OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (230)

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Cristo en la casa de Marta y María
Siglo XVIII
Holanda
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SÉPTIMO

Capítulo IV: Las supersticiones de los griegos

   Testimonios sobre las supersticiones de los griegos

22.1. Como los griegos suponen que los dioses (son) antropomorfos (= tienen formas humanas), y que están sujetos a pasiones humanas, y de igual manera que cada uno describe las formas de aquellos [dioses] semejantes a las propias, como dice Jenófanes: “Los etíopes [los describen] negros (y) de nariz aplastada; los tracios, rubios (lit.: rojizos) y de ojos azules” (Fragmentos, 21 B 16) también les modelan con las almas (o: sentimientos) semejantes a ellos mismos; así, los bárbaros [les imaginan] salvajes y de costumbres crueles; pero los griegos, más cultivados (o: civilizados), pero apasionados.

22.2. Por lo cual, lógicamente la necesidad de que los malos tengan pensamientos perversos (o: viles) sobre Dios y los virtuosos excelentes; y por eso el que es realmente “regio en el alma” (Platón, Filebo, 30 D), el gnóstico en persona, siendo piadoso y no supersticioso, está persuadido que sólo Dios es el único venerable, augusto (o: santo), noble, bienhechor, benefactor, causa primera de todos los bienes, no responsable del mal (cf. Platón, República, II,397 B).

22.3. Y sobre la superstición griega pienso que hemos tratado suficientemente en nuestro discurso titulado “Protréptico” (cf. 11-37), utilizando hasta la saciedad la investigación histórica indispensable. No es necesario, por tanto, “contar de nuevo los mitos (que ya se han contado) con claridad” (Homero, Odisea, XII,453).

Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)

23.1. Pero, llegados a este punto, se deben consignar algunas (citas) entre muchas, puesto que ésas bastarán para presentar la prueba de que son ateos quienes comparan la divinidad con los peores hombres.

23.2. Porque [entre ellos] los dioses son engañados por los hombres mismos y aparecen peores que los hombres cuando nosotros les engañamos, o si esto no es así, ¿cómo no siendo engañados por ellos se encolerizan como una anciana irascible exasperada hasta la cólera, como dicen que Artemis se encolerizó con los etolios por causa de Eneo? (cf. Homero, Ilíada, IX,533-537)

23.3. ¿Por qué siendo diosa no pensó que Eneo no la despreciaba, sino que se había olvidado o había descuidado el haber hecho el sacrificio?

23.4. Y Auge, defendiéndose justamente frente a Atenea al irritarse con ella por haber dado a luz en el templo, dice:

23.5. “Despojos que hacen perecer a los mortales te complaces en ver, incluso restos de cadáveres, y esto no es para ti inmundo; pero que yo haya dado a luz, lo consideras indigno” (Eurípides, Ifigenia en Táuride, fragmentos, 266).

23.6. Por lo demás, también los otros animales dan a luz en el templo y no (son) injustos.

Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)

24.1. Por tanto, como es natural, siendo supersticiosos respecto a los de buen carácter (= los dioses encolerizados), (aquellos) coinciden en que todos los acontecimientos son signo y causa de males.

24.2. “Si un ratón perfora un zócalo (o: un altar) de arcilla o roe un saco de harina porque no tiene otra cosa; si un gallo alimentado canta al atardecer, eso lo consideran presagio de alguna cosa” (Anónimo, Fragmentos, 341).

24.3. A ése lo ridiculiza Menandro en “El supersticioso”: ¡Que me suceda algo bueno, honorabilísimos dioses! Porque cuando me calzaba, rompí la correa de la sandalia derecha. Con razón, necio, puesto que estaba podrida! Eres un tacaño, porque no quieres comprar unas nuevas” (Menandro, Fragmentos, 97).

24.4. Ingenioso lo de Antifón, que cuando uno hizo vaticinios porque una cerda devoró a los cerditos, al verla extenuada por al tacañería del criador, dijo: “Alégrate del presagio, puesto que al estar así de hambrienta no ha comido a tus (propios) hijos” (Antifón, Fragmentos, 87 A 8).

24.5. Bión dice: “¿Qué hay de extraordinario que el ratón haya roído un saco, si no encuentra qué comer? Porque lo extraordinario sería, como grita bromeando Arcesilao, que el saco devorara al ratón” (Bión de Boristene, Fragmentos, 45).

Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)

25.1. Bien dijo también Diógenes a quien se maravillaba de haber encontrado la serpiente enroscada alrededor de la maza: “¡No te maravilles, porque más sorprendente sería si hubieras visto la maza enroscada en torno a la serpiente erguida!” (Diógenes, Fragmentos, 282).

25.2. Porque también los animales irracionales deben correr, moverse con rapidez (¿o: comer?; esthiein), luchar, procrear y morir; ahora bien, lo que es para ellos natural, no puede suceder en nosotros jamás contra la naturaleza.

25.3. “Y muchos pájaros van y vienen bajo los rayos del sol” (Homero, Odisea, II,181-182).

25.4. El cómico Filemón también ridiculiza estas cosas: “Cuando veo -dice- que uno observa a quien ha estornudado o quien ha hablado, o quién es el que pasa, lo vendería inmediatamente en el mercado. Cada uno de nosotros camina, habla, y estornuda para sí mismo, no para el público (lit.: los que están en la ciudad). Las cosas acontecen tal como la naturaleza quiere” (Filemón, Fragmentos, 100 K).

25.5. Después, los [hombres] sobrios piden buena salud, pero los atiborrados y envueltos en borracheras festivas se atraen enfermedades.

Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)

26.1. Pero muchos “temen también las dedicatorias escritas” (Diógenes, Fragmentos, 21). Diógenes, encontrando en casa de un desgraciado esta inscripción: “El victorioso Hércules vive aquí. No está permitido entrar a nadie malo”, dijo ingeniosamente: “¿Y cómo entrará el dueño de la casa?” (Diógenes, Fragmentos, 21).

26.2. Esas mismas personas adoran a todo leño o piedra, pero de las llamadas brillantes, y temen la lana roja, los granos de sal, las antorchas, las cebollas marinas y el azufre, seducidas con embelesos por hechiceros con algunas de sus inmundas purificaciones. Pero Dios, el verdadero Dios, conoce que sólo es santo la manera de ser (éthos) del [hombre] justo, mientras que es execrable (lit.: maldito) lo injusto y lo miserable (o: perverso, malvado).

26.3. Por cierto, después de los ritos purificatorios pueden observarse los huevos fecundados (lit.: engendrados), si se les calienta (o: incuba). Pero esto no sucedería si llevaran consigo el mal del (hombre) purificado.

26.4. También el cómico Dífilo ridiculiza con gracia a los hechiceros con estos versos: “Purificando a las doncellas Prétides y a su padre Preto, hijo de Abante y con ellos, a una anciana, la quinta [persona], con una antorcha, una cebolla de mar, una sola para tantos cuerpos humanos, y con azufre, asfalto y (agua) del mar retumbante, de la profunda corriente del tranquilo (o: suave) Océano. Pero, oh feliz Aire, envía a través de las nubes a Anticira, para que de este chinche yo haga un abejorro” (Dífilo, Fragmentos, 126 K).

Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)

27.1. Porque también Menandro [dice]: “Si tuvieras verdaderamente un mal, Fidias, deberías tú buscarle una verdadera medicina. Pero ahora no lo tienes; busca también la medicina ficticia para ese mal ficticio; imagínate, no obstante, que te sirve. Que las mujeres en círculo te den fricciones y te ciñan; y después te rocíen con agua de tres fuentes, a la que añadirás sal y lentejas” (Menandro, Phasma [El fantasma], 50-56).

27.2. Es puro todo el que sabe que no tiene mal alguno.

27.3. En seguida dice la tragedia: “¡Orestes! ¿Qué enfermedad te consume (o: destruye)? La conciencia, porque sé que he obrado mal” (Eurípides, Orestes, 395-396).

4. Porque la pureza no es otra cosa que la abstinencia de pecados.

27.5. También dice hermosamente Epicarmo: “Si tienes limpia la mente, todo el cuerpo estará limpio” (Epicarmo, Fragmentos, 23 B 26).

27.6. Por eso también decimos que es necesario purificar antes las almas de las opiniones malas y perversas por medio de la recta razón, y luego ocuparse principalmente de la memorización de los temas importantes; después, si se juzga bueno, a causa de la tradición de los misterios (= bautismo), ofrecer algunas purificaciones a los que están a punto de iniciarse, puesto que conviene que hayan renunciado a la doctrina atea para ocuparse en la verdadera tradición.