OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (232)

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La parábola del rico insensato
1695
Ilustración de Johann Christoph Weigel
Atlanta, USA
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SÉPTIMO

Capítulo VI: Sobre los auténticos sacrificios

   Testimonios acerca de los falsos sacrificios

30.1. Ahora bien, como Dios no está circunscrito a un lugar ni jamás ha podido ser representado en forma de ser viviente, así tampoco está sujeto a las pasiones o la necesidad como los seres creados (o: generados); como a los sacrificios, a la manera de alimento como si tuviera hambre.

30.2. Lo que se relaciona con la pasión es todo corruptible, y ofrecer comida a quien no se alimenta (es) necedad.

30.3. Y el célebre cómico Ferécrates en “Los desertores” presentó con gracia a los dioses reprendiendo a los hombres por los sacrificios: “Cuando inmolan a los dioses, primero apartan para los sacerdotes lo establecido, luego para ustedes, después -da vergüenza decirlo- lamiendo con cuidado toda la carne del muslo hasta las ingles, y el lomo extraído con cuidado, después el espinazo mismo, como raspado con una lima, nos lo arrojan como a los perros. Y confundiéndose unos a otros, se tapan con las muchas ofrendas” (Ferécrates, Fragmentos, 23 K).

30.4. Pero también el cómico Eubulos en persona, escribe de la siguiente manera sobre los sacrificios: “Ofrecen a los dioses mismos solamente el rabo y un muslo, como si fueran pederastas” (Eubulos, Fragmentos, 130).

30.5. Y al presentar en la “Semele” al distinguido Dioniso argumenta (o: y ha presentado en la “Semele” [estas] instrucciones del distinguido Dionisio): “Primeramente, cuando algunos me sacrifican algo, ofrecen sangre, vejiga, hígado, corazón, una pequeña membrana; porque yo no como jamás la dulce (carne) ni el muslo” (Eubulos, Semele, fragmentos, 95 K).

A Dios se lo honra verdaderamente con la oración

31.1. También Menandro ha descrito: “Lo último de la rabadilla, la vesícula y los huesos incomestibles -dice- lo reservan para los dioses, lo demás lo consumen ellos” (Menandro, Dyscolus, 451-453).

31.2. ¿Acaso la grasa quemada de los holocaustos no hace huir también a las fieras? Si la grasa quemada realmente es privilegio de los dioses entre los griegos (cf. Homero, Ilíada, IV,49; XXIV,68-70), éstos deberían apresurarse también en divinizar a los cocineros, quienes participan dignamente de igual felicidad, y postrarse [en adoración] ante el fogón mismo, que es el que más está impregnado con la honorable grasa quemada.

31.3. También Hesíodo de alguna manera dice que Zeus, engañado por Prometeo en algún reparto de carnes sacrificiales, recibió “unos resplandecientes huesos de buey” recubiertos “con técnica engañosa de grasa brillante” (Hesíodo, Theogonía, 540-541); “desde entonces los hijos de los hombres queman para los inmortales huesos resplandecientes sobre altares ahumados” (Hesíodo, Theogonía, 556-557).

31.4. Pero no dicen en absoluto si la divinidad se corrompe al alimentarse con la concupiscencia (que proviene) de la indigencia. Así hacen a la divinidad semejante a una planta, alimentada sin apetito (anoréxica; anoréktos), y a los animales que hibernan.

31.5. Ahora bien, dicen que estos animales son alimentados, bien por el espesor relativo al aire, o también por la evaporación de su propio cuerpo, y crecen sin sufrir daño (o: merma).

31.6. Pero, si para ellos la divinidad es alimentada sin carecer de nada, ¿qué necesidad de alimento tiene quien no carece de nada?

31.7. Pero si se alegra de ser honrada, al no tener naturalmente carencia alguna, no sin razón nosotros honramos a Dios con la plegaria, y elevamos con justicia este sacrificio (cf. Sal 4,6), el mejor y más santo, honrando al Verbo de mayor justicia, por quien recibimos la gnosis, y por medio de Él damos gloria al [Dios] que nos ha sido enseñado (cf. Rm 12,1).

31.8. El altar terrestre que nosotros tenemos aquí es el conjunto de los que se dedican a las oraciones, y que tienen como una sola voz común y una única intención.

31.9. Pero los alimentos recibidos mediante el olfato, aunque más divinos que los de la boca, sin embargo muestran la respiración.

“La acción de exhalar juntos es propia de la Iglesia”

32.1. Así, entonces, ¿qué dicen sobre Dios? ¿Acaso sopla como la raza de los demonios? ¿O sólo se hincha como los animales acuáticos por la dilatación de las branquias? ¿O transpira como los insectos por la hendidura relacionada con la presión de las alas?

32.2. Pero, si razonan bien, no compararán a Dios con alguno de esos seres. Todos cuantos respiran atraen el aire hacia el pecho mediante la dilatación respectiva de los pulmones.

32.3. Además, si dieran a Dios vísceras, arterias, venas, nervios y miembros, tampoco lo diferenciarían de esos (animales).

32.4. Pero la acción de exhalar juntos se dice propiamente de la Iglesia. Porque también el sacrificio de la Iglesia es el discurso (= la oración) exhalado entre las almas santas, cuando junto con el sacrificio, se manifiesta a Dios toda la mente.

32.5. Pero se ha divulgado que el santo altar (que hay) en Delos es el más antiguo, al que sólo se acercó Pitágoras, dicen, porque no estaba profanado con sangre y muerte; pero ¿no van a creernos a nosotros si decimos que el altar verdaderamente santo es el alma justa y que su perfume es la plegaria digna? (cf. Ap 5,8; Sal 140 [141],2).

32.6. Y los sacrificios han sido concebidos por los hombres, creo yo, con pretexto de comer carne. Pero el que quisiera podría también tomar carnes, prescindiendo de esa misma idolatría.

32.7. Porque ciertamente, los sacrificios relativos a (lit.: según) la Ley alegorizan sobre nuestra piedad, como la tórtola y la paloma ofrecidas por los pecados (cf. Lv 12,6), recordando que la purificación de la parte irracional del alma es agradable a Dios.

32.8. Pero si un justo no carga el alma con el alimento de carnes, con razón recurre a una plausible justificación, no como Pitágoras y sus discípulos que veían en sueños el encarcelamiento del alma.

32.9. Pero parece que Jenócrates al tratar en particular “Sobre el alimento (derivado) de los animales”, y Polemón en el tratado “Sobre la vida natural”, dicen claramente que la alimentación de carne es perjudicial, porque es elaborada y asimilada a las almas de los animales irracionales.

Sobre la abstinencia de carne

33.1. Por esto también los judíos se abstienen especialmente de carne de cerdo, como si fuera impuro este animal, en tanto que hoza y destruye los frutos mucho más que los otros (animales). Pero si dicen que los animales han sido dados a los hombres, también nosotros estamos de acuerdo, excepto que no nos han sido dados todos para alimento, sino sólo los que no trabajan.

33.2. Por eso no dice mal el cómico Platón en el drama “Las fiestas”: “No conviene que matemos ningún cuadrúpedo en adelante, excepto los cerdos. Porque sus carnes son las más placenteras, y del cerdo no nos queda nada excepto pelos gruesos (o: cerdas), fango y gruñido” (Platón el Cómico, Fragmentos, 28 K).

33.3. De ahí también que Esopo no dijera mal que los puercos gritan más cuando son arrastrados; porque son conscientes de no ser útiles para otra cosa que para el sacrificio. Por eso también Cleantes dice que ellos tienen el alma como si fuese sal (cf. Cleantes, Fragmentos, 516), para que la carne no se corrompa.

33.4. Así, por tanto, unos comen cerdo porque es inútil, pero otros como destructor de los frutos, y otros no lo comen porque es un animal propenso a la relación sexual. Por eso la Ley no sacrifica al macho cabrío (cf. Lv 16,10), excepto para enviar (fuera) los males, puesto que el placer es la metrópoli del mal. Además también se dice que el alimento de carne de los machos cabríos contribuye a la epilepsia.

33.5. Pero se dice que la carne de cerdo proporciona un mayor desarrollo, por eso aprovecha a quienes ejercitan el cuerpo, pero no lo es para quienes se aplican a desarrollar el alma misma por causa de la debilidad (o: indolencia) originada por la acción de comer carne.

33.6. Quizás un gnóstico debería abstenerse de comer carne (sarkophagía) tanto por motivos de ascesis como para que su propia carne no experimente placeres eróticos (o: afrodisíacos).

33.7. Porque dice Andrócides: “Vino y hartarse de carne hacen fuerte el cuerpo, pero más torpe el alma” (cf. Plutarco, Moralia, 472 B; 995 E). Ciertamente esta clase de alimento es inadecuado para una inteligencia aguda.

33.8. Por eso también los egipcios en sus purificaciones no permitían a los sacerdotes alimentarse de carne; en cambio se sirven de las aves como más ligeras, y no tocan a los peces, también por algunos otros mitos, pero sobre todo porque suponen que esta clase de alimentación (hace) la carne flácida.

El Señor santifica nuestras almas

34.1. Pero los animales terrestres y las aves se alimentan respirando el mismo aire que nuestras almas, teniendo un alma emparentada con el aire; sin embargo los peces, dicen, no respiran este mismo aire, sino aquel que se ha mezclado con el agua desde el momento mismo de la primera creación, igual que en los restantes elementos; lo cual es prueba también de la permanencia de la materia.

34.2. Es necesario, por tanto, “ofrecer a Dios sacrificios no suntuosos, sino los que le son agradables” (Teofrasto, Sobre la piedad, fragmentos, 9; Porfirio, Sobre la abstinencia, II,19), y aquel incienso compuesto que (se menciona) en la Ley (cf. Ex 30,34-37), aquel que estaba compuesto de muchas lenguas y voces respecto a la plegaria, pero sobre todo aquel procurado por diferentes pueblos y naturalezas con el regalo de los [dos] Testamentos, “hacia a la unidad de la fe” (Ef 4,13) y reunido para las alabanzas, ciertamente con la mente limpia, pero también con la conducta recta y santa, con la ayuda de obras santas y de la plegaria justa.

34.3. Y en efecto, conforme a la gracia poética: “¿Quién de los varones es tan insensato y en extremo aparentemente fácil de convencer, que espere que los dioses, ante huesos descarnados o hiel quemada, cuyo alimento no querrían ni unos perros hambrientos, eso les alegre a todos y reciban honores y tiendan un favor a quienes lo sacrifican” (Anónimo, Fragmentos, 118), aunque sean piratas, ladrones o tiranos?

34.4. Pero nosotros decimos que el fuego santifica no las carnes, sino las almas pecadoras, y nos referimos al fuego no devorador y vulgar, sino al inteligente, al que “pasa a través del alma” (Hb 4,12; cf. Is 43,2; Mt 3,11) expuesta al fuego.