OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (209)

Hemorroisa.jpg
Cristo cura a la hemorroísa
1197
Biblia
Pamplona, España
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SEXTO

Capítulo VII: La verdadera filosofía

   Definición de la verdadera filosofía

54.1. Como hace tiempo hemos indicado (cf. Stromata, I,24,1--25,5; 37,1; 117,1; VI,5,1,), no hablamos de la actividad de cada escuela, sino de lo que realmente es filosofía, una sabiduría exactamente técnica que procura la experiencia sobre las cosas de la vida; y [hablamos] de la sabiduría que es un conocimiento firme de las cosas divinas y humanas, (y) de una comprensión segura y constante que abarca lo que es, lo que ha sido y lo que será (cf. Sb 7,18; 8,8); lo que nos enseñó el Señor por medio su venida y por medio de los profetas. ¿Y es constante (por obra) del Verbo o transmitida por sí misma?

54.2. Aquella (= la comprensión) también es totalmente verdadera, por voluntad [divina], como conocida mediante el Hijo (cf. Col 2,3).

54.3. Aquélla es eterna, pero ésta sólo conveniente en el tiempo; aquélla una e idéntica, las demás muchas y distintas; y aquélla prescinde de cualquier movimiento pasional, pero la otra (está unida) al apetito pasional; aquélla (es) perfecta, la otra necesitada.

Los verdaderos filósofos

55.1. La filosofía desea aquella sabiduría, de la rectitud del alma y de la razón, y de la pureza de vida; la que se esfuerza amorosa y amigablemente hacia la sabiduría y hace todo lo necesario para obtenerla.

55.2. Y entre nosotros llamamos filósofos a los enamorados de la sabiduría del Creador y Maestro de todos, es decir, de la gnosis del Hijo de Dios; pero entre los griegos (son filósofos) los que se ocupan en discusiones sobre la virtud.

55.3. (Serían), por tanto, filosofía las doctrinas irreprochables de cada una de las escuelas -digo a las filosóficas-, de acuerdo con la vida que confiesan, y reunidas mediante una selección.

55.4. Y esas mismas (doctrinas), sustraídas a la gracia divina (cf. Rm 12,3. 6) concedida a los bárbaros, han sido adornadas con palabra griega. Porque unas las robaron, otras incluso las entendieron mal. En otros casos las expresaron moviendo ideas, pero no lo realizaron con perfección; y algunas otras (las han expresado) mediante conjetura y cálculo humano, y también en eso se equivocan. Ellos mismos están ilusionados de haber alcanzado perfectamente la verdad. Pero [sólo la alcanzan] parcialmente, como nosotros lo hemos comprendido.

El orgullo: causa de todos los pecados

56.1. Así, ni siquiera conocen mejor este mundo. Y, en efecto, como la geometría se ocupa de las medidas, magnitudes y figuras mediante el dibujo en las superficies, o que la pintura muestra toda la perspectiva (lit.: óptica) de un lugar mediante lo representado (lit.: escenografía), pero engañando con ella la vista al utilizar, según (las reglas) del arte, signos en perspectiva de los contornos ópticos que describe -así se recuerdan (o: conservan) superficies, bajorrelieves, objetos a plena luz, y mientras unas cosas parecen sobresalir, otras se hunden, y el resto se lo imaginan de otra manera en la superficie plana y lisa-; y así también los filósofos, a manera de pintura, imitan la verdad.

56.2. Y el orgullo es en cada caso y para cada uno la causa de todos los pecados (cf. Si 10,12. 15; St 4,6). Por ello no hay que ambicionar la gloria (siendo) orgulloso ante los hombres (cf. Mt 6,2), sino amante de Dios para devenir realmente “santo con prudencia” (Platón, Teeteto, 176 B).

Todo ser creado necesita un maestro para aprender

57.1. Por tanto, si tal vez uno acepta lo que es particular como universal, y estima lo servil como señor y principal, se engaña sobre la verdad sin comprender lo que dice David a manera de confesión: “Comía tierra y ceniza como si fuera pan” (Sal 101 [102],10).

57.2. La soberbia y la presunción son para él tierra y error. Pero, si esto es así, la gnosis y la ciencia (provienen) del aprendizaje. Y si existe aprendizaje, es necesario buscar al maestro.

57.3. Porque ciertamente, Cleantes inscribe [como maestro suyo] a Zenón, Teofrasto a Aristóteles, Metrodoro a Epicuro y Platón a Sócrates. Pero también si me remontara yo a Pitágoras, Ferecides, Tales y a los primeros sabios, me detendría buscando a sus maestros; y si mencionas a los egipcios, a los indios, a los babilonios, y a los mismos magos, no cesaré de reclamar a sus maestros; y te llevaré también hasta la primera generación de los hombres, y allí comenzaré a preguntar: ¿Quién fue el maestro?

57.4. Ningún hombre, en efecto, porque ninguno había aprendido; ni si quiera un ángel (cf. Hch 7,53; Ga 3,19; Hb 2,2), porque los ángeles, en cuanto ángeles, no hablan a la manera como oyen los hombres, ni tienen lengua ni orejas como nosotros. Y si nadie puede otorgar a los ángeles órganos de voz, quiero decir labios y las partes adyacentes, y faringe, tráquea, caja torácica (o: pulmón), aliento y vibración (lit.: golpear) del aire.

57.5. Mucho menos que Dios necesite gritar, en su inaccesible (cf. 1 Tm 6,16) santidad y separado de los arcángeles mismos. Pero sabemos que tanto los ángeles como sus príncipes han aprendido la verdad; porque han sido engendrados.

Cristo es el maestro de todos los seres engendrados

58.1. Ahora bien, falta que ascendamos poco a poco para desear al maestro de éstos. Y puesto que uno es el Ingénito, Dios todopoderoso, y uno es el Primogénito, por el que “todo fue hecho y sin Él nada, se hizo” (Jn 1,3) -“porque Dios es realmente uno, quien ha creado el principio de todo” (Kerigma Petri, 2), escribe Pedro, revelándonos al Hijo Primogénito, porque comprende con exactitud la expresión: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1,1)-; y puesto que Él es llamado sabiduría por todos los profetas, Él mismo es el maestro de todos los engendrados, el consejero de Dios que conocía de antemano todas las cosas (cf. Rm 8,29; Is 40,13; Rm 11,34).

58.2. Él es el que desde el principio de la creación del mundo (cf. Ef 1,4), “muchas veces y de muchas maneras” (Hb 1,1) [nos] ha educado y perfeccionado. Por eso con razón se ha dicho: “No les llamen maestro sobre la tierra” (Mt 23,8-9). Mira, entonces, dónde tiene el asidero la verdadera filosofía.

58.3. Aunque la Ley fue imagen y sombra de la verdad (cf. Hb 8,5; 10,1; Col 2,17), al menos la Ley fue sombra de la verdad; pero el orgullo de los griegos proclama maestros a algunos hombres.

El Señor enseña a obrar bien

59.1. Ciertamente, como toda paternidad (cf. Ef 3,15; Col 1,15) se remonta al Dios creador, así también [se remonta] al Señor la enseñanza del bien, que también justifica, conduce hacia él y ayuda a conseguirlo.

59.2. Y si al recibir las semillas de la verdad de una forma o de otra algunos no las hicieron productivas, sino que, al entregarlas a una tierra estéril y sin agua, siendo ahogadas por las hierbas salvajes (cf. Mt 13,3-7), se apartaron, al igual que los fariseos, de la Ley introduciendo furtivamente enseñanzas humanas (cf. Is 29,13; Mt 15,9), de ello no tiene culpa el Maestro, sino quienes prefirieron entender mal.

59.3. Pero quienes de ellos están convencidos de la venida del Señor y de la claridad de las Escrituras, alcanzan el conocimiento perfecto de la Ley; al igual también que (los que provienen) de la filosofía, mediante la enseñanza del Señor, se encuentran establecidos en el conocimiento de la verdadera filosofía.

59.4. “Porque las palabras del Señor son palabras santas, son plata depurada en el crisol, siete veces purificada de tierra” (Sal 11 [12],7).

El verdadero gnóstico debe ser purificado

60.1. Ciertamente el justo es purificado, como plata, varias veces puesto a prueba, hasta devenir moneda del Señor, mostrando el sello real (cf. 2 Co 1,22; Ef 1,13; 4,30); o, como también Salomón dice que “la lengua del justo es como plata acrisolada al fuego” (Pr 10,20), mostrando que la enseñanza probada y sabia es digna de elogio y aceptable, cuando esté muy bien purificada de la tierra, o sea, cuando el alma gnóstica sea santificada de múltiples modos (cf. Hb 1,1) absteniéndose de los ardores terrenos.

60.2. Y también es santificado el cuerpo en el que ella mora apropiándoselo, consagrado a la pureza (como) un templo santo (cf. 1 Co 3,16-17). Pero la primera purificación del alma es en el cuerpo, (es) abstenerse del mal, y que algunos consideran como la perfección; también es la propia del creyente sencillo, sea judío o griego: la perfección misma.

60.3. Pero la justicia del gnóstico, además de la perfección que otros reconocen, avanza hacia la practica del bien; y en él progresa la tensión a la justicia, hacia el bien obrar, y la perfección permanece en él como estado inmutable de bien obrar a semejanza de Dios. Porque quienes (son) descendencia de Abrahán, todavía siervos de Dios, ésos son los llamados; en cambio los hijos de Jacob (son) sus elegidos (cf. Mt 22,14; 20,16), los que golpearon en el talón a la fuerza del mal (cf. Gn 25,26; 27,36).

La meta del sabio es la contemplación

61.1. Si a Cristo mismo le llamamos sabiduría (cf. 1 Co 1,24. 30) y a su fuerza [desplegada] por medio de los profetas, y por la que se aprende la tradición gnóstica, como Él mismo enseñó a los santos apóstoles durante su venida, entonces la gnosis es sabiduría, ciencia y comprensión segura e inequívoca del presente, del futuro y del pasado, como que ha sido transmitida y revelada por el Hijo de Dios.

61.2. Y también si la finalidad del sabio es la contemplación, el que aún (se encuentra) entre los filósofos trata de alcanzar la ciencia divina, pero todavía no la alcanza. No [consigue] la voz profética aclarada para él con la enseñanza recibida, mediante la cual encuentra lo presente, lo futuro y lo pasado, tal como sucede, sucederá o ha sucedido.

61.3. Pero esta misma gnosis, transmitida por sucesión desde los apóstoles, ha llegado a unos pocos sin escritura. Entonces es necesario practicar la gnosis o sabiduría, hasta [alcanzar] un estado eterno e invariable de contemplación.