OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (27)

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San Juan
1285
Evangeliario
Constantinopla?
SAN JUSTINO, DIÁLOGO CON TRIFÓN (continuación)

La promesa de una descendencia universal fue hecha también a Isaac y a Jacob, de quien Cristo desciende por María. Es a Cristo, por ende, que se aplica la bendición de Judá y el símbolo del martirio de Isaías. La doble descendencia constituida por las naciones y los Judíos convertidos a Cristo

120. [1] Consideren, sin embargo, cómo las mismas promesas se hacen también a Isaac y a Jacob. Con Isaac, en efecto, habla así: “Serán bendecidas en tu descendencia todas las tribus de la tierra” (cf. Gn 26,4). Y con Jacob: “Serán bendecidas en ti todas las tribus de la tierra, y en tu descendencia” (cf. Gn 28,14). Esto ya no se dice ni a Esaú ni a Rubén, ni a otro alguno, sino sólo a aquellos de quienes debía nacer el Cristo, conforme a la economía realizada por intermedio de la virgen María.
   [2] Si examinas la bendición de Judá, verás sin duda lo que digo. Porque la descendencia de Jacob se divide (cf. Gn 28,14) y se prolonga por Judá, Fares, Jesé y David. Todo esto era un símbolo, que algunos de su pueblo se hallarían entre los hijos de Abraham por encontrarse también en la parte de Cristo (cf. Dt 32,9; Za 2,12); otros, en cambio, son hijos, sí, de Abraham, pero semejantes a la arena de la orilla del mar (cf. Gn 22,17), que es estéril y sin fruto (cf. Mt 13,22; Mc 4,19); mucha, ciertamente, e imposible de contar; pero que no produce absolutamente nada, y que sólo bebe el agua del mar. Tal se comprueba en una gran número de los de su raza, que se beben las doctrinas de amargura y de impiedad, y vomitan la palabra de Dios.
   [3] Así está dicho, a propósito de Judá: “No faltará príncipe de Judá ni guía salido de sus muslos, hasta que venga a quien está reservado. Y él mismo será la expectación de las naciones” (cf. Gn 49,10). Es evidente que esto no se dijo de Judá, sino de Cristo; porque nosotros, gentes de todas las naciones, no esperamos a Judá, sino a Jesús, que fue quien también guió a sus padres fuera de Egipto (cf. Ex 13,9). Es hasta la parusía de Cristo, en efecto, lo que significa la profecía que proclama anticipadamente: “Hasta que venga Aquel a quien está reservado, y él mismo será la expectación de las naciones”. [4] Él, pues, ha venido (cf. Gn 49,10), como lo hemos demostrado en muchas ocasiones, y se espera que aparezca de nuevo (cf. Gn 49,10) sobre las nubes (cf. Dn 7,13; Mt 26,64; Mc 14,62)). Jesús, cuyo nombre ustedes profanan y siguen trabajando para que sea profanado por toda la tierra (cf. Ml 1,11-12; Is 52,5).
   Posible me fuera, señores -proseguí-, discutir con ustedes sobre la expresión que interpretan, diciendo que el original es: “Hasta que vengan las cosas que le están reservadas” (cf. Gn 49,10); pero no es así que lo tradujeron los Setenta, sino: “Hasta que venga Aquel a quien está reservado.” [5] Pero como lo que sigue indica que se dijo de Cristo (dice así, en efecto: “Y él mismo será la expectación de las naciones” [cf. Gn 49,10]), no voy a discutir con ustedes por una simple palabra, del mismo modo que tampoco he buscado establecer mi demostración relativa al Cristo sobre Escrituras no reconocidas por ustedes, como los pasajes que les cité, del profeta Jeremías, de Esdras y de David, sino sobre las que hasta ahora ustedes reconocen.
   Si sus maestros las hubieran entendido, sepan bien que las hubieran hecho desaparecer, como ha sucedido con las que narran la muerte de Isaías, a quien ustedes aserraron con una sierra de madera, otro símbolo de Cristo, que ha de cortar en dos partes a su pueblo, y a los que lo merezcan les concederá un reino eterno con los santos patriarcas y profetas (cf. Dn 7,27), y a los demás los enviará al suplicio del fuego inextinguible con los que, procedentes de todas las naciones, son como ellos incrédulos y no se convierten, pues ya Él dijo: [6] “Vendrán de Oriente y de Occidente, y tendrán parte en el festín con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mientras que los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas de fuera” (Mt 8,11; cf. Lc 12,28-29). 
   Y esto se los digo -añadí- porque yo de ninguna otra cosa me preocupo, sino de decir la verdad, y la afirmaré sin temer a nadie, aunque hubiera de ser inmediatamente despedazado por ustedes. Pues no tengo temor de nadie de mi raza, quiero decir, de los samaritanos, ya que me dirigí por escrito al Emperador, para decirle que estaban engañados creyendo en el mago Simón, de su propio pueblo, que afirman ellos ser Dios por encima de todo principado, toda autoridad y toda potestad (cf. Ef 1,21).

La fe universal en Jesús “luz de las naciones” atestigua que Él es el Cristo

121. [1] Como ellos guardaran silencio, proseguí: -(El Verbo) hablando de ese Cristo por intermedio de David, ya no dice que las naciones serán bendecidas en su descendencia, sino en Él (cf. Gn 28,14; 26,4; Sal 71,17).
   He aquí el pasaje: “Su nombre es para la eternidad, se levantará por encima del sol; serán bendecidas en Él todas las naciones” (cf. Sal 71,17). Ahora bien, si en Cristo son bendecidas todas las naciones y nosotros que venimos de todas las naciones creemos en Él; luego Él es el Cristo, y nosotros mismos quienes por su intermedio somos bendecidos.
   [2] Dios, como está escrito, permitió antaño que fuera adorado el sol (cf. Dt 4,19); pero no se ve que nadie estuviera dispuesto a morir por su fe en el sol; en cambio, por el nombre de Cristo, se puede ver cómo personas de todo linaje de hombres lo han soportado y soportan todo antes que renegarle. Porque el Verbo de verdad y de sabiduría (cf. Ef 1,3; Col 1,5; 2 Tm 2,15; St 1,18) es todavía más ardiente y más luminoso que las potencias del sol, y penetra hasta las profundidades del corazón y del espíritu (cf. Hb 4,12?). De ahí que el Verbo dijera: “Por encima del sol se elevará su nombre” (Sal 71,17). Y otra vez: “Oriente es su nombre”, dice Zacarías (cf. Za 6,12). Y el mismo Zacarías, hablando sobre Él, había dicho: “Lo verán tribu por tribu” (cf. Za 12,10. 12; Is 52,10. 15).
   [3] Pues si, en su primera venida, que fue sin honor, sin hermosura, sin apariencia y objeto de desprecio (cf. Is 53,3; Sal 21,7), mostró tanto brilló y tanta fuerza que en ninguna raza de hombres se le desconoce, y han hecho sin reserva penitencia de la antigua mala conducta propia de cada raza, y los mismos demonios se someten a su nombre (cf. Lc 10,17), y a le temen todos los principados y los reinos (cf. Ef 1,21; 3,10; Col 1,16; 2,15) más aún que a todos los muertos, ¿no destruirá absolutamente en su venida gloriosa a todos los que le han odiado (cf. Dt 32,43?; Pr 8,36?) y se han apartado de Él injustamente, y concederá descanso a los suyos, dándoles todo lo que esperan (cf. Gn 49,10)?
   [4] A nosotros, pues, se nos ha concedido escuchar, entender y ser salvados por ese Cristo y aprender a conocer todo lo del Padre (cf. Jn 14,7?). Por eso le decía: “Gran cosa es para ti ser llamado mi servidor, establecer las tribus de Jacob y reunir las dispersas de Israel. Te he puesto por luz de las naciones, para que seas su salvación hasta los confines de la tierra” (Is 49,6).

La “luz de las naciones” no es la Ley, adoptada por los prosélitos, sino el Cristo de quien las naciones son “la herencia”

122. [1] Ustedes piensan que esas palabras se refieren al “geora”(1) y a los prosélitos; pero en realidad fueron dichas de nosotros, los que hemos sido iluminados por intermedio de Jesús (cf. cf. Is 49,6). En otro caso, también por ellos hubiera dado Cristo testimonio (cf. Is 43,10); pero la verdad es que, como él mismo dijo, se hacen doblemente hijos de la Gehena (cf. Mt 23,15). No fueron, pues, dichas para ellos las palabras de los profetas, sino para nosotros, sobre quienes dice también el Verbo: “Llevaré a los ciegos por un camino que no conocían, y andarán por senderos que desconocían. Y yo soy testigo, dice el Señor Dios, con mi servidor a quien escogí” (cf. Is 42,16; 43,10).
   [2] ¿Por quiénes, pues, da Cristo testimonio (cf. Is 43,10)? Evidentemente, por los que han creído (cf. Is 43.10?). Pero los prosélitos no sólo no creen, sino que blasfeman doblemente que ustedes contra su nombre (cf. Mt 23,15; Is 52,5), y quieren matarnos y atormentarnos a los que creemos en Él, como quiera que en todo ponen empeño por asemejarse a ustedes. [3] Otra vez también exclama: “Yo, el Señor, te llamé en justicia, te tomaré de la mano y te fortaleceré, te pondré para alianza del pueblo, para luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para liberar de sus cadenas a los encadenados…” (Is 42,6-7). Todo esto, amigos, está dicho con relación a Cristo y a las naciones que recibieron la luz. ¿O es que otra vez van a decir que se habla de la ley y de los prosélitos, al pronunciar estas palabras?
   [4] Aquí, como si estuvieran el teatro, rompieron a gritos algunos de los que habían llegado el segundo día: -¿Pues qué? ¿No se habla ahí de la ley y de aquellos que por ella fueron iluminados (cf. Is 42,6)? Y éstos son los prosélitos.
   [5] -¡De ninguna manera! -contesté yo, mirando a Trifón-; pues si la ley fuese capaz de iluminar a las naciones (cf. Is 42,6) y a quienes la poseen, ¿qué falta hacía de una nueva alianza (cf. Jr 31.31)? Pero ya que Dios anunció que mandaría una nueva alianza, una ley y ordenamiento eternos (cf. Sal 2,7?), no hemos de entender la antigua ley (cf. 2 Co 3,14?) y sus prosélitos, sino a Cristo y los sus prosélitos, a nosotros los gentiles, a quienes Él ha iluminado, como en algún lugar lo dice: «Así habla el Señor: “En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salvación te socorrí, y te establecí como alianza de las naciones, para fundar el país y tomar por herencia los lugares desiertos”» (Is 49,8).
   [6] Ahora bien, ¿cuál es la herencia de Cristo (cf. Is 49,8)? ¿No son las naciones? ¿Cuál es la alianza de Dios (cf. Is 49,8)? ¿No es Cristo? Como dice en otra parte: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo y te daré las naciones por herencia, y para posesión tuya los confines de la tierra” (Sal 2,7-8).

La interpretación judía de la expresión “luz de las naciones” es absurda. Los cristianos son, por el Cristo, el verdadero Israel

123. [1] Ahora, pues, como todo esto se refiere a Cristo y a las naciones, así han de considerar que se refiere lo anterior (cf. 121). Porque nada necesitan los prosélitos de una alianza nueva, cuando ya está puesta una sola y única ley para todos los circuncisos. Acerca de éstos dice la Escritura: “El geora se añadirá también a ellos, y se agregará a la casa de Jacob” (Is 14,1). El prosélito (cf. Lv 19,34; Ex 12,48) que se hace circuncidar para acercarse al pueblo, es como si fuera un autóctono; pero nosotros, aún cuando hemos merecido ser llamados “pueblo”, somos, sin embargo, una “nación” por no estar circuncidados.
   [2] Por otra parte, es ridículo que ustedes piensen que a los prosélitos se les han abierto los ojos (cf. Is 42,7), y a ustedes no; que ustedes sean llamados ciegos y sordos (cf. Is 42,7. 16. 19), y ellos iluminados (cf. Is 49,6). Y resultará, en fin, el colmo de la ridiculez, si pretenden que la ley fue dada para las naciones, mientras que ustedes no la han ni conocido. [3] Porque entonces temerían la cólera de Dios (cf. Is 42,25; 57,16?), y no serían esos hijos sin ley (cf. Is 57,3), extraviados, avergonzados de oírle decir sin cesar: “Hijos en quienes no hay fe” (cf. Dt 32,20). Y: “¿Quién es el ciego, sino mis hijos; y el sordo, sino quienes los gobiernan? Se hicieron ciegos los servidores de Dios. Ustedes saben, muchas veces, pero no se precavieron; estaban sus oídos abiertos, y no oyeron” (Is 42,19-20).
   [4] ¿Conque les parece bien esta alabanza que viene de Dios? ¿Y de parte de Dios, este testimonio para los servidores (cf. Is 43,10; 42,19)? Por muchas veces que oigan estos mismos reproches, no tienen vergüenza, no se estremecen ante las amenazas de Dios, sino que son un pueblo necio y de corazón endurecido (cf. Jr 5,21). “Por eso, miren que seguiré transfiriendo a este pueblo -dice el Señor- los transportaré, y les quitaré su sabiduría a los sabios y haré desaparecer la inteligencia de los inteligentes” (Is 29,14; cf. 1 Co 1,19). Y con razón, porque no son ni sabios, ni inteligentes, sino ásperos y astutos: “Sabios sólo para obrar el mal” (cf. Jr 4,22); pero incapaces para conocer el oculto designio de Dios y la alianza fiel del Señor (cf. Is 55,3), o hallar los senderos eternos (cf. Jr 6,16).
   [5] Por lo tanto, dice Él: “Suscitaré para Israel y para Judá una descendencia de hombres y una descendencia de bestias” (Jr 31,27). Y por intermedio de Isaías dice sobre el otro Israel: «En aquel día habrá un tercer Israel entre los asirios y los egipcios, bendecido en la tierra que bendijo el Señor Sabaoth diciendo: “Bendito será mi pueblo que está en Egipto y entre los asirios, y mi herencia Israel”» (Is 19,24-25). [6] Pues si Dios bendice a este pueblo (cf. Is 19,25), le llama Israel y proclama que es herencia suya, ¿por qué no se arrepienten de engañarse a ustedes mismos, como si fueran el solo Israel, y de maldecir al pueblo que es bendecido por Dios? Pues cuando hablaba a Jerusalén y a su comarca, dijo también así: “Engendraré sobre ustedes hombres, mi pueblo de Israel. Ellos las heredarán, serán posesión suya y no sucederá ya que estén sin hijos de ellos” (Ez 36,12).
   [7] -¿Cómo -dijo entonces Trifón-, conque ustedes son Israel y de ustedes dice Él todo eso?
   -Si no hubiéramos ya, Trifón, tratado largamente esa cuestión, dudaría si me preguntas eso por no entenderlo; pero como ya quedó demostrada y tú conveniste en ello, no creo que se trate ahora de ignorancia tuya ni que tengas otra vez ganas de querellas, sino que me provocas a que repita la demostración también a éstos.
   [8] Como Trifón me asintiera, guiñándome de los ojos, proseguí: -Nuevamente en Isaías, si al menos para comprender quieren hacer uso de sus oídos (cf. Jr 5,21), hablando Dios sobre el Cristo le llama en parábola Jacob e Israel. Dice así: «Jacob es mi siervo, yo lo sostendré; Israel es mi elegido, yo pondré sobre él mi Espíritu, y él traerá el juicio a las naciones. No discutirá ni gritará, ni oirá nadie su voz en las plazas. No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que humea, sino que por la verdad producirá el juicio; él lo restablecerá, no se cansará hasta que ponga el juicio sobre la tierra. Y en su nombre esperarán las naciones» (Is 42,1-4; cf. Mt 12,18-21).
   [9] Así, pues, como de aquel solo Jacob (cf. Is 42,1), que fue también llamado Israel, toda la raza de ustedes es llamada Jacob e Israel, así nosotros, procediendo de Cristo, que nos ha engendrado para Dios (cf. Ez 36,12), como Jacob, Israel, Judá y David, somos llamados y somos verdaderos hijos de Dios (cf. 1 Jn 3,1-2; Jn 1,12), porque nosotros observamos los preceptos de Cristo.

Los cristianos son “hijos de Dios” e “hijos del Altísimo”

124. [1] Como observé que se alborotaban de mi afirmación, que también somos nosotros hijos de Dios (cf. 1 Jn 3,1-2; Jn 1,12), adelantándome a sus preguntas, dije: -Escuchen, amigos, cómo el Espíritu Santo dice de este pueblo que son todos hijos del Altísimo (Sal 81,6) y que en su asamblea estará presente ese Cristo (cf. Sal 81,1), para hacer justicia a todo linaje de hombres (cf. Sal 81,8).
   [2] He aquí las palabras proferidas por intermedio de David, tal como ustedes las traducen: «Dios se levantó en la asamblea de los dioses, y en medio de los dioses él juzga: “¿Hasta cuándo darán juicios inicuos y favorecerán la causa de los pecadores? Hagan justicia al huérfano y al pobre; al humilde, al indigente, restitúyanle su derecho. Libren al indigente, arranquen al pobre de la mano del pecador”. Ellos no entendieron ni comprendieron, caminan en las tinieblas. Se conmoverán todos los cimientos de la tierra. Yo dije: “Son todos dioses, e hijos del Altísimo; pero ustedes mueren como un hombre, y caen como uno de los jefes”. Levántate, oh Dios, juzga a la tierra, porque tú heredarás en todas las naciones» (Sal 81,1-8).
   [3] Pero en la versión de los Setenta se dice: “Miren, es como los hombres que ustedes mueren, y como uno de los jefes que caen” (Sal 81,7), aludiendo a la desobediencia de los hombres, quiero decir, de Adán y de Eva, y a la caída de uno de los jefes, de aquel que se llama serpiente (cf. Ap 12,9; 20,2?), que cayó con gran caída por haber engañado a Eva (cf. Sal 81,7).
   [4] Sin embargo, no he citado ahora el pasaje por razón de su variante, sino para demostrarles que el Espíritu Santo reprende a los hombres (cf. Sal 81,7), concebidos para ser impasibles e inmortales, como lo es Dios (cf. Sal 81,6), con la condición de observar sus mandamientos, y juzgándoles Él dignos de ser llamados sus hijos (cf. Sal 81,6), son ellos los que, por hacerse semejantes a Adán y Eva, se procuran a sí mismos la muerte (cf. Sal 81,7). Sea la traducción del salmo la que ustedes quieran; aún así queda demostrado que a los hombres se le concede llegar a ser dioses (cf. Sal 81,6), ser llamados todos hijos del Altísimo (cf. Sal 81,6), y que serán juzgados y condenados individualmente, como Adán y Eva. Por lo demás, que a Cristo también se la da el nombre de Dios (cf. Sal 81,1. 8), cosa es que está largamente probada.

Significado del nombre de “Israel”. Por el Cristo-Jacob, los cristianos son el “Israel bendito”

125. [1] Quisiera saber, dije, de boca de ustedes, amigos, cuál es el poder del nombre de Israel. Como todos se callaron, proseguí: -De mi parte, voy a decir lo que sé; porque estimo que no es justo ni callar lo que sé, ni, sospechando que ustedes lo saben, y que por envidia o inexperiencia no quieran decir lo que yo mismo sé, preocuparme siempre, sino al contrario decirlo todo sencillamente y sin ninguna artimaña, como dijo mi Señor: “Salió el sembrador a sembrar la semilla, y una parte cayó en el camino, otra sobre las espinas, otra en terreno pedregoso y otra en tierra buena” (Mt 13,3-8; Lc 8,5-8; cf. Mc 4,3-8). [2] Confiando, pues, que en alguna parte habrá tierra buena, (cf. Mt 13,8. 23; Lc 19,23) hay que hablar. Porque Él, mi Señor, que es fuerte y poderoso (cf. Gn 32,28; Sal 23,8?), reclamará a todos lo que le pertenece (cf. Lc 12,35 ss.; 16,1 ss.), cuando vuelva (cf. Mt 25,27. 31; Lc 19,23), y no condenará a su ecónomo (cf. Lc 16,1. 3. 8), si reconoce que, sabiendo que su Señor es poderoso (cf. Mt 25,24; Lc 19,21. 22) y que reclamaría lo que le pertenece, cuando vuelva (cf. Mt 25,27; Lc 19,23) lo puso en toda clase de bancos, y por ninguna razón lo enterró en el suelo (cf. Mt 25,18).
   [3] Así, pues, el nombre de Israel significa “hombre vencedor de una Potencia”. Porque “Isra” quiere decir “hombre vencedor”, y “el”, “Potencia”. Lo cual fue profetizado que haría Cristo, hecho hombre, por el misterio de la lucha que Jacob sostuvo con aquel que, aparecido ángel porque servía a la voluntad del Padre, era sin embargo Dios en tanto que hijo (cf. Gn 32,28. 30), primogénito del conjunto de las criaturas (cf. Col 1,15; Pr 8,22).
   [4] Porque cuando se hizo hombre, como antes dije (cf. 103,6), se le acercó el diablo, es decir, aquella Potencia que se llama serpiente o Satanás, para tentarle (cf. Mt 4,1 ss.; Lc 4,1 ss.), pugnando por derribarle, pues le exigió que le adorara. Pero fue Él quien le destruyó y derribó, arguyéndole de perverso, pues exigía contra las Escrituras ser adorado como dios, convertido en apóstata de la voluntad de Dios. Él le respondió efectivamente: “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo rendirás culto” (Mt 4,10; Lc 4,8; cf. Dt 6,13). Vencido y confundido se retiró entonces el diablo. [5] Pero como nuestro Cristo había de caer en el entorpecimiento (cf. Gn 32,25), es decir en el sufrimiento y en la percepción del dolor, cuando fue crucificado, también esto lo anunció de antemano por el hecho de tocar el muslo de Jacob y entorpecérselo. Pero el nombre de “Israel” era suyo de antiguo y con él llamó al bienaventurado Jacob, bendiciéndole con su propio nombre y anunciando así que todos los que por Él se refugian en el Padre, son el Israel bendecido (cf. Is 19,24-25).
   Pero ustedes, que nada de esto comprenden ni están preparados para comprenderlo, esperan con seguridad ser salvados por el solo hecho de ser hijos de Jacob según la descendencia de la carne; pero que también en esto se engañan a ustedes mismos, cosa es que tengo ampliamente demostrada.

El Verbo, Hijo de Dios, recibe diversas denominaciones en la Escritura. Es Él quien se manifiesta a Abraham, Jacob y Moisés, siendo evocado en otros pasajes

126. [1] Pero ¿quién es éste que unas veces es llamado ángel del gran consejo (cf. Is 9,6), hombre por intermedio de Ezequiel (cf. Ez 40,3. 4. 5?; Za 6,12; Gn 18,2s.), como hijo del hombre por intermedio de Daniel (cf. Dn 7,13), niño por intermedio de Isaías (cf. Is 7,16), Cristo y Dios digno de ser adorado por intermedio de David (cf. Sal 44,7. 8. 13; 71,11), Cristo y piedra por muchos (cf. Sal 44,7; Dn 2,34), y Sabiduría por intermedio de Salomón (cf. Pr 8), José, Judá y estrella por intermedio de Moisés (cf. Dt 33,16; Gn 49,8s.; Nm 24,17), Oriente por intermedio de Zacarías (cf. Za 6,12), sufriente, Jacob e Israel (cf. Is 53,3-4; 42,1), como así también vara, retoño y piedra angular (cf. Is 11,1; 28,16) por intermedio de Isaías, y también Hijo de Dios (cf. Sal 2,7; 2 S 7,14)? Si lo supieran, ¡oh Trifón!, dije yo, no blasfemarían contra el que ya ha venido, fue engendrado, sufrió, subió al cielo y aparecerá de nuevo: entonces se darán golpes de pecho sus doce tribus (cf. Za 12,12-14). [2] Si hubieran comprendido lo que ha sido dicho por los profetas, no negarían que Él es Dios, hijo del único, ingénito e inefable Dios.
   En algún pasaje del Éxodo dice, en efecto, Moisés: «Habló Dios a Moisés y le dijo: “Yo soy el Señor; yo me aparecí a Abrahán,  a Isaac y a Jacob; yo soy su Dios; pero no les revelé mi nombre, y establecí con ellos mi alianza...”» (Ex 6,2-4) [3] Y otra vez dice así: “Luchaba contra Jacob un hombre” (Gn 32,24. 25); luego afirma también que es Dios, porque Jacob, declara él, exclama: “He visto a Dios cara a cara, y se salvó mi alma” (Gn 32,30). Y escribió asimismo que al lugar en que luchó, se le apareció y le bendijo (cf. Gn 32,20), (Jacob) le llamó “forma visible de Dios” (cf. Gn 32,30). [4] De modo semejante cuenta Moisés que Dios se apareció a Abraham junto a la encina de Mambré, cuando estaba sentado a la puerta de su carpa, al mediodía (Gn 18,1). Después de lo cual añade: “Levantando sus ojos vio que tres hombres estaban de pie delante de él; y habiéndolos visto, corrió a su encuentro...” (Gn 18,2) Poco después uno de ellos le promete a Abraham un hijo: «… ¿Cómo es que se ha echado a reír Sara diciendo: “Conque yo voy a dar a luz? Yo estoy hecha una vieja”. ¿Es que hay cosa imposible para Dios? Para este tiempo, en un año, volveré a ti, y Sara tendrá un hijo. Y se separaron de Abrahán» (Gn 18,13-14). [5] Y nuevamente dice sobre ellos: “Levantándose de allí, los dos hombres miraron hacia Sodoma…” (cf. Gn 18,16). Luego, aquel que era y que es le dice nuevamente a Abrahán: “… Yo no voy a ocultar a mi siervo Abraham lo que voy a hacer” (Gn 18,17).
   Entonces repetí la continuación del relato del Moisés, con mis explicaciones, por las que se demuestra -dije- que aquél que, ante la demanda del Padre y Señor, sirviendo así a su voluntad, se dejó ver por Abraham, Isaac, Jacob y a otros patriarcas, las Escrituras claramente lo llaman Dios.
   [6] Un punto añadí, que no había dicho antes: así también, cuando el pueblo deseó comer carne (cf. Nm 11,4 ss.), y Moisés no cree al que allí también es llamado ángel (cf. Nm 11,21-22), que le anunciaba que Dios se la daría hasta que se hartaran (cf. Ex 16,3. 8?), se pone de manifiesto que fue Él mismo, que era Dios y ángel enviado por el Padre, quien dijo e hizo esas cosas. La Escritura, en efecto, prosigue diciendo: «Dijo el Señor a Moisés: “¿Es que no va a bastar la mano del Señor? Ahora vas a ver si mi Verbo te alcanzará o no”» (Nm 11,23). Y en otro pasaje también dice: «El Señor dijo a Moisés: “No pasarás tú ese Jordán. El Señor tu Dios, que marcha delante de tu rostro, Él aniquilará a las naciones...”» (Dt 31,2-3).

Otros versículos bíblicos se aplican al Verbo, y no al Padre, pues Éste no puede ser visto ni circunscrito

127. [1] Sucede lo mismo para todas las otras expresiones que fueron dichas al Legislador y a los profetas. Creo ya haber suficiente indicado que cuando el Dios a quien me refiero dice: “Subió Dios de junto a Abraham” (Gn 17,22), o: “Habló el Señor a Moisés” (Ex 6,29), y: “Bajó el Señor a ver la torre que habían edificado los hijos de los hombres” (Gn 11,5), o también: “Cerró el Señor el arca de Noé desde fuera” (Gn 7,16), ustedes no creerán que es el Dios ingénito quien sube o baja de ninguna parte.
   [2] Porque el Padre inefable y Señor de todas las cosas ni va a ninguna parte, ni se desplaza, ni duerme ni se levanta, sino que permanece siempre en su propio lugar -dondequiera que éste se halle-, mirando con penetrante mirada, oyendo agudamente, pero no con ojos ni orejas, sino por una potencia inexpresable. Todo lo vigila, todo lo conoce, y nadie de nosotros le está oculto, sin que tenga que moverse Él, que no puede ser circunscrito en ningún lugar, ni siquiera en el mundo entero, y era antes de que el mundo existiera. [3] ¿Cómo, pues, pudo éste hablar a nadie y aparecerse a nadie ni circunscribirse a una porción mínima de tierra, cuando no pudo el pueblo resistir la gloria de su enviado en el Sinaí (cf. Ex 19,21), cuando el mismo Moisés no fue lo suficientemente fuerte para entrar en la carpa, que él había hecho, al estar llena de la gloria que venía de Dios (cf. Ex 40,29); cuando además el sacerdote no pudo mantenerse de pie delante del santuario, cuando Salomón introdujo el arca en la Morada de Jerusalén, que el mismo Salomón había hecho edificar (cf. 1 R 8,11; 2 Cro 5,14)?
   [4] Luego ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni otro alguno de los hombres vio al Padre (cf. Jn 1,18), que es inefable Señor de todas las cosas absolutamente y también de Cristo mismo, sino Aquél que, siguiendo la voluntad del Padre es al mismo tiempo Dios, su hijo, y ángel por estar al servicio de su designio, el mismo que el Padre quiso naciera hombre por medio de la virgen, y que en otro tiempo se hizo fuego para hablar con Moisés desde la zarza (cf. Ex 3,2 ss.). [5] Porque si no entendemos así las Escrituras, habrá que admitir que el Padre y Señor del universo no estaba en el cielo, cuando por intermedio de Moisés se dice: “El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte del Señor desde lo alto del cielo” (Gn 19,24); lo mismo que cuando nos dice por intermedio de David: “Levanten, oh príncipes, sus puertas, levántense, puertas eternas, y entrará el rey de la gloria” (Sal 23,7), y, en fin, cuando dice: «Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”» (Sal 109,1). 

Recuerdo de pasajes anteriormente citados. El Verbo no es una potencia producida por segmentación, sino una persona divina engendrada por la voluntad del Padre, y numéricamente distinto de Él

128. [1] Largamente he demostrado que Cristo, siendo Señor y, desde siempre, Dios Hijo de Dios, se apareció en poder, al principio, como hombre y ángel, también en la gloria del fuego (cf. Ex 3,2s.), como por ejemplo en la zarza, y después en el juicio contra Sodoma (cf. Gn 18-19).
   Retomé, sin embargo, la exposición de todos los pasajes del Éxodo transcritos más arriba, tanto acerca de la visión que tuvo lugar en la zarza, como sobre el nombre de Jesús (cf. Nm 13,16), y proseguí: [2] -No piensen, ustedes, que repito todo esto muchas veces por pura palabrería, sino porque sé que algunos quieren salir al paso de mis explicaciones, diciendo que la potencia venida del Padre de universo, que se aparece a Moisés, a Abraham o a Jacob, es llamada ángel cuando viene a los hombres, porque por medio de ella es anunciado a los hombres lo que viene del Padre; y gloria, porque a veces toma una apariencia que no puede ser circunscrita; otras veces recibe el nombre de varón o ser humano, porque se manifiesta en tales formas, según la voluntad del Padre; y se le llama también Verbo, porque lleva a los hombres lo que el Padre les habla.
   [3] Esta potencia sería inseparable e indivisible del Padre, a la manera -dicen- como la luz del sol sobre la tierra es inseparable e indivisible del sol que está en el cielo. Y como éste, al ponerse, se lleva consigo la luz, así, dicen ellos, cuando el Padre quiere, provoca una proyección de su potencia y, cuando quiere, nuevamente la recoge hacia sí. De este modo enseñan también que crea Él los ángeles.
   [4] Ahora bien, que existen los ángeles, que son seres permanentes y no se resuelven en aquello de que proceden, ya ha sido demostrado (cf. 85,4-6). Como también ha sido ampliamente demostrado (cf. 126,2-5) que esta potencia que el Verbo profético llama juntamente Dios y ángel, no es sólo distinto por el nombre, como la luz del sol, sino numéricamente otra. En lo que precede, también hice una breve exposición (cf. 61,2), y dije que esta potencia es engendrada por el Padre, por poder y voluntad suya, pero no por escisión, como si la sustancia del Padre de dividiera, al modo de todas las otras cosas que una vez que se dividen o se segmentan, no son lo mismo que antes de haber sido fragmentadas. Allí puse este ejemplo: vemos fuegos encendidos por otro fuego, sin que disminuya para nada aquel del que pueden encenderse otros muchos, sino que permanece igual.

Pruebas bíblicas de que el Verbo es numéricamente distinto del Padre, y por Él engendrado desde toda la eternidad

129. [1] Voy ahora a citarles de nuevo las palabras ya citadas en que fundé mi demostración.
   Cuando Él dice: “El Señor hizo llover fuego desde lo alto del cielo, de parte del Señor” desde el cielo” (Gn 19,24), el Verbo profético señala que numéricamente son dos: uno se encuentra sobre la tierra, el que dice haber descendido a ella para ver el clamor de Sodoma (cf. Gn 18,21); otro permanece en el cielo, como Padre y Dios, que es asimismo el Señor del Señor que se encuentra en la tierra, y causa para Él de ser poderoso, Señor y Dios (cf. Gn 32,28).
   [2] Igualmente, cuando el Verbo relata que Dios al principio dijo: “Miren que Adán se ha hecho como uno de nosotros…” (Gn 3,22), ese “como uno de nosotros” es también una evidente indicación de número, y esas palabras no implican un sentido figurado, como pretenden explicar los sofistas, y aquellos que no pueden decir ni comprender la verdad. [3] En la Sabiduría se dice también: «Si les anunció lo que sucede cada día, me acordaré también de enumerarles las cosas de la eternidad. El Señor me estableció principio de sus caminos para sus obras. Antes de la eternidad me cimentó, en el principio, antes de crear la tierra, antes de crear los abismos, antes que fluyeran las fuentes de las aguas, antes que las montañas fuesen formadas: antes que los collados, él me engendró» (Pr 8,21-25).
   [4] Terminada la cita añadí: -Entiendan, oyentes, si es que han prestado atención: el Verbo muestra (así) que este retoño fue engendrado por el Padre absolutamente antes de todas las criaturas (cf. Cf. Pr 8,24-25); ahora bien, todo el mundo convendrá en que lo engendrado es numéricamente distinto del que lo engendra.
(1) Este vocablo es una trascripción de un término arameo, que corresponde al hebreo guèr, y designa al “residente”, es decir, a aquel que se establece en un país que no es el suyo para vivir allí para siempre, o al menos por un largo período (cf. Ex 12,48 y 2,22). Cf. Bobichon, op. cit., vol. II, p. 879 8 (con mayores precisiones y detalles).