OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (23)

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San Mateo
Evangeliario. Hacia 1120-1140
Helmarshausen (Alemania)
SAN JUSTINO, DIÁLOGO CON TRIFÓN (continuación)

Opinión de Justino sobre el milenarismo. Herejías cristianas

80. [1] Trifón replicó: -Ya te he dicho, amigo, que te esfuerzas por ser persuasivo, permaneciendo adherido a las Escrituras; pero dime ahora: ¿Realmente confiesan ustedes que ha de restablecerse ese lugar de Jerusalén (cf. Za 1,16?)? ¿Y esperan que allí ha de reunirse su pueblo y alegrarse en compañía de Cristo, con los patriarcas, los profetas y los de nuestra raza, los que se hicieron prosélitos antes de la venida de su Cristo? ¿O es que llegaste a esa conclusión sólo por dar la impresión de que nos ganabas de todo punto en la discusión?
   [2] A lo que yo dije: -No soy yo tan miserable, oh Trifón, que diga otra cosa de lo que creo. Ya antes te he declarado que yo y otros muchos compartimos estos puntos de vista, de suerte que sabemos perfectamente que así ha de suceder; pero también te he indicado (cf. 35,1-6) que hay muchos cristianos de doctrina pura y piadosa, que no admiten esas ideas. [3] Porque los que se llaman cristianos, pero son realmente herejes sin Dios y sin piedad, ya te he manifestado que sólo enseñan blasfemias, impiedades e insensateces. Para que sepan que no sólo digo esto delante de ustedes, lo saben, pienso componer, como pueda, una obra de todos los conversaciones tenidas con ustedes, y allí escribiré que confieso lo mismo que ante ustedes digo. Porque más que a hombres o a enseñanzas humanas (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), prefiero adherir a Dios y a las enseñanzas que de Él vienen (cf. Hch 5,29?).
   [4] Si les sucede que se encuentran con algunos que se llaman cristianos y no confiesan eso, sino que se atreven a blasfemar del Dios de Abraham, del Dios de Isaac y del Dios de Jacob, y dicen que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir son sus almas elevadas al cielo, no los tengan por cristianos; como, si se examina bien la cosa, nadie tendrá por judíos a los saduceos y sectas semejantes de los genistas, meristas, galileos, helenianos, fariseos y baptistas (y no se molesten en oír todo lo que pienso), aunque se llaman judíos e hijos de Abraham, pero que sólo honran a Dios con los labios, como Él mismo clama, mientras su corazón está lejos de Él (cf. Is 29,13; Mt 15,8; Mc 7,6).
   [5] Yo, por mi parte, como todos los cristianos perfectamente ortodoxos, no sólo admitimos la futura resurrección de la carne (cf. Ez 37,7-8. 12-14; Is 45,23-24; Rm 14,11), sino también mil años en Jerusalén reconstruida, adornada y engrandecida como lo prometen Ezequiel, Isaías y los otros profetas (cf. Is 65,21; Ez 40?).

Profecías sobre el milenarismo, tomadas de Isaías y del Apocalipsis

81. [1] Isaías, en efecto, dijo acerca de este tiempo de mil años: «Porque habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, y no se acordarán de las cosas del pasado ni les volverán al corazón, sino que hallarán alegría y regocijo, por tantas cosas que he creado. Porque he aquí que yo hago de Jerusalén regocijo y de mi pueblo alegría, y me regocijaré en Jerusalén y me alegraré sobre mi pueblo. Ya no se oirá en ella voz de gemido ni voz de llanto. Ya no habrá allí niño que muera al nacer, ni anciano que no llene su tiempo, porque el hijo todavía joven tendrá cien años, y será a los cien años que morirá el hijo pecador, y que será maldecido. [2] Construirán casas y ellos mismos las habitarán, plantarán viñas y ellos mismos comerán sus productos. No construirán para que otros habiten, ni plantarán para que otros coman. Porque, según los días del árbol de la vida, serán los días de mi pueblo: serán abundantes las obras de sus trabajos. Mis escogidos no trabajarán en vano ni engendrarán para maldición; porque son descendencia justa y bendecida por el Señor, y sus hijos con ellos. Y sucederá que antes de gritar ya los habré oído; mientras aún estén hablando diré: “¿Qué pasa?”. Entonces pacerán juntos el lobo y el cordero; y el león, como un buey, comerá paja, y la serpiente tendrá como pan la tierra. No cometerán injusticia ni se mancharán sobre la montaña santa, dice el Señor» (Is 65,17-25).
   [3] Ahora bien, la expresión -añadí yo- que en este pasaje dice: “Porque, según los días del árbol serán los días de mi pueblo (designa), así lo entendemos, las obras de sus trabajos” (Is 65,22), que significa misteriosamente los mil años. Porque como se dijo a Adán que el día que comiera del árbol de la vida moriría (cf. Gn 2,17), sabemos que no cumplió los mil años. Entendemos también que hace también a nuestro propósito aquello de: “Un día del Señor es como mil años” (Sal 89,4; cf. 2 P 3,8).
   [4] Además hubo entre nosotros un varón por nombre Juan, uno de los Apóstoles de Cristo, el cual, en el “Apocalipsis” que le fue hecho, profetizó que los que hubieren creído a nuestro Señor, pasarían mil años en Jerusalén (cf. Ap 20,5-6); y que después de esto vendría la resurrección universal y, para decirlo brevemente, eterna (cf. Hb 6,2), unánime, de todo el conjunto de los hombres, así como también el juicio. Lo mismo vino a decir también nuestro Señor: “No se casarán ni serán dadas en matrimonio, sino que serán semejantes a los ángeles, pues serán hijos del Dios de la resurrección” (Lc 20,35-36).

La aparición de las herejías y la permanencia de los carismas proféticos atestiguan la verdad del mensaje de Jesús. Las exégesis judías son erróneas y blasfemas

82. [1] Porque entre nosotros se dan hasta el presente carismas proféticos: de donde ustedes mismos deben entender que los que antaño existían en su pueblo, han pasado a nosotros (cf. Is 29,14). Y de igual forma que entre los santos profetas que hubo entre ustedes se mezclaron también falsos profetas (cf. 2 P 2,1?), también ahora hay entre nosotros muchos falsos maestros, contra los cuales ya nuestro Señor nos advirtió de antemano nos precaviéramos de ellos (cf. Mt 7,15); de modo que en nada fuéramos tomados por sorpresa (cf. 1 Co 1,7), sabiendo como sabemos que Él previó lo que había de sucedernos después de su resurrección de entre los muertos y su subida al cielo. [2] Efectivamente, dijo que seríamos asesinados y aborrecidos por causa de su nombre (cf. Mt 10,21-22; 24,9; Mc 13,13; Lc 21,17), y que muchos falsos profetas y falsos cristos se presentarían en su nombre y a muchos extraviarían (cf. Mt 24,5. 11. 24; Mc 13,22), lo que realmente sucede.
   [3] Porque muchos (cf. Mt 24,5. 11. 24), son los que han enseñado, marcándolas con el sello de su nombre, doctrinas ateas, blasfemas e inicuas, y lo que el espíritu impuro, el diablo, arrojó en sus espíritus, eso han enseñado y siguen enseñando. Por mi parte, a ellos como a ustedes, pongo todo mi empeño en sacarlos del error, sabiendo que todo el que pudiendo decir la verdad, no la dice, será juzgado por Dios, como Dios mismo lo atestiguó por intermedio de Ezequiel, diciendo: “Te puse como centinela sobre la casa de Judá. Si pecare el pecador y tú no lo reprendes, él perecerá, por su propio pecado; pero yo te requeriré a ti su sangre. Pero si le adviertes, tú serás inocente” (Ez 3,17-19 y 33,7-9).
   [4] Es, pues, el temor que nos da ese celo de hablar conforme a las Escrituras, no el amor al dinero, a la gloria o al placer, cosas que nadie nos puede echar en cara. Porque tampoco somos como los jefes de su pueblo, aficionados a la vida, a quienes increpa Dios con estas palabras: “Sus jefes son compañeros de ladrones, que aman los presentes y persiguen las recompensas” (Is 1,123). Ahora, si también entre nosotros hallan algunos de esa ralea, por lo menos, por causa de ellos, no blasfemen las Escrituras y el Cristo, poniendo todo su empeño en interpretar falsamente.

El Sal 109 no se dice de Ezequías, sino de Cristo

83. [1] Efectivamente, sus maestros han tenido la audacia de afirmar que se aplica a Ezequías aquello de: «Dice el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”»(Sal 109,1). Se trataría de la orden que se le dio de sentarse a la derecha del templo, cuando el rey de los asirios le envió una embajada amenazante (cf. Is 37,9; 2 R 19,9 ss.) y por intermedio de Isaías se le dijo que no le tuviera miedo (cf. Is 37,5s.; 2 R 19,6s.). Por nuestra parte, sabemos y reconocemos que se cumplió lo dicho por Isaías, que el rey de los asirios se retiró sin haber asediado a Jerusalén en los días de Ezequías y el ángel del Señor exterminó a unos ciento ochenta y cinco mil del campamento de los asirios (cf. Is 37,37; 2 R 19,36).
   [2] Pero es evidente que el salmo no se dijo sobre Ezequías. He aquí el texto: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. Él enviará un cetro sobre Jerusalén; y dominará en medio de tus enemigos. … En los esplendores de los santos…, antes de la aurora, te he engendrado. Lo juró el Señor, y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec» (Sal109,1-4). 
   [3] Ahora bien, ¿quién no reconoce que Ezequías no es “sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Sal 109,4)? ¿Y quién no sabe que no fue Ezequías quien envió un “cetro de poder a Jerusalén ni dominó en medio de sus enemigos” (Sal 109,2), sino Dios quien apartó a los enemigos de Ezequías, que lloraba y se lamentaba? [4] Nuestro Jesús, empero, sin haber aún venido glorioso, envió a Jerusalén un cetro de poder (cf. Sal 109,2), es decir, el Verbo de vocación y penitencia, (destinado) a todas las naciones, en que dominaban los demonios, como dice David: “Los dioses de las naciones son demonios (Sal 95,5); y su poderoso Verbo persuadió a muchos a abandonar los demonios a quienes servían y a creer por Él en el Dios omnipotente, porque los dioses de las naciones son demonios (Sal 95,5). En fin, la expresión: “En el esplendor de los santos, del seno, antes de la aurora, yo te engendré” (Sal 109,3), ya dijimos antes que se refiere a Cristo (cf. 45,4; 63,3; 76,7).

La profecía de Is 7,14, sólo se puede aplicar a Cristo, incluso aunque los Judíos rechazan la traducción de los LXX

84. [1] Es también de Cristo que fue predicho: “Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Is 7,14). Porque si éste, de quien hablaba Isaías, no había de nacer de una virgen, ¿por quién gritaba el Espíritu Santo: “Miren que el Señor mismo les dará una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Is 7,14)? Porque si también éste, de modo igual a todos los otros primogénitos (cf. Col 1,15), tenía que nacer de unión carnal, ¿por qué hablaba Dios de hacer un signo que no fuera común con todos los primogénitos? [2] Lo que es en verdad un signo (cf. Is 7,14) y digno de ser creído por el género humano, es que de un seno virginal el primogénito de toda criatura (cf. Col 1,15; Pr 8,22) naciera como verdadero niño, hecho carne, y que anticipadamente por medio del Espíritu profético, Dios anunció esto de diversas maneras, como ya se los he indicado, a fin de que cuando sucediera se reconociera haber sucedido por el poder y la voluntad del Creador del universo. Al igual que fue formada Eva de una costilla de Adán (cf. Gn 2,21-22), y así también al principio fueron creados todos los seres vivientes por el Verbo de Dios (cf. Gn 1,20 ss.).
   [3] Pero ustedes tienen la audacia también en este pasaje de cambiar la interpretación que dieron sus ancianos que trabajaron con el rey de los Egipcios, Ptolomeo, y sostienen que la Escritura no trae lo que ellos interpretaron, sino que dice: “Miren que una mujer joven concebirá” (Is 7,14); como si fuera algo del otro mundo que una mujer conciba por trato carnal, cosa que hacen todas las mujeres jóvenes, excepto las estériles; y aún éstas, si quiere, puede Dios hacerlas concebir.
   [4] En efecto, la madre de Samuel, que no concebía, por voluntad de Dios dio a luz (cf. 1 S 1,20), y lo mismo la mujer del santo patriarca Abraham (cf. Gn 21,2) e Isabel, la que dio a luz a Juan Bautista (cf. Lc 1,7. 57), y otras. De suerte que no tienen por qué suponer que sea imposible para Dios hacer todo lo que Él quiera; y, especialmente, una vez que un evento fue anunciado, no tengan la audacia de alterar el texto o la interpretación de las profecías, con lo que sólo se dañarían a ustedes mismos, y no a Dios.

El Salmo 23 no se aplica a Ezequías no a Salomón, sino a Cristo. Las repeticiones de Justino son necesarias para la obra de la conversión

85. [1] También la profecía que dice: “Levanten, oh príncipes, sus puertas; ábranse, oh puertas eternas, y entrará el rey de la gloria” (Sal 23,7), se atreven algunos de ustedes a interpretarla como dicha con referencia a Ezequías, otros a Salomón; pero ni a éste ni a aquél ni a ninguno absolutamente de los llamados reyes suyos puede demostrarse que se refiera (dicha profecía), sino sólo a nuestro Cristo que se mostró sin apariencia y sin honor (cf. Is 53,2-3), como lo dijo Isaías, David y todas las Escrituras: que es el Señor de las potestades (cf. Sal 23,10), por voluntad del Padre, que se las entregó; que resucitó de entre los muertos y subió al cielo, como lo muestran este mismo salmo y las demás Escrituras, declarándolo “Señor de las Potestades”, como aun ahora pueden, si quieren, convencerse, por los acontecimientos que están sucediendo ante sus ojos.
   [2] Porque, en efecto, todo demonio es vencido y se somete (cf. Lc 10,17), si se le exorciza en el nombre de este mismo Hijo de Dios y primogénito de toda la creación (cf. Col 1,15), que nació de una virgen, se hizo hombre sufriente, fue crucificado por su pueblo bajo Poncio Pilatos, murió, resucitó de entre los muertos y subió al cielo. [3] Pero si ustedes los exorcizan en el nombre de cualquiera de sus reyes, justos, profetas o patriarcas, ninguno de los demonios se les someterá (cf. Lc 10,17). Sin duda se les someterán si los exorcizan en el nombre del Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Sin embargo -añadí-, actualmente sus conjuradores exorcizan utilizando, como los paganos, artificios, y haciendo incensaciones y nudos mágicos.
   [4] Es a los ángeles y las potestades, a quienes el Verbo de la profecía proferida por medio de David manda levantar las puertas para que entre este Señor de las potestades (Sal 23,7. 10), resucitado de entre los muertos por voluntad del Padre, Jesucristo, lo cual la palabra del mismo David lo demostró; palabra que les voy nuevamente a recordar en atención a los que no estuvieron con nosotros ayer, pues por ellos trato de nuevo sintéticamente muchas de las cosas ayer dichas.
   [5] Y si ahora les repito lo que ya muchas veces he dicho, no me parece cosa fuera de lugar. Al sol, a la luna y a los demás astros, siempre los estamos viendo recorrer el mismo camino y traernos cambios de las estaciones; y a un matemático, no por preguntarle muchas veces cuántas son dos y dos, y haber otras tantas respondido cuatro, dejará de decir jamás que son cuatro; y cuanto se afirma con certeza siempre se dice y se afirma de igual modo. Siendo esto así, cosa ridícula sería que quien apoya sus argumentos sobre las Escrituras proféticas, las abandonara y no citara siempre las mismas, sino que pensara poder decir alguna cosa mejor que la Escritura.
   [6] He aquí, pues, la palabra de David, por la que indiqué manifestaba Dios haber en el cielo ángeles y potestades: “Alaben al Señor desde lo alto de los cielos; alábenlo en las alturas. Alábenlo todos sus ángeles, alábenlo todas sus potestades” (Sal 148,1-2).
   Entonces, uno de los que se juntaron con ellos el segundo día, por nombre Mnaseas, dijo: -También nosotros nos alegramos de que desees repetir lo ya dicho en atención a nosotros.
   [7] Yo dije: -Oigan, amigos, qué Escritura sigo al hacer esto. Jesús nos mandó amar aun a nuestros enemigos (cf. Mt 5,44; Lc 6,27), y lo mismo fue proclamado por Isaías en varios versículos, en que también alude al misterio de nuestro segundo nacimiento, el nuestro el de todos los que esperan que Cristo ha de aparecer en Jerusalén (cf. Is 66,9; Gn 49,10), y se esfuerzan por agradarle con sus obras.
   [8] Las palabras dichas por medio de Isaías son éstas: «Oigan la palabra del Señor los que tiemblan ante su palabra. Digan: “hermanos nuestros” a los que los aborrecen y abominan que el nombre del Señor sea glorificado. Él apareció para su alegría y ellos quedarán avergonzados. Una voz de lamento en la ciudad, voz del pueblo, voz del Señor, que da su merecido a los soberbios. Antes de que la parturienta diera a luz y antes de que llegaran los trabajos de los dolores, dio a luz un varón. [9] ¿Quién oyó cosa semejante, quién ha visto algo así, que la tierra en un día conociese los dolores, y que diera a luz de un solo golpe un pueblo para el mundo? Porque Sión estuvo de parto y trajo al mundo a sus hijos. Por mí hice el don de esta expectación aun a aquella que no concibe, dijo el Señor. A la fecunda y a la estéril, yo las hice, dice el Señor. Alégrate, Jerusalén, y congréguense en una fiesta todos los que la aman. Regocíjense todos los que lloran, para que sean amamantados hasta quedar saciados del pecho de su consolación; para que después de mamar gocen las delicias de la entrada de su gloria» (Is 66,5-11).

Figuras del “leño de la Cruz” contenidas en las Escrituras

86. [1] Esto dicho, añadí: -Escuchen cómo éste que, después de ser crucificado, las Escrituras demuestran que ha de venir de nuevo en la gloria, fue simbolizado por el árbol de la vida (cf. Gn 2,9), que se dijo haber sido plantado en el paraíso, y así también debía suceder con todos los justos. Moisés fue enviado con un bastón para la redención del pueblo, y teniéndolo en la mano, a la cabeza del pueblo, dividió el mar (cf. Ex 4,2. 4-17; 6,6; 14,16. 21; 15,13). Por ello vio brotar agua de la roca (cf. Ex 17,5-6; Nm 20,7-11), y arrojando un madero en las agua de Merra, que eran amargas, las hizo dulces (cf. Ex 15,22-27). [2] Echando Jacob unas varas en los comedero, logró que quedaran preñadas las ovejas de su tío materno para hacerse él con las crías (cf. Gn 30,37-38). Fue con su bastón que se gloriaba el mismo Jacob de haber atravesado el río (cf. Gn 32,10). Una escalera dijo él haber visto y la Escritura nos manifestó que sobre ella estaba apoyado Dios (cf. Gn 28,12-13). Ahora, que ese Dios no era el Padre, por las mismas Escrituras lo demostramos (cf. 58,10-13; 60,2. 5). Y habiendo Jacob derramado aceite sobre una piedra en el mismo lugar, Dios mismo, que se le apareció, le dio testimonio que había ungido una estela al Dios que se le había manifestado (cf. Gn 26,16. 18; 31,13).
   [3] También hemos demostrado por varios pasajes de las Escrituras que Cristo es llamado simbólicamente “piedra” (cf. 34,2; 36,1; 58,11. 13; 65,6; 70,1-2; 76,1). E igualmente cómo a Él se refiera toda unción, ya sea de aceite de oliva, de aceite perfumado de mirra, o de cualquier otro ungüento a base de mirra, pues dice el Verbo: “Por eso te ungió, oh Dios, tu Dios, con óleo de alegría, con preferencia a tus compañeros” (Sal 44,8). Es así que todos los reyes y ungidos reciben de Él sus títulos de reyes y cristos, de la misma manera que Él mismo recibió de su Padre los de rey, Cristo, sacerdote y ángel, y todos los otros títulos que tiene o tuvo. [4] El bastón de Aarón (cf. Nm 17,8), que produjo retoños, le señaló para sumo sacerdote. El brote de la raíz de Jesé (cf. Is 11,1), profetizó Isaías que sería el Cristo. Y David dice que el justo es como “un árbol plantado junto al curso de las aguas, que da fruto en su tiempo y cuya hoja no cae” (Sal 1,3). “El justo -está dicho- florecerá como una palmera” (Sal 91,13).
   [5] Desde un árbol se apareció Dios a Abraham, como está escrito: “Junto a la encina de Mambré” (Gn 18,1). Setenta sauces y doce fuentes halló el pueblo, una vez pasado el Jordán (cf. Ex 15,27; Nm 33,9). David dice que Dios le reconforta con la vara y el bastón (cf. Sal 22,4). [6] Eliseo, habiendo arrojado un leño al río Jordán, sacó afuera el hacha de hierro con que los hijos de los profetas habían salido a cortar madera para construir la casa en que querían recitar y meditar la Ley y los mandamientos de Dios (cf. 2 R 6,1-7). Así de nosotros, sumergidos como estábamos por los gravísimos pecados que habíamos cometido, nosotros a quienes redimió por su crucifixión sobre el madero y por la purificación del agua, el Cristo ha hecho una casa de oración y de adoración. Un bastón fue también lo que mostró ser Judá el padre de los hijos que por un grande misterio habían nacido de Tamar (cf. 38,25-26).

¿Cómo aquel que recibe en el bautismo los poderes del Espíritu Santo pude ser un Dios preexistente?

87. [1] Habiendo yo dicho esto, tomó la palabra Trifón: -No quiero que pienses en adelante que te hago yo mis preguntas con el solo intento de trastornar lo que tú dices, sino que quiero más bien aprender acerca de aquellos puntos sobre que te pregunto. [2] Dime, pues, ahora: cuando el Verbo declara por intermedio de Isaías: «Saldrá una rama de la raíz de Jesé y una rama brotará de la raíz de Jesé; y descansará sobre él el Espíritu de Dios, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad, y la llenará el Espíritu de temor de Dios» (Is 11,1-3); tú, por otra parte, me has confesado -dijo- que este pasaje se aplica a Cristo, y afirmas que es Dios preexistente y que por voluntad del Padre se hizo carne para nacer hombre por la virgen. Ahora bien, ¿cómo puede demostrarse que preexiste aquel que es llenado por las potencias del Espíritu Santo, enumeradas por intermedio de Isaías, como si estuviera desprovisto de ellas?
   [3] Yo le respondí: -Tu pregunta es muy fina e inteligentísima, pues realmente parece haber ahí una dificultad. Pero escucha lo que voy a decir para que entiendas también la razón de aquello. Esas potencias del Espíritu ahí enumeradas, si el Verbo declara que vinieron sobre Él, no es porque estuviera falto de ellas, sino porque en Él habían de tener descanso (cf. Is 11,2), es decir, en Él habrían de encontrar la plenitud, tan acabadamente que su pueblo no tendría en adelante profetas, como antiguamente los hubo; lo cual pueden comprobarlo con sus propios ojos. En efecto, después de Él, no hubo absolutamente ningún profeta entre ustedes.
   [4] Sus profetas, cada uno de los cuales recibió una u otra de esas potencias, obraron y hablaron como nosotros lo hemos aprendido de las Escrituras. Atiendan a lo que les digo. Salomón tuvo el Espíritu de sabiduría (cf. Is 11,2), Daniel el de entendimiento y de consejo, Moisés de fortaleza y de piedad, Elías de temor e Isaías de ciencia. Lo mismo puede decirse de los otros, que tuvieron cada uno una sola, o una alternando con otra, como Jeremías, los doce, David y, en general, cuantos profetas hubo entre ustedes.
   [5] Descansó (cf. Is 11,2), pues, es decir, cesó (el Espíritu profético), una vez venido Aquel después del cual, cumplidos los tiempos de esta economía suya hecha a los hombres, tenían que desaparecer de entre ustedes y, reposando de nuevo en Él, como fue profetizado, convertirse otra vez en dones (cf. Sal 67,19; Ef 4,8) que por la gracia del poder de ese Espíritu concede a aquellos que creen en Él, según a cada uno le tiene por digno. [6] Ya les dije cómo fue profetizado que eso había Él de hacer después de su ascensión a los cielos, y ahora se los repito. Ha sido, pues, dicho: “Subió a lo alto, llevó cautiva la cautividad, dio dones a los hijos de los hombres” (Sal 67,19; cf. Ef 4,8). Y nuevamente se dice en otra profecía: “Sucederá después de esto que derramaré mi Espíritu sobre toda carne…, sobre mis siervos y sobre mis siervas, y profetizarán” (Jl 3,1-2). 

Si las potencias del espíritu vivieron sobre él, no es porque estuviera desprovisto, sino porque en él “reposaron”, para ser dispensadas a aquellos que sean dignos

88. [1] Así entre nosotros pueden verse hombres y mujeres que han recibido carismas del Espíritu de Dios. De suerte que fue profetizado que sobre (Cristo) habían de venir las potencias del Espíritu (cf. Is 11,2), enumeradas por Isaías, no porque estuviera Él desprovisto de poder, sino porque en adelante no habían de darse más. Sirva también de prueba lo que ya he contado haber hecho los magos de Arabia, quienes, apenas nacido el niño, vinieron a adorarle (cf. Mt 2,11). [2] Ya que desde su nacimiento tuvo su propia potencia. Luego fue creciendo según el común desarrollo de todos los otros hombres (cf. Lc 2,40. 52), y usó los medios convenientes de vida, dando a cada etapa del crecimiento lo que le corresponde, alimentándose de toda clase de alimentos, y permaneció oculto treinta años (cf. Lc 3,23), poco más o menos, hasta que apareció Juan, heraldo de su venida, que le precedió en el camino del bautismo, como anteriormente he demostrado (cf. 51,2). [3] Entonces fue cuando viniendo Jesús al río Jordán, donde Juan estaba bautizando, bajó al agua y se encendió un fuego en el Jordán; y al subir del agua, los que fueron apóstoles de este nuestro Cristo escribieron que sobre Él sobrevoló el Espíritu Santo como una paloma (cf. Mt 3,13. 16; Mc 1,9-10; Lc 3,21-22).
   [4] Ahora bien, sabemos que Cristo fue al río, no porque tuviera necesidad de ser bautizado ni de que sobre Él viniera el Espíritu Santo en forma de paloma (cf. Lc 3,21-22), como tampoco se dignó nacer y ser crucificado porque lo necesitara, sino por el género humano, que había caído desde Adán en poder de la muerte y en el error de la serpiente, haciendo cada uno el mal por su propia culpa. [5] Porque habiendo Dios creado ángeles y hombres dotados de libre albedrío y autónomos, quiso que cada uno hiciera todo aquello para que lo había sido capacitado, y si elegían lo que a Él es agradable, conservarlos exentos de la corrupción y el castigo; pero si hacían el mal, castigar a cada uno como a Él le pareciera.
   [6] Tampoco el entrar en Jerusalén montado sobre un asno (cf. Mt 21,1-9; Mc 11,1 ss.; Lc 19,28 ss.), según demostramos estaba profetizado (cf. 53,1-4), le dio el poder de ser Cristo, sino que ofreció a los hombres una señal de reconocimiento (manifestando) ser el Cristo, a la manera que en los días de Juan hubo de darse una señal por la que los hombres reconocieran la persona del Cristo.
   [7] Y en efecto, estando Juan sobre el Jordán, predicando el bautismo de penitencia (cf. Lc 3,3; Mc 1,4), vestido solamente con un cinturón de piel y una vestimenta de pelos de camello, sin comer más que langostas y miel silvestre (cf. Mt 3,4; Mc 1,6), las gentes pensaban que Él era el Cristo (cf. Lc 3,15); pero aquél les gritaba: “Yo no soy el Cristo, sino voz del que grita. Porque va a venir otro más fuerte que yo, cuyas sandalias no soy digno de llevar” (cf. Jn 1,20. 23; Mt 3,11; Lc 3,16; Mc 1,7). [8] Cuando Jesús llegó al Jordán, se le tenía por hijo de José el carpintero (cf. Mt 13,55; Mc 6,3; Lc 3,23), y apareció sin belleza (cf. Is 53,2-3), como las Escrituras habían anunciado; fue considerado él mismo como un carpintero (cf. Mc 6,3) -porque mientras estaba entre los hombres, fabricó obras de carpintero, arados y yugos, enseñando por ellas los símbolos de la justicia y una vida de trabajo-; entonces fue cuando, por causa de los hombres, como antes dije (cf. 88,4), sobrevoló sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma (cf. Lc 3,21-22; Mt 3,16; Mc 1,10), y juntamente vino desde los cielos una voz, que se había expresado también por intermedio de David, diciendo como en su propio nombre propio lo que debía ser dicho a Cristo de parte del Padre: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22; cf. Sal 2,7). Su nacimiento, dice Él, tiene lugar para los hombres en el momento inminente de su conocimiento.

El Cristo “sufriente” anunciado en las Escrituras, ¿puede ser aquel que padeció “la maldición” de la Cruz?

89. [1] Trifón: -Debes saber bien -dijo- que todo nuestro pueblo espera al Cristo; te concedemos asimismo que todos los pasajes de las Escrituras que tú has citado se refieren a Él. Personalmente te declaro también que el nombre de Jesús dado como sobrenombre al hijo de Navé (cf. Nm 13,16), me siento inclinado a concedértelo también. [2] Sin embargo, en cuanto a saber si el Cristo debía padecer la infamia de la crucifixión, permanecemos perplejos, pues en la Ley se dice que es maldito el crucificado (cf. Dt 21,23; Ga 3,13). De suerte que, sobre este punto, no estoy dispuesto a creerte. Que las Escrituras han anunciado un Cristo “sufriente”, es evidente; pero que sea el sufrimiento maldito en la Ley, desearíamos aprenderlo, si puedes demostrárnoslo.
   [3] -Si el Cristo -le respondí yo- no hubiera de sufrir, si los profetas no hubiesen predicho que por los pecados de su pueblo debía ser conducido a la muerte (cf. Is 53,8), deshonrado (cf. Is 53,3), flagelado y contado entre los malhechores (cf. Is 53,12), conducido como oveja al matadero (cf. Is 53,7), Él, cuya generación dijo el profeta que nadie hay capaz de explicar (cf. Is 53,8), habría motivo para maravillarse. Pero si esto es lo que le distingue y revela a todos, ¿cómo no habíamos nosotros también de creer en Él con toda seguridad? Cuantos entienden las palabras de los profetas, con sólo oír que fue crucificado, dirán que es Él y no otro.