OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (31)

Anuntiatio.jpg
Anunciación y Natividad
Último cuarto del siglo XIII
S. Brabant, Países Bajos
Aristón de Pella (mediados del siglo II)

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CPG 1101- Discusión entre Jasón y Papisco

Lo que queda de esta obra son fragmentos dispersos muy exiguos, por lo que no creemos conveniente reproducirlos


Apolinar de Hierápolis (activo entre 160-181?)

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CPG 1103- Sobre la Pascua (fragmentos)

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«Apolinar, el santísimo obispo de Hierápolis en Frigia de Asia, que vivió en un tiempo próximo al de los Apóstoles, enseñó una doctrina muy parecida en su tratado “Sobre la Pascua”. He aquí lo que dijo:

“Hay algunos que por ignorancia aman discutir de esas cuestiones, debiendo padecer un castigo perdonable; porque la ignorancia no acepta acusación, pero recibe con agrado la instrucción. Pretenden que el 14 (del mes de Nisan) el Señor comió el cordero con sus discípulos, y que fue el gran día de la fiesta de los Ázimos que él padeció, exponiendo con detalle que Mateo (cf. Mt 26,17 ss.) se expresa así como ellos lo han comprendido. Sin embargo, su manera de ver es contraria a la Ley, y los Evangelios parecen contradecirse”.

Y también escribió en ese mismo libro:

“El día 14 es la verdadera Pascua del Señor; la gran inmolación en lugar del cordero es el Hijo de Dios; Aquel que fue atado y, sin embargo, ató al fuerte (cf. Mt 12,29; Mc 3,27); que fue juzgado, y es Juez de vivos y muertos (cf. Hch 10,42); el que fue entregado en manos de los pecadores (cf. Mt 26,45) para ser crucificado, (es) el que ha sido exaltado sobre los cuernos del unicornio (cf. Jn 3,14; 8,28; 12,32; Sal 91,11; Dt 33,17; Justino, Dial. 91,1-2); que fue traspasado en su santo costado (cf. Jn 19,34), e hizo brotar del mismo el doble baño de la purificación: el agua y la sangre, la Palabra y el Espíritu; que fue sepultado en el día de la Pascua, con una piedra cerrando el sepulcro (cf. Mt 27,60). Es aquel que…”»(1).


Taciano (+ después de 172)

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1104- Discurso contra los griegos (Oratio ad Graecos)

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TACIANO, DISCURSO CONTRA LOS GRIEGOS(1)

Los griegos reclaman, sin razón, la invención de las artes

1. No se muestren tan hostiles hacia los bárbaros, oh griegos, ni juzguen desfavorablemente sus opiniones. Porque ¿qué institución entre ustedes no tuvo su origen de los bárbaros? Los más famosos entre los telmisios inventaron la adivinación por los sueños; los carios, la precisión por los astros; los vuelos de los pájaros los observaron primero los frigios y los más antiguos de entre los isaurios; los chipriotas hallaron el arte de sacrificar; los babilonios, la astronomía; los persas, la magia; la geometría los egipcios; el conocimiento de las letras los fenicios. Cesen, pues, de llamar invenciones a lo que son puras imitaciones. Porque la poesía y el canto se los enseñó Orfeo, y éste mismo, la iniciación en los misterios; los etruscos, la plástica; los egipcios, con sus tablas de los tiempos, a componer historias. De Marsias y Olimpo tomaron el arte de la flauta, y no obstante ser ambos frigios, con toda su rusticidad, lograron sacar armonía de la flauta de los pastores. Los tirrenos les enseñaron la trompeta; los cíclopes, a labrar metales, y a componer cartas, una mujer que, como dice Helánico, imperó en otro tiempo sobre los persas. Su nombre era Atosa. Depongan, por lo tanto, ese orgullo de ustedes y no echen por delante la elegancia de sus palabras, ustedes que, al alabarse a ustedes mismos, tienen para aplaudirlos a los de su propia casa. El hombre que posee inteligencia debe esperar el testimonio de los demás y concordar con ellos en la emisión de su discurso. Pero es el caso que sólo a ustedes ha acontecido que no coinciden ni en su manera de hablar.
   Porque los dorios no hablan como los atenienses ni los eolios pronuncian como los jonios. Habiendo, pues, tan grande discusión entre ustedes en lo que no debiera haberla, yo me hallo en dudas sobre a quién deba darle el nombre de griego. Y lo más extravagante de todo es que han dado honor a expresiones de origen extranjero y, abusando de voces bárbaras, han convertido su lenguaje en una verdadera mezcla. Por ello hemos renunciado a la sabiduría de ustedes, por más que alguno de nosotros fue en ella muy ilustre. Porque, según el cómico, todo eso son “sarmientos secos, afectación palabrera, escuelas de golondrinas, corrompedores del arte” (Aristófanes, Las ranas, 93,93); y quienes ávidamente lo siguen, no saben sino gritar y graznar como muchos cuervos. Porque la retórica la han compuesto para la injusticia y la calumnia, vendiendo a precio de oro la libertad de sus discursos, y muchas veces lo que de pronto les parece justo, lo presentan luego como no bueno; y la poesía, para cantar las luchas y los amores de los dioses, y la corrupción del alma.

Los vicios y los errores de los filósofos

2. ¿Qué han producido, que merezca respeto, con su filosofía? ¿Quién de entre los que pasan por los más notables estuvo exento de arrogancia? Diógenes, que con la fanfarronada de su tonel ostentaba su independencia, se comió un pulpo crudo y, atacado de un cólico, murió de intemperancia (cf. Luciano de Samosata, El comercio de vidas, 10; Plutarco, Sobre el comer carne, I,6); Aristipo, paseándose con su manto de púrpura, se entregaba a la disolución con apariencias de gravedad; Platón, con toda su filosofía, fue vendido por Dionisio a causa de su glotonería. Y Aristóteles, que puso neciamente límite a la providencia y definió la felicidad por las cosas que él le gustaban, en contra de su deber como preceptor adulaba a Alejandro, olvidando que era sólo un muchacho; y él, mostrando lo bien que había aprendido las lecciones de su maestro, metió en una jaula a un amigo suyo por no haberle querido adorar, llevándolo por todas partes como a un oso o un leopardo. Por lo menos, obedecía muy puntualmente a los preceptos de su maestro, mostrando su valor y su virtud en los banquetes, y atravesando con su lanza al más íntimo y más querido de sus amigos, llorando luego y negándose a tomar alimento por simulación de tristeza, a fin de no atraerse el odio de los suyos (cf. Plutarco, Vida de Alejandro, 51 ss.; Séneca, Sobre la ira, III,17).
   Pudiera también reírme de los que hasta ahora siguen las doctrinas de Aristóteles, quienes, afirmando que las cosas más acá de la luna carecen de providencia, no obstante estar ellos más cercanos a la tierra que la luna y más bajos que el curso de ésta, ellos proveen a lo que la providencia no alcanza; porque los que no tienen belleza, ni riqueza, ni fuerza corporal, ni nobleza de origen, no tienen tampoco, según Aristóteles, felicidad. Pues filosofen en hora buena tales gentes.

Los filósofos hacen el ridículo

3. No puedo aprobar a Heráclito cuando dice: “Yo me enseñaba a mí mismo”, por ser autodidacta y arrogante. Ni le alabaría tampoco de que escondiera su poema en el templo de Artemis, para que luego su edición resultase misteriosa. Por cierto que los que se interesan en estas cuestiones dicen que, bajando allá el poeta trágico Eurípides, leyó el libro y de memoria propagó luego con todo empeño las tinieblas de Heráclito. Ahora bien, lo que puso en evidencia su ignorancia fue la manera como murió; porque, atacado de hidropesía, y tratando la medicina como la filosofía, se envolvió en estiércol de buey y, endurecido éste, le produjo convulsiones en todo su cuerpo y murió de espasmo (cf. Diógenes Laercio, IX,1,4). También debe rechazarse a Zenón, cuando afirma que por medio de la conflagración universal han de resucitar los mismos hombres para las mismas acciones: Anito y Meleto para acusar a Sócrates; Busiris para matar a sus huéspedes, y Heracles (Hércules) para repetir sus trabajos. Por cierto que, en la hipótesis de la conflagración, admite Zenón más malvados que justos, pues sólo hubo un Sócrates y un Heracles y otros por el estilo, porque los malos fueron más numerosos que los buenos. Puesto que, según él, Dios mismo aparecerá como autor del mal al tener que vivir en las alcantarillas, entre gusanos y malhechores. En cuanto a la charlatanería de Empédocles, las erupciones de Sicilia demostraron que, no siendo Dios, mentía diciendo que lo era (cf. Diógenes Laercio, VIII,2,11). Me río también de los cuentos de vieja de un Ferécides y de Pitágoras, que hereda su doctrina, y de cómo Platón, aunque algunos no lo quieran, imita al uno y al otro. Pues, ¿quién aprobaría a la cynogamya (unión cínica) de un Crates y no más bien, rechazando la hinchada charlatanería de sus secuaces, se volverá a buscar lo que es verdaderamente bueno? No se dejen, pues, arrastrar por estas solemnes asambleas de filósofos que no son filósofos, que dogmatizan cosas contradictorias y cada uno dice lo que le viene a la boca. Los choques que entre ellos se dan son muchos, pues el uno aborrece al otro, sentando doctrinas opuestas y, en su arrogancia, aspiran a los puestos más eminentes. Mejor fuera que, no anticipándose a la realeza, no halagaran a los que mandan, sino esperar a que los potentados se acercaran a ellos.

Los cristianos veneran sólo a Dios

4. ¿Por qué tienen empeño, oh griegos, en que, como en una lucha de pugilato, choquen contra nosotros los poderes civiles? Si yo no quiero someterme a las costumbres de ciertas gentes, ¿por qué he de ser aborrecido como el ser más abominable? El emperador manda que se le paguen tributos, y yo estoy dispuesto a pagarlos; mi amo me ordena que le esté sujeto y le sirva, y yo reconozco mi servidumbre. Porque al hombre se le ha de honrar como prójimo (cf. 1 P 2,17); pero temer, sólo hay que temer a Dios, que no es visible por ojos humanos ni por arte alguna comprensible. Sólo si se me manda negar a Dios, no estoy dispuesto a obedecer, sino que moriré antes, para no ser condenado por embustero e ingrato.
   Nuestro Dios no tiene principio en el tiempo, siendo Él solo sin principio y, a par, principio de todo el universo. Dios es Espíritu (cf. Jn 4,24), pero no el que penetra por la materia, sino el Creador de los espíritus materiales, y de las formas de la materia misma; invisible e intangible, Él es padre de las cosas sensibles e invisibles. Por su creación le conocemos, y lo invisible de su poder, por sus criaturas lo comprendemos (cf. Rm 1,20). La obra que por amor mío fue por Él hecha, no la quiero adorar. El sol y la luna fueron hechos por causa nuestra; luego ¿cómo voy a adorar a los que están a mi servicio? ¿Cómo voy a declarar que son dioses la leña y las piedras?
   Porque al mismo espíritu que penetra la materia, siendo como es inferior al Espíritu divino, y asimilado como está a la materia, no se le debe honrar a par del Dios perfecto. Tampoco debemos pretender ganar con regalos al Dios que no tiene nombre; pues el que de nada necesita, no debe ser por nosotros rebajado, cual si fuera un indigente. Quiero exponer con más claridad nuestra doctrina.

Nota

(1) Cf. Padres Apostólicos y Apologistas Griegos (S. II). Introducción, notas y versión española por Daniel Ruiz Bueno, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, pp. 1287 ss. (BAC 629). Ofrecemos una versión revisada, con el agregado de subtítulos para facilitar la lectura del texto.
(1) Seguimos la edición de Othmar Perler en la colección Sources chrétiennes, n. 123, Paris 1966, pp. 244 ss.