OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (51)

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Jesucristo habla con Pablo, en Jerusalén,
durante un sueño, llamándolo a un trabajo
misional en Roma
El “Martirologio de Arnstein”
Hacia 1170-1180
Arnstein, Alemania
ORÁCULOS SIBILINOS (continuación)

LIBRO II

Introducción

(1) En el momento en que Dios hizo cesar el omnisciente canto, (2) después de mis numerosas súplicas, en ese instante depositó de nuevo en mi pecho (3) la muy gozosa voz de divinas palabras: (4) haré estas profecías mientras todo mi cuerpo está lleno de estupor, pues ni siquiera sé (5) lo que digo, pero Dios me ordena que todo lo proclame.

El día de la ira

(6) Pero cuando sobre la tierra se produzcan sismos, devastadores rayos, (7) truenos y relámpagos, lluvias y también corrosión en la tierra, (8) el enloquecimiento de los chacales y de los lobos, matanzas (9) y aniquilamientos de hombres, de vacas mugientes, (10) de cuadrúpedos domésticos, de mulos aptos para el trabajo (11) y de cabras y ovejas; a continuación la tierra, (12) abandonada en su mayor parte, se tornará baldía a causa del descuido (13) y escasearán los frutos; los hombres libres serán vendidos (14) entre la mayoría de los mortales y los templos serán profanados.

La décima raza. Tiempos de paz y prosperidad

(15) Entonces llegará, después de eso, la décima generación (16) de mortales, cuando el Dios que sacude la tierra y que despide relámpagos (17) rompa el fervor de los ídolos, agite al pueblo (18) de Roma, la de las siete colinas, y su gran riqueza perezca (19) abrasada en inmenso fuego por la llama de Hefesto. (20) Entonces bajarán sangrientos desde el cielo (…)
(21) El mundo entero y sus innúmeros habitantes (22) se matarán unos a otros, enloquecidos, y a la contienda (23) añadirá Dios hambre y peste, así como rayos (24) contra los hombres, porque sin justicia juzgan los pleitos. (25) Escasez de habitantes habrá en todo el mundo, (26) hasta el punto de que, si alguien viera sobre la tierra huella de ser humano, se asombraría. (27) Pero entonces Dios poderoso que habita los cielos (28) será de nuevo salvador de hombres piadosos por doquier. (29) Entonces habrá paz y profunda comprensión (30) y la tierra fructífera dará de nuevo frutos aún más numerosos, (31) sin ser ya repartida ni trabajada. (32) Cada puerto, cada fondeadero estará libre para uso de los hombres, (33) como lo estaban antes, y la impudicia desaparecerá.

La gran señal. La contienda decisiva

(34) Entonces Dios enviará a continuación una gran señal, (35) pues brillará una estrella casi igual a una corona brillante (36) y, brillante ella, iluminará todo desde el cielo resplandeciente (37) durante no pocos días; entonces en verdad (38) mostrará desde el cielo, a los hombres que por ella compiten, la corona en contienda (39) y las reglas de ésta, pues habrá una gran competición celebrada con la entrada triunfal (40) en la ciudad celestial y se extenderá por la ecumene (41) entre todos los hombres, porque conlleva la gloria de la inmortalidad (cf. 1 Co 9,24; 2 Tm 4,7; Hb 12,1). (42) Entonces todos los pueblos competirán en inmortales contiendas (43) por la bellísima victoria, pues nadie puede impúdicamente (44) comprar allí por dinero la corona: (45) Cristo santo será su justo arbitro (46) y coronará a los que pasen las pruebas; también dará inmortal recompensa a los mártires (47) que compiten incluso hasta la muerte (cf. Ap 2,10), (48) y a las vírgenes que corran con éxito (49) les dará de premio un galardón imperecedero (1 Co 9,25), así como a los de justa conducta, (50) a todos los hombres y gentes de otras tierras (51) que vivan santamente y a un solo Dios reconozcan. (52) A los que veneran el matrimonio y se abstienen de adulterios, (53) les dará ricos dones, eterna esperanza también para ellos. (54) Porque todas las almas de los mortales son como una gracia de Dios (55) y no les es lícito a los hombres mancillarlas con toda clase de impurezas. (…)

Los versos 56 al 148 son una interpolación tomada, en su mayor parte, del “Poema admonitorio”, atribuido a Focílides (poeta que vivió en Mileto, en el siglo VI antes de Cristo); tal atribución es inaceptable, y el autor de la interpolación probablemente fue un cristiano, que incluso podría ser el mismo que compuso este libro II.  Para no interrumpir el desarrollo del texto ofreceremos al final de los “Oráculos” la versión castellana de esta interpolación.

Desgracias de la última raza

(149) Esta es la competición, éstas las pruebas, éstos los premios. (150) Esta es la puerta de la vida y la entrada de la inmortalidad (cf. Mt 7,13), (151) que Dios celestial, justísimo, (152) estableció para los hombres como recompensa de la victoria; éstos, al obtener (153) la corona, harán gloriosa entrada a través de aquélla. (154) Pero cuando esta señal aparezca por el mundo entero, (155) niños venidos al mundo con las sienes cubiertas de canas desde su nacimiento, (156) se producirán tribulaciones entre los mortales, hambre, enfermedad y guerras, (157) el tiempo trastocado, sufrimientos, lágrimas abundantes. (158) ¡Ay! ¡Los hijos de cuántos hombres, en su país, dirigirán (159) fúnebre lamento a sus padres entre dolorosos gemidos y, envolviendo sus cuerpos en las mortajas, (160) los depositarán en la tierra, madre de los pueblos, (161) manchados de sangre y polvo! ¡Ay de ustedes, (162) los muy miserables hombres de la última generación, malhechores viles, (163) necios e insensatos, cuando, en el momento en que las razas de las mujeres (164)no engendren, haya crecido la cosecha de mortales hombres. (165) La recolección estará cerca, cuando algunos, (166) embaucadores en vez de profetas, se aproximen con su palabrería sobre la tierra (cf. Mt 24,11). (167) Y Beliar llegará y mostrará muchos signos (168) a los hombres (cf. 2 Co 6,15). Entonces se producirá gran agitación entre los hombres santos, (169) elegidos y fieles, y el exterminio de éstos y de los hebreos. (170) Sobre ellos caerá terrible cólera (171) cuando desde el Oriente llegue el pueblo de las diez tribus (172) para buscar al pueblo, al que destruyó el vástago asirio, (173) de los hebreos que unieron sus tribus; y las naciones tras esto perecerán. (174) Luego gobernarán a los soberbios hombres (175) los fieles hebreos escogidos, tras esclavizarlos (176) como antes, pues la fuerza nunca les faltará. (177) El Altísimo, que todo lo ve y que habita en los cielos, (178) derramará un sueño sobre los hombres y cerrará sus párpados. (179) ¡Bienaventurados siervos aquellos a cuantos (180) su amo, al volver, hallare en vela! (cf. Mt 24,46; Lc 12,37). Estos, todos, estuvieron despiertos (181) en todo momento, esperando con insomnes párpados, (182) porque llegará al amanecer, al atardecer o al mediodía (cf. Mt 24,42; Lc 12,46); (183) llegará sin duda y será como digo, (184) y lo verán los venideros, cuando desde el cielo estrellado (185) se aparezcan a todos los astros en pleno día, (186) junto con dos luceros, en el curso presuroso del tiempo, (187) y entonces el tesbita, conduciendo su celestial carro desde el cielo (cf. Mt 11,14; 16,14; 17,10), (188) al poner pie a tierra, (189) mostrará entonces al mundo entero las tres señales de la destrucción de la vida. (190) ¡Ay de cuantas en aquel día se vean sorprendidas con una carga (191) en su vientre, de cuantas estén amamantando a sus hijos inocentes (192) y de cuantas se encuentren sobre las olas del mar! (193) ¡Ay de cuantos lleguen a contemplar aquel día! (cf. Mt 24,19; Mc 13,17; Lc 21,23). (194) Porque una niebla tenebrosa cubrirá el infinito mundo (195) por levante y por poniente, por el mediodía y por donde está el ártico. (196) Entonces un gran río de fuego ardiente (197) se precipitará desde el cielo y consumirá todos los lugares; (198) la tierra, el gran océano, el brillante mar, (199) las lagunas y los ríos, las fuentes y el amargo Hades, (200) y la bóveda celeste. Las luminarias del cielo (201) se fundirán en una sola masa con aspecto desolador, (202) puesto que los astros todos, desde el cielo, se precipitarán en el mar. (203) Las almas de los hombres harán rechinar sus dientes (204) al abrasarse en el río, con el azufre y con el ímpetu del fuego (205) en el ardiente suelo; y la ceniza cubrirá todo.

La disgregación del universo

(206) Entonces se vaciarán todos los elementos del mundo, (207) el aire, la tierra, el mar, la luz, la bóveda celeste, los días, las noches. (208) Y ya no volarán por el aire innúmeras aves, (209) ni los animales nadadores nadarán ya nunca por el mar, (210) ni la nave de carga surcará las olas del ponto, (211) ni los bueyes que trazan recto surco ararán la tierra, (212) ni habrá rumor de árboles movidos por los vientos, sino que todo a la vez (213) lo confundirá en una sola masa y lo disgregará hasta su purificación.

La llegada de los ángeles de Dios

(14) Cuando los imperecederos ángeles de Dios inmortal lleguen, (215) Miguel, Gabriel, Rafael y Uriel, (216) ellos que saben cuántas malas acciones cometió antes cada ser humano, (217) llevarán desde la oscuridad tenebrosa las almas de los hombres (218) para el juicio sobre el estrado del poderoso (219) Dios inmortal (cf. Sal 68,29; Ap 17,8; Flp 4,3). Porque sólo uno es imperecedero. (220) Él, el omnipotente, que será juez de los mortales. (221) Entonces a los muertos el celestial les dotará de almas, espíritu y voz, (222) así como de huesos ajustados (223) a toda clase de articulaciones, carnes y nervios todos, (224) venas, piel sobre su cuerpo y los cabellos de antes (225) divinamente enraizados; (226) y los cuerpos de los seres terrenales, dotados de espíritu y movimiento, en un solo día resucitarán (cf. Ez 37,5-10). (227) Entonces el gran ángel Uriel romperá los enormes cerrojos, (228) de duro e irrompible acero, (229) de las puertas no forjadas de metal del Hades y al punto las empujará; (230) a todas las figuras, llenas de sufrimiento, las conducirá a juicio, (231) sobre todo las de las sombras de los antiguos Titanes (232) y Gigantes; y a cuantos destruyó el diluvio, (233) a cuantos en el mar aniquiló la ola marina (234) y a cuantos devoraron las fieras, los reptiles y las aves, (235) a todos esos llamará al estrado. (236) Y a todas las que con su llama destruyó el fuego carnívoro, (237) también a ésas las reunirá de nuevo en pie sobre el estrado de Dios.

La resurrección de los muertos

(238) Cuando resucite a los muertos poniendo fin a su destino (239) y Sebaot Adonai, el altitonante, (240) se siente en el trono celestial y afiance la gran columna, (241) en una nube vendrá a reunirse con el inmortal en persona, (242) Cristo en su gloria con sus inmaculados ángeles, (243) y se sentará a la derecha del grande para juzgar en su estrado (244), la vida de los piadosos y la conducta de los hombres impíos (cf. Mt 25,31; 19,28). (245) Llegará también Moisés, el gran amigo del Altísimo, (246) cubierto con su carne. Y llegará el gran Abrahán en persona, (247) Isaac y Jacob, Jesús [= Josué], Daniel y Elías, (248) Ambracum, Jonás y aquellos a quienes mataron los hebreos (cf. Mt 23,34). (249) Después de Jeremías acabará con todos (250) los hebreos juzgados sobre su estrado, para que obtengan y paguen justo castigo, (251) de acuerdo con las acciones que en su vida mortal cada uno cometió. (252) Entonces todos atravesarán por el ardiente río (253) y la llama inextinguible. Los justos (254) todos se salvarán; los impíos irán a la destrucción, (255) por los siglos de los siglos, por los siguientes delitos: los que antes realizaron malas acciones (256) y cometieron crímenes, los que sean cómplices, (257) los mentirosos y los ladrones, los engañosos y viles destructores de moradas, (258) los parásitos, los adúlteros que se dedican a esparcir rumores; (259) canallas, soberbios, forajidos e idólatras (260) y cuantos abandonaron al gran Dios inmortal; (261) los que fueron blasfemos, hostigaron a los piadosos (262) hasta acabar con su fe y corrompieron a los hombres justos; (263) cuantos, ancianos y vetustos servidores, (264) miran con rostros engañosos e impúdicos (265) y, por consideración a unos, juzgan en perjuicio de la otra parte (266) porque se guían de falsos rumores... (267) más dañinos y nocivos que las panteras y los lobos; (268) cuantos se jactan sobremanera, y los usureros, (269) quienes, acumulando interés sobre interés en sus casas, (270) perjudican a huérfanos y viudas; (271) cuantos dan a las viudas y huérfanos (272) lo que obtienen de injustas obras y cuantos, al dar algo de lo que sacan de su justo esfuerzo, (273) maldicen; los que abandonaron a sus padres en la vejez (274) sin darles la menor compensación (215) y sin proporcionarles a cambio ningún sustento, así como cuantos desobedecieron (276) o incluso replicaron con palabras acerbas a sus progenitores; (277) cuantos renegaron de la fe que aceptaron; (278) también los siervos que se enfrentaron a sus amos; (279) asimismo aquellos que mancillaron su cuerpo con el desenfreno (280) y cuantos desataron el ceñidor de una virgen (281) y se unieron a ella a escondidas; cuantas abortan la carga de su vientre (282) y aquellos que rechazan a sus hijos con iniquidad (255-282: cf. Mc 7,21-22; Rm 1,29; 1 Co 6,9; Ga 5,20).

El castigo de los pecadores

(283) Junto con ellos también la cólera de Dios celestial e inmortal (284) hará acercarse a los envenenadores y (285) envenenadoras a la columna donde, en un círculo completo, (286) fluye inagotable un río de fuego, (287) y los ángeles inmortales de Dios sempiterno a todos juntos, (288) con flameantes látigos y con cadenas de fuego, (289) después de atarlos desde arriba con ligaduras irrompibles, (290) los castigarán de forma terrible. Luego, en la oscuridad de la noche, (291) serán arrojados a la gehenna, entre las fieras del Tártaro, (292) numerosas y temibles, donde la oscuridad es inmensa.

El premio de la vida eterna

(293) Pero cuando hayan aplicado numerosos castigos (294) a todos los de mal corazón, de nuevo, a continuación, (295) una rueda de fuego los arrojará del gran río por ambos lados, (296) ya que se dedicaron a cometer malvadas acciones. (297) Entonces se lamentarán desde lejos, aquí el uno, allá el otro, (298) por su dolorosísimo destino, los padres y los hijos inocentes, (299) las madres y los niños de pecho, entre lágrimas. (300) Ni de su llanto habrá saciedad ni su voz, (301) cuando lancen dolorosos lamentos, será escuchada, aquí el uno, allá el otro. (302) Grande será su grito, atormentados en las profundidades del oscuro Tártaro lóbrego. (303) En lugares no santos (304) pagarán tres veces tanto mal como hicieron, (305) abrasados en abundante fuego. (306) Todos harán rechinar sus dientes, consumidos por la sed ardiente y el hambre (307) y llamarán hermosa a la muerte, que les rehuirá, (308) porque ya ni la muerte ni la noche les llevarán el descanso. (309) Muchas preguntas dirigirán en vano a Dios, que en las alturas gobierna, (310) y entonces apartará visiblemente su rostro de ellos, (311) puesto que les había concedido para arrepentirse siete días de la eternidad (312) a los hombres pecadores, gracias a la Virgen santa. (313) Los demás, cuantos hayan practicado la justicia, las buenas obras, (314) así como la piedad y los pensamientos más justos, (315) los levantarán los ángeles y los conducirán, a través del ardiente río, (316) a la luz y a la vida sin penas, (317) donde se halla la senda inmortal de Dios grande (318) y las tres fuentes, de vino, miel y leche; (319) la tierra, de todos por igual, sin estar dividida por muros ni cercados, (320) producirá entonces frutos más abundantes (321) por sí sola. Compartirán los recursos sin dividir la riqueza, (322) porque allí ya no habrá ni pobres ni ricos, ni amos (323) ni esclavos, ni grandes ni pequeños, (324) ni reyes ni caudillos. En común y unidos vivirán todos. (325) Ya nadie volverá a decir nunca “llegó la noche”, ni “mañana”, (326) ni “sucedió ayer”. Ya no habrá que ocuparse de los días numerosos, (327) de la primavera, del invierno, del verano o del otoño, (328) ni del matrimonio, de la muerte, las ventas o las compras, (329) ni de la salida o la puesta del sol, pues Él hará que sea como un día sin fin.

Intercesión de los justos por los condenados

(330) También les concederá el omnipotente Dios inmortal otro don: (331) a los piadosos, cuando se lo pidan a Dios inmortal, (332) les otorgará el salvar del fuego ardiente y del eterno rechinar de dientes (333) a los hombres; también esto lo hará él. (334) En efecto, al punto los reunirá, los apartará de la llama inextinguible (335) y los enviará a otro lugar por mediación de su pueblo: (336) a la otra vida eterna, para los inmortales, (337) en la llanura del Elisio, donde se hallan las grandes olas (338) de la perenne laguna del Aqueronte, de profundo seno.

Conclusión

(339) ¡Ay mísera de mí! ¿Qué me ocurrirá en este día, (340) ya que, desdichada, por ocuparme de todos (341) cometí el pecado de no ocuparme del matrimonio y no pensar en nada? (342) Más aún: en mi aposento excluí a los que no daban la medida de un hombre opulento. (343) Estas acciones contra la ley las cometí en tiempos (344) a sabiendas. Pero tú, salvador, a pesar de mis impúdicas acciones, (345) apártame a mí, perra indecente, de mis flageladores. (346) Heme aquí para suplicarte que concedas una breve pausa a mí canto, (347) ¡Oh tú, santo, que nos diste el maná, rey del gran reino!