocados por esa necedad como desdichados; pues aunque algunos seres vivos no poseen todos los sentidos, como los gusanos, las orugas y cuantos aparecen defectuosos desde el primer momento de su nacimiento, como los topos y la musaraña, que Nicandro afirma que es “ciega y horrible” (Nicandro, Theriaca, 815).

51.4. Pero al menos son mejores que esos “xoanon” y estatuas, que son perfectamente inútiles; en efecto, tienen un determinado sentido, por ejemplo, el oído, el tacto o algo análogo a la acción de oler o de gustar; pero las estatuas no tienen ni un solo sentido.

51.5. Hay muchos seres vivos que no tienen vista, ni oído, ni voz, como la variedad de las ostras, pero viven y crecen, e incluso sienten por influjo de la luna; en cambio las estatuas son inútiles, improductivas, insensibles, atadas, colocadas, fijadas, fundidas, limadas, serradas, raspadas alrededor y talladas.

51.6. Ciertamente, los escultores maltratan una tierra insensible, trastocándola de su propia naturaleza y persuadiendo a adorarla por efecto del arte. Ahora bien los que fabrican a los dioses no adoran a los dioses ni a los demonios, según mi parecer, sino a la tierra y al arte, que eso son las estatuas. En efecto, verdaderamente la estatua es un material muerto modelado por manos de un artista; en cambio, para nosotros la estatua no es algo sensible, de una materia perceptible por los sentidos, sino espiritual. La estatua de Dios -realmente el único Dios- es espiritual y no perceptible por los sentidos.

La insensibilidad de las estatuas de los dioses paganos

52.1. Por otra parte, los que de alguna manera temen a los dioses en las mismas circunstancias, los adoradores de las piedras, han aprendido por experiencia a no venerar una materia insensible; vencidos por la propia necesidad, sucumben bajo la superstición. Despreciando igualmente las imágenes, aunque no quieran manifestar que las desprecian por completo, son refutados por los mismos dioses a los que se les dedican las estatuas.

52.2. Así, el tirano Dionisio, el más joven, envolviendo el vestido áureo de Zeus, en Sicilia, mandó que le colocaran uno de lana, diciendo con ironía que éste era mejor que el de oro, más ligero para el verano y más caliente en invierno.

52.3. Antíoco de Cícico, cuando necesitó dinero, ordenó fundir la estatua de oro de Zeus, que medía quince codos de altura, y colocar nuevamente una estatua parecida a aquella, pero de otro material menos noble, recubierta con láminas doradas.

52.4. Las golondrinas y la mayoría de las aves, volando dejaban sus excrementos sobre aquellas estatuas, sin pensar si eran de Zeus Olímpico, de Asclepio de Epidauro, de Atenea Polias o de Serapis de Egipto. Pero ni siquiera por esos animales comprenden la insensibilidad de aquellas estatuas.

52.5. También hay algunos malhechores o enemigos que las atacan, los cuales devastan los santuarios por avaricia, roban las ofrendas e incluso funden las estatuas mismas.

52.6. Y si un Cambises, Darío u otro frenético emprendieran tales cosas o si alguien diese muerte al Apis de Egipto, ciertamente yo río el que se mate a su dios, pero me indigno si lo ha realizado en aras de una ganancia.

El fuego y los cataclismos destruyen los templos y las estatuas de los dioses paganos

53.1. No insistiré de buena gana en esa fechoría, teniendo en cuenta que son acciones de codicia, no una prueba de la debilidad de los ídolos. Ahora bien, ni el fuego ni los sismos son interesados, tampoco temen ni respetan a los demonios y a las estatuas más que los guijarros a las olas que se acumulan en los litorales.

53.2. Yo sé que el fuego es propio para convencer y medicina contra la superstición. Si quieres abstenerte de la necedad, el fuego te iluminará. Ese fuego también consumió en Argos el templo juntamente con la sacerdotisa Críseida, y en Éfeso el de Ártemis, que era el segundo después del de las Amazonas, y en Roma devastó repetidas veces el Capitolio; tampoco estuvo alejado del santuario de Serapis en la ciudad de Alejandría.

53.3. En Atenas también derribó el templo de Dioniso Eleutereo, y un huracán devastó primero el de Apolo en Delfos y luego lo hizo desaparecer por completo un fuego prudente. Esto te presenta un preludio de lo que se encarga el fuego.

53.4. ¿Los fabricantes de las estatuas no los confunden a los sensatos, para que desprecien la materia? El ateniense Fidias escribió en el dedo del Zeus Olímpico: “Pantarces es hermoso” (Pausanias, Descripción de Grecia, V,11,3); en efecto, para él no era hermoso Zeus, sino el amante.

53.5. Praxíteles, como dice claramente Posidipo en el libro “Sobre Cnido”, al esculpir la estatua de la Afrodita de Cnido la hizo casi igual en la forma a la amante Cratina, para que los desdichados tuvieran que venerar a la amante de Praxíteles.

53.6. Cuando Frina, la cortesana de Tespis, estaba en la flor de su belleza; todos los pintores modelaban las imágenes de Afrodita mediante la belleza de Frina, al igual que también los canteros en Atenas copian los Hermes conforme a Alcibíades. Falta aducir tu opinión, sí es que quieres también adorar a las cortesanas.

Hombres que se proclaman dioses

54.1. De ahí que los antiguos reyes, pienso yo, se agitaran y despreciaran esos mitos, proclamándose libremente a sí mismos dioses por la falta de peligro de parte de los hombres, y enseñando así que también aquellos [dioses] habían sido inmortalizados por razón de la fama: Ceyx, hijo de Eolo, fue llamado Zeus por la mujer de Alcíone, y, a su vez, Alcíone fue llamada Hera por el marido.

54.2. Ptolomeo IV era llamado Dioniso; también Mitríades del Ponto era llamado Dioniso; y Alejandro quiso aparentar ser hijo de Ammón y que le representaran en las esculturas llevando cuernos, intentando agraviar el hermoso rostro del hombre con un cuerno.

54.3. Y no sólo los reyes, sino también los simples particulares se honraron a sí mismos con denominaciones divinas, como Menécrates, el médico, el que fue llamado Zeus. ¿Conviene citar a Alexarco (el gramático, en cuanto a la ciencia, que se transformaba a sí mismo en el [dios] Sol, como narra Aristos de Salamina)?

54.4. ¿Es necesario recordar también a Nicágoras (su estirpe era de Zelea y vivió en los tiempos de Alejandro; Nicágoras se llamaba a sí mismo Hermes y usaba la vestimenta de Hermes, como él mismo testifica), (54.5.) cuando naciones enteras y ciudades con todos sus habitantes se ocultan bajo la adulación, desprecian los mitos de los dioses, representándose los hombres a sí mismos como dioses, envanecidos por la gloria y atribuyéndose a sí mismos unos honores desmedidos? Ahora dan leyes para que se adore en Cinosargo al macedonio de Pelas, Filipo, el hijo de Aminto, el que tenía la clavícula rota y la pierna mutilada, el tuerto (= el del ojo mutilado).

54.6. Otra vez proclaman también dios al mismo Demetrio; incluso allí, donde bajó del caballo para entrar en Atenas, está el santuario de Demetrio Catebates (= el que desciende) y altares por todas partes. También habían preparado los atenienses el matrimonio de Atenea con él, pero despreció a la diosa, al no poder tomar por compañera a la estatua; teniendo a la cortesana Lamia, subió a la acrópolis y se acostó en el lecho de Atenea, mostrando a la antigua virgen las formas de la joven cortesana.

Los dioses paganos son ídolos y demonios

55.1. Acaso no es indignante que Hipón inmortalice su propia muerte. Hipón mismo ordenó que se escribiera en su monumento funerario este dístico: “Esta es la tumba de Hipón, al que el Destino hizo semejante a los dioses inmortales después de muerto” (Hipón, Fragmentos, 2). ¡Bien nos muestras, Hipón, el engaño humano! En efecto, si no te han creído cuando hablabas, ¡nazcan discípulos del muerto! Éste es el oráculo de Hipón, reflexionemos sobre él.

55.2. Los venerados entre ustedes alguna vez fueron hombres, y en realidad murieron; el mito y el tiempo los honró. Así, es habitual despreciar las cosas presentes por acostumbramiento, pero las cosas pasadas, alejadas a la vez de la prueba por la incertidumbre de los tiempos, son honradas con la fábula; así aquéllas no son creídas y, en cambio, éstas son admiradas.

55.3. Por eso, actualmente, los muertos antiguos se han hecho dignos de estima por el largo tiempo de engaño y después les han considerado dioses. Una prueba para ustedes son sus propios misterios, fiestas, lazos, heridas y dioses que lloran: “¡Ay de mi! Porque a Sarpedón, el más querido de los mortales, me lo mata el destino con Patroclo el de Meneceo” (Homero, Ilíada, XVI,443-444).

55.4. El querer de Zeus ha sido dominado y el Zeus de ustedes, vencido, se lamenta a causa de Sarpedón. Con razón ustedes mismos los llaman ídolos y demonios, puesto que Homero, honrando con infamia a la propia Atenea y a otros dioses, los proclamó también demonios: “Ella ha llegado al Olimpo, al palacio de Zeus, el armado de égida, junto a otros demonios” (Homero, Ilíada, I,221-222).

55.5. Por consiguiente, ¿cómo van a ser dioses los ídolos y demonios, espíritus realmente infames e impuros, confesados públicamente por todos como hechos de tierra y cenagosos, inclinados hacia abajo, “que van y vienen sin cesar alrededor de las tumbas y los monumentos funerarios”, junto a los cuales también aparecen sin distinguirse “fantasmas sombríos” (Platón, Fedro, 81 c-d).

La veneración de los dioses paganos despoja a la divinidad de su verdadera esencia

56.1. Éstos son sus dioses: los ídolos, las sombras y junto a ellos, aquellas “rengas, de ceño fruncido y de ojos extraviados” (Homero, Ilíada, IX,502-503), las Suplicantes, hijas de Tersites más que de Zeus, como me parece que manifiesta Bión con gracia, ¿cómo van a suplicar justamente los hombres a Zeus una buena descendencia, si ni siquiera pudo procurársela a sí mismo?

56.2. ¡Ay de mí, qué impiedad! Entierran la esencia incorruptible, según ustedes, y lo que es inmaculado y santo, y lo han ensuciado en las sepulturas, despojando a la divinidad de la esencia realmente verdadera.

56.3. En efecto, ¿por qué atribuyeron los privilegios de Dios a los que no son dioses? ¿Por qué abandonando el cielo, han honrado a la tierra? ¿Qué es el oro, la plata, el diamante, el hierro, el cobre, el marfil o las piedras preciosas? ¿Acaso no es tierra y proveniente de la tierra? Todas esas cosas que ves ¿no son descendientes de una única madre, la tierra?

56.4 Ciertamente, ¿por qué, oh frívolos y superficiales (nuevamente lo repetiré), blasfemando del lugar supracelestial arrastraron la piedad por el suelo? ¿Por qué modelando de nuevo para ustedes dioses de tierra y siguiendo a esos engendros en vez del Dios inengendrado, se han hundido en una más profunda oscuridad?

56.5. Es hermosa la piedra de Paros, pero todavía no es Poseidón; es hermoso el marfil, pero todavía no es Olimpio; la materia siempre está necesitada de arte, en cambio, Dios no carece de nada. Cuando despuntó el arte, la materia asumió una forma, y la riqueza de la sustancia está en relación con la ganancia del provecho, pero solamente por la forma se hace respetable.

56.6. Tu estatua es el oro, la madera, la piedra y la tierra; si reflexionas desde el principio, es la que recibió forma del artista. Yo he procurado pisotear la tierra, no adorarla; en efecto, no me es lícito confiar las esperanzas del alma a cosas carentes de vida.

No se debe utilizar el arte para favorecer la idolatría

57.1. Así, entonces, hay que estar más cerca de las estatuas, para que se revele por la mirada el engaño característico; ciertamente, las formas aparentes de las estatuas dejan impresas con mucha claridad la disposición de los demonios.

57.2. Es decir, que si uno, al ir de un sitio a otro, viera pinturas o esculturas, reconocería rápidamente a sus dioses por sus reprobables características: a Dioniso por el vestido, a Hefesto por el arte, a Deo (= Deméter) por la desventura, a Ino por el velo, a Poseidón por el tridente, a Zeus por el cisne; asimismo, la pira muestra a Heracles y, si uno ve pintada a una mujer desnuda, piensa en la Afrodita dorada (Homero, Odisea, IV,14).

57.3. Así, aquel Pigmalión, el chipriota, se enamoró de una estatua de mármol; era la estatua de Afrodita y estaba desnuda; el chipriota es vencido por la figura y se une con la estatua; y esto lo narra Filostéfano. Había asimismo en Cnido otra Afrodita de mármol, y también era bella; otro [hombre] se enamoró de ella y se unió con la piedra: lo narra Posidipo; el primer [autor] en el libro “Sobre Chipre” y el segundo en el libro “Sobre Cnido”. ¡Tanto pudo engañar un arte que incitó a hombres enamoradizos hacia un abismo!

57.4. Ciertamente deber ser diligente la condición del artista, pero no hasta el punto de engañara un [ser] racional ni a los que han vivido según el Verbo; así, unos pichones volaron  hacia unas pinturas, por la semejanza de una paloma pintada, y unos caballos relincharon a [otros] caballos hermosamente pintados. Dicen que una mujer joven se enamoró de una imagen y un joven hermoso de una estatua de Cnido, pero los ojos de los espectadores fueron engañados por el arte.

57.5. En efecto, ningún hombre sensato se unió con una diosa, ni se enterró con una muerta, ni se enamoró de un demonio o de una piedra. En cambio, a ustedes los engañó el arte con cualquier brujería, y aunque no los llevó al enamoramiento, sí a honrar y adorar las estatuas y las pinturas.

57.6. Parecida es la pintura; el arte sea alabado, pero que no engañe al hombre como [si fuera] una verdad. Permanezca en silencio el caballo; el pichón sin moverse, la pluma inactiva. La vaca de Dédalo, la que estaba hecha de madera, conquistó a un toro salvaje, y el arte engañó entonces a la fiera, a la que obligó a subir encima de una mujer enamorada.

La idolatría es una impiedad

58.1. Las artes provocaron tanto arrebato al seducir a los necios. Sin embargo, los cuidadores y guardianes tienen que sorprender a los monos, porque no se les engaña con imágenes y juguetes de cera o arcilla; en cambio ustedes, ciertamente, son peores que los monos, porque se aferran a estatuas de piedra, madera, oro y marfil, y a pinturas.

58.2. Los fabricantes de estos juguetes funestos son los talladores de piedras y los escultores, como así también los pintores, carpinteros y poetas, al introducir una multitud de objetos de esta especie: Sátiros y Panes en los campos, las Ninfas “oréadas” y “hamadríadas” en los bosques, también, sin duda, las otras Náyades junto a las aguas, los ríos y las fuentes, y finalmente las Nereidas en el mar.

58.3. Ahora se vanaglorian unos magos de los que los demonios sean servidores de su propia impiedad, enrolándolos como sus propios criados y con encantamientos han conseguido hacerlos esclavos por la fuerza. Por consiguiente, matrimonios, descendencias, partos de dioses que he recordado, adulterios cantados, festines ridiculizados y risas introducidas junto a la bebida me obligan a gritar (aunque quisiera callar): ¡Ay de mí, cuánta impiedad!

58.4. Han hecho del cielo un escenario, lo divino es para ustedes un drama y han ridiculizado lo santo con máscaras de demonios, parodiando la verdadera piedad con la superstición.

El ser humano es imagen de Dios

59.1. “Una vez que el citarista empezó a cantar bellamente” (Homero, Odisea, VIII,266), cántanos, Homero, la hermosa canción: “Sobre la amistad de Ares y Afrodita, la bien coronada; cómo se unieron por primera vez en la casa de Hefesto, en secreto; entregó mucho, pero violó el lecho y la mansión del regio Hefesto” (Homero, Odisea, VIII,267-270).

59.2. ¡Cesa el canto, Homero! No es hermoso y enseña el adulterio. Impidamos nosotros fornicar también a los oídos; nosotros, en efecto, somos los que llevamos la imagen de Dios en esta estatua que vive y se mueve, en el hombre; una imagen inseparable, consejera, compañera, cómplice, simpatizante y afectuosa; somos una ofrenda para Dios en nombre de Cristo.

59.3. “Nosotros somos el linaje escogido, el sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido; los que un tiempo no éramos pueblo, pero ahora somos pueblo de Dios” (1 P 2,9. 10). Los que, según (san) Juan, no somos de abajo (Jn 8,23), porque hemos aprendido todo del que vino de lo alto (cf. Jn 3,31; 4,25), los que hemos meditado la economía salvífica de Dios, los que hemos procurado “caminar en una vida nueva” (Rm 6,4).

Los paganos piensan que una vida incontinente es una forma de piedad

60.1. Pero la mayoría no piensa esto; rechazando en casa el pudor y el temor inculcan los deseos impuros de los demonios. Por consiguiente, han adornado con insolencia las alcobas que poseen con tablillas pintadas y colocadas en el techo, porque consideran el desenfreno una piedad.

60.2. Así, estando acostados en el lecho, incluso entre abrazos, miran aquella Afrodita desnuda, prisionera en su relación sexual, y sirviéndose de la imagen del pájaro que vuela alrededor de Leda, enamorado de aquella femineidad, lo representan en las cintas para la cabeza, coloreadas con la imagen relativa a la intemperancia de Zeus.

El paganismo conduce al rechazo de lo mejor y a honrar lo peor

61.1. Éstos son los modelos de la intemperancia de ustedes, éstas son las doctrinas divinas de la insolencia, éstas las enseñanzas de los dioses que se prostituyen con ustedes; “lo que se desea, eso es también lo que cada uno piensa” (Demóstenes, Olynthiaca, III,19), según el orador ateniense. A su vez, ustedes tienen asimismo otras imágenes parecidas: pequeños Panes, muchachas desnudas, sátiros borrachos, miembros erectos, puestos al desnudo en las pinturas y que prueban la incontinencia.

61.2. Tampoco se avergüenzan de contemplar manifiestamente todos juntos las figuras que representan toda clase de desenfreno; aún más, procuran que estén sobre todo dedicadas, sin duda, las imágenes de sus dioses; consagrando en casa columnas de impudencia, representando por igual las imágenes de Filenis y los combates de Heracles.

61.3. No sólo anunciamos una amnistía de la práctica de esas cosas, sino también de la mirada y de la escucha misma. Sus oídos se han prostituido, los ojos han fornicado (cf. 2 P 2,14) y lo más novedoso es que sus miradas han cometido adulterio antes de la relación sexual (cf. Mt 5,28).

61.4. ¡Ay de quienes han forzado al hombre y le han arrancado con violencia el soplo divino de la creación! Desconfían de todo, para estar vivamente apasionados. También creen ciertamente en los ídolos, porque envidian su intemperancia; en cambio, no creen en Dios, porque no soportan la moderación. Han rechazado lo mejor y han honrado lo peor. Así, se han convertido en espectadores de la virtud y en actores de la maldad.

Los cristianos veneran a un Dios creador

62.1. Ahora bien, los únicos dichosos (Oráculos Sibilinos, 4,24), por así decirlo, son todos aquellos que, según la Sibilia, «rechazan todos los templos que ven, y los altares, construcciones vulgares de piedras insensibles, “xóanes” de piedra y estatuas fabricadas por mano humana; manchadas con sangre viva y sacrificios cruentos de cuadrúpedos, de bípedos y de fieras aladas» (Oráculos Sibilinos, 4,27-30; 3,29).

62.2. En efecto, se nos prohíbe con claridad practicar un arte engañoso. Dice el profeta: “No harás una imagen de cuanto hay arriba en el cielo ni abajo en la tierra” (Ex 20,4; Dt 5,8).

62.3. ¿Acaso hemos de considerar aún como dioses a la Deméter de Praxíteles, a Core y al Yaco místico, a las obras de Lisipo o a las manos de Apeles, que han imaginado en la materia la forma de la gloria divina? En cambio, ustedes tratan sin parar de que se labre la estatua lo más bellamente posible, y no piensan que ustedes mismos, por necedad, terminan siendo semejantes a las estatuas.

62.4. Por eso, muy clara y concisamente la palabra profética condena esta costumbre: “Todos los dioses de los pueblos son representaciones de los demonios; sólo Dios hizo los cielos” (Sal 96[95],5) y lo que hay en el cielo.

Debemos adorar al Dios Creador, no a su creación

63.1. Algunos que están equivocados no sé cómo en vez de adorar a Dios, adoran una obra divina: el sol, la luna, el coro restante de los astros, sosteniendo irracionalmente que éstos, los instrumentos del tiempo, son dioses. “Por su Verbo fueron hechos y por el aliento de su boca tienen todo su poder” (Sal 33[32],6).

63.2. Ahora bien, el arte humano fabrica casas, naves, ciudades y pinturas, pero ¿cómo enumeraría yo cuanto Dios hace? ¡Mira el mundo entero, es obra suya! Cielo, sol, ángeles y hombres “son obras de sus dedos” (Sal 8,4). ¡Qué grande es el poder de Dios!

63.3. Su sola voluntad creó el cosmos; en efecto, sólo Dios lo hizo, puesto que también es en realidad es el único Dios. Crea con el simple querer, y el existir sigue al sencillo acto de desear (cf. Sal 33[32].9; Gn 1,3).

63.4. En este punto se equivoca el coro de los filósofos, quienes confiesan públicamente que el hombre ha nacido muy bien para la contemplación del cielo, pero adoran los fenómenos celestiales y los que se descubre con la vista. Aunque las obras que hay en el cielo no sean humanas, sin embargo han sido creadas para los hombres.

63.5. Que ninguno de ustedes adore el sol, sino que desee vivamente al Creador del sol; que no divinice el cosmos, sino que busque al Artífice del cosmos. Según parece, el único refugio que queda para quien desea a las puertas salvadoras es la sabiduría divina; por eso, como en un asilo sagrado, el hombre ya no es mercancía de ninguno de los demonios y se apresura hacia la salvación.