OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (229)

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La parábola del buen samaritano
Siglo VI
Codex Purpureus
Rossano, Italia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SÉPTIMO

Capítulo III: El camino del gnóstico

   La actividad del gnóstico perfecto

13.1. “Me callo lo demás” (Eurípides; Ifigenia en Táuride, 37; Esquilo, Agamenón, 36), glorificando al Señor. Sólo hablo de aquellas almas gnósticas que superan por la magnificencia de su contemplación el tenor de vida (politeía) de cada una de las santas disposiciones (o: estados) entre las que han sido determinadas (y) divididas las bienaventuradas moradas de los dioses (= los bienaventurados del cielo), y que son “consideradas como santas entre los santos” (Is 57,15); y llevadas [aquellas almas] íntegras totalmente, llegando de lugares superiores a otros lugares más sublimes, no abrazan ya la divina contemplación como en espejos o mediante espejos (cf. 1 Co 13,12), sino que son invitadas a la más grande claridad y a la más perfecta pureza en (la contemplación) divina, que no sacia a las almas extraordinariamente amantes, que gozan insaciablemente la eterna alegría sin fin (o: perpetua), honradas por la identidad de la suprema excelencia. Tal es la contemplación cataléptica (= comprensiva y clara) de “los puros de corazón” (Mt 5,8).

13.2. Esta es, por tanto, la actividad del gnóstico perfecto: conversar con Dios por medio del gran Sacerdote (cf. Hb 4,14), asemejándose en lo posible al Señor mediante todo el servicio para con Dios, que difunde la salvación de los hombres según una solícita benevolencia hacia nosotros, según la liturgia, la enseñanza y la práctica del bien (o: beneficencia; buenas obras).

13.3. Ciertamente, unas veces el gnóstico se edifica y trabaja para sí mismo, pero también adorna a sus oyentes cuando se asemeja a Dios (cf. Gn 1,26), asemejándose todo lo que puede al Impasible por naturaleza procurándose una impasibilidad mediante la ascesis, conversando y conviviendo con el Señor “sin distracciones” (1 Co 7,35).

13.4. Mansedumbre, pienso yo, filantropía (= amor a la humanidad) y piedad magnánima son las normas (cánones) para asimilarse gnósticamente (a Dios).

Dios quiere nuestra salvación

14.1. Yo digo que esas virtudes son un “sacrificio agradable” (Flp 4,18; cf. Is 56,7) a Dios, (puesto que) la Escritura dice que el corazón sin soberbia (cf. Sal 50 [51],19) y con recta ciencia (es) un “sacrificio a Dios” (Sal 50 [51], 19. 18), y todo hombre elevado a la santidad es iluminado hacia una unidad ininteligible.

14.2. Porque el Evangelio y el Apóstol mandan que unos se hagan esclavos (cf. 2 Co 10,5) y se mortifiquen a sí mismos matando “al hombre viejo que se corrompe conforme a las concupiscencias” (Ef 4,22; cf.Mt 16,25), instauren “el nuevo” (2 Co 10,5; Ef 4,24) desde la muerte de la antigua perversión (cf. Lc 9,41), abandonen las pasiones y se hagan impecables.

14.3. Esto mismo era entonces también a lo que la Ley insinuaba, cuando prescribía matar al pecador (cf. Ex 21,12. 14-17; 22,17-18; Nm 35,16-21. 31; Dt 13,8-9; Ez 18,4): el tránsito de la muerte a la vida, a la impasibilidad de la fe.

14.4. Lo cual no lo entendieron los maestros de la Ley, exponiendo la Ley (como) amiga de controversias (lit.: que gusta vencer), suministrando las bases a los que argumentaban tontamente.

14.5. Por esta causa con razón no ofrecemos sacrificios al Dios que no carece de nada, al que lo procura todo a todos, sino que glorificamos al que se ha sacrificado por nosotros, sacrificándonos (a la vez) nosotros mismos y [pasando] desde no carecer de nada hacia lo abundante, y desde el que no (tiene) pasiones hacia la impasibilidad.

14.6. Porque Dios se complace únicamente con nuestra salvación. Con razón, por tanto, no ofrecemos a Aquel que no se deja vencer con placeres un sacrificio, cuya exhalación de humo probablemente queda aquí abajo y no llega ni a las nubes más densas, sino incluso lejos de ellas, [sólo] llega a algunos.

El único Dios verdadero

15.1. Así, la divinidad no tiene necesidad de nada (cf. Hch 17,25) placentero, lucrable o codiciable; está satisfecha y procura todo a toda (criatura) que nace y está necesitada; tampoco la divinidad se (deja) seducir con sacrificios ni ofrendas, ni con gloria, ni honor; (y no) se deja seducir por cosas semejantes, sino que se manifiesta como (es) a los hombres honestos y buenos, que no traicionan la justicia ni por un miedo que amenaza ni por una promesa de bienes mayores.

15.2. Pero los que no han examinado la libertad del alma humana y la no esclavitud sobre la elección de vida, disgustados por los sucesos (que entraña) la estúpida injusticia, consideran que Dios no existe.

15.3. Son de idéntica opinión quienes, hundidos en la intemperancia de los placeres, en los desproporcionados desánimos y en muchas involuntarias desgracias por abatimiento dicen que Dios no existe, o, si existe, no lo abarca todo con la mirada (lit.: no es panepíscopo).

15.4. Pero hay otros que creen que los dioses a los que se suplica son los que se doblegan con sacrificios y ofrendas (o: regalos), como si fueran cómplices, por así decirlo, de sus libertinajes, y no quieren creer que verdaderamente existe el único Dios, permaneciendo en la justa bondad.

El ser humano ha sido creado a imagen del Verbo

16.1. El gnóstico es, por tanto, piadoso, cuida primero de sí mismo, luego de los que están cerca, para que mejoremos lo más posible. Porque también el hijo se hace grato al buen padre cuando procura (ser) diligente consigo mismo e igual al padre, y el subordinado con el superior; ciertamente el creer y el ser obediente depende de nosotros.

16.2. Pero (alguien) puede concebir que la causa del mal es la debilidad de la materia, o los impulsos irreflexivos de la ignorancia, o las necesidades irracionales de la ignorancia.

16.3. (Pero) el gnóstico está por encima, como las fieras domesticadas, porque imita los designios divinos, haciendo el bien que puede a los hombres que lo deseen.

16.4. Si algún día fuere constituido en autoridad, como Moisés, guiará hacia la salvación a sus súbditos, cultivará al salvaje y al abandonado (o: renegado), honrando a los mejores, pero (también) a los malvados con el castigo que es inculcado según el Verbo en para la corrección (o: educación).

16.5. Porque el alma del hombre justo (es) principalmente “imagen divina y está emparentada con Dios” (Anónimo, Fragmentos, 117); en ella se edifica y levanta, por medio de la obediencia a los mandamientos, el que es guía de todos, mortales e inmortales, el soberano y progenitor de los buenos, el que siendo verdaderamente ley, oráculo y Verbo eterno, único salvador para cada uno en particular y para todos en conjunto.

16.6. Siendo realmente el Unigénito (cf. Jn 1,18), el carácter (o: impronta) de la gloria del Padre (cf. Hb 1,3), soberano universal (panbasiléos) y todopoderoso, que imprime en el gnóstico la perfecta contemplación según su propia imagen (cf. Gn 1,26), para que sea la tercera imagen divina (= el hombre; cf. Gn 1,26; Hb 1,3), que se asemeja dinámicamente a la causa segunda, a la verdadera Vida (cf. 1 Tm 6,19) por la que nosotros vivimos la auténtica vida (cf. 1 Co 1,30; Col 2,2-3), al reproducir nosotros mismos el modelo (týpos) gnóstico hecho para nosotros y labrado sobre lo que es estable y del todo inalterable (lit.: perfecto).

El gnóstico debe aprender a utilizar convenientemente las virtudes

17.1. Así, dueño de sí mismo y de lo suyo, poseyendo una segura comprensión (catalepsis) de la ciencia divina, [el gnóstico] está realmente junto a la verdad.

17.2. Porque la gnosis y la catalepsis (o: percepción segura) de lo inteligible convenientemente puede llamarse ciencia, cuya finalidad respecto a las cosas divinas (es indagar) ciertamente cuál sea la causa primera y de Aquél por cuyo medio “fueron hechas todas las cosas y sin Él no se hizo nada” (Jn 1,3); a su vez también cuáles son (las cosas) como penetrantes, cuáles las envolventes, cuáles las que se encuentran unidas y cuáles las disociadas. Y cuál es el estado que cada una de estas cosas tiene y cuál es el poder y el servicio sagrado (leitoyrgía) que cada una presta.

17.3. Y a su vez, respecto a las cosas humanas [la gnosis indaga] qué es el hombre mismo, qué es lo según su naturaleza y contrario a ella, cómo está relacionado con el hacer y con el sufrir, cuáles son sus virtudes y sus vicios, lo relativo al bien, al mal y a lo que está en medio de ambos; lo que concierne a la fortaleza, prudencia, templanza y a la justicia, virtud que está por encima de todas.

17.4. Pero [el gnóstico] se aprovecha de la prudencia y de la justicia para adquirir la sabiduría, y la fortaleza no sólo para soportar en él mismo las adversidades, sino también para dominar en lo concerniente al placer y a la concupiscencia, al dolor y a la ira, y en general para enfrentarse a todo lo que con violencia o engaño seduce a las almas.

17.5. Porque no hay que soportar los vicios y las maldades, sino rechazarlos, y soportar lo que (es) temible. En efecto, se ha descubierto que el dolor es útil en la medicina, en la educación y en el castigo, y por medio de él se rectifican (o: corrigen) las costumbres para provecho de los hombres.

El gnóstico es rico porque necesita poco

18.1. Y firmeza (o: paciencia), generosidad, magnanimidad, liberalidad y magnificencia (son) formas de la fortaleza. Y por esta causa el gnóstico no se preocupa de la censura (o: del reproche) ni de la maledicencia que recibe de la gente (lit.: de los muchos), ni está dominado por glorias ni adulaciones; soportando en sí mismo molestias, llevando a cabo convenientemente a la vez sus obligaciones y estando con hombría por encima de todas las dificultades, se manifiesta realmente [como] un varón (= hombre valiente) entre los demás hombres.

18.2. Por otra parte, además, salvando la inteligencia de la prudencia en la quietud del alma, es capaz de recibir los bienes prometidos como algo propio y de rechazar lo vergonzoso como algo alienante, habrá llegado a ser de este mundo y (estará) por encima del mundo; y dispondrá todos los negocios mundanos y jamás delinquirá en nada; ciertamente (es) totalmente rico porque necesita poco, puesto que tiene necesidad de pocas cosas y sobreabunda en todo bien por medio de la gnosis del bien mismo.

18.3. Porque la obra primera de su justicia es querer mantenerse entre los de su misma clase y permanecer con ellos en la tierra y en el cielo.

El gnóstico es amigo de Dios

19.1. Y por eso (es) dadivoso con lo que haya podido adquirir, amigo del hombre y el que más odia a los perversos por su perfecto rechazo a toda maldad.

19.2. Es necesario, además, que aprenda también a ser fiel consigo mismo y con los demás, y obediente a los mandamientos. Porque ése es el “servidor de Dios” (Hb 3,5), el que se somete voluntariamente a los mandamientos (cf. Nm 12,7; Hb 3,5). Pero quien es ya “puro de corazón” (Mt 5,8) no mediante los mandamientos sino la gnosis misma, ése es “amigo de Dios” (St 2,23; cf. Is 41,8; 2 Cro 20,7).

19.3. Porque nosotros no nacemos poseyendo la virtud por naturaleza, ni una vez nacidos, tampoco se desarrolla ulteriormente en nosotros de forma natural como las otras partes del cuerpo -puesto que entonces no sería ni voluntaria ni meritoria-; ciertamente la virtud no se perfecciona por la concurrencia de lo que sobrevenga o por la costumbre, al modo del lenguaje -porque también la maldad se engendra de esa manera-.

19.4. Tampoco la gnosis proviene de un determinado arte ni por el de los recaudadores ni por el de los terapeutas del cuerpo; ni siquiera de la educación cíclica: porque ya es bastante si sólo puede preparar al alma y darle una ayuda.

No se pude huir de Dios

20.1. Porque los políticos probablemente detengan las malas acciones, y los discursos persuasivos, siendo tan superficiales que no podrán jamás procurar una permanencia científica de la verdad.

20.2. Pero la filosofía griega de alguna manera purifica previamente y prepara al alma para la recepción de la fe, sobre la cual la verdad sobreedifica (cf. 1 Co 3,10. 11. 12. 14) la gnosis.

20.3. Éste, éste es verdaderamente el atleta, el que en el gran estadio (cf. 1 Co 9,24-26), en el hermoso mundo, es coronado con la verdadera victoria frente a todas las pasiones.

20.4. Porque el Dios todopoderoso (es) el que preside (agonothéta) los juegos públicos, pero el árbitro es el Hijo unigénito de Dios; y los espectadores (son) los ángeles (cf. 1 Co 4,9) y los dioses (= los elegidos que se encuentran junto a Dios); el combate gimnástico que se lucha “no es contra la sangre y la carne, sino contra las potestades espirituales” (Ef 6,12), que suscitan vehementes pasiones y actúan mediante la carne; él triunfa sobre estos grandes contrincantes.

20.5. También igualmente venciendo en las luchas que el tentador propone, conquista la inmortalidad. Porque el juicio de Dios no se deja engañar en lo que concierne al juicio más justo.

20.6. Así, por tanto, ha sido convocado el público para el combate y los atletas combaten en el estadio; y de entre ellos vence el que ha sido obediente al Invencible.

20.7. Porque para todos Dios ha dispuesto iguales todas las cosas, y Él mismo es irreprochable, pero quien pueda elegirá y el que quiera prevalecerá; por eso hemos recibido la inteligencia, para saber lo que debemos hacer, y el “conócete a ti mismo” (Cameleón, Fragmentos, 2 A; Aristóteles, Fragmentos, 3) aquí [en la tierra], para saber para qué hemos nacido.

20.8. Y hemos nacido para ser obedientes a los mandamientos, si elegimos el querer salvarnos. Esto es lo que significa quizás la Adrasteia (= sin escapatoria), según la cual no es posible huir de Dios.

La tarea humana consiste en obedecer a Dios

21.1. La tarea humana es, por tanto, la obediencia a Dios, que ha prometido la salvación de distintas maneras por medio de los mandamientos, y una buena aceptación es la confesión de la fe.

21.2. Porque el benefactor es la causa primera del beneficio, y el [hombre] fiel (es) el que ha aceptado diligentemente las disposiciones divinas y ha guardado los mandamientos; pero también es amigo [de Dios] (cf. Jn 15,-915) el que ha correspondido en lo que es capaz al beneficio con amor.

21.3. Pero una única es la recompensa más propia por parte de los hombres: hacer lo mismo que agrada a Dios.

21.4. Y lo mismo que el Maestro y Salvador recibe como algo propio y (como) un resultado congénito las ayudas y rectificaciones de los hombres en aras de su propio favor y honor, así también considera las ofensas inferidas contra los que han creído en Él como ingratitudes y deshonras propias (cf. Mt 25,4-45). -En efecto, ¿qué otro deshonor podría afectar a Dios?-.

21.5. Por tanto, no existe una recompensa digna para la salvación, para devolver el favor del Señor.

21.6. Y como quienes hacen daño a los rebaños ultrajan a sus dueños, y como los que [ofenden] a los soldados (afrentan) a su jefe, así es un desdén para con el Señor el maltrato contra sus consagrados.

21.7. Porque del mismo modo que el sol no sólo ilumina el cielo y todo el mundo que resplandece sobre la tierra y el mar, sino también a través de las ventanas y de las estrechas grietas envía el brillo hasta los recodos más profundos, de igual manera el Verbo, difundido por todas partes, observa la más pequeña de las acciones de la vida.