OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (42)

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San Juan Bautista y
San Juan Evangelista
Salterio con Cánticos
Hacia 1246-1260
St. Albans (Inglaterra)
Anónimo a Diogneto (190/200?)

1112- Epístola a Diogneto





Hermias (hacia el año 200)




1113- Sátira (o Escarnio) de los filósofos paganos (Gentilium philosophorum irrisio).

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HERMIAS, SÁTIRA (O ESCARNIO) DE LOS FILÓSOFOS PAGANOS(1)

Del filósofo Hermias. Sátira a propósito de los que no son nuestros filósofos

Origen de la sabiduría profana

1. El bienaventurado apóstol Pablo, escribiendo a los corintios que habitan la Laconia en Grecia, dijo: “Queridísimos, la sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios” (cf. 1 Co 3,19). Y no hablaba irreflexivamente, porque a mi parecer la sabiduría de este mundo tuvo su origen en la apostasía de los ángeles, y ésta es la causa por la que los filósofos exponen sus doctrinas sin estar concordes ni acordes entre sí.

Las opiniones sobre la esencia del alma

2. Es así que entre ellos, unos dicen que el alma es fuego; otros, aire; otros, inteligencia; otros, movimiento; otros, una exhalación; otros, energía que emana de los astros; otros, número que mueve; otros, agua fecundante; otros, elemento o un compuesto de elementos; otros, armonía; otros, sangre; otros, espíritu; otros mónada, y los antiguos dicen que está hecha de elementos contrarios. Cuántas palabras se han dicho sobre el tema, cuántas argumentaciones, cuántos razonamientos que son de sofistas en disputa los unos con los otros, que discuten por discutir, en vez de buscar la verdad.

Desacuerdo en torno a la naturaleza del alma

3. Pero pase que no estén de acuerdo sobre la esencia del alma…  si en todo lo demás que sobre ella han dicho lo afirman con unanimidad. Pero es el caso que sobre el (placer) del alma, por ejemplo, algunos dicen que es un bien; otros, un mal; otros, algo intermedio entre el bien y el mal. En cuanto a su dolor, uno la califica de bueno; otro, de malo; un tercero, entre ambos. Sobre su naturaleza, hay quienes la hacen inmortal; otros, mortal; otros, que permanece un poco de tiempo; otros, que se pasa a una animal salvaje; otros, que se disuelve en los átomos; otros, que se reencarna por tres veces; otros limitan su vida a un período de tres mil años. ¡Cómo los que no viven ni cien años hacen promesas de tres mil años por venir!

No se puede encontrar entre los filósofos paganos la verdad

4. Ahora bien, ¿cómo llamar a todo esto? A mi parecer, charlatanería, o insensatez, o locura, o disensión, o todo esto a la vez. Si han hallado alguna verdad, que concuerden en un pensamiento común, o que se pongan de acuerdo y yo les daré con gusto mi asentimiento. Pero si tiran del alma y la arrastran unos a una naturaleza y otros a otra, unos a una sustancia y otros a otra, y la transforman de materia en materia, confieso que me siento molesto por este flujo y reflujo. Hay un momento en que soy inmortal y me alegro; al poco rato, me convierto en mortal y rompo en llanto; luego me disuelvo en átomos, me convierto en agua, me convierto en aire, me convierto en fuego; poco después, ya no soy ni aire, ni fuego, sino que me hacen una fiera, me hacen un pez; de nuevo tengo por hermanos a los delfines. Cuando me miro a mí mismo, me da miedo de mi cuerpo y no sé cómo llamarlo: hombre, perro, lobo, toro, pájaro, serpiente, dragón, quimera. Porque los filósofos me transforman en toda especie de animales salvajes, en animales terrestres, acuáticos, alados, multiformes, salvajes, domésticos, mudos, canoros, irracionales, racionales. Tan pronto nado como vuelo, me arrastro, corro, me siento. E incluso Empédocles me hace una zarza.

Atrevimiento de los filósofos

5. Ya que los filósofos no han sido capaces de hallar de modo unánime (la naturaleza) del alma del hombre, mucho menos iban a afirmar la verdad acerca de los dioses y el mundo. Y ciertamente han tenido este atrevimiento, por no llamarle necedad. Puesto que quienes no han sido capaces de descubrir la naturaleza de su alma, buscan definir la de sus dioses; los que no conocen su propio cuerpo, investigan curiosamente la naturaleza del mundo.

Anaxágoras y Parménides

6. El caso es que acerca de los principios de la naturaleza se oponen los unos a los otros. Cuando encuentro a Anaxágoras me da esta lección: “El espíritu es el principio de todas las cosas, es la causa y el señor del universo; el que pone orden en lo desordenado, movimiento en lo inmóvil, distinción en lo confuso, y organiza lo desorganizado”. Al hablar así Anaxágoras, yo le cobro cariño y me adhiero a su enseñanza; pero frente a él se levantan Meliso y Parménides. Parménides incluso con versos poéticos proclama que la esencia es una, eterna, infinita, inmutable y en todo idéntica a sí misma; y sin saber cómo, me paso a mi vez, a esta creencia: Parménides ha expulsado de mi mente a Anaxágoras.

Anaxímenes

7. Pero cuando me figuro poseer un dogma inmóvil, Anaxímenes interviene gritando: “Pero yo te digo: el todo es aire, y éste, espesándose y condensándose, se convierte en agua y tierra, enrareciéndose y difundiéndose, se convierte en éter y fuego, pero cuando retorna a su propia naturaleza, se enrarece, porque si se espesase, dice él, sería expulsado…”. También con esto me acomodo y me hago amigo de Anaxímenes.

Empédocles

8. Pero ya está ahí, frente por frente, Empédocles bramando y voceando a todo pulmón desde el Etna: “Los principios de todas las cosas son odio y amor, éste que une, aquél que separa, y la contienda entre los dos lo hace todo. Yo los defino como semejantes y desemejantes, infinitos y finitos, como eternos y que empiezan”. ¡Bravo, Empédocles! Estoy dispuesto a seguirte hasta el cráter mismo del volcán.

Protágoras

9. Pero ya está ahí Protágoras, tirándome hacia otra parte, cuando dice: “La medida y el criterio de las cosas es el hombre; lo que cae bajo los sentidos es la realidad, y lo que no cae no tienen ningún género de existencia”. Halagado por este razonamiento, me gusta Protágoras, pues todo o casi todo lo somete al hombre.

Tales y Anaximandro

10. Pero por otro lado, Tales con un signo de cabeza afirmativo me indica la verdad, definiendo el agua como el principio de todo. Del elemento húmedo se compone todo, en lo húmedo se disuelve y la tierra se sostiene sobre el agua. ¿Por qué, pues, no creer a Tales, el más anciano de los jonios? Pero su conciudadano Anaximandro afirma que el movimiento perpetuo es principio mas antiguo que lo húmedo, y que por él unas cosas son engendradas y otras perecen. Habrá, entonces, que dar fe a Anaximandro.

Arquelao, Platón y Aristóteles

11. ¿Pero no es también famoso Arquelao, que afirma que son principios del universo el calor y el frío? Pero no está de acuerdo con él el grandilocuente Platón: “Los principios del universo son, dice él, Dios, la materia y el modelo” (paradeigma)(2). Ahora sí que estoy convencido. Porque ¿cómo no he de creer al filósofo que inventó el carro de Zeus (cf. Platón, Fedro, 246 e)? Pero detrás de él viene su discípulo, Aristóteles, envidioso del maestro por la construcción del carro, y define otros principios: el hacer y el padecer. El principio activo, que es el éter, es impasible; el pasivo tiene cuatro cualidades: sequedad, humedad, calor y frío. En efecto, por la misma transformación de estos principios, todo nace y perece.

Los antiguos filósofos

12. Ya estoy cansado de tanto ir arriba y abajo con opiniones diversas; me voy a quedar, pues, con lo que piensa Aristóteles y que nadie me venga a molestar con sus discursos. Entonces, ¿qué me sucederá? Porque viejos filósofos anteriores a aquellos me quitan la energía del alma. Ferécides, en efecto, dice que los principios son Zeus, Chtonia y Crono. Zeus es el éter; Chtonia, la tierra, y Crono, el tiempo. Ahora bien, el éter es el principio activo, la tierra el pasivo y el tiempo el elemento en que se halla lo que nace. Por lo visto, hay rivalidades entre los ancianos; pues Leucipo piensa que todas esas afirmaciones son delirios. Él dice que los principios son lo infinito, el movimiento perpetuo y lo mínimo, y que los que son sutiles ascienden y se convierten en fuego y aire; en tanto que los más densos descienden, deviniendo tierra y agua.

Demócrito y Heráclito

13. ¿Hasta cuándo estaré recibiendo tales enseñanzas sin lograr aprender verdad alguna? A no ser que Demócrito me libre del error, demostrándome que los principios son el ser y el no ser, y que el ser es lo pleno y el no ser lo vacío. Lo pleno, por su posición y su figura, en el vacío lo hace todo. Tal vez me adheriría el hermoso Demócrito y podría reír con él, si no me disuadiera Heráclito, que llorando me dice: “El principio del universo es el fuego y dos son sus estados: la porosidad y la densidad; la primera es activa, la otra pasiva; la primera une, la otra separa”. Ya tengo bastante, y estoy saturado de tantos principios.

Epicuro y Cleantes

14. Pero Epicuro me exhorta a no caer allí abajo, a que no desdeñe su hermosa doctrina sobre los átomos y el vacío, pues por el entrelazarse de éstos, con sus varios modos y formas, nace y perece todo. No te contradigo, Epicuro, el mejor de los hombres; pero Cleantes, levantando del pozo su cabeza, se ríe de tu doctrina y él tira con su correa de los verdaderos principios, que son Dios y la materia. La tierra, dice, se transforma en agua, el agua en aire, el aire…(3), y el fuego va hacia las regiones más cercanas a la tierra; el alma se extiende a través de todo el mundo y, si tenemos un alma, poseemos parte de esa alma del mundo.

Filósofos extranjeros

15. Ahora bien, con ser tantos éstos (filósofos), todavía me inunda otra muchedumbre que viene de Libia. Carnéades y Clitómaco con todos sus discípulos, los cuales pisotean todas las doctrinas de los demás y demuestran claramente que todo es incomprensible y que siempre, junto a la verdad, se presenta una fantasía engañosa. ¿Qué es esta (prueba) que debo padecer después que durante tanto tiempo he estado pasando penas? ¿Cómo voy a echar de mi cabeza tantas doctrinas? Porque si nada hay comprensible, adiós verdad entre los hombres, y la tan decantada filosofía no hace sino luchar con sombras más bien que poseer el conocimiento de los seres.

Pitágoras

16. Así pues, otros (filósofos) de la antigua escuela, Pitágoras y sus compañeros, solemnes y silenciosos, me entregan otras enseñanzas, como misterios, y entre éstas, aquella grande y secreta. Él dijo: “El principio de todas las cosas es la mónada, y de sus figuras y de sus números nacen les elementos”. Ahora bien, el número, la figura y la medida de cada uno de esos elementos lo expone poco más o menos así: el fuego está compuesto por veinticuatro triángulos rectángulos, limitados por cuatro equiláteros: y cada uno de los triángulos equiláteros se compone de seis triángulos rectángulos, por donde lo comparan con una pirámide. El aire está compuesto por cuarenta y ocho triángulos, limitados por ocho equiláteros, y se compara al octaedro, limitado por ocho triángulos equiláteros, de los que cada uno se divide en seis triángulos rectángulos, de modo que el total da cuarenta y ocho. El agua está compuesta por ciento veinte triángulos, iguales y equiláteros, y se asemeja al icosaedro, que consta de ciento veinte triángulos iguales y equiláteros; seis veces veinte es igual a ciento veinte. El éter se compone de doce pentágonos equiláteros y es semejante al dodecaedro. La tierra se compone de cuarenta y ocho triángulos y está limitada por seis cuadrados equiláteros. Es semejante a un cubo, pues el cubo está compuesto por seis cuadrados, de los que cada uno se descompone en cuatro triángulos…(4), de modo que el total da veinticuatro.

Midiendo el universo

17. Por cierto que Pitágoras mide el mundo. También yo, animado de arrebato divino, desprecio casa, patria, mujer e hijos, y ya no me interesan más, sino que me subo al éter mismo y, tomando de Pitágoras el metro, empiezo a medir el fuego. Porque no me basta que Zeus tome las medidas…(5); si este grande viviente, este gran cuerpo, esta grande alma… Yo mismo puedo subir al cielo y medir el éter, es el fin del imperio de Zeus. Una vez que lo haya medido y se entere por mí Zeus cuántos ángulos tiene el fuego, bajaré nuevamente del cielo, comeré aceitunas, higos y legumbres, y por el camino más corto me dirigiré al agua y mediré por codos, dedos(6) y semidedos la sustancia húmeda y determinaré su profundidad, para hacerle saber a Poseidón cuánta es la extensión de su marítimo imperio. La tierra me la recorreré entera en un solo día, calculando su número, su medida y sus figuras (cf. Is 40,12). Porque estoy seguro que, un hombre de mi importancia y mi fama, no ha de omitir ni un palmo del universo entero. Yo sé el número de las estrellas, de los peces y de las bestias; y, poniendo el mundo en una balanza, sabré su peso.

Límites de la mente humana

18. Así, hasta ahora, mi alma se ha esforzado en estas cosas, para lograr el dominio de todo. Pero inclinándose hacia mí Epicuro, me dijo: “Tú, querido amigo, has medido sólo un mundo, pero hay muchos y hasta infinitos mundos”. Nuevamente, pues, me veo forzado a medir muchos cielos, otros éteres y éstos en gran numero. Adelante, entonces, sin pérdida de tiempo. Después de aprovisionarme para unos cuantos días, voy a emprender el viaje hacia los mundos de Epicuro. Con facilidad vuelo por encima de los límites del mundo, Tethys y Océano. Entrando en un mundo nuevo, y por así decirlo en otra ciudad, lo mido todo en pocos días. De allí me elevó hacia un tercer mundo, luego a un cuarto, a un quinto, a un décimo, a un centésimo, a un milésimo y ¿hasta dónde? Porque ahora se me echa encima una sombra de ignorancia, un negro engaño, un error infinito, una fantasía vana y una insensatez incomprensible. Salvo que no deba enumerar uno por uno esos átomos de los que se han formado tantos mundos, para no dejar nada sin verificar, en cosas, sobre todo, que son necesarias y útiles, de las que dependen la felicidad de mi casa y de mi patria.

Conclusión

19. Ahora bien, he expuesto todo esto ampliamente para demostrar la contradicción que existe en las doctrinas de los filósofos, y cómo la investigación de las cosas es sin límite y sin fin, y cómo su fin es impreciso y vano, porque no se confirma por hecho alguno evidente ni por razonamiento alguno claro.

Notas

(2) Hermias se equivoca al atribuir a Platón la idea que la materia es uno de los elementos. Esta equivocación muestra que Hermias no usaba el texto mismo de Platón, sino que se apoyaba en una tradición doxográfica, en la que se atribuía a Platón los tres elementos (cf. SCh 388, p. 107, nota 11,4).
(3) El texto está corrompido.
(4)  Aquí el texto tiene una laguna.
(5) El texto está corrompido. (hasta los siguientes puntos suspensivos).
(6) Medida de unos dos centímetros.
(1) Cf. Padres Apostólicos y Apologistas Griegos (S. II). Introducción, notas y versión española por Daniel Ruiz Bueno, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, pp. 1505 ss. (BAC 629); y sobre todo la introducción (fundamental) y edición publicada en la colección Sources Chrétiennes, n. 388, Paris, Eds. Du Cerf, 1993 (introducción: pp. 9 ss.; texto: pp. 96 ss.). Los subtítulos son nuestros.