OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (24)

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Majestas Domini
Cristo en Majestad
Antes de 1236?
Würzburg. Alemania
SAN JUSTINO, DIÁLOGO CON TRIFÓN (continuación)

Moisés mismo dio, en ocasión del combate contra Abimelec, el primer “signo” de la Cruz

90. [1] -Termina de instruir nuestro progreso -dijo Trifón-, según las Escrituras para que podamos convencernos también nosotros. Ya sabemos en efecto, que debía sufrir y ser conducido como una oveja (cf. Is 53,7); lo que tienes que demostrarnos es que tenía también que ser crucificado y morir con una muerte tan deshonrosa e infame, muerte maldecida en la Ley (cf. Dt 21,23; Ga 3,13). Porque la verdad es que nosotros no podemos ni imaginarlo.
   [2] -Ya sabes -le contesté- que cuanto dijeron e hicieron los profetas, como ustedes mismos concedieron, lo revelaron en tipos o parábolas, de modo que la mayor parte de las cosas no pueden ser fácilmente entendidas por todo el mundo, pues escondieron la verdad que hay en aquellos (símbolos), a fin de que se esfuercen quienes buscan encontrarla e instruirse. 
   Ellos contestaron: -Lo concedimos, en efecto.
   [3] -Escúchame, pues, ahora lo que sigue. El hecho es que fue Moisés el primero que con los signos que hizo puso de manifiesto esta supuesta maldición de la cruz.
   -¿A qué signos te refieres?-dijo.
   [4] -Cuando el pueblo -contesté yo- hacía la guerra a Amalec (cf. Ex 17,8 ss.), y el hijo de Navé, a quien se le puso de sobrenombre Jesús, estaba al frente del combate, Moisés por su parte oraba a Dios, extendidas a una y otra parte sus manos. Or y Aarón se las estuvieron sosteniendo todo el día, a fin de que, por cansancio, no se le bajaran. Pues si cedía un poco de esta actitud que imitaba la cruz, como está escrito en los libros de Moisés, el pueblo era vencido; pero mientras permanecía en aquella forma, era Amalec derrotado; por tanto, el más fuerte lo era por la fuerza de la cruz. [5] Porque no llevaba el pueblo ventaja porque Moisés oraba de aquella forma, sino porque, dirigiendo la batalla el nombre de Jesús, Moisés representaba el signo de la cruz. Porque, ¿quién de ustedes no sabe que la oración que mejor aplaca a Dios es la que se hace con gemidos y lágrimas, postrado el cuerpo y dobladas las rodillas?
   Pero del modo en que estaba sobre la piedra (cf. Ex 17,12), ni Moisés oró nunca antes ni nadie después. Por otra parte, la misma piedra, como ya he demostrado (cf. 70,1; 86,3), es un símbolo de Cristo.

Moisés anunció el “misterio” de la Cruz en la bendición de José y por medio del “signo” de la serpiente de bronce

91. [1] Para dar a entender por otro signo la fuerza del misterio de la cruz, dijo Dios por intermedio de Moisés en la bendición dirigida a José: «Es por la bendición del Señor que existe su país, las estaciones del cielo así como los rocíos, los abismos de las fuentes que vienen de abajo, los frutos que da periódicamente, según el curso del sol, las conjunciones de los meses, la cumbre de los montes antiguos, la cima de las colinas, los ríos eternos y los productos de una tierra de abundancia. Que el favor del que se apareció en la zarza venga sobre la cabeza de José y sobre su frente. Glorificado primogénito entre sus hermanos. Su belleza es la del toro; sus cuernos son los cuernos de un unicornio. Con ellos corneará a las naciones juntamente hasta los extremos de la tierra» (Dt 33,13-17).
   [2] Ahora bien, nadie puede decir ni demostrar que “los cuernos del unicornio” (cf. Dt 33,17) correspondan a una realidad u otra figura fuera de aquella del tipo que representa la cruz. En efecto, la pieza de madera única es vertical, y su parte superior se eleva como en cuerno cuando la otra pieza de madera se encuentran ajustada; y sus extremos aparecen a uno y otro lado, como cuernos unidos a ese cuerno único. Además, la estaca que se eleva en medio, sobre la que se apoya el cuerpo del crucificado, también es como un cuerno saliente, y tiene igualmente la apariencia de un cuerno, ensamblado y clavado con los otros cuernos. [3] En cuanto a la expresión: “Con ellos corneará a las naciones juntamente hasta los extremos de la tierra” (Dt 33,17), designa la realidad de lo que ahora se ha cumplido en todas las naciones: golpeados por sus cuernos, es decir, penetrados de remordimiento, los hombres de todas las naciones han abandonado, a causa de este misterio, sus vanos ídolos y demonios, para convertirse a la piedad. En cambio, a los incrédulos, la misma figura se manifiesta como signo de ruina y condenación; igualmente cuando el pueblo salía de Egipto, por el tipo que formaban la extensión de las manos de Moisés (cf. Ex 17,8 ss.) y por el nombre de Jesús dado al hijo de Navé, Amalec era derrotado e Israel vencía.
   [4] También en el tipo y el signo opuesto a las serpientes que mordieron a Israel (cf. Nm 21,6-9), puede descubrirse la institución de la ofrenda destinada para salvación de los que creen (cf. Jn 3,15. 16) que, por Aquel que había de ser crucificado, la muerte estaba -era proclamado- desde entonces reservada a la serpiente y la salvación a los que, mordidos por ella, se refugian en Aquel que mandó a su Hijo crucificado al mundo (cf. Jn 3,16). Porque no pretendía el Espíritu profético enseñarnos por intermedio de Moisés a poner nuestra fe en una serpiente, siendo así que nos pone de manifiesto cómo fue maldecida por Dios desde el principio (cf. Gn 3,14), y en Isaías nos da a entender que será matada como un enemigo, por la gran espada (cf. Is 27,1), que es el Cristo.

Las Escrituras parecen contradictorias sólo a quienes no han recibido la gracia de comprenderlas

92. [1] Si alguno, pues, no ha recibido de Dios grande gracia para entender los dichos y hechos de los profetas, de nada le servirá querer repetir sus expresiones o sus actos, si no sabe también dar razón de ellos. Antes bien, ¿no parecerán al vulgo despreciables, si son repetidos por gente que no los entiende?
   [2] Supongamos que se les planteara la cuestión por qué, habiendo sido gratos a Dios un Enoc, un Noé con sus hijos (cf. Gn 5,22. 24; 6,8) y demás a éstos semejantes, sin haber sido circuncidados ni celebrado los sábados; por qué habría Dios de exigir después de tantas generaciones que los hombres se justifiquen por otros dirigentes y otra legislación, desde Abraham a Moisés por la circuncisión; desde Moisés, por la circuncisión y los otros preceptos, a saber: los sábados, los sacrificios, las cenizas y ofrendas. La única respuesta que tienen será demostrar, como anteriormente hice yo, que Dios, que conoce el futuro por adelantado, sabía que el pueblo de ustedes merecería ser expulsado de Jerusalén y que a nadie se le permitiría volver entrar en ella. [3] Porque ustedes no tienen ningún otro signo distintivo, como ya lo dije (cf. 16,2), que la circuncisión según la carne Y ni siquiera a Abraham le fue por Dios dado testimonio de ser justo por motivo de la circuncisión, sino por la fe; pues antes de ser circuncidado se dijo de él: “Creyó a Dios Abraham y se le tuvo en cuenta para su justificación” (Gn 15,6; cf. Ga 3,6; Rm 4,3).
   [4] También nosotros, pues, que en la incircuncisión de nuestra carne creemos en Dios por el Cristo, y poseemos una circuncisión cuya adquisición es benéfica para nosotros, es decir, la del corazón, esperamos aparecer justos y agradables a Dios, porque ya hemos recibido el testimonio suyo por las Escrituras proféticas. Los mandamientos, empero, que recibieron de celebrar el sábado y presentar ofrendas, y que el Señor se dignara que un lugar fuese elegido para invocar el nombre de Dios, todo se dirigía, como ha sido dicho, a evitar que, cayendo en la idolatría y olvidándose de Dios, se hicieran impíos y ateos, como se han mostrado siempre. [5] Por esta causa Dios les dio los mandamientos sobre los sábados y las ofrendas, lo que ya quedó por mí demostrado anteriormente; sin embargo, en gracia de los que han venido hoy, quiero repetir casi todas las razones.
   En efecto, si no fuera así, se podría acusar falsamente a Dios de no tener previsión, de no enseñar siempre y a todos a conocer y practicar las mismas normas de justicia -y a fe que hubo muchas generaciones de hombres antes de Moisés-, y quedaría entonces abolida la Palabra que dice: “Verdadero y justo es Dios, todos sus caminos son de rectitud, y no hay en Él injusticia” (Dt 32,4; cf. Sal 91,16). [6] Pero como esa Palabra es verdadera, también quiere Dios que ustedes no sean siempre insensatos y amadores de ustedes mismos, sino que se salven unidos al Cristo, el que agradó a Dios y fue por Él atestiguado, como antes dije (cf. 63,5), fundando mi demostración sobre las santas palabras proféticas.

Dios enseña en todo tiempo una misma justicia a todos los hombres. Ella está comprendida en dos preceptos de Cristo que los Judíos no respetan

93. [1] Dios procura a todo el género humano lo que es eterna y absolutamente justo, lo que es enteramente justo (cf. Mt 3,15), y así todo el mundo reconoce que son malos el adulterio, la fornicación, el asesinato y cosas semejantes; y aún cuando todos cometan esos crímenes, por lo menos, cuando los están cometiendo, no pueden menos de reconocer que están haciendo una injusticia, si se exceptúa a quienes llenos de un espíritu impuro, corrompidos por su educación, costumbres depravadas y leyes perversas, han perdido las nociones naturales o, más bien, las han apagado y las mantienen reducidas al silencio.
   [2] La prueba está que en tales hombres no quieren sufrir lo mismo que ellos hacen a los demás y, con toda su mala conciencia, se reprochan unos a otros lo mismo que cada uno hace. De ahí que a mí me parece haber dicho bien nuestro Señor y Salvador Jesucristo que “toda la justicia y la piedad se resumen en dos mandamientos” (cf. Mt 3,15; 22,40), que son: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu fuerza, y a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Mt 22,37-39; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Dt 6,5). Porque el que ama a Dios de todo corazón y con toda su fuerza, lleno como está de religioso sentimiento, a ningún otro Dios honrará; y aquel a quien sin duda honrará, según la voluntad de Dios, es aquel ángel que es amado por el Señor y Dios mismo. Y el que ama a su prójimo como a sí mismo, querrá para él los mismos bienes que para sí mismo quiere, pues nadie va a querer para sí mismo males. [3] Así, pues, el que ama a su prójimo (cf. Mt 22,37-39; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Dt 6,5), pedirá en su oración y hará para su prójimo lo mismo que para sí mismo. Ahora bien, el prójimo del hombre no es otro que el animal sometido a sus mismos afectos y dotado de razón: el hombre. Dividida, pues, en dos partes la entera justicia (cf. Mt 3,15), con relación a Dios y con relación a los hombres, todo aquel -dice el Verbo- “que ama al Señor de todo corazón y con toda su fuerza, y a su prójimo como a sí mismo”, será verdaderamente justo.
   [4] Ustedes, empero, respecto de Dios, como de los profetas o de ustedes mismos, jamás han demostrado tener amor o afecto; al contrario, como está demostrado, en todas partes han sido reconocidos como idólatras y asesinos de los justos, hasta el extremo de poner sus manos hasta sobre el mismo Cristo (cf. Mt 26,50; Mc 14,46). E incluso ahora se obstinan en su maldad, maldiciendo a los que demuestran que ese mismo que ustedes crucificaron es el Cristo. Además, creen que tienen el deber de demostrar que si Él corrió esa suerte, es porque era enemigo de Dios y maldito, cuando fue una obra de la suma insensatez de ustedes. [5] Porque, teniendo motivos por los signos hechos por Moisés para comprender que Él es el Cristo, se niegan a hacerlo; antes bien, creyendo poder reducirnos al silencio, nos ponen las cuestiones que les vienen a su espíritu, cuando son ustedes mismos los que se quedan sin palabra cuando son confrontados por un cristiano tenaz.

La serpiente de bronce prescrita por Dios a Moisés no contradice la prohibición de las imágenes

94. [1] Díganme: ¿No fue Dios, en efecto, quien mandó por medio de Moisés que no se hiciera absolutamente ninguna imagen ni representación de las cosas que están en lo alto del cielo ni de aquellas que están sobre la tierra (cf. Ex 20,4)? Sin embargo, Él mismo en el desierto hizo fabricar a Moisés la serpiente de bronce y la hizo levantar sobre un signo, por el que se curaban los que habían sido mordidos por las serpientes (cf. Nm 21,6-9). Y no vamos a decir que sea Dios culpable de injusticia. [2] Es que, como ya he dicho (cf. 91,4), con esto anunciaba Dios un misterio, por el que había de destruir el poder de la serpiente, que fue autora de la transgresión de Adán; y a la vez, la salvación para quienes creen en aquel que por este signo (cf. Jn 3,15), es decir la Cruz, debía morir de las mordeduras de la serpiente, que son las malas acciones, las idolatrías y las demás injusticias. [3] Porque si no se entiende así, explíquenme ustedes por qué Moisés levantó la serpiente de bronce sobre un signo (cf. Nm 21,9) y mandó que a ella miraran los mordidos, y éstos se curaban. Y esto después que él mismo había mandado no fabricar ninguna representación (cf. Ex 20,4).
   [4] Entonces, el segundo de los que habían venido el segundo día, dijo: -Has dicho la verdad, pues no tenemos explicación que dar. En efecto, yo mismo he preguntado muchas veces a nuestros maestros sobre ello, y ninguno me ha respondido. Sigue, pues, con lo que dices, pues nosotros te escuchamos atentamente revelar el misterio, puesto que hasta las enseñanzas de los profetas pueden ser desacreditadas.
   [5] Yo proseguí: -A la manera que Dios mandó hacer un signo por medio de la serpiente de bronce (cf. Nm 21,9) y no tiene culpa en ello, así, en la Ley, hay una maldición contra los crucificados (cf. Dt 21,23); pero esa maldición no cae sobre el Cristo de Dios, porque Él salva a cuantos han hecho obras dignas de maldición.

La “maldición” de la Cruz salva a aquellos que están maldecidos, es decir, a toda la humanidad, porque es “maldito” quien no respeta el conjunto de la Ley

95. [1] En realidad, todo el género humano se verá que está bajo el golpe de la maldición (cf. Ga 3,10), definida según la ley de Moisés: “Es llamado maldito todo el que no persevere en el cumplimiento de todo lo que está escrito en el Libro de la Ley” (Dt 27,26; cf. Ga 3,10).
   Ahora bien, nadie la cumplió exactamente, ni ustedes mismos se atreven a contradecirlo. Unos guardaron más, otros menos, sus mandamientos. Y si los que están bajo esta Ley es parecen caer bajo el golpe de la maldición, por no haberla observado enteramente, ¿cuánto más no la llevarán todas las naciones entregadas a la idolatría, a la corrupción de los niños y demás males que practican? [2] Si, pues, fue voluntad del Padre del universo que su Cristo cargara, por los que son de todas las razas de los hombres, con las maldiciones de todos, sabiendo que le había de resucitar después de su crucifixión y muerte, ¿por qué ustedes hablan, como de un maldito (cf. Dt 21,23), de aquel que aceptó esos sufrimientos según la voluntad de su Padre? Más les valiera llorar sobre ustedes mismos. Porque si bien es cierto que fue su Padre mismo quien hizo que soportara todos esos sufrimientos por el género humano, ciertamente ustedes no sirvieron al designio de Dios procediendo como lo hicieron, lo mismo que al matar a los profetas (cf. Is 57,1) no hicieron una obra de piedad.
   [3] Y que nadie de ustedes diga: “Si el Padre quiso que Cristo sufriera, a fin de que por sus llagas venga la curación al género humano (cf. Is 53,5), nosotros ningún pecado cometimos”. Porque si eso dijeran arrepintiéndose de sus pecados, reconociendo que Él es el Cristo y observando sus preceptos, se les perdonarían sus pecados, como ya anteriormente dije (cf. 44,4); [4] pero si, por el contrario, le maldicen a Él y a los que creen en Él, y a éstos, apenas tienen poder para ello, les quitan la vida, ¿cómo no se les pedirá cuentas por haber puesto sus manos sobre Él (cf. Mt 26,50; Mc 14,46), como a hombres injustos, pecadores y que llevan al extremo su dureza de corazón e insensatez?

Es por los Judíos, no por Dios, que son “maldecidos” Cristo y los cristianos

96. [1] La verdad es que lo que se dice en la ley: “Maldito todo el que está colgado de un madero” (cf. Ga 3,13; Dt 21,23), más bien fortifica nuestra fe adherida al Cristo crucificado, pues este crucificado no es maldecido por Dios, sino que Dios predijo lo que habían de hacer ustedes y todos sus semejantes, por ignorar que Él es quien existe antes de todo (cf. Col 1,15), y debía devenir sacerdote eterno (cf. Sal 109,4) de Dios, Rey y Cristo
   [2] Esto ustedes pueden ver que así sucede con sus propios ojos. Porque ustedes maldicen en sus sinagogas a aquellos que siguiéndole se han hecho cristianos; y las demás naciones ponen por obra la maldición, haciendo desaparecer a quienes no tienen temor de confesarse cristianos. Pero nosotros les decimos a todos: “Son hermanos nuestros (cf. Is 66,5); reconozcan más bien la verdad de Dios”. Y si ni los gentiles ni ustedes nos hacen caso, sino que se empeñan en que neguemos el nombre de Cristo, nosotros preferimos antes soportar el ser sometidos a la muerte, porque estamos seguros que Dios nos dará como retribución todos los bienes que nos ha prometido por Cristo. [3] Además de todo eso, oramos por ustedes, a fin de que alcancen misericordia de Cristo, pues Él nos enseñó a rogar por nuestros enemigos (cf. Mt 5,44; Lc 6,27-28), diciendo: “Sean bondadosos y compasivos, como su Padre celestial” (cf. Lc 6,36, Ef 4,32). En efecto, vemos cuán bondadoso y compasivo es el Dios todopoderoso, porque hace salir su sol sobre ingratos y justos, y hace llover sobre santos y malvados (cf. Mt 5,45; Lc 6,35). A todos nos enseñó también que había Él de juzgar.

Otras profecías de la Cruz, tomadas de los Salmos y de Isaías

97. [1] Tampoco fue por azar que Moisés el profeta, permaneciera hasta la tarde, en esa actitud, cuando Or y Aarón le sostenían los brazos (cf. Ex 17,2), puesto que también el Señor permaneció sobre el madero (de la cruz) casi hasta el atardecer (cf. Mt 27,57; Mc 15,42; Dt 21,23); y hacia el atardecer le sepultaron, para resucitar el tercer día (cf. Mt 27,60; Mc 15,46; Lc 23,53).
   Lo cual fue así expresado por David: “Con mi voz grité al Señor y me escuchó desde su montaña santa. Yo me acosté y me dormí; me desperté, porque el Señor me protegió” (Sal 3,5-6). [2] Igualmente por intermedio de Isaías he aquí lo que dijo acerca del modo como había de morir: “Extendí mis manos a un pueblo que no cree y que contradice, a los que andan por camino no bueno” (Is 65,2). El mismo Isaías habla de su futura resurrección: “Su sepultura será quitada de en medio (de los hombres) [Is 57,2]; y también: “Libraré los ricos a cambio de su muerte” (Is 53,9). [3] En otros pasajes, en el Salmo veintiuno, también David habla de la pasión y de la cruz en una misteriosa parábola: “Traspasaron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos. Ellos me consideraron y contemplaron. Dividieron entre sí mis vestidos y sobre mi vestidura echaron suertes” (Sal 21,17-19). En efecto, cuando le crucificaron, al clavarle los clavos, le traspasaron las manos y los pies (cf. Jn 20,25), y los mismos que le crucificaron se repartieron sus vestiduras, echando cada uno los dados sobre lo que había querido escoger (cf. Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,24).
   [4] También de este salmo dicen que no se aplica a Cristo, pues están en todo ciegos y no comprenden que a ninguno en su pueblo que llevara jamás nombre de rey-Cristo se le traspasaron en vida las manos y los pies (cf. Sal 21,17), ni murió por este misterio, es decir, del de la crucifixión, sino sólo este nuestro Jesús.

El Salmo 21, profecía de la Pasión

98. [1] Voy a citarles el salmo entero, para que escuchen su piedad para con el Padre y cómo a Él lo refiere todo, pidiéndole le salve de la muerte, a par que manifiesta en el salmo quiénes eran los que se complotaban contra Él, y demuestra que era verdaderamente hombre capaz de sufrimientos.
   [2] El salmo es éste: «¡Oh Dios, Dios mío, atiéndeme! ¿Por qué me has abandonado? Lejos de mi salvación, las palabras de mis faltas. Dios mío, gritaré durante el día a ti, y tú no me escucharás; también por la noche, y no es por ignorancia de mi parte. Pero tú habitas en tu santuario, ¡oh alabanza de Israel! En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los libraste. A ti clamaron y fueron salvados; en ti esperaron y no fueron humillados. [3] Pero yo soy un gusano y no un hombre; vergüenza de los hombres y desecho para el pueblo. Todos los que me contemplaban, se mofaron de mí, murmuraron con sus labios y movieron la cabeza: “Esperó en el Señor, que Él le libre, que Él le salve si tanto le quiere”. Sí, tú eres el que me arrancaste del vientre materno, mi esperanza desde los pechos de mi madre; hacia ti fuí arrojado desde el seno materno. Desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios. No te apartes de mí, porque la tribulación está cerca, y no hay quien me ayude. [4] Me han rodeado muchos novillos, toros gordos me han cercado. Abrieron contra mí su boca, como león que descuartiza y ruge. Como el agua se derraman y se dislocan todos mis huesos. Mi corazón se convirtió en cera que se derrite en medio de mis entrañas. Mi fuerza se secó como una teja, mi lengua se pegó a mi paladar, y tú me tiraste en el polvo de la muerte. Porque me rodearon numerosos perros, una banda de malvados me cercaron. Traspasaron mis manos y mis pies, y contaron todos mis huesos. Ellos me consideraron y contemplaron. [5] Se repartieron mis vestidos y sobre mi vestidura echaron suertes. Pero tú, Señor, no alejes tu ayuda de mí. Considera mi prueba. Libra de la espada a mi alma y de la pata del perro a mi unigénita. Sálvame de las fauces del león y de los cuernos de los unicornios mi abajamiento. Yo contaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te cantaré. Los que temen al Señor, alábenle; toda la descendencia de Jacob, glorifíquenle. Témalo toda la descendencia de Israel» (Sal 21,2-24). 

Salmo 21,2-3: la Pasión asumida

99. [1] Dicho esto, añadí: -Voy, pues, a demostrarles que este salmo entero fue dicho en relación a Cristo, para lo cual retomaré la exposición.
Su inicio: “¡Oh Dios, Dios mío, atiéndeme! ¿Por qué me has abandonado?” (Sal 21,2), anunciaba antiguamente lo que había de decirse en tiempos de Cristo. Porque sobre la cruz, Él exclamó: “Oh Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (cf. Mt 27,46; Mc 15,34).
   [2] Y las palabras siguientes: “Lejos de mi salvación, las palabras de mis faltas. Dios mío, gritaré durante el día a ti, y tú no me escucharás; también por la noche, y no es por ignorancia de mi parte” (Sal 21,2-3), se dicen de acuerdo a lo que Él debía hacer. Porque el día en que iba a ser crucificado, tomando consigo a tres de sus discípulos, se dirigió al monte llamado de los Olivos, situado frente al templo de Jerusalén, y allí oró, diciendo: “Padre, si es posible, que pase lejos de mí esta copa” (Mt 26,39; cf. Mc 14,36; Lc 22,42). Después, prosiguiendo su oración: “No como yo quiera, sino como tú quieras” (Mt 26,39; cf. Mc 14,36; Lc 22,42), con lo que ponía de manifiesto ser verdaderamente hombre expuesto al sufrimiento. [3] Pero para que nadie objetara: ¿Es que ignoraba que tenía que padecer?, se añade inmediatamente en el salmo: “Y no es por ignorancia de mi parte” (Sal 21,3). A la manera que tampoco Dios ignoraba nada al preguntarle a Adán dónde estaba (cf. Gn 3,9) y a Caín por el paradero de Abel (cf. Gn 4,9), sino que quería reprochar a cada uno de lo que era, y que para nosotros llegara por escrito el conocimiento de todo; así también Jesús dio a entender que no obraba por propia ignorancia, sino aquella de quienes pensaban que Él no era el Cristo, presumían que moriría y que, como un hombre cualquiera, permanecería en el Hades.