OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (215)

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Cristo se aparece al apóstol Tomás
Hacia 1170-1185
Salterio - Himnario
Amiens, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SEXTO

Capítulo XII: El ser humano puede adquirir la virtud

   Dios quiere la salvación de los hombres
  
96.1. Con este razonamiento se resuelve la dificultad que nos lanzan los herejes: ¿Adán fue plasmado perfecto o imperfecto? Ahora bien, si imperfecto, ¿cómo va a ser imperfecta la obra de un Dios perfecto, y sobre todo el hombre? Pero si (fue creado) perfecto, ¿cómo transgredió los mandatos?

96.2. Escuchen también de nosotros que no fue hecho constitutivamente perfecto, sino apto para recibir la virtud. Porque hay mucha diferencia en ser apto para la virtud hasta su posesión. Pero [Dios] quiere que seamos salvados desde nosotros mismos. En efecto, la naturaleza del alma (es) a partir de sí misma que saca el anhelo. Además, siendo nosotros racionales, y siendo racional la filosofía, tenemos una cierta afinidad con ella. Y la aptitud es propensión hacia la virtud, pero no la virtud.

96.3. Ahora bien, como ya he dicho, todos han nacido para la adquisición de la virtud; pero hay quien avanza más y otro menos, tanto en el aprendizaje como en la ascesis (cf. Platón, Protágoras, 323 D); y por lo cual algunos se han ejercitado hasta la virtud perfecta, otros han llegado hasta un cierto punto, e incluso otros, descuidándose, se han desviado en dirección opuesta, aunque hayan sido bien dotados por la naturaleza.

96.4. Y mucho más difícil de adquirir es la gnosis, que sobrepasa a todas las ciencias en grandeza y verdad, y se obtiene con un gran esfuerzo.

Sobre la metánoia

97.1. Pero, según parece, “no conocieron los misterios de Dios, puesto que Dios creó al hombre para la incorruptibilidad y lo hizo a imagen de su propia identidad” (Sb 2,22-23); y conforme a la identidad del que lo conoce todo, el gnóstico, “justo y santo y con prudencia” (Platón, Teeteto, 176 B), se esfuerza por alcanzar la medida de la edad perfecta (cf. Ef 4,13).

97.2. Pero puesto que para el gnóstico no sólo son puras (o: se purifican) las acciones y los pensamientos, sino también las palabras, dice (la Escritura): “Apreciaste mi corazón y me visitaste de noche; me pasaste por el fuego y no se encontró en mí injusticia, puesto que mi boca no ha hablado las obras de los hombres” (Sal 16 [17],3-4).

97.3. Y ¿qué significa “las obras de los hombres”? Reconoce el pecado mismo, no el referido al arrepentimiento -porque ese [reconocimiento] también es común en los otros fieles-, sino lo que es pecado. Puesto que no condena el [pecado] de uno, sino sencillamente a todo pecado; ni tampoco la maldad que alguno ha hecho, sino lo que no debe hacerse.

97.4. Y de esto se deduce un doble arrepentimiento: uno general, por la falta cometida; otro el que, conocida la naturaleza del pecado, persuade a abstenerse de pecar por una razón superior, a lo que sigue el no pecar.

Los verdaderos bienes

98.1. No se diga, por tanto, que el que comete injusticia y peca comete una falta por incitación de los demonios para así ser inocente; sino que cuando elige el pecar lo mismo que los demonios, también el hombre se hace demoníaco: inestable, voluble e inconstante en los deseos; como los demonios.

98.2. En efecto, ciertamente, el malo por naturaleza, está inclinado a pecar por maldad, se ha inclinado a lo vil, teniendo la maldad que ha elegido espontáneamente. Y al estar inclinado al pecado, peca también en lo que hace. Por el contrario, el que es bueno obra rectamente (cf. Sal 111 [112],5).

98.3. Por eso, nosotros llamamos bienes no sólo a las virtudes, sino también a las acciones buenas; y sabemos que algunos bienes son elegibles por sí mismos, como la gnosis -porque no perseguimos de ella, una vez en su presencia, otra cosa que su presencia misma, y nosotros estamos en una contemplación ininterrumpida y luchamos en pos de ella y a causa de ella-; pero otros [bienes son elegibles] por otras (razones), como la fe, por la que se evita el castigo y se obtiene el beneficio de la recompensa [divina]. Porque el temor es para la mayoría una causa para no pecar; y la promesa es el punto de partida para observar la obediencia, por la cual tiene lugar la salvación.

La alegría del gnóstico

99.1. Así entonces, la gnosis, el bien más perfecto, es elegible por sí misma; y también, en consecuencia, los bienes que se derivan de ella.

99.2. Y el castigo para el que es sancionado es causa de corrección, pero para los que pueden verlo de lejos deviene un ejemplo, por el cual se libran de caer en las mismas penas.

99.3. Recibamos, por tanto, la gnosis no desando los bienes que trae, sino abrazándola por el hecho mismo de conocer. Porque el primer beneficio (es) el estado gnóstico, que procura placeres sin peligro y con gozo, ahora y para después.

99.4. Se dice que el gozo es alegría, teniendo conciencia (o: reflexión) de la virtud según la verdad mediante algún festín y esparcimiento del alma.

99.5. Y las obras que participan de la gnosis son las acciones buenas y honestas (lit.: hermosas). Porque la verdadera riqueza es la superabundancia de acciones conformes a la virtud; pero la miseria (o: indigencia, pobreza) es la carencia de deseos prudentes.

99.6. Porque la cualidad de la posesión y el uso de las cosas necesarias no encierran perjuicio, sino la medida sin medida.

El gnóstico aspira a la perfección en Dios

100.1. Por eso el gnóstico delimita los deseos respecto a la posesión y a la utilización, no sobrepasando el límite de lo necesario.

100.2. En efecto, considerando necesaria la vida aquí (abajo) para acrecentar la ciencia y adquirir la gnosis, lo que más desea no (es sólo) de vivir, sino vivir según lo mejor; sin preferir hijos, ni matrimonio, ni padres, al amor a Dios y a la justicia en esta vida.

100.3. Y para él la esposa, una vez nacidos los hijos, es considerada (lit.: juzgada) una hermana, y como nacida del mismo padre; y ella se acuerda del marido sólo cuando mira a los hijos, (puesto que) en realidad será como una hermana después del abandono de la carne, que divide y diferencia la gnosis de los espirituales por la propiedades de las formas corporales. Porque las almas en sí mismas son iguales; las almas no tienen sexo (lit.: de género neutro), no son masculinas ni femeninas (cf. Ga 3,28), cuando ni toman esposa ni son dadas en matrimonio (cf. ; Lc 20,34-35; Mc 12,25; Mt 22,30). Así, quizás, la mujer se transformará en varón, porque perdiendo su femineidad deviene igualmente varonil y perfecta.

Sobre Abraham, Sara y Ana, madre de Samuel

101.1. Esto (significaba) entonces la risa de Sara cuando le fue dada la buena noticia del nacimiento de un hijo (cf. Gn 18,12); ella no sólo no creyó al ángel, me parece a mí, sino que se avergonzó [de tener] nuevamente aquella relación por la que devendría madre de un hijo.

101.2. Y tal vez desde entonces, Abrahán, cuando a causa de la belleza de Sara corría peligro ante el rey de Egipto, la llamó propiamente hermana, e hija del mismo padre, aunque no de la misma madre (cf. Gn 12,10-20; 20,1-13).

101.3. En efecto, a los que se han convertido de los pecados pero no han creído firmemente, Dios les concede lo que necesitan por las peticiones; pero a quienes viven sin pecado y gnósticamente, sólo con pensarlo se lo concederá.

101.4. Por ejemplo, a Ana, con sólo pensar en un hijo, se le concedió la concepción de Samuel (cf. 1 S 1,9-20). Dice la Escritura: “Pide y lo haré. Piénsalo y te lo daré” (cf. Mt 7,7).

101.5. Porque se nos ha transmitido que Dios es “conocedor de los corazones” (Hch 1,24; 15,8; Ap 2,23), no que conjeture por un movimiento del alma, como nosotros, los hombres, ni tampoco por lo que acontece -puesto que (sería) ridículo pensarlo- ni, como el arquitecto alaba la obra hecha, y tampoco Dios, cuando hizo la luz, dijo que era bella (cf. Gn 1,3-4) después de haberla visto.

101.6. Él, incluso antes de haberla hecho, la alabó, porque sabía cómo iba a ser. Y lo que iba a ser bueno (o: bello) por el poder del que lo hizo, desde el principio fue hecho bueno (o: bello) por la acción (del Hacedor), mediante su designio eterno.

101.7. Por tanto, lo que habría de ser ya lo había predicho como bueno, aunque ocultara la verdad por la inversión (hipérbaton) de la frase.

Orar en todo momento. El ayuno

102.1. El gnóstico, por tanto, reza también a toda hora (cf. Lc 18,1; Ef 5,20) con el pensamiento, familiarizado con Dios por el amor. En primer lugar pedirá para sí mismo el perdón de los pecados; después, el no pecar jamás; en seguida, poder hacer el bien y comprender toda la creación y la economía [salvífica] según el Señor;

102.2. para llegar a ser limpio de corazón (Mt 5,8; cf. Sal 23 [24],4), y mediante el reconocimiento del Hijo de Dios, ser iniciado en la bienaventurada contemplación “cara a cara” (1 Co 13,12; cf. Gn 32,31; Ex 33,11), escuchando a la Escritura, que dice: “El ayuno con la oración es bueno” (Tb 12,8; cf. Mc 9,28).

102.3. Los ayunos indican la abstención de todos los males en general: de obra, palabra y del pensamiento mismo.

102.4. Como se ve, entonces, la justicia es cuadrada, igual por todas partes y adecuada en palabra, en obra, en abstención del mal, en hacer bien, en perfección gnóstica; de ninguna manera cojea por ninguna parte, para no aparecer injusta e inicua.

102.5. Cuando uno es justo, también (es) totalmente fiel; pero si (es) fiel no por ello (es) también justo, y digo la que progresa y se hace perfecta, por la que el gnóstico es llamado justo.

El ejemplo del teñido de la lana

103.1. Por ejemplo, Abrahán, porque se hizo fiel, “le fue reconocido como justicia” (Gn 15,6; Rm 4,3), porque había progresado hacia lo mejor y más perfecto que la fe.

103.2. Porque no es justo quien sólo porque se abstiene de la mala acción, si no añade el bien obrar y el conocer por qué causa hay que evitar ciertas cosas y hacer otras.

103.3. El Apóstol dice que el justo es conducido hacia la suma cumbre “mediante las armas de la justicia de derecha e izquierda” (2 Co 6,7), defendido por unas, pero también usando otras.

103.4. Porque no basta la protección de la armadura, y la abstención de los pecados no es suficiente para alcanzar la perfección, si no asume también la tarea de la justicia, la práctica de hacer el bien.

103.5. Entonces sí, nuestro hábil (lit.: ambidextro) gnóstico se manifiesta en la justicia cuando ya ha sido glorificado en este mundo como Moisés [manifiesta] en el rostro (cf. Ex 34,29-35; 2 Co 3,7-18) del alma; lo cual, ya lo hemos dicho antes (cf. IV,117,1), es una característica propia del alma justa.

103.6. Porque como al fijarse la tintura en la lana, permaneciendo (ésta invariable), le procura una característica y una diferencia respecto al resto de las lanas, así también sobre el alma, el esfuerzo pasa, pero permanece la hermosura y deja lo agradable, mas se limpia lo vergonzoso.

103.7. Éstas son las cualidades características de cada una de las almas, por las que una es reconocida glorificada y otra, en cambio, condenada.

El gnóstico por acción de la gracia deviene “portador de Dios”

104.1. Ciertamente, como en Moisés, que por su justa conducta y por su continuo diálogo con Dios que le hablaba (cf. Ex 33,11; 34,29), se fijó en su rostro un brillo de gloria, así también el alma justa, alguna fuerza divina de bondad, ungiéndola por una visita (o: solicitud), por la profecía y por la actividad de gobierno, deja impreso cual un resplandor intelectual, mostrando algo como el calor del sol, un magnífico (epifánico) “sello de justicia” (Rm 4,11), una luz que se une al alma por un amor continuo, portador de Dios y llevado por Dios.

104.2. En este punto aparece para el gnóstico la semejanza con Dios Salvador y, en cuanto le (es) permitido a la naturaleza humana, deviene perfecto, “como el Padre que está en los cielos” (Mt 5,48), dice (la Escritura).

104.3. Él mismo es el que ha afirmado: “Hijitos, todavía estoy un poco con ustedes” (Jn 13,33), porque también Dios, no porque sea bueno por naturaleza, permanece bienaventurado e incorruptible, “no sin hacer nada y sin condescender con nadie” (Epicuro, Sentencias, 1), sino haciendo el bien que lo caracteriza, siendo realmente Dios y Padre bueno, también (se manifiesta) en el incesante hacer el bien, y permaneciendo inmutable en la identidad de su bondad. Porque, ¿para qué sirve un bien, si no actúa y no beneficia?