OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (56)

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Entrada de Jesucristo en Jerusalén
1211
Evangelio Haghbat
Ereván, Matenadaran
Armenia
ORÁCULOS SIBILINOS (continuación)

LIBRO VIII

Introducción. Pruebas del enojo de Dios en la historia

(1) Al avecinarse la gran cólera sobre el mundo incrédulo, (2) al final de los tiempos, me dispongo a mostrar las pruebas del enojo de Dios (3) con mis profecías a todos los hombres, de ciudad en ciudad. (4) Desde que la torre cayó y las lenguas (5) de los hombres mortales se dividieron en muchos dialectos (cf. Gn 11,8-9), (6) primero dominó la dinastía de Egipto, la de los persas, (7) medos, etíopes y la de Babilonia, Asiria, (8) luego la de Macedonia, con humos de desmedido orgullo; (9) en quinto lugar, la ilustre dinastía de los ítalos, inicua, (10) mostrará por última vez males numerosos a todos los mortales (11) y agotará los sufrimientos de los hombres de toda la tierra. (12) Conducirá a los reyes de las naciones, en la flor de su reinado, sobre el Occidente; (13) impondrá preceptos a los pueblos y todo lo someterá. (14) Aunque tarde, también trituran las moledoras de Dios el grano fino. (15) El fuego entonces destruirá todo y transformará en fino montón (16) las cimas de los montes de alta prominencia y la carne toda.

El absurdo deseo de riquezas de los humanos

(17) El comienzo de todos los males es la codicia y la insensatez; (18) porque sobrevendrá el deseo del oro engañoso y de la plata, (19) puesto que los mortales no tuvieron nada en mayor estima que estas cosas, (20) ni a la luz del sol, ni al cielo, ni al mar, (21) ni a la tierra de ancha espalda, de la que todo brota, (22) ni a Dios, que todo lo concede, creador de todas las cosas, (23) ni tampoco tuvieron en mayor estima su fe y su piedad. (24) Ella es fuente de impiedad y precursora del desorden, (25) urdidora de guerras, aflicción enemiga de la paz, (26) que hace que los padres odien a sus hijos y los hijos a sus padres. (27) Ni siquiera un matrimonio sin oro será nunca digno de honra alguna. (28) La tierra tendrá sus límites y todo mar sus vigías, (29) repartida con engaño entre todos los que poseen oro. (30) En su afán de poseer eternamente la tierra que a muchos nutre, (31) aniquilarán a los pobres para, una vez conseguidas más tierras, (32) someterlos a la esclavitud de su vanidad. (33) Y si la tierra ingente no poseyera durante mucho tiempo (34) la dignidad recibida del cielo estrellado, no sería la luz igual para todos los hombres, (35) sino que, comprada con oro, estaría a disposición de los ricos (36) y Dios prepararía para los pobres otra vida.

El pecado de orgullo de Roma

(37) Alguna vez, altiva Roma, caerá sobre ti desde lo alto (38) el mismo golpe celestial, doblarás tu cerviz la primera, (39) serás arrancada de tus cimientos, el fuego te consumirá entera, (40) yacente sobre tus propios fundamentos; tu riqueza se perderá. (41) Los lobos y zorros habitarán tus ruinas. (42) Entonces te quedarás totalmente desierta, como sí nunca hubieras existido. (43) ¿Dónde estará entonces tu Paladión? ¿Qué clase de dios te salvará? (44) ¿De oro, de piedra o de bronce? ¿Dónde estarán entonces (45) los decretos de tu Senado? ¿Dónde estará la raza de Rea, de Cronos, (46) de Zeus y de todos cuantos veneraste, (47) divinidades inánimes, fantasmas de cadáveres de muertos, (48) la jactancia de cuyo enterramiento la obtendrá la desdichada Creta, (49) que rinde culto a la entronización de insensibles cadáveres?

El emperador romano Adriano

(50) Cuando se sucedan en ti, acostumbrada a la molicie, tres veces cinco reyes 51 que hayan esclavizado al mundo de Oriente a Occidente, (52) existirá un caudillo de cabeza cana, de nombre cercano al del mar, (53) que visitará el mundo con pie veloz, proporcionará dones, (54) tendrá oro abundantísimo, reunirá aún (55) más plata de sus enemigos y, tras despojarlos, emprenderá el regreso. (56) Participará en todos los misterios de los mágicos recintos impenetrables, designará (57) a su hijo dios, suprimirá todos los cultos, (58) abrirá a todos desde el principio los misterios que conducen al error, (59) entonces será ocasión del gritar lastimero con dolor, cuando el propio Elino perezca, (60) y el pueblo dirá: “Tu gran poder, oh ciudad, caerá”, (61) porque conocerá al punto la inminencia del funesto día cuando se avecine. (62) Al contemplar (63) tu lamentabilísimo destino, te llorarán al unísono los padres y los hijos inocentes. (64) Con dolor entonarán las lamentaciones fúnebres, en las riberas (cf. Sal 136,1) del Tíber.

Los emperadores Antonino Pío, Marco Aurelio y Cómodo. Predicciones contra Roma

(65) Después de éste reinarán tres, que alcanzarán el día extremo, (66) tras dar plenitud al nombre de Dios celestial, (67) cuyo poder es de ahora y de todos los siglos. (68) Uno sólo, que será un venerable anciano, tendrá durante mucho tiempo el poder del cetro, (69) un rey muy lamentable que encerrará bajo vigilancia (70) en su palacio todas las riquezas del mundo, para, cuando regrese (71) de los confines de la tierra el fugitivo matricida rubio, (72) después de darlas a todos, proporcionar a Asia gran riqueza. (73) Entonces te lamentarás, cuando te vistas con el manto de ancha banda de púrpura (74) de los caudillos y lleves vestido de luto, (75) tú, reina altiva, hija de la Roma latina; (76) ya no existirá la fama de tu altivez. (77) Ya nunca, desdichada, serás levantada, sino que te verás derribada, (78) porque caerá también la fama de tus legiones, portadoras del águila. (79) ¿Dónde estará entonces tu poder? ¿Qué tierra será tu aliada, (80) después de haber sido sometida inicuamente a tus vanas pretensiones? (81) Porque entonces se producirá la confusión de los mortales de todo el orbe, (82) cuando al presentarse sobre su trono el Omnipotente en persona, juzgue (83) las almas de vivos y muertos y al mundo entero. (84) Ni los padres tendrán el cariño de sus hijos ni los hijos el de sus padres, (85) por obra de su impiedad y su tribulación desesperada. (86) Entonces te llegará el rechinar de clientes, la dispersión, la prisión, (87) cuando caigan las ciudades y se abran los abismos de la tierra; (88) el día en que llegue la serpiente purpúrea sobre las olas (89) con una multitud en su vientre y atribule a tus hijos (90) con el hambre venidera y guerra fratricida, (91) entonces estarán cerca el fin del mundo, el último día y el juicio de Dios inmortal, (92) para los que fueron llamados, pasada la prueba. (93) Primero caerá una inexorable cólera sobre los romanos, (94) vendrán unos sangrientos tiempos y una vida desdichada. (95) ¡Ay de ti, tierra de Italia, gran pueblo bárbaro! (96) No te has dado cuenta adonde llegaste, a la luz del sol, desnuda y sin dignidad, (97) para volver desnuda al mismo lugar otra vez (98) y llegar hasta el juicio después, (99) porque juzgaste injustamente...
(100) Con manos gigantes sólo tú, después de alcanzar por todo el mundo (101) lo más alto, habitarás bajo la tierra. (102) Serás consumida con nafta, asfalto, azufre y abundante fuego (103) y te convertirás en ceniza ardiente por los siglos de los siglos; (104) todo el que lo vea oirá fúnebre mugido (105) que saldrá ingente del Hades, el rechinar de clientes (106) y los golpes de tus manos en tu pecho ateo.

Una vida nueva y diferente

(107) La noche es igual para todos, los que poseen riqueza (108) y los pobres; desnudos nacieron de la tierra, (109) y al volver desnudos de nuevo a la tierra, ponen cumplido final al curso de su vida. (110) Allí no hay esclavos ni amos, ni tiranos, (111) ni reyes, ni caudillos de muchos humos, (112) ni oradores judiciales, ni magistrados que juzguen por dinero; (113) no fluye sobre los altares en las libaciones la sangre de los sacrificios; (114) no resuena el tambor ni el címbal0, (115) ni la flauta perforada, de sonido agudo que daña los sentidos; (116) ni el silbido que imita a la retorcida serpiente; (117) ni la trompeta, mensajera de guerras, de lengua extranjera; (118) ni se embriagan en impíos festines ni en bailes; (119) ni existe el sonido de la cítara ni la artimaña maléfica; (120) no hay rencillas ni variada cólera, ni cuchillos (121) entre los muertos, sino una vida nueva para todos.

Los emperadores romanos Antoninos (?)

(122) Carcelero de la gran prisión sobre el estrado de Dios... (123) con oro, madera, plata y piedra (124) se embellecen, para llegar al amargo día (125) y ver tu primer castigo, Roma, y el rechinar de dientes. (126) Ya nunca pondrá tu cuello bajo yugo servil (127) ni el sirio ni el griego, ni el bárbaro ni ningún otro pueblo. (128) Serás arrasada y víctima de tus propias acciones, (129) te entregarás al terror entre lamentos hasta que pagues todo; (130) serás un triunfo para el mundo y la ignominia de todos... (131) entonces la sexta generación de reyes latinos (132) cumplirá el término de su vida y dejará su cetro. (133) Otro rey de la misma generación reinará, (134) el cual dominará toda la tierra y ostentará el poder del cetro; (135) nadie le acompañará en su reinado, que será según la voluntad de Dios poderoso; (136) sus hijos y el linaje de sus hijos permanecerá incólume, (137) porque así está predicho que suceda con el curso circular del tiempo (138) cuando los reyes de Egipto lleguen a ser tres veces cinco.

El ave Fénix

(139) Cuando, desde allí, sobrevenga (el momento de la aparición) del Fénix por quinta vez, (140) vendrá a destruir la raza humana, sus innumerables tribus y el pueblo de los hebreos. (141) Entonces Ares arrasará a Ares, (142) él mismo destruirá la amenaza altiva de los romanos. (143) Porque pereció de Roma el poder antaño floreciente, (144) antigua soberana de las ciudades vecinas. (145) Ya no conseguirá la victoria el territorio de la Roma florida, (146) cuando, dominador, venga de Asia con Ares. (147) Después de llevar todo eso a cabo, llegará a la ciudad fundada. (148) Y cumplirás novecientos cuarenta (149) años cuando te llegue la violenta (150) suerte de tu mal destino, que dará plenitud a tu nombre.

El fin de todos los grandes reinos e imperios

(151) ¡Ay de mí, tres veces desdichada! ¿Cuándo veré ese día (152) que te ha de llegar, Roma, y, en especial, a todos los latinos? (153) Festeja, si tú quieres, a aquel que, rodeado de ocultas tropas, (154) procedente de la tierra de Asia, subió al carro troyano, (155) con ánimo de fuego ardiente. Cuando divida en dos al istmo, (156) oteándolo todo, y se dirija contra todos, tras cruzar el mar, (157) también entonces la sangre oscura irá tras la gran fiera. (158) Un perro persigue al león, asesino de pastores. (159) Le arrebatarán su cetro y seguirá el camino del Hades. (160) También a los rodios les llegará una desgracia que será la última, pero la mayor, (161) y a Tebas le aguarda en el futuro funesta conquista. (162) Egipto perecerá por la maldad de sus soberanos. [(163) ... Y como incluso aquellos mortales de la posteridad escaparon a la abrupta destrucción, (164) tres veces bendito fue el hombre y cuatro veces dichoso]. (165) Roma será sólo una ruina, Delos invisible, (166) y Samos arena... (167) Más tarde les alcanzará a los persas la desgracia (168) como pago de su altivez y desaparecerá toda su soberbia.

Nuevos oráculos sobre Roma

(169) Entonces un santo soberano, el que resucitó a los muertos, ostentará el cetro del dominio sobre toda la tierra (170) por todos los tiempos: (171) él, altísimo, ha de llevar entonces a tres caudillos a Roma para un doloroso destino, (172) y todos los hombres perecerán en sus propias casas. (173) Pero que no me obedezcan, porque sería mucho mejor; (174) por el contrario, cuando para todos llegue a término el funesto día (175) del hambre, la peste insoportables y la disputa, (176) entonces de nuevo el sufrido soberano, (177) convocará previamente su consejo y planeará la destrucción... (178) secas se verán florecer a la par entre sus hojas. (179) Asentará los fundamentos del cielo sobre roca firme (180) y sobre la tierra enviará lluvia, fuego y toda clase de vientos, (181) así como abundancia de venenos sembrados por toda la tierra. (182) Pero de nuevo se comportarán con impúdico ánimo, (183) sin temer la cólera de Dios ni la de los hombres: (184) perderán la vergüenza, amarán la desvergüenza, (185) serán tiranos inconstantes y violentos pecadores, (186) falsos, amantes de la infidelidad, malhechores, sin nada de verdad, (187) destructores de la fe, charlatanes, difamadores; (188) nunca se hartarán de riquezas, sino que, sin vergüenza, (189) reunirán más y más; tras tiránico gobierno perecerán. (190) Las estrellas caerán todas proa al mar (cf. Mc 13,25; Mt 24,29; Ap 6,13), (191) surgirán muchas nuevas y radiante cometa (192) llamarán los hombres a la estrella, señal (193) de la gran calamidad que se avecina, de la guerra y la contienda.

El reino de la mujer de los últimos tiempos

(194) No quisiera yo vivir cuando reine la mujer maldita, (195) pero sí en el momento en que reine la gracia celestial (196) cuando el santo niño aniquile a todos los seres viles (197) y les abra cruel abismo para encerrarlos, (198) y de improviso la casa de madera dé cobijo a los mortales (cf. Ap 12,4 ss.).
(199) Pero cuando la décima generación penetre en la morada de Hades, (200) grande será después el poder de una mujer, para la que (201) Dios mismo hará que surjan numerosas calamidades, cuando, coronada, (202) haya conseguido honores de reina; un año entero tendrá la mitad de su duración.

La llegada del rey mesiánico

(203) El sol, con exhaustiva carrera, brillará incluso de noche, (204) y las estrellas abandonarán la bóveda celestial; entre los zumbidos de un fuerte huracán (205) convertirá la tierra en yermo; tendrá lugar la resurrección de los muertos; (206) la carrera de los lisiados será muy veloz, los sordos oirán, (207) los ciegos verán (cf. Mt 11,5), hablarán los que no hablaban (208) y todos disfrutarán de vida común y riqueza. (209) La tierra será de todos por igual; sin estar dividida por muros ni cercados, (210) producirá algún día frutos más abundantes. (211) Dará fuentes de dulce vino, de blanca leche (211) y de miel... (213) y el juicio de Dios inmortal (del gran rey), (214) pero cuando Dios haga cambiar los tiempos... (215) y transforme en invierno el verano, entonces se cumplirán todos los designios. (216) Pero cuando el mundo haya perecido... (217) Sudará la tierra cuando llegue la señal del juicio. (218) Vendrá del cielo el que ha de ser rey eterno, (219) cuando se presente para juzgar a la carne toda y al mundo entero. (220) Verán a Dios los mortales, fieles e infieles, (221) al Altísimo, junto con todos los santos al final de los tiempos. (222) Sobre su trono juzgará las almas de los hombres hechos de carne, (223) cuando algún día el mundo entero se transforme en tierra firme y espinas. (224) Los mortales desecharán los ídolos (cf. Is 2,18) y todos los tesoros. (225) El fuego abrasará cielo y tierra, (226) siguiendo las huellas, romperá las puertas de la prisión de Hades. (227) Entonces toda la carne de los muertos saldrá a la luz de la libertad, (228) de aquellos que sean santos; y a los impíos el fuego los someterá a eterna prueba.

El juicio del Mesías

(229) Todas aquellas acciones que ocultas realizaron, entonces las confesarán; (230) porque Dios abrirá con sus rayos de luz los pechos sombríos. (231) Todos dejarán escapar sus lamentos y el rechinar de dientes (cf. Mt 8,12; 13,42; Lc 13,28).
(232) Desaparecerá el brillo del sol y las danzas de las estrellas. (233) Enrollará el cielo y se apagará la luz de la luna (cf. Is 34,4; Mt 24,29; Ap 6,12 ss.).
(234) Elevará los abismos, aplanará las cimas de los montes, (235) ya no se verá entre los hombres ninguna penosa altura. (236) Los montes se igualarán con las llanuras (cf. Is 40,3-4; Ba 5,7) y el mar entero (237) ya no será navegable, porque la tierra, junto con las fuentes, se habrá quemado (238) y los ríos resonantes desaparecerán (cf. Ap 8,7).
(239) La trompeta desde el cielo emitirá su voz llena de lamentos (cf. Mt 24,31; 1 Co 15,52; 1 Ts 4,16), (240) y aullará por la abominación de los desdichados y las calamidades del mundo.
(241) Entonces la tierra se abrirá para mostrar el abismo del Tártaro.

El rey inmortal que sufrió por los mortales

(242) Llegarán ante el trono de Dios todos los reyes. (243) Fluirá desde el cielo un río de fuego y de azufre. (244) La señal entonces para todos los mortales (cf. Mt 24,30), el sello insigne (cf. Ap 7,2), (245) será el madero entre los fieles, el ansiado cuerno, (246) vida para los hombres piadosos, (escándalo) del mundo (cf. Is 8,14; Rm 9,33; 1 P 2,7), (247) que con sus aguas ilumina a los convocados en sus doce fuentes; (248) dominará un férreo cayado pastoril (cf. Ap 2,27; 12,5; 19,15).
(249) Ese que ahora tiene sus iniciales escritas en acrósticos es nuestro Dios, (250) salvador, rey inmortal que sufrió por nosotros.

Un Mesías pobre y humilde

(251) A Él lo imitó Moisés extendiendo sus santos brazos (252) al vencer a Amalec en la fe (cf. Ex 17,11 ss.), para que el pueblo reconociera (253) que había sido elegido para estar junto Dios padre y que merecía tal honra (254) el cayado de David y la piedra que prometió (cf. Sal 117,22; Mt 41,22; 1 P 2,6-7): (255) el que confíe en ella tendrá vida eterna (cf. Jn 3,15. 36; 6,47).
(256) Puesto que ni siquiera con gloria, sino como mortal (257) mísero, deshonrado, desfigurado (cf. Is 53,2), llegará él al mundo para dar esperanza a los míseros; (258) y a la carne corrompible le dará forma, la fe celestial a los infieles (259) y conformará al hombre que en un principio (260) fue creado con las manos santas de Dios, (261) aquel a quien hizo pecar la serpiente con el engaño de que le apartaría del destino (262) mortal y de que adquiriría el conocimiento del bien y del mal, (263) de suerte que abandonara a Dios para ser esclavo de su naturaleza mortal.

El Mesías le devuelve su dignidad al género humano. Su sacrificio redentor

(264) Porque, al tomarle a él en un principio como consejero, (265) le dijo el todopoderoso: “Hagamos ambos, hijo, (266) la raza humana según el modelo de nuestra imagen; (267) ahora yo con mis manos y tú después con la palabra cuidaremos nuestra forma, (268) para que levantemos una creación común”. (269) Por tanto, recordando ese propósito, vendrá al mundo (270) a traer su imagen exacta a la Virgen santa, (271) a iluminar a la vez con el agua por medio de las manos de los ancianos (cf. Jn 4,2), (272) a llevar todo a cabo con la palabra y a curar toda clase de enfermedades (cf. Mt 15,30). (273) Los vientos calmará con la palabra, y aplacará el mar (274) enloquecido con los pies de la paz y los pasos de la fe (cf. Mt 14,24 ss.; Mc 6,48 ss.; Jn 6,18 ss.; Is 52,7). (275) Con cinco panes y un pez marino (276) saciará en el desierto a cinco millares de hombres (277) y con todos los pedazos sobrantes llenará entonces (278) doce canastos para esperanza de los pueblos (cf. Mt 14,17 ss.; Mc 6,38 ss.; Jn 6,7 ss.). (279) Convocará a las almas de los bienaventurados y amará a los miserables, (280) quienes devolverán bien por mal aunque sean víctimas de burlas, (281) golpes, azotes, por amor a la pobreza. (282) Él, que todo lo comprende, que todo lo ve y que todo lo oye, (283) observará las entrañas y las pondrá al descubierto para que todo pase la prueba, (284) porque Él es el oído, la mente y la vista de todos los seres. (285) La palabra que creó las formas, a la que todo (ser) obedece, (286) que salva a los muertos y cura todas las enfermedades, (287) llegará al final hasta las manos de los impíos e infieles, (288) y darán a Dios golpes con sus manos impuras (289) y con sus bocas despreciables esputos emponzoñados. (290) Volverá su espalda y la entregará entonces a los látigos (cf. Mt 26,67; 27,30; Mc 14,65; 15,19), (291) (porque él mismo entregará al mundo una Virgen santa). (292) Abofeteado, callará, para que no se sepa quién es, (293) de quién es hijo, de dónde vino para hablar a los mortales. (294) Y llevará una corona de espinas (cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), porque la corona de espinas (295) es el adorno eterno de los elegidos. (296) Herirán sus costados con una caña de acuerdo con su ley (cf. Jn 19,34), (297) pues de cañas agitadas por el viento se alimentó otro (cf. Mt 11,7), (298) con vistas al juicio de las pasiones del alma y su redención. (299) Pero cuando se cumpla todo lo que dije, (300) se derogarán en él todas las leyes que en un principio (301) fueron dadas mediante decretos humanos a causa de la indocilidad del pueblo. (302) Extenderá sus manos y abarcará al mundo entero. (303) “Le dieron hiel como alimento y vinagre para beber” (cf. Sal 68,22; Mt 27,34; Jn 19,29); (304) tal mesa le presentarán en prueba de su falta de hospitalidad. (305) Se rasgará el velo del templo y en pleno día (306) llegará la noche oscura, inmensa, durante tres horas (cf. Mt 27,45. 51; Mc 15,33. 38; Lc 23,44-45), (307) porque fue revelado que ya no se le adorara con ley secreta en el templo, (308) oculto a las apariciones mundanas una vez que, (309) por propia voluntad, bajó a la tierra el Eterno. (310) Y llegará al Hades para llevar una nueva de esperanza a todos (311) los piadosos (cf. 1 P 3,19; 4,6), el fin de los tiempos y el último día, (312) y cumplirá el destino de la muerte en un sueño de tres días; (313) entonces regresará de entre los muertos y saldrá a la luz (314) para mostrar Él, el primero, a los llamados, el comienzo de la resurrección (cf. Os 6,2), (315) tras lavar en las aguas de la fuente inmortal (316) los pecados anteriores, para que, nacidos de nuevo, (317) no sean ya esclavos de las impías costumbres del mundo. (318) Primero será visto entonces el Señor por los suyos (319) con aspecto carnal, como antes era, y en sus pies y manos mostrará (320) las cuatro huellas clavadas en sus miembros (cf. Lc 24,37-39; Jn 20,20): (321) el amanecer, el día. en su mitad, el atardecer y la noche, m puesto que todos esos reinos del mundo llevarán a cumplimiento (323) tan impía acción, que quedará como despreciable modelo nuestro.

Llega el Hijo de Dios

(324) ¡Salve, santa hija de Sión, que tantos males padeciste! (325) Tu rey en persona, montado sobre un corcel, llegará; (326) y se mostrará todo mansedumbre (cf. Za 9,9; Mt 21,5; Jn 12,15), (327) para quitarnos el servil yugo, duro de llevar, que pesa sobre nuestro cuello, (328) y suprimirá las leyes impías y las violentas ataduras: (329) reconócelo como tu Dios, que es hijo de Dios; (330) glorifícalo y tenlo en tu pecho, (331) ámalo de corazón y lleva su nombre contigo. (332) Rechaza los anteriores preceptos y límpiate de su sangre, (333) porque Él no se aplaca con tus cantos ni tus plegarias, (334) ni atiende a tus sacrificios perecederos (cf. Os 6,6; Mt 9,13; 12,7), Él, que es imperecedero; (335) preséntale un himno santo surgido de inteligentes bocas (336) y aprende quién es Él, y entonces verás al creador.

La consumación de este mundo creado

(337) Entonces, con el tiempo, se descompondrán todos los elementos del mundo: (338) aire, tierra, mar y la luz del fuego ardiente, (339) la bóveda celestial, la noche y los días todos (340) se confundirán en un solo elemento y en una forma oscura por completo, (341) porque todas las estrellas de los luceros caerán desde el cielo (cf. Mt 24,30). (342) Y ya no levantarán el vuelo por el aire las aves de hermosas alas, (343) ni se caminará sobre la tierra, porque todos los animales perecerán. (344) No se oirán voces de hombres, ni de fieras ni de aves. (345) El mundo, en su desorden, no oirá ningún sonido usual; (346) pero el profundo ponto dejará oír su violento fragor de amenaza (347) y todos los animales que nadan, los del mar, morirán temblorosos; (348) la nave con su carga ya no navegará sobre las olas. (349) Mugirá la tierra, ensangrentada por las guerras. (350) Todas las almas de los hombres harán rechinar sus dientes (cf. Lc 13,28) (351) por los gemidos y el temor de las almas impías, (352) consumidas por la sed, el hambre, la peste y los crímenes, (353) y llamarán hermosa a la muerte, que huirá de ellas (cf. Ap 9,6), (354) porque ya ni la muerte ni la noche les llevará a aquéllos al descanso. (355) Numerosas serán sus pregunta, en vano, al Dios que en lo alto rige (356) y que, entonces, apartará claramente su rostro de ellos (cf. Mt 25,41 ss.), (357) puesto que les dio para su arrepentimiento siete días de la eternidad (358) a los hombres pecadores, por las manos de la Virgen santa.

Habla el Creador

(359) Dios mismo depositó en mi mente todas estas indicaciones (360) y todo lo que ha quedado dicho a través de mi boca lo cumplirá. (361) «Yo conozco el número de granos de arena y las medidas del mar, (362) conozco los recovecos de la tierra y el Tártaro sombrío, (363) conozco el número de las estrellas, los árboles, y sé cuántas razas hay (364) de cuadrúpedos, de anímales nadadores, de aves aladas (365) y de los mortales que existen, los que existirán y los muertos, (366) porque yo mismo configuré las formas y la mente de los hombres, (367) les di recto entendimiento y les inculqué la sabiduría, (368) yo, que formé sus ojos y oídos, yo que veo, oigo (Sal 93,9), (369) capto todo pensamiento, y en el interior de todos comparto su saber, (370) yo me callo y más adelante los pondré a prueba. [(371) Castigando lo que hace cualquier mortal en secreto, (372) siendo develado en el tribunal del juicio de Dios]. (373) Al sordomudo comprendo y escucho al mudo, (374) y conozco la altura total desde la tierra al cielo, (375) el principio y el fin, puesto que creé el cielo y la tierra (376) (porque conoce todo lo que ha salido de Él, lo que va desde el principio al final), (377) pues sólo yo soy Dios y no hay otro dios. (378) Adoran mi imagen tallada en madera, (379) y, tras dar forma con sus manos a un ídolo sin voz, (380) lo glorifican con oraciones y ceremonias impías. (381) Abandonaron a su Creador para servir a su libertinaje, (382) los vanos dones que poseen los ofrecen a inútiles (383) y consideran todas estas útiles ofrendas como destinadas a mi honra, (384) convirtiéndolas en pingüe grasa para el festín, como si fueran para sus muertos, (385) porque queman carnes y huesos llenos de médula (386) cuando sacrifican en sus altares y vierten sangre para las divinidades (387) y encienden candiles para mí, que soy el que da la luz (cf. Is 1,11; Mi 6,6-8), (388) y ellos, mortales, me hacen libaciones de vino como si fuera un dios sediento, (389) borrachos para nada por ídolos inútiles. (390) No necesito de sus sacrificios o de sus libaciones, (391) ni la grasa maldita, ni la sangre abominable, (392) porque éstas son las ofrendas que harán para recuerdo de reyes y tiranos (393) a sus espíritus, ya muertos, como si fueran seres celestiales, (394) realizando así un rito impío y pernicioso. (395) Los impíos llaman dioses a sus imágenes, (396) tras abandonar a su creador, porque creyeron que de ellas procedía toda salvación (397) y vida, confiados para su perdición (398) en ídolos sordos y mudos, porque desconocen un fin bueno. (399) Yo mismo puse ante ellos dos caminos: el de la vida y el de la muerte, (400) y dispuse en su mente el escoger la vida buena; (401) pero ellos se precipitaron a la muerte y el fuego eterno. (402) El hombre es mi imagen dotada de recta razón. (403) Dispón para él tú una mesa limpia e insangüe, (404) repleta de bienes, y da pan al hambriento, (405) bebida al sediento y vestidos para el cuerpo desnudo: (406) proporciónaselo de tu propio esfuerzo con manos puras. (407) Haz de los tuyos al atribulado y asiste al enfermo, (408) proporciona al viviente esa ofrenda viva, (409) como sí ahora sembraras en el agua, para que también yo algún día te dé (410) frutos inmortales y tendrás luz eterna (411) y una vida inmancillable, el día en que yo ponga a prueba a todos con el fuego, (412) porque todo lo fundiré y lo separaré para su purificación. (413) Envolveré el cielo, abriré los escondites de la tierra (414) y entonces haré que resuciten los muertos, al poner fin a su destino (415) y al aguijón de la muerte (cf. Os 13,14; 1 Co 15,55) y por último me presentaré al juicio (416) para juzgar la vida de los hombres píos e impíos; (417) pondré al carnero con el carnero, al pastor con el pastor (418) y al cordero con el cordero, cerca unos de otros, para la prueba (cf. Ez 34,17. 20; Mt 25,31 ss.); (419) aquellos que fueron ensalzados al ser sometidos a prueba, (420) y que cerraron la boca a todos, tal vez para esclavizar, ellos, movidos por la envidia, (421) a los que actuaban según mis preceptos, (422) y les mandaban callar, acuciados por la ganancia, (423) éstos no se marcharán entonces con mí aprobación. (424) Y ya no dirás en adelante, dolorido, “mañana sucederá”, (425) ni “ocurrió ayer”; no habrás de ocuparte de los días numerosos, (426) ni de la primavera, ni del invierno, tampoco del verano ni del otoño, (427) ni de la salida del sol ni de su ocaso, porque haré que no haya más que un largo día. (428) Por toda la eternidad existirá una ansiada luz del gran Dios, (429) autoengendrado, inmaculado, eterno, imperecedero; (430) y celestial, que con su fuerza da mesura al gran aliento de fuego (431) y sostiene el cetro del estruendo con inflexible antorcha (432) y apaga el estrépito de los resonantes truenos; (433) contiene los fragores mientras agita la tierra... (434) y embota los látigos, que tienen brillo de fuego, de los astros, (435) y contiene los inmensos caudales de las lluvias, el azote del granizo (436) helado, las precipitaciones de las nubes y los ímpetus del invierno... (437) porque ellos con su inteligencia van señalando (438) todo aquello que a ti mismo te parece se ha de hacer y a lo que das tu anuencia (439) para tu hijo... antes de cualquier creación engendrado en tu pecho (440) como consejero (cf. Col 1,15), escultor de mortales, creador de vida, (441) al que saludaste con la dulce voz que por primera vez salía de tu boca: (442) “Hagamos un hombre en todo igual a nuestra imagen (443) y concedámosle el poseer aliento vital; (444) aunque sea mortal, todos los seres del mundo le servirán (445) y todo lo subordinaremos a él, de arcilla modelado” (cf. Gn 1,16; 1 Co 15,47)».

El Creador ordena su obra. La encarnación del Verbo (cf. Mt 1,18 ss.; Lc 1,26 ss.; 2,6 ss.; Jn 1,14)

(446) Así dijiste con la Palabra, y todo se cumplió según tu pensamiento; (447) todos los elementos obedecían por igual a tu mandato, (448) la creación iba adquiriendo su ordenación eterna con forma mortal, (449) el cielo, el aire, el fuego, la tierra firme, las corrientes marinas, (450) el sol y la luna, el coro de estrellas celestiales, los montes: (451) la noche y el día, el sueño y la vigilia, el espíritu y la voluntad, (452) el alma y el entendimiento, el arte, la voz y la fuerza, (453) las agrestes razas de animales, los que nadan, los alados, (454) los que caminan, los anfibios, los reptiles y los de doble naturaleza, (455) pues a todos él los subordinó a tu guía. (456) Al final de los tiempos cambió la tierra y, pequeño, nació (457) del vientre de la Virgen María e hizo surgir una nueva luz, (458) y, aunque venía del cielo, asumió forma humana. (459) Así que primero apareció el vigoroso cuerpo santo de Gabriel. (460) Luego habló así con su voz a la muchacha el arcángel: (461) “Recibe tú, Virgen, a Dios en tu seno inmaculado”. (462) Así dijo e inspiró Dios su gracia en la dulce joven. (463) Turbación y asombro la dominaron a un tiempo al escucharle (464) y quedó en pie temblorosa; su mente se exaltó, (465) mientras su corazón se agitaba con las desconocidas nuevas; (466) pero al punto se alegró y se regocijó su corazón con aquellas palabras, (467) sonrió con ternura y enrojeció su mejilla, (468) de gozo deleitada y presa en su pecho de la vergüenza. (469) Y recobró la confianza: la Palabra penetró en su vientre; (470) se encarnó él con el tiempo y en el vientre fue concebido, (471) fue modelado con forma mortal y engendrado (472) con virginal concepción; ésta es en verdad una gran maravilla para los mortales, (473) pero ninguna gran maravilla para Dios padre y Dios hijo. (474) Al nacer el niño saltó gozosa la tierra, (475) sonrió el trono celestial y se regocijó el mundo.

La adoración de los Magos (cf. Mt 2,1 ss.)

476 Por los magos fue venerada una estrella profética de nuevo (477) y el niño al nacer fue mostrado en un pesebre a los que en Dios creen; (479) y Belén fue proclamada, por mandato divino, patria de la Palabra, (478) a los boyeros, cabreros y pastores de ovejas.

Conclusión

(480) Hay que tener en el corazón humildes sentimientos y odiar las obras hechas con amargura, (481) amar ante todo al prójimo como a uno mismo (cf. Mc 12,31; Jn 13,34; 1 Jn 3,11); (482) y amar a Dios con toda el alma y servirle. (483) Por eso, nacidos de la santa descendencia celestial de Cristo, (484) llevamos el nombre de hermanos de sangre, (485) mientras mantenemos en nuestro culto el pensamiento puesto en la beatitud (486) y caminamos por los senderos de la piedad y de la rectitud. (487) Jamás nos permitimos acercarnos a los aposentos impenetrables de los templos (488) ni hacer libaciones a ídolos, ni honrarles con nuestras oraciones, (489) ni con los gratísimos olores de las flores, ni con la luz (490) de las lámparas; ni siquiera osamos honrarles con la aportación de ofrendas (491) ni a sus altares con vapores flameantes de incienso, (492) ni nos permitimos enviar gozosos por la compensación, sangre del degüello de ovejas a las libaciones en que se sacrifican toros, (493) como expiación del castigo terreno, (494) ni osamos mancillar el resplandor del cielo con el grasiento humo que sale de la pira carnívora, (495) ni con impuras exhalaciones; (496) por el contrario, gozándonos con puros pensamientos, con ánimo cordial, (497) inagotable amor y manos llenas de dones, (498) gratos salmos y divinos cantos, (499) estamos llamados a elevar nuestro himno sin fin y sin falsedad a ti, (500) Dios creador de todo, de profunda sabiduría.