OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (224)

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La resurrección del hijo de la viuda de Naím
1197
Biblia
Pamplona, España
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SEXTO

Capítulo XVII: El gnóstico y la filosofía

   La fe en Cristo nos impulsa a ser buenos y honestos

149.1. Pero, según parece, los filósofos griegos, mencionando a Dios, no lo conocen, porque no veneran a Dios como Dios (cf. Rm 1,21). Sus proposiciones filosóficas, según Empédocles, “como derramadas pasando tontamente por lengua de muchas bocas, perciben un poco del Todo” (Fragmentos, 31 B, 2-3).

149.2. Porque como la técnica sabe convertir en fuego la luz solar haciéndola pasar a través de un recipiente de cristal lleno de agua, así también la filosofía, tomando de la divina Escritura la chispa (o: el fuego), se hace visible en pocos [hombres].

149.3. También, como todos los seres vivos respiran el mismo aire, pero de manera distinta y de diversa forma, así también la mayoría persigue la verdad, o mejor el discurso sobre la verdad.

149.4. Porque no dicen cosa alguna acerca Dios, sino que explican sus pasiones atribuyéndolas a Dios. En efecto, pasan la vida buscando lo que persuade, no lo verdadero; pero la verdad no se enseña por imitación, sino más bien mediante aprendizaje.

149.5. Porque para que no aparentemos ser honestos por creer en Cristo, tampoco salimos al sol únicamente para que nos vean expuestos al sol, sino que lo estamos para calentarnos; así también nos esforzamos por ser cristianos buenos y honestos (o: auténticos), porque sobre todo “el reino (de los cielos) es de los violentos” (Mt 11,12), alcanzando el fruto del reino por la búsqueda, el estudio y el perfecto ejercicio en común.

El gnóstico anhela imitar al Señor

150.1. Porque quien imita la apariencia engaña también la noción preconcebida (prólepsis). Pero al tomar alguien una chispa de la realidad, la enciende dentro del alma con deseo y aprendizaje, (y) mueve todas las cosas para lograr conocer.

150.2. Porque quien no se inquieta por alguna (cosa), no la desea, ni recibe con afecto su utilidad.

150.3. Así, el gnóstico después imita al Señor hasta la perfección de la felicidad, tal como les es accesible a los seres humanos, consiguiendo cierta cualidad del Señor en aras a la semejanza de Dios. Pero los que no conocen la gnosis tampoco pueden precisar la verdad.

150.4. No es posible, por tanto, participar de las contemplaciones gnósticas, si nosotros mismos no nos vaciamos de los pensamientos anteriores. Porque precisamente se llama comúnmente verdad a toda cosa inteligible o sensible.

150.5. Así es posible examinar la verdad de una pintura, respecto de otra vulgar, y la dignidad de una música, respecto de otra licenciosa. Y hay una verdad de la filosofía, distinta entre los distintos filósofos, y una belleza verdadera distinta de la falsificada.

150.6. No es necesario, por tanto, empeñarse nunca en las verdades parciales, como si ellas traicionaran la verdad, sino que hay que preocuparse por la verdad en sí misma, sin buscar aprender nombres.

150.7. La realidad sobre Dios no es una cosa sola, sino innumerables; es distinto buscar [directamente] a Dios que lo relativo a Dios. Y por lo general, hay que distinguir en cada cosa lo que se dice respecto a la realidad de la naturaleza y a los accidentes.

Las dos naturalezas de Cristo

151.1. Para mí es suficiente decir que Dios es el Señor de todo. Y digo el Señor de todo absolutamente, sin dejar nada a la excepción.

151.2. Puesto que hay dos tipos de verdad, los nombres y la realidad, algunos se refieren a los nombres, los filósofos griegos que se ocupan de la belleza de los discursos, pero nosotros, los bárbaros, poseemos la realidad.

151.3. Ahora bien, el Señor no sin razón quiso revestirse de una forma corporal de bajo precio (cf. Is 53,2-3), para que nadie, alabando la hermosura y admirando la belleza (física), se apartase de sus palabras, y fijándose en lo que se abandona descartara (o: separara) lo inteligible.

151.4. Por eso no hay que fijarse en la expresión, sino en los significados. Ahora bien, a los que buscan captar el sonido de las palabras y no se mueven hacia la gnosis no se les confía el Verbo, puesto que también los cuervos imitan las voces humanas sin comprender la realidad de la que hablan, pero la comprensión contiene la inteligencia de la fe.

151.5. Así también Homero dijo: “Padre de los hombres y de los dioses” (Ilíada, I,544), sin saber quién es el Padre y cómo es el Padre.

¡Dios es bueno!

152.1. Y de igual manera que para quien tiene manos es según la naturaleza el aferrar y para quien posee ojos sanos el ver la luz, así también pertenece naturalmente para el que ha adquirido la fe participar de la gnosis, si trabaja más y sobreedifica con oro, plata y piedras preciosas sobre el cimiento ya asentado (cf. 1 Co 3,12).

152.2. Ahora bien, no promete querer participar (de la gnosis), sino que comienza; tampoco debe diferir el ser (de estirpe) real, luminosa y gnóstica, sino que lo sea ya, y no sólo quiera tocar nominalmente la realidad, sino de hecho.

152.3. Porque al ser Dios bueno para con lo hegemónico de toda la creación (y) queriendo salvarlo (cf. 1 Tm 2,4; Jn 3,16), se dispuso hacer también a los otros seres, otorgándoles desde el principio ese primer beneficio: el existir; porque es mucho mejor ser que no ser: todos estarán de acuerdo. Además, conforme a la capacidad natural de cada uno de los seres, ha progresado y progresa hacia lo que es mejor para sí mismo.

La maravillosa Providencia de Dios

153.1. De modo que no es extraño que también la filosofía sea concedida por la divina providencia (como) propedéutica hacia la perfección por medio de Cristo, (si) la filosofía no se avergüenza de aprender a progresar hacia la verdad con la gnosis bárbara.

153.2. Pero [si hasta] “han sido contados los cabellos” (Lc 12,7) y los movimientos vulgares, ¿cómo la filosofía no es tenida en cuenta?

153.3. En verdad también en Sansón residía la fuerza en los cabellos (cf. Jc 16,17), para que no se piense que las artes despreciables de la vida, las que yacen y permanecen en la tierra después de la salida del alma, son concedidas sin el poder divino.

153.4. Precisamente, dice [la Escritura], la Providencia llega (o: viene) a todos desde lo alto, desde lo más importante, como de una cabeza, “como el ungüento, dice, que desciende hasta la barba de Aarón, y hasta la orla de su vestido” (Sal 132 [133],2) -es decir [el vestido] del Sumo Sacerdote (cf. Hb 5,4-5), “por el cual todo fue hecho y sin él no se hizo nada” (Jn 1,3)-; no para el adorno del cuerpo, puesto que la filosofía exterior al pueblo [de Isarel] es como un vestido.