OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (20)

AbrahJac.jpg
Isaac bendice a Jacob
El sueño de Jacob
Siglo XIV
“Neville of Hornby Hours”
Inglaterra (Londres?)
SAN JUSTINO, DIÁLOGO CON TRIFÓN (continuación)

Juan, precursor de Cristo. Profecía de Isaías

50. Trifón: -Me parece -dijo- que te has ejercitado, antes de nuestro encuentro, en varias ocasiones con diversos interlocutores sobre todo aquello ha sido el objeto de nuestra búsqueda, y por ello preparado para responder a todo lo que se te pregunta. Respóndeme, pues, ante todo, ¿cómo puedes demostrar que hay otro Dios fuera del Creador del Universo? Después me demostrarás que se dignó nacer de una virgen.
   [2] Yo le dije: -Permíteme antes citar unas palabras de la profecía Isaías, aquellas que hablan de la función del precursor, por la cual Juan, que fue Bautista y profeta, precedió a ese mismo Jesucristo Juan, nuestro Señor.
   -Permitido lo tienes, contestó Trifón.
   [3] -Isaías, pues -continué yo-, sobre la función de precursor asumida por Juan, hizo la siguiente predicción: «Dijo Ezequías a Isaías: “Buena es la palabra que habló el Señor: Que habrá paz y justicia en mis días”» (Is 39,8) Y: «Consuelen al pueblo, sacerdotes, hablen al corazón de Jerusalén y consuélenla, porque cumplida está su humillación. Su pecado ha sido perdonado, porque recibió de mano del Señor el doble de sus pecados. Una voz grita en el desierto: “Preparen los caminos del Señor; hagan rectos los senderos de nuestro Dios. Todo abismo será rellenado, toda montaña y toda colina aplanada. Todo lo sinuoso será enderezado y lo escarpado se convertirá en camino liso. Aparecerá la gloria del Señor y toda carne verá la salvación de Dios. Porque el Señor ha hablado. Una voz que dice: “¡Grita!”. Y dije: “¿Qué gritaré?”. Toda carne es hierba y toda gloria de hombre es como una flor de hierba. La hierba se secó y cayó su flor; pero la palabra del Señor permanece para siempre. Sube a un monte elevado, tú que anuncias una buena nueva a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que anuncias una buena noticia a Jerusalén. Álzala, no temas. He dicho a las ciudades de Judá: He aquí su Dios. Miren que el Señor viene con fuerza, y su brazo llega con poder. Miren que su recompensa está con Él y su obra delante de Él. Como pastor apacentará sus rebaños, con su brazo recogerá los corderos y consolará a las ovejas preñadas. [5] ¿Quién midió con su mano el agua del mar, con la palma el cielo, la tierra entera con el puño? ¿Quién pesó las montañas en una báscula y los valles en una balanza? ¿Quién conoció el pensamiento del Señor, quién fue su consejero, y le persuadió? ¿O con quién fue a aconsejarse, para recibir de él instrucciones? ¿O quién le mostró el juicio o le enseñó el camino de la inteligencia? Todas las naciones son como una gota que cae de un jarro, como el peso que hace inclinar la balanza, como un escupitajo serán consideradas. El Líbano no es bastante para el fuego, ni los cuadrúpedos bastan para el holocausto, y todas las naciones son nada y por nada son computadas» (Is 40,1-17).

Juan ciertamente era el Precursor. No hubo, después de él, ningún profeta en Israel

51. Al terminar yo, dijo Trifón: -Inciertas son, amigo, las palabras todas de la profecía que tú alegas y nada decisivo contienen en orden a la demostración que intentas.
   Yo le respondí: -Si en tu pueblo, ¡oh Trifón!, no hubieran cesado los profetas, y desaparecido definitivamente, después de aquel Juan, podrías evidentemente considerar como inciertas esas palabras que relaciono con Jesucristo. [2] Pero si Juan le precedió gritando a los hombres que arrepintieran (cf. Mt 3,2-3), y Cristo mismo, cuando estaba aún Juan sobre el río Jordán, presentóse a él para ponerle término a su actividad de profeta y de bautista, y empezó a anunciar la buena nueva diciendo: “El reino de los cielos está cerca” (cf. Mt 4,17; Mc 1,14-15; Lc 8,1; Is 40.8-9); y que él tenía que padecer mucho de parte de los escribas y fariseos, ser crucificado, resucitar al tercer día y volver a Jerusalén (cf. Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22), para entonces comer y beber nuevamente con sus discípulos (cf. Mt 26,29; Mc 14,25; Lc 22,18. 30; Hch 10,41). También predijo que en el intervalo de tiempo antes de su venida, como ya indiqué (cf. 35,2-3), se levantarían en su nombre herejías y falsos profetas (cf. Mt 7,15; 24,11. 24; Mc 13,22; 1 Co 11,19), y así vemos que sucede. ¿Cómo pueden todavía dudar, cuando la realidad misma está allí para convencerles?
   [3] Sobre el hecho de que en su pueblo no había ya de darse ningún profeta, y que se debe reconocer que la nueva Alianza, cuya institución Dios anunció, es decir aquél mismo, el Cristo, ya ha llegado, dijo así: “La ley y los profetas hasta Juan Bautista; ahora el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Si quieren aceptarlo, éste es Elías el que debía venir. El que tenga oídos para oír que oiga” (Mt 11,12. 14-15; Lc 16,16).

La desaparición, en Israel, de los profetas y los reyes fue anunciada en la bendición de Judá

52. [1] Por intermedio del patriarca Jacob fue también profetizado que habría dos venidas de Cristo, y que en la primera sería “sufriente” y que -añadí-, después de venir Él, no habría más en su raza, ni profeta ni rey, y que las naciones que habían de creer en este Cristo sufriente, estarían a la espera de su retorno (cf. Gn 49,10). Sin embargo, por esto mismo -agregué- el Espíritu Santo habló de esto en parábola y de manera velada.
   [2] He aquí sus palabras: «Judá, tus hermanos te han alabado, y tus manos estarán sobre la nuca de tus enemigos, ante ti se postrarán los hijos de tu padre. Judá es un leoncillo, desde tu nacimiento, hijo mío. Él se acuesta, se tiende como un león, como un cachorro de león. ¿Quién lo hará levantarse? No faltará príncipe de Judá ni caudillo salido de sus muslos, hasta que venga lo que le está reservado. Y Él será la expectación de las naciones, atando a la viña su asno, y a la cepa la cría de su asna. Lavará en vino su vestido y en sangre de la uva sus ropas. Brillantes del vino están sus ojos, y sus dientes blancos como la leche» (Gn 49,8-12).
   [3] Ahora bien, que jamás faltó en su linaje ni profeta ni príncipe (cf. Gn 49,10), desde que tuvo principio, hasta que nació y sufrió Jesucristo, no van a tener la osadía de negarlo sin avergonzarse, ni pretender demostrarlo. En efecto, Herodes, de quien Cristo sufrió, aunque afirman que era Ascalonita, sin embargo, dicen que tuvo (bajo su reinado) un sumo sacerdote de la raza de ustedes, según la Ley de Moisés, presentando las ofrendas y velando respecto de las demás prescripciones. También los profetas que se sucedieron sin interrupción hasta Juan -incluso cuando el pueblo de ustedes fue llevado a Babilonia, el país arrasado por la guerra y saqueados los vasos sagrados (cf. 2 R 25,14-16)- aún así no faltó entre ustedes el profeta que fuera señor, jefe y príncipe de su pueblo (cf. Gn 49,10). Porque el Espíritu que moraba en los profetas, era el que también ungía sus reyes y los establecía.
   [4] En cambio, después de la manifestación y muerte de Jesús, nuestro Cristo, en la raza de ustedes, por ninguna parte ha surgido ni surge profeta alguno. Incluso han dejado de estar bajo un rey propio; además, ha sido devastada su tierra y abandonada como una cabaña del guardián de una huerta (cf. Is 1,7-8). Y cuando el Verbo dice por intermedio de Jacob: “Él será la expectación de las naciones” (cf. Gn 49,10), significaba simbólicamente sus dos venidas, y la fe que las naciones tendrían en Él, cosa que, largo tiempo después, finalmente se les ha dado ver. Nosotros que, procedentes de todas las naciones, nos hemos hechos piadosos y justos por la fe en Cristo, esperamos que Él venga de nuevo.

La bendición de Judá y la profecía de Zacarías anuncian la entrada de Cristo en Jerusalén, y la conversión de las naciones

53. [1] Las palabras: “Atando a la viña su asno, y a la cepa la cría de su asna” (Gn 49,11), lo mostraban anticipadamente, al igual que las obras que Él había de cumplir en su primera venida, y también la fe que en Él habían de tener las naciones. Éstas eran, en efecto, como una cría de asna (cf. Gn 49,11; Mt 21,1s.; Mc 11,1s.; Lc 19,28s.) sin silla y sin yugo sobre su cuello, hasta que, viniera Cristo (cf. Gn 49,10) y enviara a sus discípulos para hacer discípulos (cf. Mt 28,19). Entonces ellos llevarían el yugo (cf. Mt 11,29-30) de su Verbo, someterían sus espaldas, dispuestos a soportarlo todo por los bienes esperados y por Él prometidos (cf. Sal 127,5; Is 58,14; Gn 49,10).
   [2] Cuando nuestro Señor Jesucristo estaba para entrar en Jerusalén, mandó a sus discípulos que le trajeran una asna que estaba realmente atada con su cría a la entrada de cierta aldea, llamada Betfagé, para hacer su entrada montado sobre ella (cf. Gn 49,11; Mt 21,1 ss.; Mc 11,1 ss.; Lc 19,28 ss.). Esta profecía, que debía cumplirse expresamente por el Cristo-Ungido, se sabe, realizada por Él, lo cual puso de manifiesto que Él era el Cristo. Sin embargo, a despecho de que todos estos hechos que han sucedido y se han demostrado por las Escrituras, ustedes se obstinan en su dureza de corazón.
   [3] Ahora bien, el hecho fue profetizado por Zacarías, uno de los doce, por estas palabras: “¡Alégrate sobremanera, hija de Sión; grita, proclama, hija de Jerusalén! Mira que tu rey viene hacia ti. Él es justo y salvador, manso y humilde, montado sobre animal de yugo, sobre la cría de una asna” (Za 9,9; cf. Mt 21,5; So 3,14s.). [4] Si el Espíritu profético, con el patriarca Jacob, mencionada desde entonces que (Cristo) tendrá una asna, llevando el yugo, juntamente con su cría (cf. Gn 49,11; Za 9,9; Mt 21,2), y que por otra parte Él mandara, como ya he referido, a sus discípulos le trajeran ambos animales (cf. Mt 21,2), era una predicción de aquellos de la Sinagoga de ustedes que, junto con los procedentes de las naciones, habían de creer en Él. En efecto, como la cría de asna sin silla era un símbolo de los que venían de la gentilidad, así también el asna con su silla lo era de los de su pueblo (cf. Za 9,9), pues ustedes tienen la Ley impuesta por los profetas.
   [5] Pero también por intermedio del profeta Zacarías fue profetizado que Cristo sería herido y sus discípulos dispersados (cf. Za 13,7; Mt 26,31; Mc 14,27), lo que en efecto se cumplió. Porque, después que fue crucificado, los discípulos que con Él habían estado, se dispersaron hasta que hubo resucitado de entre los muertos y los convenció de que así estaba profetizado, que Él tenía que sufrir (cf. Lc 24,25-27. 44-46). Así convencidos, salieron por toda la tierra, y enseñaron estas cosas (cf. Mt 28,19-20). [6] De ahí que también nosotros nos sentimos firmes en su fe y en su enseñanza, pues nuestra persuasión se funda, a la vez, en los profetas y en aquellos que por toda la tierra vemos convertidos en hombres piadosos en el nombre de Aquel crucificado. Las palabras de la profecía de Zacarías son éstas: “Espada, despiértate contra mi pastor y contra el hombre de mi pueblo, dice el Señor de los ejércitos. Hiere al pastor, y se dispersarán sus ovejas” (Za 13,7; cf. Mt 26,31; Mc 14,27).

La bendición de Judá es una profecía de la Pasión, de la Redención y del nacimiento virginal

54. [1] Lo que Moisés relata y que había sido profetizado por el patriarca Jacob: “Lavará en el vino su vestidura y en la sangre de la uva sus ropas” (Gn 49,11), significa que por su sangre debía lavar a aquellos que creyeran en Él. Porque el Espíritu Santo llamó “su vestidura” a los que por Él han recibido la remisión de sus pecados; y por su poder, Él está siempre presente en ellos y lo estará visiblemente en su segunda venida; [2] y al hablar el Verbo de “la sangre de la uva” significa, por artificioso rodeo, que Cristo tiene, sí, sangre, pero no por germen de hombre, sino por el poder de Dios. Porque a la manera que la sangre de la viña no la engendró un hombre, sino Dios, así anunció de antemano que la sangre de Cristo no vendría de humano linaje, sino del poder de Dios. Esta profecía, pues, señores, que les he citado, demuestra que no es Cristo hombre nacido de hombre, engendrado según el modo ordinario de los hombres.

Trifón le recuerda a Justino que debe probar la existencia de “otro Dios”

55. [1] A lo que respondió Trifón: -Si logras por otros argumentos confirmar esta tesis tuya, nosotros tendremos presente esta interpretación que aquí nos das; por ahora, retoma otra vez el hilo de tu discurso y demuéstranos que el Espíritu profético atestigua haber otro Dios fuera del Creador del universo, guardándote, empero, de hablarnos del sol y de la luna (cf. Dt 4,19), de los que está escrito que permitió Dios a los gentiles adorarlos como dioses. Y usando justamente los profetas de este pasaje, dicen con frecuencia: “Tu Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores” (Dt 10,17); cf. Sal 135,2-3), añadiendo muchas veces: “El grande, fuerte y temible” (Dt 10,17; cf. Sal 95,4; 1 Cro 16,25; Ne 1,5; 9,32). [2] Porque no se dice esto como si realmente fueran dioses (cf. Dt 10,17; Sal 135,2-3), sino que el Verbo quiere enseñarnos que de aquellos que se consideran como dioses y señores, sólo el Dios verdadero, que hizo todas las cosas, es el único Señor. En efecto, para convencernos de esto, dice el Espíritu de Santidad por el santo rey David: “Los dioses de las naciones -tenidos por dioses- son ídolos de los demonios” y no dioses (Sal 95,5; cf. 1 Cro 16,26); y añade una maldición contra quienes los hacen y los adoran (cf. Sal 113,12. 16; Dt 4,19).
   [3] Y yo: -No son ésas -respondí- las pruebas que les quería presentar, ¡oh Trifón!, pues sé que por esos textos se condena a los adoran a los ídolos y cosas semejantes; sino otras pruebas a las que nadie será capaz de contradecir. A ti te parecerán insólitas, por más que las están leyendo todos los días; por donde pueden también comprender que, por su iniquidad, les ocultó Dios la sabiduría contenida en sus palabras (cf. 2 Co 3,14-15), a excepción de algunos, a los que por la gracia de su gran misericordia (cf. St 5,11?) dejó, como dijo Isaías, como semilla para la salvación (cf. Is 1,9; 10,22; Rm 9,27. 29), a fin de que su raza no pereciera totalmente como aquella de Sodoma y Gomorra. Presten atención, pues, a las citas que voy a hacer de las santas Escrituras, y que no necesitan interpretación, sino sencillamente escucharse.

El “otro Dios” se apareció a Abraham, en compañía de dos ángeles

56. [1] Ahora bien, Moisés, el bienaventurado y fiel servidor de Dios (cf. Nm 12,7; Hb 3,2. 5), declara ser Dios Aquel que se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré (cf. Gn 18,1), con los dos ángeles enviados junto con Él para juzgar a Sodoma (cf. Gn 19,1), por Otro que mora eternamente en las regiones supracelestiales, que a nadie se apareció ni conversó personalmente jamás con nadie, y que sabemos es el Creador y Padre del universo.
   [2] Dice así en efecto: «Se le apareció Dios junto a la encina de Mambré, cuando estaba sentado delante de la puerta de su carpa al mediodía. Levantando sus ojos, miró, y vio a tres hombres que estaban parados delante de él; y, al verlos, corrió a su encuentro desde la entrada de su carpa, y postrándose en tierra dijo» (Gn 18,1-3), y lo demás hasta: «Madrugó Abrahán por la mañana para ir al lugar en que había estado delante del Señor, miró hacia Sodoma y Gomorra y hacia la tierra del contorno, y vio: he aquí que subía una llamarada de la tierra, como humareda de un horno» (Gn 19,27-28). Y sin citarles más, les pregunté si habían comprendido lo que había sido dicho.
   [3] Me contestaron ellos que lo comprendían, pero que las palabras citadas nada tenían que probase que fuera mencionado por el Espíritu Santo, fuera del Creador del universo, otro Dios o Señor.
   [4] Yo a mi vez: -Conocen estas Escrituras -dije- voy a intentar entonces persuadirlos que, efectivamente, es aquí llamado Dios y Señor otro que está bajo el Creador del universo, y que se llama ángel, por ser quien anuncia a los hombres cuanto quiere anunciarles el Creador del universo, por encima del cual no hay otro Dios.
   Y retomando lo que acababa de decir le pregunté luego a Trifón: -¿Te parece que fue Dios quien se apareció a Abrahán bajo la encina de Mambré (cf. Gn 18,1), como lo dice el Verbo?
   -Claro que sí, contestó él.
   [5] -¿Y era -añadí yo- uno de aquellos tres hombres (Gn 18,2) que el Espíritu Santo profético dice que se dejaron ver por Abraham?
   Y él: -No -contestó-, sino que Dios se le mostró antes de la aparición de los tres (cf. Gn 18,1-2). Por eso eran ángeles aquellos tres, que el Verbo llama hombres (cf. Gn 18,2. 16. 22; 19,1. 5. 8. 10-12. 16), dos de ellos enviados para la destrucción de Sodoma (cf. Gn 19,1); otro, para dar a Sara la buena noticia de que tendría un hijo (cf. Gn 18,10. 14), ése era el objeto de su misión, y una vez cumplida, se retiró.
   [6] –Entonces -dije yo-, ¿cómo es que aquel de los tres que estuvo en la carpa, y fue quien dijo: “Dentro de un año volveré a ti, y Sara tendrá un hijo” (Gn 18,10. 14), reaparece cuando Sara tuvo un hijo, y cómo el Verbo profético indica que también es Dios (cf. Gn 21,12)? Para que vean claro lo que digo, escuchen las palabras exactas empleadas por Moisés.
   Son como siguen: [7] «Como viera Sara al hijo de Agar, la esclava egipcia, que ella le había dado a Abraham, que jugaba con su hijo Isaac, le dijo a Abraham: “Expulsa a esa esclava y a su hijo, pues no ha de heredar el hijo de esa esclava juntamente con mi hijo Isaac”. A Abraham le pareció en extremo dura esta palabra acerca de su hijo. Pero Dios le dijo a Abrahán: “No te preocupes por el niño y la esclava. En todo lo que Sara te dijere, oye su voz, porque por Isaac será llamada tu descendencia”» (Gn 21,9-12).
   [8] ¿Han, pues, comprendido -les pregunté- cómo el que dijo entonces bajo la encina que volvería (cf. Gn 18,10. 14), porque preveía que sería necesario aconsejar a Abraham en lo que Sara quería de él, volvió efectivamente, como está escrito, y que es Dios, como lo dan a entender las palabras que dicen así: «Dijo Dios a Abrahán: “No te preocupes por el niño y la esclava”» (Gn 21,12)?
   [9] Trifón: -Así es -contestó-; pero de ahí no has demostrado que hay otro Dios (cf. Gn 21,12) fuera del que se apareció a Abraham (cf. Gn 18,1), a los demás patriarcas y a los profetas, sino sólo que nosotros no hemos entendido bien el pasaje al pensar que los tres que estuvieron junto a Abraham en su carpa eran todos ángeles (cf. Gn 18,2ss.).
   [10] Y yo a mi vez: -Aún cuando no me fuera posible -dije- demostrarles por las Escrituras que uno de aquellos tres es Dios y que al mismo tiempo es llamado ángel (cf. Gn 18,21; 19,1. 15; 21,12), porque anuncia, como acabo de decirlo, los mensajes del Dios Creador del universo a quienes Él ha elegido. Sin embargo, ustedes pueden razonablemente pensar que éste que se apareció a Abraham sobre la tierra bajo la figura de un hombre (cf. Gn 18,2. 16. 22), al mismo tiempo que los dos ángeles que estaban con él (cf. Gn 19,1. 15); y que era Dios antes de la creación del mundo, son el mismo: lo cual piensa todo su pueblo.
   -Absolutamente -contestó-, pues así le hemos considerado hasta el presente.
   [11] Yo, a mi vez, dije: -Volviendo a las Escrituras, voy a intentar convencerlos de que este Dios que se dice y escribe haber aparecido a Abraham, a Jacob y a Moisés (cf. Gn 18,1; 31,13; 35,7. 9; Ex 3,2; Dt 33,16), es otro que el Dios creador del universo: numéricamente, entiendo, no por el pensamiento. Porque afirmo que jamás hizo ni habló nada sino lo que Aquel que creó el universo, por encima del cual no hay otro Dios, quiso que hiciese o hablase.
   [12] Trifón: -Demuéstranos, pues, ya que ese Dios existe, para que también en esto convengamos contigo; pues también aceptamos que digas que nada afirmó, ni hizo, ni habló jamás contra la voluntad del Creador del universo.
   Y yo dije: -La Escritura anteriormente citada por mí les pondrá la cosa en claro. Dice así: “Salió el sol sobre la tierra y Lot entró en Segor. Y el Señor hizo llover sobre Sodoma azufre y fuego de parte del Señor desde lo alto del cielo, y destruyó estas ciudades y todo su contorno” (Gn 19,23-25).
   [13] Entonces, el cuarto de los que se habían quedado con Trifón, exclamó: -Luego, aquel que, aparte de los dos ángeles que descendieron a Sodoma (cf. Gn 19,1. 15), el Verbo, por mediación de Moisés, llamado igualmente Señor (cf. Gn 19,18. 24), hay que decir que es también ese Dios que se apareció a Abraham (cf. Gn 18,1).
   [14] -No es sólo por este pasaje, dije yo, por el que hay que reconocer a todo trance lo que realmente es, a saber, que, aparte del que sabemos ser el Creador del universo, hay otro que es llamado Señor por el Espíritu Santo (cf. Gn 19,18. 24), y no sólo por Moisés, sino también por David. En efecto, por éste también fue dicho: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Sal 109,1), como anteriormente quedó citado. Y también, con otras palabras: “Tu trono, ¡oh Dios!, por la eternidad de la eternidad. Cetro de rectitud, el cetro de tu reino: Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tú Dios con el óleo de la alegría, más que a tus compañeros” (Sal 44,7-8).
   [15] Ahora, pues, respóndanme ustedes si admiten que el Espíritu Santo llama Dios y Señor a algún otro fuera del Padre del universo y su Cristo, que yo les prometo demostrarles por las mismas Escrituras que no es a uno de los dos ángeles que bajaron a Sodoma a quien la Escritura llama Señor (cf. Gn 19,1. 18. 24), sino a Aquel que estaba con ellos, que es llamado Dios y que se apareció a Abraham (cf. Gn 18,1).
   [16] Trifón: -Demuéstralo -dijo-, pues como ves, el día va adelantado y nosotros no estamos preparados para respuestas tan arriesgadas, porque jamás oímos a nadie investigar, examinar o demostrar estas cuestiones; y aún a ti no te escucharíamos, si no fuera porque todo lo refieres a las Escrituras. Efectivamente, de ellas te esfuerzas en tomar tus argumentos y afirmas que no hay nadie por encima del Dios Creador del universo.
   [17] Y yo: -Saben -proseguí-, qué dice la Escritura: «Y dijo el Señor a Abrahán: “¿Cómo es que se echó a reír Sara diciendo: De verdad voy yo a dar a luz? Porque yo estoy ya vieja. ¿Es que hay cosa imposible para Dios? Por este tiempo volveré a ti en un año, y Sara tendrá un hijo”» (Gn 18,13-14). Y más adelante: «Levantándose de allí los dos hombres, miraron hacia Sodoma y Gomorra; y Abraham caminaba con ellos acompañándoles. Y el Señor dijo “No quiero ocultar lo que voy a hacer, a mi siervo Abrahán”» (Gn 18,16-17).
   [18] Y poco después prosigue: «Dijo el Señor: “El clamor de Sodoma y Gomorra va en aumento y sus pecados son muy graves. Voy, pues a bajar y ver si se ha llegado a su colmo el clamor que llega hasta mí; y si no, para saberlo”. Separándose los hombres de allí, llegaron a Sodoma, Abraham, empero, se quedó delante del señor y, acercándose a Él, le dijo: “¿Es que vas a aniquilar al justo con el impío?”» (Gn 18,20-23), y lo que sigue; pues habiendo transcrito anteriormente todo el pasaje, no me parece debo escribir otra vez lo mismo, sino aquello sólo que me sirvió de argumentación para Trifón y sus compañeros.
   [19] Entonces, pues, llegué, continuando la cita, allí donde se lee: «Se marchó el Señor, cuando terminó de hablar con Abraham. Y regresó éste a su lugar. Pero los dos ángeles llegaron a Sodoma por la tarde. Lot estaba sentado junto a la puerta de Sodoma» (Gn 18,33; 19,1), y lo demás hasta: “Extendiendo los hombres las manos, agarraron a Lot y tiraron de él hacia sí, metiéndole en casa, y cerraron la puerta de casa…” (Gn 19,16), y lo que sigue hasta: «Los ángeles le tomaron por la mano, de la mano de su mujer y de la mano de sus hijas, pues el Señor le perdonaba. [20] Entonces sucedió que cuando los sacaron fuera, le dijeron: “Salva, salva tu vida. No vuelvas la vista atrás ni te detengas en todo el contorno. Sálvate en la montaña, no sea que no seas llevado tú también”. Pero Lot les contestó: “Te ruego, Señor, puesto que halló tu siervo misericordia delante de Ti, y engrandeciste tu justicia haciendo que viva mi alma, yo no puedo salvarme en la montaña, sin que me alcance la desgracia y muera. [21] Mira esa ciudad ahí cerca, donde puedo refugiarme, ella es pequeña. Allí me salvaré, ella es tan pequeña, y vivirá mi alma”. Le dijo el Señor: “Mira que he honrado tu rostro incluso en este asunto: no destruiré la ciudad de que nos has hablado. Date prisa para salvarte allí, pues no podré hacer nada hasta que tú entres allá”. Por eso llamó a esa ciudad Segor. El sol salió sobre la tierra y Lot entró en Segor. El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte del Señor desde lo alto del cielo y destruyó aquellas ciudades y todo su contorno» (Gn 19,17-25).
   [22] Cuando hube terminado, añadí: -Y ahora, amigos, ¿no comprenden que uno de los tres, el que es Dios y Señor (cf. Gn 18,1. 20. 33), que sirve al que está en el cielo, es Señor de los dos ángeles (cf. Gn  19,1. 15. 16)? En efecto, después que éstos marchan a Sodoma (cf. Gn 18,22s.), Él se queda atrás (cf. Gn 18,22) y conversa con Abraham, tal como lo consignó por escrito Moisés; y cuando partió, después de la conversación, Abraham se volvió a su propio lugar (cf. Gn 18,33). [23] Y cuando Él llegó (a Sodoma), ya no son los dos ángeles los que hablan con Lot (cf. Gn 19,1), sino Él mismo, como lo manifiesta el Verbo (cf. Gn 19,18. 21-22); Él es Señor recibiendo del Señor que está en el cielo (cf. Gn 18,24), es decir, del Creador del universo, lo que ha de descargar sobre Sodoma y Gomorra, lo que enumera el Verbo cuando dice: “El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte del Señor desde lo alto del cielo” (Gn 19,24). 

Objeción sobre “el pan de ángeles”

57. [1] Apenas hube yo callado, dijo Trifón: -Realmente, la Escritura nos obliga a admitir lo que tú dices; pero tú mismo convendrás también en que ofrece una verdadera dificultad lo que se dice sobre que comió lo que Abrahán le preparó y le sirvió (cf. Gn 18,8).
   [2] Yo le respondí: -Escrito, efectivamente, está que comieron. Pero si hay que entender que dice que los tres comieron, y no sólo los dos que eran realmente ángeles (cf. Gn 18,8), alimentados -como para nosotros es patente- en el cielo, aunque no tomen los mismos alimentos de que usamos los hombres -del maná, en efecto, de que sus padres se alimentaron en el desierto dice la Escritura que “comieron pan de ángeles” (cf. Sal 77,25); yo diría entonces que el Verbo que afirma que comieron, se expresa como lo haríamos nosotros a propósito del fuego diciendo que “lo devoró todo”, pero no en absoluto que comieron masticando con dientes y mandíbulas. De suerte que con un poco de práctica que tengamos del lenguaje figurado, no hay por qué veamos aquí ninguna dificultad.
   [3] Y Trifón: -Posible es que esté la solución de la dificultad en lo tocante al modo de alimentarse: fue consumiéndolo que habrían, según la Escritura, comido lo que Abraham les preparó. Pasa, pues, ahora a exponernos cómo éste que apareció como Dios a Abraham (cf. Gn 18,1), servidor del Dios Creador del universo, engendrado por una virgen, se hizo, como antes dijiste, hombre sujeto a los sufrimientos de los demás hombres.
   [4] Yo: -Permíteme antes, ¡oh Trifón! -le contesté-, que reúna algunas otras pruebas un poco más abundantes sobre este capítulo, a fin de que también ustedes acaben de persuadirse de ello, y luego te daré esa explicación que me pides.
   Y él: -Haz -dijo- como te plazca; porque, en efecto, has de hacer cosa para mí muy deseable.

El “otro Dios” se manifestó en las visiones a Jacob

58. [1] -Yo le dije: -Voy a citarles pasajes de las Escrituras, no porque quiera ofrecerles discursos retóricamente preparados, pues no tengo yo semejante talento. Sólo me ha dado Dios la gracia para entender las Escrituras, y de esta gracia invito, gratuita y liberalmente, a que participen todos, a fin de que no tenga que dar yo cuenta de ello en el juicio, en que Dios, Hacedor del universo, nos ha de juzgar por medio de mi Señor Jesucristo.
   [2] Trifón: -De modo conforme a la piedad te portas también en eso; sin embargo, paréceme que hablas con ironía al decir que no posees el arte de los discursos…
   Yo le respondí: -Puesto que a ti te parece que así es, así sea; sin embargo, yo creo haber dicho la verdad. Pero sea como fuere, atiendan ya a otras pruebas que les quiero dar.
   Y él: -Dilas, dijo.
   [3] Y yo: -Moisés, ¡oh hermanos! -les dije-, escribe nuevamente que este que se apareció a los patriarcas y se llama Dios (cf. Gn 31,13; 32,28. 30; 35,7. 9. 10), se llama también ángel y Señor (cf. Gn 31,11), a fin de que por estos nombres es den cuenta cómo Él sirve al Padre del universo, como ya habían convenido, y, confirmados por nuevas pruebas, lo sostendrán firmemente.
   [4] Narrando, pues, el Verbo de Dios por medio de Moisés la historia de Jacob, nieto de Abrahán, dice así: «Y sucedió, que en el tiempo en que se apareaban las ovejas y concebían, las vi con mis ojos en sueños. He aquí, que los machos cabríos y los carneros cubrían a las ovejas y a las cabras, eran blanquecinos, manchados y asperjados de color ceniza. Y el ángel de Dios me dijo en mi sueño: “¡Jacob, Jacob!”. [5] Y yo le respondí: “¿Qué pasa, Señor?”. Y díjome: “Levanta tus ojos y mira a los machos cabríos y a los carneros que cubren a las ovejas y a las cabras, blanquecinos, manchados y asperjados de color de ceniza. Porque he visto cuanto te hace Labán. Yo soy el Dios que se te apareció en el lugar de Dios, donde me levantaste una piedra conmemorativa, y me hiciste un voto. Ahora, pues, levántate, sal de esta tierra y marcha a la tierra de tu nacimiento y yo estaré contigo”» (Gn 31,10-13).
   [6] En otro pasaje, hablando del mismo Jacob, dice así: «Levantándose aquella noche, tomó a sus dos mujeres, sus dos sirvientas, sus once hijos y pasó el vado de Jacob. Los tomó, atravesó el torrente y pasó todas sus cosas. Se quedó Jacob solo, y luchó con él un hombre hasta el amanecer. Vio que no podía nada contra él, y le tocó la articulación del fémur, y se dislocó el fémur del muslo de Jacob mientras luchaba con él. Y le dijo: “Déjame, pues viene ya la mañana”. [7] Jacob le respondió: “No te dejaré hasta que me bendigas”. Y díjole el ángel: “¿Cuál es tu nombre?”. Él le contestó: “Jacob”. Él le dijo: “No te llamarás en adelante Jacob, sino que tu nombre será Israel. Pues fuiste fuerte con Dios, también con los hombres serás poderoso”. Jacob le preguntó diciendo: “Dame a conocer tu nombre”. Y contestóle: “¿Por qué me preguntas mi nombre?”. Él le bendijo. Y Jacob llamó a aquel lugar “forma visible de Dios”, porque vi a Dios cara a cara y se alegró mi alma» (Gn 32,22-30). 
   [8] Nuevamente, en otro pasaje, contando del mismo Jacob, dice lo siguiente: «Llegó Jacob a Luz, que está en la tierra de Canaán -Luz que es Betel-, él y toda la gente que con él iba. Allí edificó un altar y llamó a aquel lugar Betel, porque allí se le había aparecido Dios cuando escapaba de la presencia de su hermano Esaú. Murió entonces Débora, la nodriza de Rebeca, y fue sepultada en la parte inferior de Betel, bajo la encina. Jacob le puso por nombre “Encina del duelo”. Y se le apareció todavía Dios a Jacob en Luz, cuando volvió de Mesopotamia de la Siria, y le bendijo. Y le dijo Dios: “Tu nombre no será ya Jacob, sino Israel será tu nombre”» (Gn 35,6-10).
   [9] Dios es llamado Dios (cf. Gn 31,13; 32,28. 30; 35,7. 9. 10), y lo será.
   [10] Como todos asintieron con sus cabezas, proseguí yo: -Por considerarlos necesarios, voy a citarles otros textos en que se nos cuenta cómo, cuando huía de su hermano Esaú, se le apareció Aquel que es a la vez Ángel, Dios y Señor (cf. Gn 28,13. 16. 17. 19), el mismo que bajo la forma de un hombre (andrós) se le apareció a Abrahán (cf. Gn 18,2), y bajo la forma de un ser humano (anthrópos) luchó con el mismo Jacob (cf. Gn 32,24).
   [11] Helos aquí: «Se alejó Jacob del pozo del juramento y marchó hacia Jarán. Llegó a un paraje, donde se durmió, pues había declinado el sol. Tomó una piedra de aquel lugar y se la puso bajo la cabeza, se durmió y soñó. Vio una escalera que fuertemente fijada en la tierra y que llegaba hasta el cielo; y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba apoyado sobre ella. [12] Y le dijo: “Yo soy el Señor, el Dios de Abrahán, tu padre, y de Isaac. No temas. La tierra sobre la que duermes, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como la arena de la tierra, y se extenderá hasta el mar, hasta el Sur, el Norte y el Levante. Serán bendecidas en ti todas las tribus de la tierra, en tu descendencia. Mira que yo estoy contigo, guardándote en todo camino por donde andes; y te haré volver a esta tierra, porque no te abandonaré hasta cumplir cuanto te he dicho”. [13] Despertó Jacob de su sueño y dijo: “El Señor está en este lugar y yo no lo sabía”. Tuvo miedo y dijo: “¡Qué terrible es este lugar! No es otra cosa que la casa de Dios y la puerta del cielo”. A la aurora se levantó Jacob, tomó la piedra que se había puesto por cabecera, la puso como altar conmemorativo y derramó aceite sobre la punta. Jacob llamó a aquel lugar “Casa de Dios”. La ciudad se llamaba antes Ulammaús» (Gn 28,10-19).

El “otro Dios” se apareció a Moisés. Es diferente del Padre

59. [1] Dicho esto: -Permítanme -añadí- que les demuestre también por el libro del Éxodo cómo el mismo, que se apareció a Abrahán y Jacob, que es a la vez Ángel, Dios y Señor, hombre y ser humano, se manifestó y habló con Moisés en la llama de fuego desde la zarza (cf. Ex3,2).
   Respondieron ellos que me oirían con gusto, sin cansarse y fervorosamente, por lo que yo proseguí: [2] -He aquí, pues, lo que está escrito en el libro titulado Éxodo: “Después de aquellos muchos días, murió el rey de Egipto y gimieron los hijos de Israel por causa de sus trabajos” (Ex 2,23), y lo demás hasta: «Ve y reúne a los ancianos de Israel y les dirás: “El Señor, el Dios de sus padres se me ha aparecido, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, diciéndome: Yo velo sobre ustedes, y cuanto les ha sucedido en Egipto”» (Ex 3,16).
   [3] Después de esto añadí: -¿Comprenden, señores, que ese ángel que Moisés dice que le habló en la llama de fuego, es el mismo, que siendo Dios, le manifestó a Moisés que Él es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob?” (cf. Ex 3,2. 24. 25; 3,6. 11-16).