OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (246)

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La resurrección de Cristo
Hacia 1490
Gradual
Biblioteca Medicea Laurenziana
Florencia, Italia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO OCTAVO(1)

Capítulo I: Sobre la investigación

   Es necesario buscar para encontrar

1.1. ... Pero tampoco(2) los filósofos más antiguos eran proclives a la discusión y a la duda sistemática. Mucho menos nosotros, que realmente persistimos en la verdadera filosofía (= la sabiduría cristiana), a quienes la Escritura directamente nos exhorta a indagar y buscar para encontrar.

1.2. Porque ciertamente, los filósofos griegos más modernos, por una ostentación vacía, inútiles para investigar y al mismo tiempo (propensos) a la controversia se desvían hacia la charlatanería infructuosa (o: inútil, perjudicial); pero, por el contrario, la filosofía bárbara (= sinónimo de hebreo o cristiano), rechazando toda disputa, ha dicho: “Busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá, pidan y se les dará” (Mt 7,7; cf. Lc 11,9).

1.3. Así, por tanto, cuando el discurso que busca por preguntas y respuestas llama a la puerta de la verdad objetiva (lit.: según lo que se manifiesta) y pasa el obstáculo mediante la búsqueda, tiene lugar la contemplación científica

No se puede encontrar sin buscar

2.1. Pienso yo que a los que llaman de esa manera se les pone de manifiesto lo que buscan, y a los que así piden informaciones según las Escrituras, Dios les concede aquello hacia lo que caminan: el don divino del conocimiento cataléptico (= capaz de comprender) de las cosas mediante una búsqueda realmente lógica (= en conformidad con el Verbo divino) y resplandeciente.

2.2. Porque ciertamente no (se puede) encontrar sin buscar, ni buscar sin tener que investigar; ni tampoco (se puede) examinar si no se explica y despliega mediante preguntas para llevar hacia la certeza (o: evidencia), y tampoco (es posible) que, realizando toda una investigación a fondo, no acabe por recibir en recompensa la comprensión de lo que se busca.

2.3. Pero ciertamente, el hallar es propio de quien busca, pero se busca si previamente uno piensa que no sabe. Así, por tanto, en adelante llevado por el deseo de encontrar lo bueno (o: lo bello) busca con sensatez (o: prudentemente), sin espíritu de disputa; pregunta y responde sin amar ni buscar la gloria, y también examina lo que se [le] dice.

2.4. Porque al hacer las investigaciones hay que retener no sólo lo que se afirma en las divinas Escrituras, sino también las nociones comunes (= las causa primeras, los principios indemostrables), de manera que el hallazgo termine en algo útil.

2.5. Porque otro lugar y reunión son propios de los hombres turbados y para las verborreas de las plazas, pero el amante de la verdad e igualmente amigo pacífico (cf. Mt 5,9) debe estar (relacionado) también con las investigaciones (o: búsquedas), (y) mediante la demostración científica avanzar sin egoísmo y sinceramente hacia la gnosis comprensiva.

Capítulo II: Sobre la investigación y la demostración

   Principios de la investigación

3.1. Ahora bien, ¿qué otro método hay mejor o más claro para el principio de una determinada enseñanza (didaskalía) que proponer un nombre que divulgado en un discurso pueda ser aceptado claramente por todos los que hablan la misma lengua? ¿Acaso el nombre mismo de la demostración, como ciertamente el “blítyri” (= voz que expresa el sonido de la lira), es sólo un sonido carente de significado?

3.2. Y ¿cómo ni el filósofo, ni el rétor (o: el orador), ni siquiera el juez, proponen la demostración como un nombre ininteligible, de modo que ninguno de los contendientes (lit.: los que son juzgados) ignore que su significado es inexistente? Luego los filósofos, unos de una manera y otros de otra, proponen una demostración como que (existe) un fundamento.

3.3. Así, por tanto, si alguien quisiera discurrir correctamente sobre todo lo que se investiga, no deberá dirigir más el discurso a otro principio que el admitido por todos los que son de la misma raza y al significado aceptado unánimente por los de su misma lengua.

3.4. Según eso, es necesario comenzar a investigar a partir de ahí si el tema (lit.: la palabra) ofrece un significado o no; a continuación, pero si no obstante se demuestra que lo tiene, hay que investigar su naturaleza con exactitud, cómo es aproximadamente y si nunca sobrepasa la categoría asignada.

Principios de la investigación (continuación)

4.1. Pero si no basta con sólo decir sencillamente la opinión de lo que se busca -porque también al opositor le estaría permitido alegar lo que quisiera-, por lo menos será necesario tener confianza en lo que se dice; (puesto) que si su resolución (o: juicio) remite a otra cosa igualmente discutida y ésta a su vez a otra igualmente disputada, se incurrirá en un proceso infinito y será incapaz de demostrar; pero si la confianza en algo que no es admitido se remite hacia lo que todos admiten, eso se convierte (lit.: se hace) en el principio de la enseñanza.

4.2. Por lo tanto, cuando se toma cualquier nombre para discutir (o: para proponer), (es) necesario que sea una expresión admitida y clara para los partidarios de la especulación; así será el principio de la enseñanza y conducirá al descubrimiento de lo que se busca.

4.3. En efecto, propóngase como ejemplo el nombre del sol. Ciertamente los estoicos dicen que es “una antorcha intelectual encendida de las aguas del mar” (Seudo Plutarco, Sobre las opiniones de los filósofos [De placitis philosophorum], II,20,890). ¿Acaso la definición no es más oscura que su mismo nombre y necesita otra demostración (para probar) si es verdad? Por lo tanto es mejor decir con una expresión común y clara que el sol es denominado “el más brillante de los astros celestiales” (Platón, Teeteto, 208 D). Porque pienso yo que esta definición es más creíble y clara e igualmente admitida por todos.
(1) Texto griego en: Clemens Alexandrinus. Dritter Band. Stromata Buch VII und VIII. Excerpta ex Theodoto. Eclogae Propheticae. Quis Dives Salvetur. Fragmente, Leipzig, J. C. Hinrichs’sche Buchhandlung, 1909, pp. 80 ss. (Die griechischen christlichen Schriftsteller der ernsten drei Jahrhunderte, 17); y en la Colección Fuentes Patrísticas, n. 17, Madrid, Editorial Ciudad Nueva, 2005, pp. 556 ss. Seguimos fundamentalmente la traducción castellana de esta publicación, con el agregado de subtítulos; pero hemos tomado en cuenta las variantes propuestas en la versión la realizada por Domingo Mayor, sj: Clemente Alejandrino. Stromatéis. Memorias gnósticas de verdadera filosofía, Abadía de Silos, Ed. Abadía de Santo Domingo de Silos, 1994, pp. 639 ss. (Studia Silensia, XVI) [obra aparecida en 1997].
(2) Falta el texto griego de inicio en el manuscrito Laurentianus. También hay que tener en cuenta que el presente texto, aunque viene escrito a continuación del correspondiente al libro séptimo de los Stromata, no se encuentra precedido en el título del nombre del autor, como aparece en el resto de los Stromata (Fuentes Patrísticas, n. 17, p. 557, nota 1; cf. una presentación más amplia en torno este tema en las pp. 31-32).