OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (32)

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Crucifixión y las Santas Mujeres
en el sepulcro

Último cuarto del siglo XIII
S. Brabant, Países Bajos
TACIANO, DISCURSO CONTRA LOS GRIEGOS (continuación)[1]

La doctrina de los cristianos. La creación

5. Dios era en el principio (Jn 1,1; cf. Gn 1,1); y nosotros hemos recibido la tradición que el principio estaba el poder del Verbo. Porque el Dueño del universo, que es por sí mismo soporte de todo, en cuanto la creación no había sido aún hecha, estaba solo; pero en cuanto estaba con Él todo poder sobre lo visible e invisible, todo lo estableció Él mismo y el Verbo que estaba en Él, por medio del poder del Verbo. Por su sola voluntad, sale el Verbo; y el Verbo, no salta en el vacío, sino que resulta la obra primogénita del Padre (cf. Col 1,15).
   Sabemos que Él es el principio del mundo; pero se produjo no por división, sino por participación. Porque lo que se divide queda separado del origen; pero lo que se da por participación, tomando carácter de una dispensación, no disminuye la fuente de donde se toma. Porque a la manera que de una sola antorcha se encienden muchos fuegos, pero no por encenderse muchas antorchas se disminuye la luz de la primera, así también el Verbo, procediendo del poder del Padre, no dejó sin razón al que había engendrado. Es así que yo mismo estoy hablando y ustedes me escuchan, y, ciertamente, no porque mi palabra pase a ustedes me quedo yo vacío de palabras al conversar con ustedes, sino que al emitir mi voz, me propongo ordenar la materia que está en ustedes desordenada. Y a la manera que el Verbo, engendrado en el principio, después de engendrar nuestra creación mediante la fabricación de la materia por sí mismo, así yo, he sido reengendrado, a imitación del Verbo, y habiendo comprendido la verdad, trato de organizar la confusión de la materia, de cuyo origen participo. Porque no es la materia sin principio, como Dios, ni por ser principio es igual en poder a Dios, sino que ha sido creada, y no por otro ha sido creada, sino por el que es Creador de todas las cosas.

La resurrección del cuerpo

6. Por eso también creemos que ha de darse la resurrección de los cuerpos después de la consumación del universo; pero no a la manera como dogmatizan los estoicos, según los cuales las mismas cosas nacen y perecen después de determinados períodos cíclicos, sin utilidad ninguna; sino de una sola vez, totalmente acabados los tiempos que vivimos, se dará la resurrección de solos los hombres por razón del juicio. Entonces nos juzgarán no Minos ni Radamante, antes de cuya muerte, como dicen las fábulas, ningún alma era juzgada, sino que el juez es el mismo Dios que nos ha creado. Y por más que nos tengan por necios y charlatanes (cf. Hch 17,18), nada se nos importa de ello, después que hemos creído en esta doctrina. Porque a la manera que, no existiendo antes de nacer, ignoraba yo quién era, y sólo estaba latente en la sustancia de la materia física; a través de mi nacimiento yo, que antes no era, creí que existía; de la misma manera, al haber nacido, por la muerte dejaré de ser y otra vez desapareceré de la vista de todos; nuevamente volveré al estado previo de no existencia que precedió a mi nacimiento; y aun cuando el fuego destruya mi carne, el universo recibe la materia evaporada; y si desaparezco en los ríos o en el mar o soy despedazado por las fieras, quedo con todo depositado en los tesoros de un dueño rico. El pobre ateo desconoce estos depósitos; pero Dios, que es rey, cuando quiera restablecerá en su ser primero mi sustancia, que sólo para Él está visible.

La creación de los ángeles y de los hombres. La caída

7. El Verbo celestial, espíritu que viene del Espíritu y Verbo del poder del Verbo, a imitación del Padre que a Él le engendrara, hizo al hombre imagen de la inmortalidad, a fin de que, como en Dios se da la incorrupción, del mismo modo el hombre, participando de la herencia de Dios, posea el ser inmortal.
   Ahora bien, el Verbo, antes de crear a los hombres, fue artífice de los ángeles, y una y otra especie de criaturas fue hecha libre, sin tener en sí la naturaleza del bien, que sólo Dios posee, sino que se cumple por los hombres gracias a su libre elección. De este modo, el malo es con justicia castigado, pues por su culpa se hizo malo; y el bueno merecidamente es alabado por sus buenas obras, pues, ejerciendo su libre albedrío, no traspasó la voluntad de Dios. Tal es nuestra doctrina sobre los ángeles y los hombres.
   Pero como el poder del Verbo tenía en sí la presciencia de lo por venir, no por la fatalidad del destino, sino por la libre determinación de los que eligen, predijo los acontecimientos futuros, y por sus prohibiciones puso freno a la maldad, y alabó a los que perseveran en el bien. Sucedió, sin embargo, que a uno que, por ser criatura primogénita, aventajaba a los demás en inteligencia, le siguieron los hombres y los ángeles y le proclamaron dios, a aquel justamente que se había revelado contra la ley de Dios; y entonces el poder del Verbo desterró al archirebelde y a sus seguidores de la convivencia con Él. Así, el hombre, que había sido creado a imagen de Dios, al apartarse de él el espíritu más poderoso, devino mortal; y el que fuera primogénito, por su transgresión y su rebelión fue declarado demonio, junto con todos los que habían seguido su ejemplo. Y los que imitaron sus fantasías formaron el ejército de los demonios, los cuales, por razón de su libre albedrío, fueron entregados a su propia insensata locura.

Contra la mitología y la astrología

8. Los hombres se convirtieron en el objeto de la apostasía de los demonios, porque habiéndoles mostrado, como los que juegan a los dados, el mapa de las constelaciones, introdujeron el factor del destino, muy injusto por cierto; porque conduce tanto al que juzga como al que es juzgado adonde están hoy; y los que asesinan y sus víctimas, los ricos y los pobres, todos son hijos del destino; y todo nacimiento, como en función de teatro, procura placer a los demonios, entre los cuales, como dice Homero: “Carcajada inextinta se levantó entre los dioses bienhadados” (Ilíada 1,599; Odisea 8,326).
   Los que están contemplando las luchas cuerpo a cuerpo, favoreciendo uno a uno y otro a otro, el que se casa y corrompe a los jóvenes, adultera, ríe, se irrita, huye de la batalla, y es herido, ¿cómo no ha de tenérsele por mortal? Porque por las mismas acciones por las que los dioses mostraron a los hombres de qué naturaleza eran, los demonios incitaron a los que las oían a practicar cosas semejantes (por no decir nada de su misma sujeción al destino, con Zeus su capitán a la cabeza, cayeron también bajo la influencia de las mismas pasiones huamanas). Por otra parte, ¿cómo honrar a aquellos entre quienes reina tal contrariedad de pareceres? Porque Rea, a quien llaman Cibeles los habitantes de las montañas de Frigia, a causa de su querido Atis, puso por ley la mutilación de los órganos viriles; Afrodita, en cambio, se complace en los brazos del matrimonio; Artemisa se da a la hechicería; Apolo, a la medicina. Después de cortada la cabeza de Gorgo, la querida de Poseidón, de la que brotó el caballo Pegaso y Crisaor, Atenea y Asclepio se distribuyeron las gotas de la sangre; éste curaba con ellas, y Atenea, fabricante de la guerra, con la misma sucia sangre asesinaba hombres. Yo creo que los atenienses, no queriéndola deshonrar, atribuyen el fruto de su unión con Hefesto a la tierra, para que no se piense que, como Atalanta por Meleagro, así fue Atenea privada de su hombría por Hefesto. Porque es natural que el lisiado de ambos pies, que fabrica broches y flexibles brazaletes, engatusara con estos mujeriles adornos a la niña huérfana de madre. Poseidón es navegante; Ares se complace en las guerras; Apolo tañe la citara; Dionisio es tirano de los tebanos; Crono, tiranicida; Zeus se une con su propia hija y ésta concibe de su padre. Testimonio me dará ahora Eleusis y la mística serpiente, y Orfeo que grita: “Cierren las puertas a los profanos” (Orphicorum fragmenta, fr. 334; ed. O. Kern, Berlin 1922).
   Aidoneo (= Hades) rapta a Koré y sus hechos se han convertido en misterios. Demetra llora a su hija, y muchos se dejan engañar por los atenienses. En el precinto del hijo de Leto, hay un punto que se llama el Ombligo, y el Ombligo es el sepulcro de Dioniso. Ahora te alabo a tí, oh Dafne, que, después de vencer la lujuria de Apolo, confundiste sus artes adivinatorias, pues al no saber de antemano lo que había de ser de ti, de nada le sirvió su arte. Dígame ahora el Flechador certero (Apolo) qué le hizo Zéfiro a Jacinto. Zéfiro lo venció. En palabras del trágico: “Un soplo de viento es el carro más preciado para los dioses” (Adespoton tragicum 565; Tragicorum Graecorum Fragmenta; ed. A. Nauck, Hildesheim 1964, 2da. ed.). Vencido por un momentáneo soplo de viento, Apolo perdió a su amado.

Somos superiores al destino

9. Tales son los demonios que desafiaron al destino. Su primer principio fue el don de la vida. Porque los que se arrastran por la tierra, los que nadan en las aguas y los que en los montes andan a cuatro patas, con los que ellos pasaron su vida al ser expulsados de la vida del cielo; a todos ésos tuvieron por dignos del honor celestial, parte para hacer creer que viven ellos todavía en el cielo, para justificar como racional, por su colocación en las estrellas, su irracional conducta sobre la tierra. Así, el activo y el perezoso, el continente y el intemperante, el rico y el pobre, todos pertenecen a quienes ordenaron sus nacimientos. Porque la configuración del circulo del Zodíaco es una obra de los dioses; y cuando la luz de uno de ellos está en ascenso, mientras dura, triunfa sobre la mayoría, hasta que el ciclo lleve al que ahora es vencido a vencer de nuevo; pero los que se divierten con ellos son los siete planetas, como quienes juegan a los dados. Pero nosotros somos superiores al destino y, en vez de demonios errantes, hemos conocido a un solo Señor inerrante; no somos conducidos por el destino y hemos rechazado a sus legisladores. Dime, en el nombre de Dios: “¿Triptolemo sembró el trigo, y después de su duelo se convierte Demetra en bienhechora de los atenienses? Entonces, ¿por qué antes de perder a su hija no fue bienhechora de los hombres? En el cielo se puede ver el perro de Erigona, y el escorpión que ayudó a Artemisa, y el centauro Quírón, y la mitad de Argos, y el oso de Calisto. Entonces, ¿cómo estaba el cielo en desorden antes de ser colocados esos cuerpos en sus preordenados puestos? ¿A quién no ha de parecerle ridículo que el Triángulo (es decir, en forma de delta) se haya puesto entre los astros, según unos por la forma de Sicilia y, según otros, por ser la primera letra del nombre de Zeus? ¿Por qué entonces no son también honradas en el cielo Cerdeña y Chipre? ¿Por qué no se han  puesto también entre los astros los monogramas de los hermanos de Zeus, que se repartieron con él los reinos? ¿Cómo, en fin, Cronos, que fue encadenado y expulsado de su reino es constituido administrador del destino? ¿Cómo puede dar reinos el que ya no es rey? Depongan, pues, tanta necedad y no cometan un crimen odiándonos injustamente.

Las metamorfosis de los dioses

10. Se atribuyen a los hombres fabulosas transformaciones; pero entre ustedes se transforman hasta los dioses. Rea se convierte en un árbol y Zeus en serpiente a causa de Perséfone; las hermanas de Faetonte, en álamos, y Leto en una vulgar codorniz, por la que la isla de Delos se llama actualmente Ortigia. Dime: ¿acaso Dios se convierte en un cisne, o toma la forma de águila, o por tener de copero a Ganímedes, se jacta de su pederastia? ¿Por qué dar yo culto a dioses sobornables por regalos y que, si no los reciben, se irritan? Que se queden ellos con su destino: yo no estoy dispuesto a rendir culto a los planetas. ¿Qué es eso de los rizos de Berenice? ¿Dónde estaban las estrellas de su constelación antes de morir ella? ¿Fue el fallecido Antínoo colocado en un santuario en la luna por ser un muchacho hermoso? ¿Quién le subió allá? Seguramente alguno que se reía de los dioses, dijo, con perjurio pagado, que le había visto subir al cielo, como los emperadores, y su historia fue creída; y, por haber hecho dios a un semejante a sí mismo, fue tenido por merecedor de honor y de premio. ¿Con qué derecho han despojado a mi Dios? ¿Por qué deshonran su creación? Sacrificas una oveja y a la misma la adoras. El toro está en el cielo y tú degüellas a su imagen. El Arrodillado (= Hércules) aplasta un monstruo horrible, y, en cambio, se tributa honor al águila que devora a Prometeo, plasmador del género humano. El cisne es exaltado por haber sido adúltero; también son exaltados los Dioscuros, que raptaron a las hijas de Leucipo, que comparten honores en días alternos; aún mejor es Helena, que abandonó a Menelao, el de blonda cabellera (cf. Homero, Odisea 15,133), y siguió a Paris, que usaba una diadema y era rico en oro; justo y sabio fue el que trasladó a esta ex ramera a los campos Elíseos. Incluso la hija de Tíndaro fue inmortalizada, y con razón Eurípides introdujo su muerte, llevada a cabo por Orestes (cf. Eurípides, Orestes 1423; 1633-1637).

El pecado de los hombres

11. ¿Cómo voy a aceptar la doctrina del destino del nacimiento, cuando veo cómo son sus administradores? Yo no deseo ser rey; no quiero ser rico; no busco el mando militar; la fornicación, la aborrezco; no me dedico a la navegación llevado por la codicia; no soy atleta para ser coronado; ni estoy atormentado por la ambición; desprecio la muerte, me pongo por encima de toda enfermedad, no dejo que la tristeza consuma mi alma. Si soy esclavo, soporto la esclavitud; si soy libre, no me enorgullezco de mi buen nacimiento. Veo que el sol es el mismo para todos, una sola también la muerte, sea a través del placer o de la indigencia. El rico siembra, y el pobre participa de la misma cosecha. Mueren los ricos, y el mismo término de la vida tienen los mendigos. El rico ambiciona más y a través de su crédito comercial goza de buena reputación; sin embargo, el humilde pobre, que no desea más que lo que está a su alcance, lleva una vida más tranquila. ¿Para qué rezas si controlas el destino, y pasas la noche en vela llevado de la avaricia? ¿Por qué, por cumplir tu destino, mil veces presa de tus instintos, mil veces te me mueres? Muere al mundo, desechando su locura; vive para Dios (cf. Col 2,20; Rm 6,10), rechazando por medio de su conocimiento tu viejo horóscopo. No fuimos creados para la muerte, sino que morimos por nuestra propia culpa. La libertad nos perdió; esclavos quedamos los que éramos libres; por el pecado fuimos vendidos (cf. Rm 7,14). Nada malo fue hecho por Dios; fuimos nosotros los que produjimos la maldad; pero los que la produjimos, somos también capaces de rechazarla.

Las dos especies de espíritus

12. Conocemos dos especies diferentes de espíritus: uno, que se llama alma, y otro que es superior al alma, por ser imagen y semejanza de Dios. Uno y otro se daban en los primeros hombres, para que fueran parte del mundo material, y al mismo tiempo superiores a él. Esto se explica así: toda la construcción del mundo y la creación entera, deriva de la materia, y ésta misma ha sido producida por Dios; en lo que hay que pensar que, antes de separar los elementos de ella, la materia estaba indefinida e informe; pero, después de la división, quedó ordenada y bella. Es, pues, por división que los cielos derivan de la materia, y lo mismo sus estrellas; y la tierra y todo viviente que sobre ella se produce, tiene la misma constitución, de suerte que es común el origen de todos. Pero, aun siendo ello así [es decir: porque todo ha sido dividido], hay ciertas diferencias en las cosas materiales, de modo que unas son particularmente bellas; otras, aunque son también bellas, quedan por bajo de superiores bellezas. Porque a la manera que el cuerpo es de constitución única y una misma la causa de su existencia y, aun siendo ello así, se dan en él diferencias de honor. Uno es, en efecto, el ojo; otro, la oreja; otro, el ornamento de los cabellos, o la disposición de las entrañas, o la conjunción de la médula, los huesos y los nervios; pero aún siendo una parte diferente de otra, hay armonía entre ellas por una dispensación de concordia; de semejante manera, también el mundo, según el poder del que lo hizo, tiene unos elementos más espléndidos y otros menos, y, por voluntad de su Creador, recibió parte del espíritu material. Esto, en sus pormenores, le será posible entenderlo a quien vanamente no desprecie las divinísimas enseñanzas inspiradas, que fueron según los tiempos consignadas por escrito y han hecho absolutamente gratos a Dios a quienes las estudiaron.
   Igualmente, también los que ustedes mismos llaman demonios, por tener la constitución de la materia y poseer el espíritu que de ella procede, se convirtieron en lujuriosos y codiciosos; pues sólo algunos de ellos se dirigieron a lo más puro, mientras otros escogieron lo inferior de la materia y llevaron conducta conforme a ella. Éstos, hombres de Grecia, son los que ustedes adoran, a pesar de que fueron hechos de materia y fueron hallados muy lejos de toda disciplina. Porque los antedichos, entregados por su locura a la vanagloria y rebeldes, se decidieron a ser salteadores de la divinidad. Pero el Señor del universo permite su soberbia hasta que el mundo, llegado a su término, se disuelva y venga el juez. Entonces, todos los hombres que, a pesar de la rebelión de los demonios, han aspirado al conocimiento del Dios perfecto, recibirán en el día del juicio, a causa de sus mismas luchas, un elogio más perfecto.
   Hay, pues, espíritu en las estrellas, espíritu en los ángeles, espíritu en las plantas y en las aguas, espíritu en los hombres, espíritu en los animales; con todo, siendo uno y el mismo, contiene en sí diferencias. Nosotros decimos esto, no por habladurías, ni por meras razones probables, ni por inteligentes especulaciones o construcciones, sino valiéndonos de discursos de más divino significado, los que quieran aprender, acérquense a toda prisa. Los que no desdeñan ni al escita Anacarsis, tampoco desprecien ahora el ser instruidos por quienes profesan una religión bárbara. Hagan de nuestras creencias siquiera el uso que hacen de la mántica Babilonia; escúchennos a nosotros por lo menos como escuchan a la encina fatídica, sí bien todo eso son invenciones de demonios extraviados; pero las doctrinas de nuestra instrucción están por encima de la comprensión mundana.

La teoría del alma inmortal

13. No es, oh hombres de Grecia, nuestra alma inmortal por sí misma, sino mortal; pero capaz es también de no morir. Muere, en efecto, y se disuelve con el cuerpo, si no conoce la verdad; pero resucita nuevamente con el cuerpo al fin del mundo, para recibir, por castigo, la muerte en la inmortalidad. A la vez, no muere, por más que con el cuerpo se disuelva por un tiempo, si obtuvo el conocimiento de Dios. Porque, de suyo, el alma es tinieblas y no hay luz en ella, y esto indudablemente significa la palabra: “Las tinieblas no comprenden la luz” (Jn 1,5). No es, en efecto, el alma la que salva al espíritu, sino que es preservada por él; y la luz comprendió a las tinieblas en el sentido que el Verbo es la luz de Dios, y el alma ignorante, tinieblas. Por eso, cuando vive sola, se inclina hacia abajo, hacia la materia, muriendo juntamente con la carne; pero formando pareja con el espíritu divino, ya no carece de ayuda y se levanta a las regiones adonde el Espíritu la guía. Porque la morada del Espíritu está en lo alto; pero el origen del alma es de abajo. Ahora bien, originariamente, el espíritu habitaba junto con el alma; mas al no querer seguirle, el espíritu la abandonó; y ella, que conservaba como un destello de su poder, pero que por la separación ya no era capaz de contemplar lo perfecto, y en su búsqueda de Dios, se extravió haciéndose una muchedumbre de dioses, siguiendo a los demonios y sus hostiles maquinaciones. El espíritu de Dios no es dado a todos, sino que sólo mora sólo con algunos que viven justamente y, estrechamente abrazado con el alma, por medio de predicciones, les revela a las demás almas lo que estaba escondido; y las almas que obedecen a la sabiduría, a sí mismas se atraen el espíritu que les es congénito; pero las que no le obedecen, sino que rechazan al que es el siervo del Dios que ha sufrido, claramente se muestran enemigas de Él, en vez de religiosas.

Los demonios deben ser castigados más severamente que los hombres

14. Tales son también ustedes, oh Griegos, pueblo de elegantes palabras, pero de ideas bizarras; pues han llegado a preferir la soberanía de muchos (dioses) en lugar de la de un solo (Dios), y se han acostumbrado a seguir a los demonios como si fueran poderosos. Porque a la manera como los salteadores, por su inhumanidad, suelen con audacia dominar a sus semejantes, así también los demonios, después de sumir sus almas abandonadas en los vicios, las han engañado por medio de ignorancias y fantasías. Cierto que los demonios no mueren fácilmente, exentos como están de carne; pero, viviendo, practican acciones de muerte y tantas veces mueren también ellos cuantas enseñan a pecar a los que les siguen; de modo que en lo que ahora aventajan a los hombres, por no morir de modo semejante a ellos, eso mismo les será más amargo al llegarles la hora del castigo; pues no tendrán parte en la vida eterna, y en lugar de la muerte recibirán como tormento la inmortalidad . Al igual que nosotros, para quienes el morir es ahora tan fácil, recibiremos luego la inmortalidad junto con el goce, o la pena junto con la inmortalidad, así los demonios que abusan de la presente vida para pecar en todo momento, y que durante toda la vida están muriendo, tendrán luego la misma inmortalidad que los hombres que deliberadamente llevaron a cabo cuanto ellos les pusieron por ley el tiempo que vivieron. Y nada digamos de que, entre los hombres que les siguen, se dan menos especies de pecados por razón de que no viven largo tiempo, mientras en los predichos demonios el pecar se prolonga mucho más por lo indefinido de su vida.

Necesidad de la unión con el Espíritu Santo

15. Es preciso, pues, que en adelante busquemos nuevamente aquello que ya tuvimos, pero lo perdimos: unir nuestra alma con el Espíritu Santo y ocuparnos en la unión mandada por Dios. Ahora bien, el alma de los hombres se compone de muchas partes, no de una sola, porque es compuesta, de modo que se manifiesta por medio del cuerpo. Porque ni el alma podría por sí misma aparecer jamás sin el cuerpo, ni resucita tampoco la carne sin el alma. Porque el hombre no es, como enseñan los de la voz de cuervos, animal racional, capaz de inteligencia y ciencia, pues según ellos se demostrará que también los irracionales son capaces de inteligencia y ciencia. Pero sólo el hombre es imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26. 27; Ef 2,21. 22), y llamo hombre no al que cumple acciones semejantes a los animales, sino al que, yendo más allá de su humanidad, llega hasta el mismo Dios. Sobre este punto hemos tratado nosotros mismos más detenidamente en nuestro tratado “Sobre los animales”; lo que ahora nos interesa es qué se entiende por imagen y semejanza de Dios. Ahora bien, lo incomparable no es otra cosa que el ser en sí mismo, y lo que se compara tampoco es otra cosa que el ser semejante. Pues bien, el Dios perfecto está exento de carne; el hombre, empero, es carne; el vínculo de la carne es el alma, pero es la carne la que contiene al alma. Y si semejante estructura es como un templo, Dios quiere habitar en él por medio del Espíritu (cf. 1 Co 3,16; 6,19; 2 Co 6,16), que es su legado; pero si no es tal santuario, el hombre no es superior a las bestias más que por su voz articulada; en lo demás, no siendo imagen de Dios, su vida no se diferencia de la de ellas. Los demonios, en cambio, ninguno tiene ni una partícula de carne, sino que poseen estructura espiritual, como de fuego o de aire. Desde luego, sólo a quienes custodia el espíritu de Dios son visibles los cuerpos de los demonios: a los otros, quiero decir, a los psíquicos (cf. 1 Co 2,14), en modo alguno, pues lo inferior no tiene fuerza para comprender lo superior. Ésta es, desde luego, la razón por qué la sustancia de los demonios no admite lugar a penitencia, pues son reflejos de la materia y de la maldad, y la materia quiso dominar al alma. Conforme a su libre albedrío, los demonios dieron a los hombres leyes de muerte; pero los hombres, después de la perdida de la inmortalidad, con su muerte por la fe, vencieron a la muerte; y, por medio de la penitencia, se les dio una vocación, según la palabra que dice: “Por un poco de tiempo fueron hechos inferiores a los ángeles” (Sal 8,5-6; Hb 2,7. 9). Porque posible es a todo el que ha sido vencido, vencer él a su vez, con tal de rechazar la constitución de la muerte, y cuál sea ésta, fácil es de ver en aquellos hombres que desean la inmortalidad.
(1) Cf. Padres Apostólicos y Apologistas Griegos (S. II). Introducción, notas y versión española por Daniel Ruiz Bueno, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, pp. 1287 ss. (BAC 629); Tatian. Oratio ad Graecos and Fragments. Edited and translated by Molly Whittaker, Oxford, Clarendon Press, 1982 (reimpresión: 2003), pp. 2 ss. Ofrecemos una versión revisada, con el agregado de subtítulos para facilitar la lectura del texto.