OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (53)

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La Transfiguración de Cristo
Finales del siglo XV
Atribuido a Jacques de Besançon
Biblioteca de la Universidad de Glasgow
Escocia (Reino Unido)
ORÁCULOS SIBILINOS (continuación)

LIBRO IV

Introducción

(1) Escucha, pueblo de Asia altiva y Europa, (2) por mi boca de variado sonido, (3) todas las verdades que me dispongo a profetizar por mandato de nuestro gran Dios; (4) no como reveladora de oráculos del falso Febo, (5) (a quien los necios hombres llamaron dios y le dieron el falso atributo de adivino), (6) sino de Dios poderoso, al que no plasmaron las manos de los mortales (7) en forma de imágenes mudas de piedra pulida. (8) Porque no tiene en su templo como imagen ninguna piedra levantada, (9) por completo muda y desdentada, dolorosísimo ultraje de los mortales, (10) sino que Él, al que no es posible ver desde la tierra (11) ni abarcar con ojos mortales, no ha sido esculpido por mano mortal. (12) Él, que nos contempla a todos a la vez, no es visto por nadie. (13) La noche oscura, el día y el sol, (14) las estrellas y la luna, el mar de peces poblado, (15) la tierra, los ríos, la boca de las fuentes eternas (16) son creaciones suyas para la vida; y también las lluvias, que engendran el fruto de la tierra, (17) los árboles y la viña, así como el olivo. (18) Él hizo restallar su látigo dentro de mí, en mi corazón, (19) para que yo con precisión enumerara a los hombres cuanto ahora sucede y cuanto sucederá, (20) desde la primera generación hasta llegar a la décima, (21) porque todo lo demostrará Él (22) al realizarlo. Y tú, pueblo, escucha todas las verdades de la Sibila (23) cuando deja que su voz fluya desde su santa boca.

El premio de los creyentes en el Dios verdadero

(24) Felices serán sobre la tierra aquellos hombres (25) que demuestren su amor al gran Dios con bendiciones (26) antes de comer y de beber, confiados en sus actos de piedad. (27) Ellos se negarán a ver toda clase de templos (28) y altares, edificaciones sin sentido de piedras mudas, (29) mancilladas por la sangre de animales y por los sacrificios (30) de cuadrúpedos; dirigirán su mirada hacia la gran gloria del único Dios, (31) sin haber cometido crimen insensato, (32) ni haber vendido ganancia obtenida en el robo, lo más estremecedor que existe, (33) y sin tener naturalmente deseo vergonzoso por lecho ajeno, (34) ni impetuosidad odiosa y lamentable hacia un varón. (35) Su carácter, piedad y costumbres, (36) nunca otros hombres los imitarán, puesto que su aspiración será la desvergüenza. (37) Pero los necios, dirigiéndoles los resoplidos de su mofa y su risa (38) con insensateces, intentarán atribuirles (39) cuantos malévolos y perversos actos cometan ellos, (40) porque la raza humana entera es lo más engañoso que existe. Pero cuando llegue ya (41) el juicio del mundo y de los mortales, que Dios mismo (42) llevará a cabo al juzgar a la vez a impíos y piadosos, (43) entonces enviará a los primeros al fuego bajo las tinieblas (44) y entonces comprenderán cuan grande impiedad cometieron (45) y los piadosos permanecerán sobre la fértil tierra, (46) porque Dios les concederá a un tiempo espíritu, vida y gracia. (47) Todo esto se cumplirá sin duda en la décima generación; (48) pero ahora narraré todo lo que sucederá desde la primera generación.

Sucesión de diversos reinos

(49) Primero los asirios dominarán a todos los mortales (50) y tendrán al mundo bajo su poder durante seis generaciones en un principio, (51) contando desde el momento en que, movido por la cólera de Dios celestial, (52) el mar ocultó la tierra con sus ciudades y todos los hombres, (53) al irrumpir desbordado. (54) Los medos los vencerán y se envanecerán de sus tronos; (55) sólo conocerán dos generaciones, durante las que sucederá lo siguiente: (56) vendrá la noche tenebrosa en pleno mediodía; (57) las estrellas desaparecerán del cielo, igual que los círculos de la luna; (58) la tierra, sacudida por la agitación de un gran sismo, (59) derribará numerosas ciudades y obras humanas (60) y entonces desde el fondo del mar surgirán islas.

Los Persas

(61) Pero cuando el gran Éufrates esté rebosante de sangre, (62) entonces se levantará entre medos y persas terrible hostilidad (63) en una guerra; caídos los medos bajo las lanzas de los persas, (64) emprenderán la huida sobre las caudalosas aguas del Tigris. (65) El poder de los persas será el mayor del mundo entero, (66) pero sólo una generación conocerá el dominio próspero.

Los Griegos

(67) Tendrán lugar todos los dolorosos acontecimientos que los hombres aborrecen: (68) rencillas, homicidios, disensiones, destierros, torres (69) derribadas, revueltas de las ciudades, (70) cuando la Hélade orgullosa emprenda la navegación contra el ancho Helesponto, (71) para llevar gravosa fatalidad a los frigios y Asia.

Sequía en Egipto

(72) Después el hambre y la esterilidad asolarán Egipto, tierra rica en surco y grano, (73) en un ciclo de veinte años, (74) en el momento en que el Nilo, que alimenta espigas, (75) oculte sus aguas negras bajo tierra en otro lugar.

Expedición de Jerjes contra Grecia

(76) Llegará desde Asia un rey, con su gran espada en alto, (77) y naves innumerables: recorrerá a pie los húmedos caminos del fondo del mar (78) y surcará con sus naves el monte de alta cima; (79) a él le recibirá, fugitivo de la guerra, la cobarde Asia.

Erupción del Etna (479 a. C.?). Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.)

(80) A Sicilia, la desdichada, la abrasará por completo (81) un gran caudal de fuego, cuando Etna vomite llamas; (82) y Crotón, gran ciudad, caerá en el profundo caudal. (83) En la Hélade habrá discordia: enloquecidos unos contra otros (84) derribarán numerosas ciudades, a muchos matarán (85) con furia guerrera, y la discordia será equilibrada para ambos bandos.

Alejandro Magno y Macedonia

(86) Pero cuando la raza de los mortales llegue a la décima generación, (87) entonces sobre los persas caerán los yugos de la esclavitud y el miedo; (88) luego los macedonios se jactarán de sus cetros; (89) a Tebas alcanzará a continuación la funesta conquista, (90) los carios habitarán Tiro y los tirios perecerán.

Apogeo de Macedonia

(91) La arena ocultará a Samos entera bajo las orillas. (92) Délos ya no será visible e invisible será todo lo de Délos. (93) Babilonia grande en apariencia, pero pequeña en el combate, (94) quedará en pie, fortificada sobre inútiles esperanzas. (95) Los macedonios ocuparán Bactra, pero ellos, empujados por los de Bactra (96) y Susa, huirán todos a la tierra de la Hélade.

Desgracias naturales

(97) Los venideros conocerán el tiempo en que el Píramo, de plateada corriente, (98) prolongando con su caudal la orilla, llegue a la isla sagrada. Y (99) tú, Baris, caerás, y tú, Cícico, cuando, (100) agitada la tierra con sismos, se derrumben las ciudades. (101) También alcanzará a los rodios la última calamidad, la mayor, sin embargo.

Decadencia de Macedonia. Ascenso de Roma

(102) Ni siquiera el poder de Macedonia perdurará, sino que desde el Occidente (103) florecerá la gran guerra del ítalo, bajo el cual el mundo (104) se verá a su servicio, sometido al yugo de la esclavitud de los italianos. (105) También tú, desdichada Corinto, contemplarás alguna vez tu captura. (106) Cartago, igualmente todas tus torres caerán por tierra. (107) Desafortunada Laodicea, un día te precipitarás derribada por un sismo, (108) pero la ciudad de nuevo edificada quedará en pie.

Desgracia de una ciudad

109 ¡Oh hermosa Mira de Licia! La tierra agitada nunca (110) te sostendrá y al caer al suelo derribada (111) suplicarás poder huir a otra tierra, como un emigrante, (112) cuando llegue el momento en que las negras aguas del mar dispersen, con truenos y sismos, (113) a la horda ruidosa de los pátaros por sus impiedades.

El emperador romano Nerón. Invasión de Palestina por Vespasiano. Destrucción del templo de Jerusalén por Tito (70 d. C.)

(114) Armenia, también a ti te aguarda forzada esclavitud; (115) llegará asimismo a Jerusalén la mala tempestad de la guerra (116) desde Italia y arrasará el gran templo de Dios, (117) cuando, en su insensatez confiados, (118) desechen la piedad y lleven a cabo horribles crímenes ante el templo; (119) y entonces desde Italia un gran rey, como un fugitivo, (120) escapará sin ser visto ni conocido, sobre el curso del Éufrates (121), en el momento en que, entre otros muchos crímenes, (122) haya de cargar con la impureza del repugnante matricidio, cometido con criminal mano y sin vacilación. (123) Muchos, por el trono de Roma, ensangrentarán el suelo, (124) al huir aquél por la tierra de los partos. (125) A Siria llegará un príncipe de Roma, quien, tras prender fuego al templo (126) de Jerusalén y de asesinar al mismo tiempo a muchos (127) judíos, destruirá su gran país de amplias calles.

Erupción del Vesubio (79 d. C.)

(128) Entonces un terremoto destruirá a la vez Salamina y Pafo, (129) cuando las negras aguas se desborden sobre Chipre, bañada por las olas. (130) Pero cuando desde un abismo de la tierra Itálica (131) una masa de fuego, en su girar, alcance el ancho cielo, (132) queme numerosas ciudades y mate a los hombres, (133) y abundante ceniza ardiente llene el magno aire (134) y caigan gotas del cielo, semejantes al bermellón, (135) se conocerá entonces la cólera de Dios celestial, (136) porque aniquilarán a la raza inocente de los piadosos. (137) Al Occidente llegará entonces la discordia del despertar de la guerra (138) y el fugitivo de Roma, con su gran lanza en alto, (139) tras atravesar el Éufrates con muchas decenas de millares.

Desgracias en Antioquía y Chipre

(140) Desdichada Antioquía, nunca te llamarán ciudad (141) cuando, por tu insensatez, caigas bajo las lanzas. (142) A Cirro (Cyrrhus o Cyrrus) entonces el hambre y la odiosa discordia destruirá.
(143) ¡Ay de ti, Chipre desdichada! El ancho oleaje del mar (144) te ocultará, batida por invernales tempestades.

Devolución de riquezas al Asia

(145) A Asia llegará una gran riqueza que en tiempos Roma (146) arrebató por sí misma y depositó en su lujosa morada; (147) y luego devolverá a Asia el doble y aún más, (148) entonces la guerra cobrará su más alto precio.

La conflagración universal

(149) A las ciudadelas de los carios, junto a las aguas del Meandro, (150) por bellísima fortificación de torres están rodeadas, amargo hambre las destruirá, (151) cuando el Meandro esconda sus negras aguas. (152) Sin embargo, cuando desaparezca de entre los hombres (153) la fe piadosa, y también la justicia se ocultará en el mundo, (154) y los inconstantes hombres, con audacia no santa, (155) mientras vivan, cometerán actos de soberbia, acciones orgullosas y malas. (156) Pero ninguno de los piadosos prestará atención; por el contrario, también a todos ellos, (157) por insensatez, los matarán los que son grandemente necios, (158) con gozo por sus actos de soberbia y con las manos prestas a la sangre; (159) y entonces se sabrá que Dios ya no es afable, (160) sino que ruge de cólera y que puede aniquilar (161) de una vez toda la raza humana con violento incendio.

Exhortación a la conversión

(162) ¡Ay desgraciados! ¡Hagan que esto cambie, mortales! (163) No lleven a Dios poderoso a que les muestre su furor de mil maneras: abandonen (164) las espadas y los lamentos, las matanzas y las insolencias; (165) bañen en los ríos eternos todo su cuerpo; (166) extiendan sus manos hacia el cielo para (167) pedir perdón por las acciones de antes y curen su amarga impiedad con bendiciones. (168) Dios cambiará su designio (169) y no los destruirá; de nuevo hará cesar su cólera si todos (170) practican en su corazón la piedad llena de honra. (171) Pero si no me hicieran caso, por sus malos sentimientos, sino que, por apego a la impiedad, (172) recibieran todo esto con malvados oídos, (173) se extenderá el fuego por todo el mundo y la mayor de las señales, (174) con la espada y la trompeta, al salir el sol. (175) El mundo entero escuchará el rugido y el eco violento. (176) Incendiará toda la tierra y aniquilará a toda la raza humana, (177) a todas las ciudades, ríos e incluso el mar; (178) hará que todo se consuma en el fuego y se convierta en polvo ardiente.

Conclusión: el justo juicio de Dios

(179) Pero cuando ya todo se transforme en ceniza y brasas, (180) y Dios haga descansar también al fuego inextinguible, igual que lo prendió, entonces Dios dará forma de nuevo (181) a los huesos y las cenizas de los hombres; (182) de nuevo hará que se levanten los mortales, como antes eran. (183) Entonces tendrá lugar el juicio en el que Dios mismo (184) será de nuevo el juez del mundo; a cuantos por impiedad (185) pecaron, otra vez la tierra amontonada sobre ellos los ocultará, (186) y el Tártaro lóbrego y las profundidades horribles de la gehenna. (187) Cuantos son piadosos, de nuevo vivirán sobre la tierra, (189) porque Dios les concederá a un tiempo espíritu y gracia (190) por su piedad. Entonces todos se verán a sí mismos al contemplar la grata luz del dulce sol. (191) ¡Bienaventurado el hombre que en este tiempo llegue a existir sobre la tierra!

[“(188) y heredarán allí la felicidad sin término del gran inmortal Dios”, este verso según parece es una adición posterior (cf. J. Geffcken, Die Oracula Sibyllina, Leipzig 1902, GCS, p. 102)].