OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (237)

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Crucifijo
Siglo XVII
Douai, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SÉPTIMO

Capítulo XI: Sobre las virtudes del gnóstico

   El gnóstico se deleita haciendo la voluntad de Dios

60.1. Ciertamente, [el gnóstico] participa verdadera y generosamente de todo, puesto que ha entendido (lit.: dejado lugar a) la enseñanza divina (cf. Mt 19,11). Así, por tanto, comenzando a admirar la creación, que espontáneamente lleva consigo la prueba de ser capaz de recibir la gnosis, deviene un animoso discípulo del Señor, pero tan pronto como escucha que hay Dios y providencia cree a partir de lo que admira.

60.2. Tomando, por tanto, impulso de ahí, de todas las formas contribuye para el aprendizaje, haciendo todo aquello que puede para alcanzar la gnosis con su deseo -y el deseo respecto al progreso de la fe se consolida (o: se templa) juntamente unido a la investigación-; y esto es devenir digno de tan grande e importante contemplación.

60.3. Asimismo, el gnóstico gustará de la voluntad de Dios (cf. Sal 33 [34],9; 1 P 2,3); pero no con los oídos, sino que ofrece el alma a los hechos revelados (o: manifestados) con palabras.

60.4. Por tanto, al recibir las esencias y las existencias mismas por medio de las palabras, naturalmente también conduce el alma a lo que conviene, entendiendo especialmente el “no cometerás adulterio, no matarás” (Ex 20,14. 13; Mt 5,27. 21), como se ha dicho para el gnóstico, no como es interpretado por los demás.

El gnóstico confía en la Providencia divina

61.1. Progresa, por tanto, ejercitándose sabiamente en la contemplación, para combatir con lo dicho de forma más universal y sublime. Sabiendo muy bien que, según el profeta, “el que enseña la gnosis al hombre es el Señor” (Sal 93 [94],10-11); Señor que actúa por medio de una boca humana. Por esto también asumió una carne.

61.2. Con razón no elige jamás el placer (o: lo agradable) en lugar de lo útil, ni siquiera aunque una mujer en la flor de la edad extorsionada (o: incitada) a manera de meretriz lo anticipe en alguna circunstancia (cf. Ex 20,14). Tampoco la mujer del soberano sedujo a José para se apartara de la dirección (correcta), sino que se despojó de la túnica que ella retenía a la fuerza (cf. Gn 39,12), quedando ciertamente desnudo de pecado y revestido con la honestidad del carácter.

61.3. Porque también si a José no le veían los ojos del soberano, digo el egipcio, sin embargo le observaban (o: vigilaban) los del Todopoderoso.

61.4. Porque nosotros oímos la voz y miramos (o: contemplamos) los cuerpos, pero Dios examina la realidad de la que procede el emitir el sonido y el ver (cf. 1 S 16,7; 1 Cro 28,9; 29,17; Jr 17,9-10; Sal 7,10).

61.5. En consecuencia, aunque al gnóstico le sobrevenga una enfermedad o algo desagradable e incluso lo más temible, como es la muerte, permanece imperturbable (o: impasible, átreptos) en el alma, porque sabe que todo eso es una necesidad de la creación, pero también así, por poder de Dios, devienen “medicina salvadora” (Eurípides, Fenicias, 893), beneficiando por medio de la educación a los que son más duros de cambiar (o: reformar), porque está repartido según la apreciación de la providencia realmente buena.

El gnóstico se esfuerza por ser bueno y coherente

62.1. Sirviéndose de las criaturas, cuando la razón lo exige y hasta (donde) lo pide, dando gracias al Creador, [el gnóstico] se presenta como señor (del modo) de gozar.

62.2. No guarda jamás rencor, ni se enfada con nadie, aunque encuentre a alguien merecedor de odio por las cosas que hace.

62.3. Porque adora al Creador, pero (también) ama al que participa de su vida, apiadándose y rogando por éste a causa de su ignorancia.

62.4. Y sufre con el cuerpo, puesto que está ligado por naturaleza al sufrimiento, pero no está afectado desde el principio por el sufrimiento.

62.5. En todo caso, en las circunstancias involuntarias se levanta a sí mismo de las aflicciones hacia su estado propio, no dejándose arrastrar con lo que es extraño a él, sino que condesciende (o: acompaña) a sus necesidades sólo hasta donde el alma puede quedar incólume (lit.: guardada, vigilada).

62.6. Porque no quiere ser fiel sólo en la reputación ni tampoco en la opinión (o: apariencia), sino en gnosis y verdad, es decir, con una sólida acción y con una palabra también eficaz.

62.7. Por eso no sólo elogia las cosas buenas, sino que él mismo se esfuerza también en ser bueno, pasando por el amor de ser “siervo bueno y fiel” (Mt 25,23) a (ser) “amigo” (Jn 15,15), mediante la perfección de la forma de ser que ha adquirido con pureza por la adquisición de la verdad y con mucho ascesis (o: ejercicio).

El gnóstico tiende hacia la cima de la gnosis

63.1. Así, entonces, como [el gnóstico] se esfuerza por alcanzar la cima de la gnosis, es mesurado en la forma de ser, sosegado (o: contenido) en el comportamiento, siendo superior en todas las prerrogativas características del verdadero gnóstico, y volviendo la mirada a los ejemplos hermosos: a los muchos patriarcas que han vivido de manera recta antes de él y a los muy abundantes profetas y a los infinitos ángeles, según el cálculo de nuestros números, y por encima de todos al Señor que le ha enseñado y facilitado el logro de poseer esa excelsa vida; por eso, no ama todos los bienes que el mundo ofrece, para no permanecer apegado a la tierra, sino a los bienes que se esperan, o mejor, a los ya conocidos, pero que se esperan conforme son comprendidos.

63.2. De esta manera, no (soporta) los sufrimientos, los tormentos y las tribulaciones, como hacen los valientes (celebrados) por los filósofos, con la esperanza de que cesen los dolores presentes y participar nuevamente de los placeres; pero la gnosis ha engendrado en él la más firme persuasión de la recuperación de los bienes futuros. Por eso no sólo desdeña los castigos de aquí, sino también todos los placeres.

63.3. Se dice que el bienaventurado Pedro, viendo que su propia mujer (cf. Mt 8,14; 1 Co 9,5) era conducida a la muerte, se alegró por la merced de la llamada y del regreso a la casa [del cielo], y llamándola por su nombre le dirigió estas palabras llenas de coraje (lit.: exhortación) y consuelo: “¡Acuérdate, querida, del Señor!” (cita desconocida; cf. Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, III,30,2).

El gnóstico posee un alma vigorosa

64.1. Este era el matrimonio de aquellos bienaventurados y la perfecta disposición hasta de los más amigos.

64.2. En este sentido, también el Apóstol dice: “El casado (esté) como si no estuviera casado” (1 Co 7,29). Exige que el matrimonio esté libre de pasiones y “no se aparte” (1 Co 7,35) del amor hacia el Señor, de cuyo amor el verdadero marido [Pedro] exhortó a su mujer a que estuviera abrazada, cuando marchaba de la vida hacia al Señor.

64.3. ¿Acaso no era muy clara la fe en lo que esperaban después de la muerte para los que daban gracias a Dios entre las agudezas de los castigos? Porque, pienso yo, poseían la fe firme, a la que consecuentemente seguían también las acciones de fe.

64.4. Así, el alma del gnóstico es fuerte en cualquier circunstancia, establecida en la cima de la fortaleza y la fuerza, como el cuerpo de un atleta.

64.5. Porque toma la iniciativa con prudencia sobre los asuntos humanos, reconociendo lo práctico en lo justo, y procura de parte de Dios los primeros principios, la moderación de los placeres y de los dolores en aras a la semejanza con Dios; y afronta los temores firmemente y confiando en Dios.

64.6. En todo caso, el alma gnóstica es simplemente una imagen terrena del poder divino, adornada con una perfecta virtud que (resulta) del conjunto de todas estas cosas a la vez: naturaleza, ascesis y razón.

64.7. La belleza del alma consiste en ser “templo del Espíritu Santo” (1 Co 6,19), al asumir una disposición acorde con el Evangelio para toda la vida.

El gnóstico sabe discernir entre lo que se debe hacer y lo que se debe evitar

65.1. Un (hombre) así está en guardia contra cualquier temor, (contra) todo peligro, no sólo de la muerte, sino también de la pobreza y la enfermedad, de humillación (o: desprecio) y de cualquier mal de esa clase; deviene invencible al placer y señor de los deseos irracionales.

65.2. Porque sabe bien lo que se debe y lo que no, conociendo ventajosamente lo que es realmente temible y lo que no lo es.

65.3. Por eso cimienta sabiamente lo que la razón le sugiere como necesario y conveniente, distinguiendo sabiamente lo que en realidad inspira confianza -es decir, los bienes- respecto de lo que brilla, y lo que es temible respecto de lo aparente, como de la muerte, enfermedad y pobreza, como siendo más aparentes que verdaderas.

65.4. Éste es en realidad el hombre bueno, el hombre que está fuera [del alcance] de las pasiones, el que ha superado toda la vida afectada por la pasión conforme al estado o disposición del alma virtuosa. Para él “todo depende de sí mismo” (Platón, Menexeno, 247 E) en la consecución del fin.

65.5. Porque ciertamente los llamados riesgos de la suerte (o: temores de la fortuna) no (son) temibles para el [hombre] virtuoso (o: bueno), porque no son malos; sino que en realidad los peligros (son) extraños al gnóstico cristiano por ser diametralmente opuestos a los bienes, pues son males; y (es) imposible que las cosas contrarias se encuentren juntas en uno mismo, y al mismo tiempo y con la misma relación.

65.6. Así, de modo irreprochable, “representando el drama de la vida” (Anónimo, Fragmentos, 245 K), a causa de que Dios suministre para ser competido, [el gnóstico] puede conocer lo que debe hacer y lo que hay que sufrir (o: soportar).

El gnóstico lucha contra la maldad

66.1. Así, por tanto, si la timidez se constituye mediante la ignorancia de lo que (es) peligroso o no (es) peligroso (cf. Platón, Protágoras, 360 C), sólo el gnóstico (es) valiente, conociendo los bienes presentes y futuros, y teniendo conciencia de ello, como he dicho (cf. VII,65,3), y que en realidad no son temibles, porque conoce que sólo la maldad es enemiga y destructora de los que avanzan hacia la gnosis, y equipado (o: protegido) con las armas del Señor (cf. Rm 13,12. 14; 2 Co 10,3-4; Ef 6,16-17; 2 Co 6,7) se enfrenta a ella.

66.2. Porque no [no hay que decir que] si se produce por insensatez y por actividad, o mejor, por cooperación del diablo, eso es precisamente diabólico o insensatez -porque ninguna actividad (es) sensatez, puesto que la sensatez es un hábito y ninguna actividad es un hábito-. Por tanto, tampoco la acción realizada por ignorancia es ya ignorancia; ahora bien una maldad ciertamente (existe) por medio la ignorancia, pero no (es) ignorancia; porque tampoco las pasiones ni los pecados son males, a pesar de que proceden de la maldad.

66.3. Porque ningún valiente sin razón (es) gnóstico, ya que también uno podría llamar valientes a los niños que se enfrentan a los peligros más temibles por ignorancia -por ejemplo, cuando ellos mismos tocan el fuego-, y (no) se dice que las fieras que van irreflexivamente al encuentro de las flechas son valientes por virtud. Quizá así también llamarán valientes a los prestidigitadores que hacen acrobacias sobre los cuchillos usando artificios de alguna determinada experiencia por una miserable paga.

66.4. Pero el que es realmente valiente, teniendo claro el peligro mostrado por la envidia de la muchedumbre, soporta con coraje (o: con firmeza) todo lo que se le pone delante, separándose en esto de los llamados mártires, ya que aquéllos procuran ocasiones para lanzarse a sí mismos a los peligros, no sé cómo -puesto que justo (es) hablar bien-, pero éstos dispuestos a entregarse a sí mismos, según la recta razón y una vez que en realidad el Dios verdadero les llama, se entregan con ardor y “confirman la llamada” (2 P 1,10), porque son conscientes de no haber dispuesto de sí mismos precipitadamente, y muestran que el valor se reconoce en la valentía verdaderamente razonable.

El gnóstico está llamado a crecer en el amor de Dios

67.1. Ciertamente, permanecen en la confesión de la elección, no porque soporten los peligros más pequeños por miedo a los mayores, como (hacen) aquéllos (lit.: los restantes; los que se entregan voluntariamente al martirio), ni tampoco porque sospechen la reprobación de los iguales y de los de la misma opinión, sino porque obedecen espontáneamente la llamada por amor a Dios, y no pretenden ningún otro fin que la satisfacción de Dios, ni siquiera los premios de los sufrimientos.

67.2. Porque los que soportan [los sufrimientos] por amor a la gloria, por precaución de otro castigo más duro, por algunos placeres y goces después de la muerte (son) niños en la fe; ciertamente bienaventurados, pero todavía no han devenido varones en el amor hacia Dios, como el gnóstico -porque, tanto en las competiciones gimnásticas como también en la Iglesia, hay coronas de victoria para adultos y para niños-. Pero el amor en sí es elegible por sí mismo, no por alguna otra cosa.

67.3. En suma, con la gnosis crece la perfección de la valentía que (proviene) del ejercicio en común de la vida para el gnóstico, ocupado siempre en dominar a las pasiones.

67.4. Así, el amor, ungiendo y ejercitando, constituye al propio atleta sin temor y audaz, y confiado en el Señor, como que la justicia le procura el ser veraz durante toda la vida.

67.5. Porque (es) un resumen de la práctica de la justicia la afirmación: “Que el sí de ustedes sea sí y el no sea no” (Mt 5,37; St 5,12). Pero el mismo discurso (o: razonamiento) (vale) también para la templanza.

67.6. Porque nadie es moderado conforme a la verdad ni por vanagloria -como los atletas, por la gloria (o: la consecución) de las coronas o de la celebridad-, ni tampoco por avaricia -como algunos aparentan ser moderados, persiguiendo el bien con una pasión malvada-, ni ciertamente, tampoco por amor a la propia persona (o: al propio cuerpo) para conseguir la salud, ni siquiera cuando por rusticidad (se vive) continente y sin gustar los placeres, conforme a la verdad de la moderación -sin duda, al gustar de los placeres, los que ejercen una vida de trabajo en seguida quebrantan por completo la rigidez de la continencia ante los placeres-.

67.7. Y éstos son también los disuadidos por la ley y el temor; porque, encontrando la ocasión, roban la ley y huyen secretamente del bien.

67.8. Pero la templanza elegible por sí misma, siempre perfecta según la gnosis y permanente, prepara al hombre [como] señor y juez (de sí mismo), como para que el gnóstico sea temperante e impasible, insensible a los placeres y molestias, como dicen que (es) el diamante para el fuego.

La grandeza del amor cristiano

68.1. Así, la causa de todo esto es la más santa y soberana de todas las ciencias, el amor; porque mediante el cuidado (terapia) (religioso) del [Ser] supremo y más grande, que es caracterizado por la unidad, el gnóstico también llega a la perfección a un mismo tiempo (como) amigo (cf. Jn 15,15) e hijo (cf. Mt 5,9; Lc 6,35; 20,36; Jn 1,12), verdaderamente “hombre perfecto, crecido hasta la medida de la madurez” (Ef 4,13).

68.2. Pero también la concordia es el asentimiento sobre una misma cosa, y lo que es lo mismo forma unidad; así, la amistad conduce a la semejanza, puesto que la participación reside en la unidad.

68.3. Así, al ser el primero en amar a Dios verdaderamente uno, el gnóstico es hombre verdaderamente perfecto y amigo de Dios (cf. Ef 4,13; Jn 15,15), catalogado en la categoría de hijo (cf. Mt 5,8).

68.4. Porque éstos son los nombres de nobleza, gnosis y perfección relativas a la contemplación de Dios, que el alma gnóstica recibe como sumo grado de progreso, (una vez) que deviene perfectamente pura y juzgada digna de ver eternamente al omnipotente Dios “cara a cara” (1 Co 13,12), dice [el Apóstol].

68.5. Porque hecha totalmente espiritual, avanzando hacia lo que le es familiar, ella permanece en la Iglesia espiritual para descansar en Dios (cf. Mt 11,29).