OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (235)

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San Lucas escribiendo y su símbolo
Hacia 1100
Biblia
Aix-en-Provence, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SÉPTIMO

Capítulo VIII: El gnóstico debe ser veraz en sus obras y palabras

   Sobre los juramentos

50.1. Al menos es necesario que quien ha sido probado en esta misma piedad se encuentre muy lejos de la inclinación a la mentira y al juramento. Porque el juramento es una declaración (o: confesión) determinativa hecha mediante la invocación a la divinidad.

50.2. Pero quien de una vez es fiel, ¿cómo se mostrará él mismo infiel para tener necesidad de juramento? ¿Pero acaso su vida no es constante e indefinidamente un juramento?

50.3. Vive, se comporta y demuestra la fidelidad de sus declaraciones (o: confesiones) en una inmutable y coherente (o: sólida) vida y palabra.

50.4. Y si la injusticia (reside) en el juicio de quien actúa o habla, y no reside en la pasión de quien sufre la injusticia, no ha de mentir ni jurar en falso, porque injuriará a la divinidad, sabiendo que por naturaleza ella permanece incólume. Pero tampoco mentirá ni transgredirá nada por causa de los demás, a quienes ha aprendido amar, aunque no sean de familiares (cf. Mt 19,19); con más razón por [amor a] sí mismo tampoco mentirá ni perjurará, porque nunca se encontrará a nadie que sea espontáneamente injusto para consigo mismo.

50.5. Pero tampoco jurará el que ha preferido utilizar únicamente el adverbio “sí”, respecto a los asentimientos, y el “no” (Mt 5,37; cf. St 5,12), para las negaciones. Porque jurar es [proferir] un juramento, como si el juramento se ofreciera con firmeza desde la inteligencia.

El gnóstico no miente

51.1. Por tanto, le basta [al gnóstico] añadir al asentimiento o a la negación (la expresión) “en verdad digo” (Lc 21,3), para demostración de quienes no saben discernir la firmeza de la respuesta (del gnóstico).

51.2. Porque, para los extraños es necesario poseer una vida fidedigna, me parece a mí, como para no tener que solicitar un juramento; para uno mismo y para los cercanos [basta] la bondad, que es justicia voluntaria (cf. Pr 8,8-9).

51.3. Así, el gnóstico es fiel al juramento, pero no con inclinación a jurar, y el que tenga que jurar alguna vez, que (lo haga) como hemos dicho.

51.4. No obstante, el (ser) veraz en el juramento está en conformidad (sinfonía) con la verdad. Por consiguiente, ser fiel al juramento concuerda con el recto comportamiento en las obligaciones.

51.5. Entonces, ¿qué necesidad de juramento tiene uno que vive según el más alto grado de verdad? Efectivamente, el que no jura nunca está muy lejos de la necesidad de perjurar, y el que no transgrede lo relativo a los pactos tampoco necesitará jurar alguna vez, puesto que la sanción de la transgresión o la realización está en las acciones, como sin duda la mentira y el perjurio (están) en la palabra y en el juramento contrarios a lo conveniente.

51.6. Pero el que vive conforme a justicia sin transgredir las disposiciones, allí donde se pone a prueba el criterio de la verdad, (es) fiel al juramento en las acciones; por tanto, el testimonio de la lengua (es) superfluo para él.

51.7. Así, completamente persuadido de que Dios está en todas partes, y avergonzado por no decir la verdad, reconociendo que la mentira es indigna de él, le es suficiente únicamente con la conciencia de Dios y la suya propia.

51.8. Por ella no miente nunca ni obra contra los pactos (o: convenios), y por ella no presta juramento, aunque se le reclame, ni reniega vez alguna, para no mentir, aunque muera entre tormentos.

Capítulo IX: Sobre la pedagogía

   La enseñanza de la fe cristiana exige un maestro fidedigno

52.1. El que asume también la tarea de educar a los demás aumenta más y más la estimación gnóstica, administrando (oikonomía), de palabra y de obra, el mayor bien que existe sobre la tierra; y haciendo de mediador entre la relación (o: el encuentro) y la convivencia (koinonía) [humanas] con lo divino.

52.2. Y como los que tributan honores a objetos terrestres adoran las estatuas como si les escucharan, poniéndolas como garantía en sus contratos; así, ante las estatuas vivientes, que son los hombres, la verdadera magnificencia del Verbo es recibida de un maestro fidedigno, y el beneficio (que se les hace a los hombres) remonta al Señor mismo (cf. Mt 25,40), y a cuya imagen el educador, verdadero hombre, crea y transforma al hombre catecúmeno renovándolo para la salvación.

52.3. Porque como los griegos llaman al hierro Ares o al vino Dionisos por una especie de retrotracción al origen (lit.: atribución; anáphora), así también el gnóstico, considerando la propia salvación el bien (hecho) al prójimo, debe ser llamado con razón imagen viviente del Señor (cf. Flp 2,6-7), no por la propiedad de su figura, sino por el símbolo de su poder y por la semejanza de su predicación.

El educador amigo de Dios y de los hombres

53.1. En consecuencia, todo pensamiento que tenga en su mente lo ofrece también mediante la palabra a los que son dignos de escucharlo con asentimiento, y hablando según lo que piensa a la vez que lo vive.

53.2. Porque piensa la verdad a la vez que también dice la verdad, excepto cuando en caso de curación, como un médico frente a los enfermos para la salud de los que sufren, tenga que mentir, o mejor, decir una falsedad, según los sofistas.

53.3. De esa manera circuncidó el ilustre Apóstol a Timoteo (cf. Hch 16,3), cuando clamaba y escribía que la circuncisión realizada por mano humana no servía de nada (cf. Ef 2,11; Rm 2,25; 3,9; Flp 3,5. 8-9). Pero, para no desgarrar a los judíos que lo escuchaban con atención, todavía reacios a romper con la sinagoga, se apartó de una vez de la Ley hacia la circuncisión del corazón por la fe (cf. Rm 2,29; 3,30), adaptándose, “se hizo judío con los judíos para ganar a todos” (1 Co 9,20).

53.4. Ahora bien, el que desciende para llevar a la salvación a los prójimos -simplemente por la salvación de aquellos por los que condesciende- al no participar de ninguna hipocresía por el peligro derivado para los justos de parte de los envidiosos, él mismo no estará obligado por nada; pero por el único bien de los prójimos hará algunas cosas que previamente no hubiera realizado para él, si no las hubiera hecho por ellos.

53.5. Él se entrega a sí mismo en favor de la Iglesia (y) de los conocidos que él mismo “ha engendrado” (1 Co 4,15) en la fe, como ejemplo para quienes puedan recibir la sublime tarea (economía) del educador amigo de los hombres y de Dios, como prueba de la verdad de sus palabras y como fuerza del amor para con el Señor.

53.6. Él no (es) esclavo del temor, veraz en la palabra, perseverante en el trabajo y no quiere mentir en el discurso público, y lo infalible (o: irreprochable) para él (será) siempre el vivir rectamente, puesto que la mentira misma proferida con engaño no es palabra ociosa, sino que influye (lit.: obra) para mal.

“El cristiano no es ateo”

54.1. Por tanto, sólo el gnóstico da testimonio de la verdad (cf. Jn 5,33; 18,37) de cualquier manera, con obras y palabras; porque siempre se comporta rectamente en todo por completo, tanto en la palabra, en la acción y en el pensamiento mismo.

54.2. Éste es, por decirlo brevemente, el culto divino del cristiano. Si hace estas cosas como conviene y conforme a la recta razón, obra de manera piadosa y justa. Y si lo hace así, sólo el gnóstico es en verdad piadoso, justo y religioso.

54.3. Por tanto, el cristiano no es ateo -esto era lo establecido que demostráramos a los filósofos-, ni realizará jamás de ninguna de las maneras algo malvado u obsceno (o: vergonzoso), es decir, injusto.

54.4. En consecuencia, tampoco es impío, sino el único que venera a Dios de manera verdaderamente santa y conveniente, el que suplica santamente al Dios que verdaderamente existe, guía, rey de todo y todopoderoso.