OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (219)

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Ascensión de Cristo
Siglo XIII
Misal
Arras, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SEXTO

Capítulo XV: Sobre el gnóstico y la Sagrada Escritura (continuación)

   El Hijo de Dios, Cristo, es el principio de toda auténtica enseñanza

122.1. El descubrimiento sobre la investigación de Dios es, en efecto, la enseñanza mediante el Hijo, y señal de que nuestro Salvador (es) ese Hijo de Dios, las profecías anteriores a su venida lo proclaman, y también los testimonios contemporáneos a su nacimiento sensible, y además las proclamaciones después de su ascensión y las demostraciones visibles de su poder.

122.2. Así, una señal de que tenemos la verdad es el que el mismo Hijo de Dios lo ha enseñado. Porque, si sobre toda investigación se encuentran estas cosas universales (lit.: católicas), la persona y el hecho, la verdad real se manifiesta sólo a nosotros, porque la persona de la verdad demostrada (es) el Hijo de Dios, y el hecho es el poder de la fe que está por encima de todo obstáculo que se presente y de la oposición del mundo entero.

122.3. Pero -ya que está demostrado (lit.: reconocido, probado) lo que ha sido confirmado con obras y palabras eternas: todo el que considera que no hay Providencia y es realmente ateo, aparece ya totalmente digno de castigo, no de refutación-, y es preferible para nosotros saber lo que hay que hacer y cómo debemos vivir para llegar al conocimiento profundo de Dios omnipotente, y cómo debemos honrar a la divinidad para devenir nosotros mismos causa de salvación; y trataremos de hacer lo justo y lo santo (cf. Lc 1,75) conociendo y aprendiendo lo que le complace, no de los sofistas sino de Dios mismo.

122.4. Y lo que le complace es que nos hayamos salvado (cf. 1 Tm 2,4), y la salvación sobreviene por medio del bien hacer y de la gnosis; de ambas cosas es maestro el Señor.

La verdad la hemos aprendido por medio del Hijo de Dios

123.1. Si, por tanto, según Platón (cf. Timeo, 40 D-E) sólo se puede aprender lo verdadero de parte de Dios o de los descendientes de Dios, con razón, al elegir los testimonios de las palabras divinas, nos jactaremos de haber aprendido la verdad por medio del Hijo de Dios; en efecto, primeramente fueron profetizadas, más tarde también demostradas. Y las cosas que colaboran al descubrimiento de la verdad no son falsas.

123.2. Así, cuando la filosofía proclama la Providencia, la recompensa de la vida bienaventurada y el castigo de la [vida] de condenación (lit.: desgraciada), teologiza comprensivamente, pero con exactitud no salva ni lo mínimo (lit.: lo que hay en parte). Porque no trata como nosotros ni sobre el Hijo de Dios ni sobre la economía [salvífica] de la Providencia. Puesto que [la filosofía] no conoce el culto según Dios.

123.3. Por eso precisamente, las herejías de la filosofía bárbara (= cristianismo), aunque afirman que Dios es uno y cantan himnos a Cristo, hablan según una comprensión (superficial), no mediante la verdad. Porque inventan otro dios y comprenden a Cristo no como lo transmiten las profecías. Pero además sus falsas doctrinas están contra nosotros, oponiéndose a la norma de conducta de la verdad.

La verdadera tradición es la apostólica

124.1. Así Pablo circuncidó a Timoteo en razón de los creyentes (que provenían) de los judíos (cf. Hch 16,3), prefiriendo disolver él mismo (las prescripciones) demasiado carnales de la Ley, no apostataran de la fe los catecúmenos (provenientes) de la Ley, aunque sabía perfectamente que la circuncisión no justifica (cf. 1 Co 7,19). Él confiesa “hacerse todo con todos para ganar a todos” (1 Co 9,22; cf. 9,19), salvando condescendientemente lo principal de las verdades.

124.2. Y Daniel llevó encima el collar de oro por causa del rey de los persas, para que el pueblo despreciado no fuera oprimido (cf. Dn 5,7. 29; 9,4-19).

124.3. Así, por tanto, no engañan en realidad los que tratan de adaptarse en virtud de la economía de la salvación, ni los que resbalaron en una cosa mínima, sino los que se apartan de las [verdades] más importantes y ciertamente rechazan por poco que sea al Señor, y expolian la verdadera enseñanza del Señor; ellos no exponen ni transmiten las Escrituras conforme a la dignidad de Dios y del Señor.

124.4. Porque la comprensión y el ejercicio de la piadosa tradición de la enseñanza del Señor por medio de sus apóstoles es un depósito que hay que restituir a Dios (cf. 1 Tm 6,20).

124.5. Dice [la Escritura]: “Lo que oyen al oído -claro está, de modo oculto y en forma misteriosa, porque eso significa alegóricamente hablar al oído- anúncienlo sobre los tejados” (Mt 10,27; cf. Lc 12,3); recibiendo noblemente (o: con grandeza) las Escrituras, transmitiéndolas con orgullo y explicándolas según el canon de la verdad.

124.6. Porque ni la profecía, ni el Salvador mismo explicaron los divinos misterios de un modo tan fácil como para que uno cualquiera los alcanzase, sino hablaban en parábolas (cf. Is 6,9-10; Mt 13,10-17).

La justicia cristiana consiste en el amor a Dios. El canon eclesiástico

125.1. Incluso los apóstoles dicen sobre el Señor que “habló todo en parábolas y no decía nada sin parábolas” (Mt 13,34).

125.2. Pero si “todo fue hecho por medio de Él y sin Él no se hizo nada” (Jn 1,3), y la profecía y la Ley fueron hechas por Él, y fueron dichas en parábolas por medio de Él. Y “todas las cosas son claras para los entendidos” (Pr 8,9), dice la Escritura; es decir, para cuantos reciben conservando según el canon eclesiástico la exégesis de las Escrituras explicada (o: aclarada) por Él.

125.3. Y canon eclesiástico es el acuerdo y sinfonía de la Ley y de los profetas con el Testamento transmitido por la venida del Señor.

125.4. Ciertamente, a la gnosis sigue la prudencia, y a la prudencia la templanza. Porque hay que decir que la prudencia es una gnosis divina y (que se encuentra) en los divinizados, y que la templanza es mortal y está en los hombres que filosofan, aunque todavía no (sean) sabios.

125.5. Precisamente, si la virtud es divina, también su gnosis; pero la templanza es como una prudencia imperfecta, saliendo ciertamente de la prudencia, pero fatigosamente laboriosa (o: activa) y no teorética; sin duda conforme a la justicia común, que siendo humana, sin embargo, sirve de base a la santidad, que es justicia divina.

125.6. Porque para el perfecto la justicia no (está) en los contratos de los ciudadanos (lit.: políticos) ni en las prohibiciones de la Ley, sino en la acción personal (ideopragía: acción de obras para sí mismo) y en el amor a Dios.

Interpretar rectamente “las expresiones salvíficas del Espíritu Santo”

126.1. Las Escrituras, ciertamente, ocultan su pensamiento por muchas causas; en primer lugar, para que nos dediquemos a investigar y siempre estemos vigilantes para descubrir las palabras que salvan; después, porque no a todos convenía el comprenderlas, para que, al interpretar erróneamente las expresiones salvíficas del Espíritu Santo, no hicieran ningún daño.

126.2. Así, los santos misterios de las profecías se mantienen velados entre parábolas para los hombres elegidos y admitidos por su fe a la gnosis.

126.3. En efecto, el carácter de las Escrituras es parabólico, porque también el Señor, sin ser del mundo (cf. Jn 8,23; 17,14), aparece entre los hombres como (si fuera) del mundo (lit.: mundano). Y porque llevó en sí toda la virtud, destinando al hombre, compañero del mundo, a lo inteligible y principal por medio del conocimiento, para que pasara de un mundo [terreno] al mundo [celestial].

126.4. También ha utilizado la escritura metafórica, porque eso (es) la parábola: un dicho que a partir de algo no propio ciertamente, pero semejante a lo propio, conduce al que entiende a lo verdadero y propio, o, como dicen algunos, un estilo de hablar que mediante diversos términos, sugiere con eficacia lo dicho con propiedad.

Quienes proclaman a Cristo son perseguidos

127.1. Toda la economía [salvífica] profetizada sobre el Señor es una parábola, como verdaderamente se manifiesta en los que no han conocido [la verdad]; así alguno dirá y otros oirán que el Hijo de Dios creador de todas las cosas asumió una carne y fue concebido en un seno virginal, de manera que así se formó su carne visible y que, en consecuencia, luego de engendrado padeció y resucitó; “escándalo para los judíos y necedad para los griegos” (1 Co 1,23), como dice el Apóstol.

127.2. Pero las Escrituras han sido abiertas y manifiestan a quienes tienen oídos (cf. Mt 11,15) que aquello es verdadero (cf. Lc 24,32), que sufrió la carne asumida por el Señor, y proclaman que (es) “poder y sabiduría de Dios” (1 Co 1,24).

127.3. Además, el género parabólico de la Escritura, siendo el más antiguo, como hemos señalado (cf. V,19,3-4), ciertamente abundó muchísimo entre los profetas, para que el Espíritu Santo demostrase que tanto los filósofos griegos como los sabios de los otros [pueblos] bárbaros habían ignorado la futura venida del Señor y que la mística enseñanza sería transmitida por Él.

127.4. Con razón, en efecto, la profecía, al anunciar al Señor, como para no parecer a algunos blasfema al contradecir las opiniones de la mayoría, configuró (lit.: esquematizó) lo que significaba con expresiones que también podían conducir a otras interpretaciones.

127.5. Así todos los profetas que habían profetizado la venida del Señor y con ella los santos misterios, fueron perseguidos, matados, como el mismo Señor (cf. Mt 23,31-37; Hb 11,37), lo que dan a conocer de forma manifiesta sus Escrituras; y sus discípulos, los que proclamaron al Verbo de igual manera después de Él, expusieron la vida.

Testimonio del “Kerigma Petri”

128.1. De ahí que también Pedro en “La predicación”, cuando habla sobre los apóstoles dice: “Nosotros hemos abierto los libros que tenemos de los profetas, quienes señalan a (lit.: designan a) Jesucristo, mediante parábolas y enigmas, o bien auténtica y textualmente; y encontramos su venida, la muerte, la crucifixión y todos los demás tormentos que le infligieron los judíos, y la resurrección y la ascensión a los cielos, antes que fuera fundada Jerusalén (cf. Ap 21,1; 10,2; 2 P 3,13); tal como había sido escrito todo aquello que Él debía padecer (cf. Lc 24,26; 1 P 1,11) y lo que habría de suceder después de Él.

128.2. Reconociendo todo eso creímos en Dios mediante lo que había sido escrito sobre Él” (Kerigma Petri, fragmento 9).

128.3. Y poco después añade, sosteniendo de nuevo que por divina providencia se han cumplido las profecías, así: “Porque supimos que Dios había dispuesto realmente esas cosas, y no decimos nada sin la Escritura” (Kerigma Petri, fragmento 10).