OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (194)

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Mediterráneo rodeado de los apóstoles
Pedro, Andrés, Pablo y Juan
Siglo XIII
Carta marina
Lyon, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO QUINTO

Capítulo XII: Sobre el conocimiento de Dios

   Platón, Moisés y Orfeo coinciden sobre la inaccesibilidad del conocimiento de Dios

78.1. “Es trabajoso descubrir al Padre y Creador de todo y, una vez descubierto, es imposible darlo a conocer (o: declararlo) a todos” (Platón, Timeo, 28 C). “Porque en modo alguno se puede decir como en las demás ciencias” (Seudo Platón, Cartas, VII,341 C), dice Platón, el amigo de la verdad.

78.2. Porque ha oído muy bien que Moisés, el que todo lo sabe, cuando subió a la montaña (cf. Ex 19,12. 20) -mediante la santa contemplación hasta la cima de lo inteligible- ordenó obligatoriamente a todo el pueblo que no subiese con él (cf. Ex 19,23; 19,12. 21. 24).

78.3. Y cuando la Escritura dice: “Moisés entró en la nube donde estaba Dios” (Ex 20,21), indica, a los pueden comprender, que Dios es invisible e inefable, pero que una oscuridad, realmente la incredulidad e ignorancia de muchos, es colocada delante del resplandor de la verdad.

78.4. También el teólogo Orfeo saca provecho de ahí diciendo: “El es uno, perfecto en sí; del uno fructifica todo como hijos”, -o son por naturaleza, porque así también está escrito-, (y) añade: “Ningún mortal lo ha visto, pero él los ve a todos” (Orfeo, Fragmentos, 245,8-10).

78.5. Y agrega con mayor claridad: “Pero yo no lo veo; puesto que se ha establecido en torno a una, nube. Los hombres todos tienen pupilas mortales en los ojos, pequeñas, porque carnes y huesos las mantienen adheridas” (Orfeo, Fragmentos, 245,14-16).

La visión de Pablo. Testimonio de Platón

79.1. “Testimoniará en favor de lo dicho el Apóstol, diciendo: “Sé de un hombre en Cristo que fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Co 12,2), y desde allí “hasta el paraíso, el cual oyó palabras inefables que el hombre no puede proferir” (2 Co 12,4); dando a entender así la inefabilidad de Dios, añadiendo “no puede proferir”, no por una ley o por temor de algún precepto, sino para indicar que la divinidad es inefable para el poder humano; porque si comienza a hablar por encima del tercer cielo, como (es) costumbre, (es) con los que allá inician en los misterios a las almas elegidas.

79.2. Porque yo sé que también en Platón -puesto que los ejemplos de la filosofía bárbara son muchos, los dejo de lado por ahora en mi escrito, y aguardo el momento oportuno, según lo he prometido anteriormente- se distinguen muchos cielos.

79.3. Preguntándose, en efecto, en el “Timeo”, si hay que considerar muchos mundos o solo éste, no distingue respecto a los nombres, empleando como sinónimos mundo y cielo. Y expresamente habla de la siguiente manera:

79.4. “¿Es preferible que hablemos de un solo cielo o es más correcto hablar de varios o de infinitos? De uno, puesto que ha debido ser creado según el modelo” (Platón, Timeo, 31 A).

El conocimiento de Dios por la fe

80.1. También en la carta de los romanos a los corintios se ha escrito: “El océano (es) ilimitado para los hombres, y los mundos más allá de él” (Clemente de Roma, Carta primera a los corintios, 20,8).

80.2. De nuevo el venerable Apóstol exclama consecuentemente: “Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la gnosis de Dios” (Rm 11,33).

80.3. Y quizás esto era lo que ibndicaba el profeta al ordenar hacer “panes ácimos cocidos bajo ceniza” (Ex 12,39), dando a entender que la palabra de la iniciación, verdaderamente sagrada, sobre el Inengendrado y sus potencias, debe ser mantenida en secreto.

80.4. Confirmando estas cosas, el Apóstol, en la “Carta a los Corintios” dijo abiertamente: Hablamos una sabiduría entre los perfectos; sabiduría que, sin embargo, no es de este mundo, ni de los jefes de este mundo, los que van desapareciendo; sino que hablamos una sabiduría de Dios en el misterio, escondida” (1 Co 2,6-7).

80.5. Y de nuevo en otro lugar dice: “Para el conocimiento pleno del misterio de Dios en Cristo, en quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la gnosis” (Col 2,2-3).

80.6. Ratifica estas cosas nuestro mismo Salvador, cuando dice así: “Porque a ustedes se les ha dado conocer el misterio del reino de los cielos” (Mt 13,11).

80.7. Y de nuevo dice el Evangelio, cómo nuestro Salvador anunciaba la palabra a los Apóstoles en misterio. Porque también la profecía dice sobre Él: “Abrirá su boca en parábolas y difundirá las cosas ocultas desde la fundación del mundo” (Mt 13,35; cf. Sal 77 [78],2).

80.8. Y ciertamente, el Señor revela lo oculto, mediante la parábola de la levadura, porque dice: “Es semejante el reino de los cielos a la levadura que toma una mujer y la esconde en tres medidas de harina, hasta que toda (la masa) ha fermentado” (Mt 13,33; Lc 13,20-21).

80.9. Porque el alma, en sus tres partes, es salvada por la obediencia, por la fuerza espiritual escondida en ella mediante la fe, o porque la fuerza de la Palabra que nos ha sido dada, siendo vigorosa y poderosa, atrae hacia sí secreta e invisiblemente a todo el que la recibe, y la guarda dentro de sí y conduce hacia la unidad todo su conjunto.

Cristo nos ha dado a conocer al Padre

81.1. Muy sabiamente ha escrito Solón estas cosas sobre Dios: “Es muy difícil conocer la medida de la inteligencia invisible, la única que contiene los límites de todas las cosas” (Solón, Fragmentos, 16).

81.2. “Porque lo divino, dice el poeta Agrigento, no es accesible para alcanzarlo con nuestros ojos ni tomarlo con las manos, ya que es el mas grande camino de convicción que acontece en el espíritu humano” (Empédocles, Fragmentos, 31 B 133).

81.3. Y el apóstol Juan [dice]: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios unigénito, el que está en el seno del Padre, ése lo dio a conocer” (lit.: explicó; Jn 1,18)); y llamó seno de Dios a lo invisible e inefable. Y de allí que algunos lo han llamado abismo, porque rodea y contiene todo, siendo Él inaccesible y sin límite.

81.4. Ciertamente este discurso sobre Dios es el más difícil de tratar. Porque tan pronto (como) es difícil encontrar el principio de cualquier cosa, mucho más difícil (es demostrar) el primer y más antiguo Principio, que es la causa del nacer y del existir de todas las otras cosas.

81.5. Puesto que ¿cómo puede expresarse lo que no tiene género, ni diferencia, ni especie, ni individuo, ni número, ni siquiera accidente, ni lo que es susceptible de accidente?. No sería correcto llamarle Todo; porque el todo (es) del orden de la magnitud y [Dios] es Padre de todo.

81.6. Tampoco se puede hablar de partes en Él; porque el Uno es indivisible, y por ello también infinito (o: ilimitado), no según la extensión imposible de entender, sino según una extensión sin límites, y, en consecuencia sin figura ni nombre.

Para el conocimiento del Dios verdadero necesitamos el auxilio de la gracia divina

82.1. Y si lo nombramos alguna vez, no es sino de manera impropia, pues al llamarle Uno, Bien, Inteligencia o el propio Ser, Padre, Dios, Demiurgo o Señor, no lo decimos como quien profiere su nombre, sino que por la dificultad nos servimos de nombres hermosos, para que la mente, sin andar errante sobre otras cosas, se apoye en ellos.

82.2. Porque cada (nombre) por sí mismo no es lo propio de Dios, sino que todos reunidos dan a entender la potencia del Omnipotente. Porque los predicados o se profieren por lo que tienen de propio con las mismas cosas, o por la relación de unas cosas con otras; pero nada de esto cabe suponer sobre Dios.

82.3. Pero tampoco [Dios] está al alcance de la ciencia demostrativa; porque ésta consta de elementos anteriores y más conocidos; sin embargo, nada preexiste al Inengendrado.

82.4. Sólo queda conocer lo Incognoscible con la gracia divina y mediante el Verbo (que procede) de Él; y por eso Lucas en los “Hechos de los Apóstoles” recuerda lo que dice Pablo: «Varones Atenienses, veo cómo son en todo sobremanera religiosos. Porque, al pasar y observar los objetos de su culto he hallado un altar en el cual está escrito: “Al dios desconocido”. Al que sin conocerlo veneran, es a quien yo les anuncio» (Hch 17,22-23).

Capítulo XIII: El conocimiento es un don de Dios

   El alma recibe “una gracia extraordinaria”

83.1. Ahora bien, todo lo que es susceptible de ser nombrado es engendrado, se quiera o no. Bien porque el Padre mismo atraiga hacia sí (cf. Jn 6,44) a todo el que ha vivido con pureza y ha avanzado hasta la noción de la naturaleza bienaventurada e incorruptible, o bien porque la libertad, en nosotros, llegando a la gnosis del bien, salta y brinca sobre el foso, como dicen los gimnastas; pero no es sin una gracia extraordinaria como el alma recibe alas para levantar vuelo y levantarse por encima de lo que la supera, una vez despojada de todo peso y entregándola al que le es familiar (cf. PLatón, Fecro, 246 C; 247 B; 255 C-D).

83.2. Platón dice también en el “Menón” que la virtud es un don de Dios, como lo muestran estas palabras: “Así, según ese razonamiento, oh Menón, es manifiesto para nosotros que por una disposición divina la virtud viene a quienes ha venido” (Platón, Menón, 100 B).

83.3. ¿No te parece que la “disposición divina” designa indirectamente la actitud gnóstica que no viene a todos?

83.4. Y añade con mayor claridad: “Pero si ahora en todo este discurso hemos dirigido bien nuestra investigación, la virtud no será ni algo natural, ni la consecuencia de una enseñanza, sino que es dada por una disposición divina a los que la poseen, no sin intervención de la inteligencia” (Platón, Menón, 99 E).

83.5. La sabiduría, entonces, es un don divino, es una fuerza del Padre (cf. 1 Co 1,24) que empuja nuestra libertad, recibe la fe y recompensa el inicio de la elección con la comunión suprema.

Los verdaderos testigos de las realidades divinas

84.1. Y también les voy a citar al mismo Platón que recomienda expresamente creer a los hijos de Dios. Porque una vez que ha tratado en el “Timeo” sobre los dioses visibles y engendrados, dice: “En cuanto a las otras divinidades, decir y conocer su origen es una tarea que nos sobrepasa, pero conviene confiar en los que han hablado antes, porque son descendientes de dioses, como dicen, y conocen a la perfección, sin duda, a sus progenitores. Es, por tanto, imposible no creer a los hijos de los dioses, aunque hablen sin argumentos verosímiles ni necesarios” (Platón, Timeo, 40 D-E).

84.2. Pienso que los griegos no pueden dar un testimonio más claro sobre que nuestro Salvador y los que han recibido la unción profética, declarados hijos de Dios, y el Señor, siendo Hijo por naturaleza; esos son los verdaderos testigos de las cosas divinas; y por eso es necesario creer, añadió [Platón], a los que están inspirados por Dios.

3. Y si alguno dijera más trágicamente no creer: “Porque no es Zeus quien me anunció estas cosas” (Sófocles, Antígona, 450), que sepa que Dios mismo, por medio del Hijo, ha proclamado las Escrituras. Y es digno de fe el que comunica las cosas propias, puesto que “nadie, dice el Señor, conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo revelare” (Mt 11,27; Lc 10,22).

La fe y la confianza hay que ponerlas en el Señor

85.1. Así, también según Platón es necesario creer en Él, aunque se proclame y se hable, “sin argumentos verosímiles ni necesarios” (Platón, Timeo, 40 E), por medio del Antiguo y del Nuevo Testamento. “Porque si ustedes no creen, dice el Señor, perecerán en sus pecados” (Jn 8,24). Y al contrario: “El que cree tiene vida eterna” (Jn 3,15-16. 36; 5,24). “Bienaventurados todos los que confían en Él” (Sal 2,12).

85.2. La confianza es más que la fe. Cuando uno sabe que el Hijo de Dios es nuestro maestro, confía en que su enseñanza es verdadera.

85.3. Y de la misma manera que, según Empédocles, “el estudio hace crecer la inteligencia” (Empédocles, Fragmentos, 31 B 17), así también la confianza en el Señor aumenta la fe.

85.4. Decimos, por tanto, que es de los mismos que censuran la filosofía, atacar la fe, aprobar la injusticia y tener por feliz la vida según la concupiscencia.

Cristo es la puerta de la verdad

86.1. Pero aunque la fe sea un asentimiento voluntario del alma, sin embargo es artífice de las cosas buenas y fundamento de la práctica de la justicia.

86.2. Si Aristóteles enseña en las disertaciones técnicas que el hacer (es propio) de los seres irracionales e inanimados, y que el obrar es propio de sólo los hombres (Aristóteles, Ética a Eudemo, II,6,1222 b 20; II,8,1224 a 28; Ética a Nicómaco, VI,4,1140 a 1), corrija a los que llaman a Dios Hacedor del universo (cf. Platón, Timeo, 28 C). Pero lo que se hace o es bueno o es necesario, dice (cf. Aristóteles, Política, VII,14,1333 a 32). Así, el ser injusto no es bueno -porque nadie comete una injusticia si no es en relación con un fin ulterior-, y nada de lo voluntario es necesario (cf. Aristóteles, Ética a Nicómaco, X,5,1175 b 26). Ciertamente, la injusticia es voluntaria, de modo que no es una necesidad.

86.3. Y los virtuosos se diferencian de los malos preferentemente por las elecciones y deseos moderados. Porque toda perversidad del alma está (ligada) a la intemperancia, y quien obra con intemperancia lo hace por falta de dominio y por maldad.

86.4. Así me ocurre a mí al mirar cada día aquella expresión divina: “En verdad, en verdad les digo que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ese es ladrón y salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas; a éste le abre el portero” (Jn 10,1-3). Luego, explicándose el Señor, dice: “Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10,7).

La intuición de un único Dios

87.1. Por tanto, para salvarse es necesario aprender la verdad por medio de Cristo, aunque hayan alcanzado la sabiduría en la filosofía griega. Porque ahora se ha mostrado visiblemente que “lo que no fue dado a conocer en otras generaciones a los hijos de los hombres, ahora se ha revelado” (Ef 3,5).

87.2. La intuición de un Dios único, Todopoderoso, (es) siempre natural en todos los sensatos, y es mayoría la que, sin haber perdido totalmente el pudor frente a la verdad, ha reconocido el eterno favor de la providencia divina.

87.3. Así, Jenócrates de Calcedonia (cf. Fragmentos, 21) no excluye del todo la idea de lo divino, incluso en los animales irracionales; y Demócrito, aunque no lo quiera, lo tendrá que confesar por la coherencia de sus teorías: puesto que ha supuesto que idénticas formas vienen a los hombres y a los seres irracionales de la naturaleza divina (cf. Demócrito, Testimonia, 68 A 79).

87.4. Es necesario que esté privado casi totalmente de la idea divina el hombre, de quien está escrito en el “Génesis” que también participa del soplo [divino] (cf. Gn 2,7) y participa de una sustancia más pura que los otros vivientes.

El Espíritu Santo nos es dado a los creyentes

88.1. De ahí que los pitagóricos digan, lo mismo que confiesan Platón y Aristóteles, que la inteligencia llega a los hombres por una disposición divina.

88.2. Pero nosotros decimos que el Espíritu Santo es inspirado en el creyente; sin embargo, los platónicos establecen la inteligencia en el alma (cf. Platón, Timeo, 30 B; 69 C; 89 E), resultando una emanación de la disposición divina, y el alma en el cuerpo.

88.3. Porque está dicho muy claramente por Joel, uno de los doce profetas: “Y sucederá después de esto; derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas” (Jl 3,1). Pero el Espíritu no está en cada uno de nosotros como una parte de Dios.

88.4. Pero cómo tiene lugar esa distribución y qué es el Espíritu Santo, lo mostraremos en los [libros] “Sobre la profecía” y “Sobre el alma”.

88.5. No obstante, “buena desconfianza es ocultar” las profundidades de la gnosis (cf. Rm 11,33), según Heráclito, “porque la desconfianza evita (lit.: escapa) darse a conocer” (Heráclito, Fragmentos, 22 B 86).