OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (19)

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Isaac bendice a Jacob (Gn 27)
Siglo XIV (primer cuarto?)
Breviario de la Abadía
Chertsey, Inglaterra
SAN JUSTINO, DIÁLOGO CON TRIFÓN (continuación)

La pasión de Cristo fue anunciada por el misterio del cordero pascual, y sus dos venidas por la ofrenda de los machos cabríos

40. [1] Así, pues, el misterio del cordero que Dios mandó sacrificar como Pascua (cf. Ex 12,21. 27; Dt 16,2; 1 Co 5,7), era tipo (typos) de Cristo. Es con su sangre, que en razón de su fe en Él, ungen los que creen en Él sus propias casas (cf. Ex 17,7. 13. 22), es decir, a sí mismos. Porque todos pueden comprender que la figura que Dios plasmó, es decir, Adán (cf. Gn 2,7), se convirtió en casa (cf. 1 Co 3,16. 17; 6,19) del espíritu (cf. Gn 2,7) que Él le infundiera. Ahora bien, que ese precepto fuese temporal, se los demuestro de la siguiente manera: [2] Dios no les permite sacrificar el cordero pascual sino en el lugar en que es invocado su nombre (cf. Dt 16,5-6), porque Él sabía que vendrían días (cf. Jr 31,31), después de la pasión de Cristo, en los que el mismo lugar de Jerusalén sería entregado a sus enemigos y terminarían en absoluto todas las ofrendas. [3] Por otra parte, aquel cordero que se les mandaba asar totalmente (cf. Ex 12,9), era símbolo de la pasión de la cruz, que Cristo debía padecer. Pues en efecto, el cordero se asa colocándole en una forma semejante a la figura de la cruz: una punta del asador le atraviesa recta desde los pies a la cabeza; y otra por las espaldas, y a ella se sujetaban las patas del cordero.
   [4] También los dos machos cabríos iguales prescritos en el ayuno, uno de los cuales era “expiatorio” (cf. Lv 16,8. 10), y el otro como “ofrenda” (cf. Lv 16,9), eran anuncio de los dos advenimientos de Cristo: uno en que los ancianos de su pueblo y los sacerdotes le enviaron como “expiación”, poniendo sobre él sus manos y matándole (cf. Mt 26,47. 50; Mc 14,43. 46); otro, en que, en el mismo lugar de Jerusalén, reconocerán al que fue por ustedes deshonrado (cf. Za 12,10; Jn 19,37; Ap 1,7), él fue la ofrenda por todos los pecadores que quieran hacer penitencia y ayunar con aquel ayuno que refiere Isaías, rompiendo las ataduras de los contratos de violencia (cf. Is 58,3-6), observando los demás preceptos que el profeta enumera y nosotros hemos anteriormente citado (cf. 15,1-6), que es justamente lo que hacen los que creen en Jesús. [5] Ahora bien, ustedes saben que el sacrificio de los dos machos cabríos prescritos para el ayuno, tampoco estaba permitido hacerse en ninguna parte fuera de Jerusalén.

La Eucaristía estaba anunciada por la ofrenda de harina. Testimonio de Malaquías. La circuncisión en el octavo día anunciaba la Resurrección

41. [1] La ofrenda de la mejor harina (cf. Lv 14,10), señores -proseguí-, que ordenaba la tradición por los que se purificaban de la lepra (cf. Lv 14,7), era tipo del pan de la acción de gracias. Nuestro Señor Jesucristo nos ha confiado la tradición de hacerla en memorial de la pasión que Él padeció por los hombres (cf. 1 Co 11,23-24; Lc 22,19) que purifican sus almas de toda tendencia al mal, a fin de que juntamente demos gracias a Dios (cf. 1 Co 11,24; Lc 22,19) por haber creado el mundo y cuanto en él hay, por el hombre, por habernos liberado del mal (cf. Rm 6,18. 22) en que nacimos y por haber destruido definitivamente a los principados y potestades (cf. 1 Co 15,24; Ef 1,21; 3,10; Col 1,16; 2,15)) por medio de aquel que, conforme a su voluntad, se hizo sufriente (cf. Is 53,3-4). [2] De ahí que sobre los sacrificios que ustedes ofrecían en otro tiempo, dice Dios, como ya indiqué antes (cf. 28,5), por boca de Malaquías, uno de los doce profetas: «Ustedes no de agradan -dice el Señor-, y no aceptaré los sacrificios de sus manos. Porque desde donde nace el sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio, un sacrificio puro puro. Porque grande es mi nombre entre las naciones -dice el Señor-, pero ustedes lo profanan» (Ml 1,10-12). [3] Ya entonces, anticipadamente, habla de los sacrificios que nosotros, las naciones, le ofrecemos en todo lugar (Ml 1,11), es decir, del pan de la Eucaristía (cf. Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19; 1 Co 11,24) y también del cáliz de la Eucaristía (cf. Mt 26,27; Mc 14,23; Lc 22,20; 1 Co 11,25), a par que dice que nosotros glorificamos su nombre y ustedes lo profanan (cf. Ml 1,11. 12).
   [4] El mandamiento de la circuncisión, por el que se mandaba que todos los nacidos habían de circuncidarse exclusivamente al octavo día (cf. Gn 17,12. 14), era también tipo de la verdadera circuncisión, por la que Jesucristo nuestro Señor, resucitado el día primero de la semana, nos circuncidó a nosotros del error y de la tendencia al mal. Porque el primer día de la semana, aun siendo el primero de todos los días, resulta el octavo de la serie, contando dos veces los días del ciclo hebdomadario, sin dejar por ello de ser el primero.

Las campanillas colgadas en el manto del sumo sacerdote simbolizan los doce apóstoles unidos al poder de Cristo

42. [1] Del mismo modo, las doce campanillas que se mandaba colgar a lo largo de la vestimenta del sumo sacerdote (cf. Ex 28,4. 21. 23. 29. 30; 36,33. 34; 39,25. 26), eran un símbolo de los doce apóstoles, que estaban colgados del poder de Cristo, Sacerdote eterno (cf. Sal 109,4), y por cuya voz toda la tierra se llenó de la gloria y de la gracia de Dios y de su Cristo (cf. Sal 18,4. 5. 2). Por ello dice también David: “A toda la tierra llegó el eco de su voz, y a los confines del mundo sus palabras” (Sal 18,5). [2] Por eso Isaías, como en persona de los apóstoles, que dicen a Cristo no habérseles creído por lo que ellos dijeron, sino por el poder de Cristo, que los envió, dice así: “Señor, ¿quién ha creído a lo que de nosotros ha oído? Y el brazo del Señor, ¿a quién le ha sido revelado? Anunciamos en su presencia, como un niño, como una raíz en tierra sedienta… (Is 53,1-2; Jn 12,38; Rm 10,16), y lo que sigue de la profecía, ya anteriormente citada (cf. 13,3-7).
   [3] Cuando dice, como en nombre de muchos “anunciamos en su presencia” y luego añade “como un niño” (Is 53,2), se trata evidente de una alusión a la multitud de aquellos que, sometidos a Él, obedecieron a su mandato y han llegado a ser todos como un solo niño. Lo que también puede verse en el cuerpo, pues contándose en él muchos miembros, todos, en conjunto, se llaman y son un solo cuerpo (cf. 1 Co 12,12). De modo semejante, el pueblo y la asamblea, aunque formados por muchos hombres en número, se llaman y denominan con un solo nombre, como si fueran una sola realidad. [4] Así pudiera, señores, recorrer todas las otras prescripciones hechas por Moisés y demostrarles que son tipos, símbolos y anuncios de lo que habría de suceder a Cristo y a los que preveía que creerían en Él, así como también de lo que Cristo mismo había de hacer. Pero como creo que lo hasta aquí citado es bastante por el momento, prosigo y retomo el orden de mi discurso.

Conclusión sobre la Ley. Misterio del nacimiento virginal: profecía de Isaías

43. [1] En conclusión, como la circuncisión empezó en Abraham, y el sábado, sacrificios, ofrendas y fiestas en Moisés, y ya quedó demostrado que todo eso se les mandó por la dureza de corazón de su pueblo (cf. 18,2; 25,2); así, también debían terminar, conforme a la voluntad del Padre, en aquel que nació de una virgen del linaje de Abraham, de la tribu de Judá y de David, el Cristo, Hijo de Dios, de quien fue anunciado que había de venir, Ley eterna y Alianza nueva (cf. Jr 31,31) para todo el mundo, como lo significan todas las profecías por mí alegadas. [2] Nosotros, que por medio de Él hemos llegado a Dios, no hemos recibido esa circuncisión carnal, sino la espiritual, aquella que observaron Enoc y otros semejantes. Y, como habíamos sido pecadores, la recibimos por la misericordia de Dios en el bautismo, y todos deberían también aspirar a recibirla.
   [3] Pero ahora voy hablar del misterio de su nacimiento, pues éste debe ser presentado sin más dilación.
   Isaías, sobre el linaje de Cristo, dice en estos términos, como ya quedó escrito, que es inefable para los hombres: “Su generación, ¿quién la contará? Porque su vida es quitada de la tierra. A causa de los pecados de mi pueblo, fue conducido a la muerte” Is 53,8). Esto, pues, dijo el Espíritu profético, por ser inefable el linaje de Aquel que había de morir para que por su herida fuéramos curados nosotros, los hombres pecadores (cf. Is 53,5. 8). [4] Además, para que los hombres que creen en Él pudieran saber cómo, nacido en el mundo, fue engendrado, por el mismo Isaías habló así el Espíritu profético: [5] «Continuó el Señor, hablando con Acaz, diciendo: “Pide para ti un signo al Señor Dios tuyo, en el abismo o en la altura”. Dijo Acaz: “No lo pediré ni tentaré al Señor”. Y dijo Isaías: “Oigan ahora, ¡oh casa de David! ¿Acaso es poco para ustedes dar combate a los hombres? ¿Cómo es que disputan también con el Señor? Por eso, el Señor mismo les dará un signo. Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, se llamará Emmanuel. Leche y miel comerá. [6] Antes de que conozca o sepa escoger el mal, escogerá el bien. Por eso, antes de que sepa el niño distinguir el bien o el mal, rechazará el mal para escoger el bien. Porque antes de que el niño sepa decir padre o madre, recibirá el poder de Damasco y los despojos de Samaria delante del rey de los asirios. Y será ocupada la tierra que será para ti dura carga, por la presencia de los dos reyes. Pero el Señor traerá sobre ti, sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días como no han venido todavía sobre ti desde el día en que separó Efraín de Judá al rey de los asirios”» (Is 7,10-17; 8,4).
   [7] Ahora bien, es cosa evidente para todos que nadie jamás, fuera de nuestro Cristo, ha sido engendrado o se ha dicho engendrado de una virgen (cf. Is 7,14) en el linaje carnal de Abrahán. [8] Pero como ustedes y sus maestros se atreven a decir, que no dice el texto de la profecía de Isaías: “Miren que una virgen concebirá”, sino: “Mirad que una mujer joven concebirá y dará a luz” (Is 7,14), y luego la interpretan como referida a su rey Ezequías, intentaré discutir también brevemente ese punto con ustedes y demostrarles que la profecía se refiere a éste que nosotros confesamos como Cristo.

Reconociendo a Cristo los judíos accederán a la salvación. Testimonios de Ezequiel e Isaías

44. [1] De este modo, poniendo todo mi empeño en persuadirlos con mis demostraciones, yo seré encontrado totalmente inocente respecto de ustedes (cf. Sal 23,4). Pero si, permaneciendo en la dureza de corazón o débiles de juicio, por miedo a la muerte decretada contra los cristianos, se niegan a prestar adhesión a lo verdadero, toda la culpa será de ustedes; y se engañan a ustedes mismos, suponiendo que, por ser descendencia de Abraham según la carne (cf. Rm 9,7; Mt 3,9; Lc 3,8; Jn 8,39; Ga 3,7), van a heredar sin duda los bienes (cf. Is 58,14) que Dios prometió dar por medio de su Cristo. [2] Porque nadie, por ningún motivo, ha de recibir esos bienes, excepto los que de pensamiento se hayan conformado a la fe de Abrahán y reconozcan los misterios todos; quiero decir, que reconozcan que unos mandamientos se les dieron con miras a la piedad y a la práctica de la justicia, otros mandamientos y acciones para anunciar misteriosamente a Cristo o por la dureza de corazón de su pueblo. Que esto sea así, Dios mismo lo dijo en Ezequiel donde declara: “Si Noé, Jacob y Noé y Daniel interceden por sus hijos o sus hijas, no serán escuchados” (cf. Ez 14,20). [3] En Isaías, con relación a esto mismo, dijo así: «El Señor Dios ha dicho: saldrán y verán los miembros de los hombres que pecaron. Porque el gusano de ellos no morirá y su fuego no se extinguirá, serán un espectáculo para toda carne» (Is 66,23-24).
   [4] Así, cortada de sus almas esa esperanza (cf. Is 1,16), deberán esforzarse en reconocer por qué camino podrán obtener el perdón de los pecados (cf. Is 1,16; 55,7; Mc 1,4; Lc 3,3) y la esperanza de heredar los bienes prometidos (cf. Is 1,19). Y ese camino no es otro sino que reconozcan a este Cristo, se laven en el baño que el profeta Isaías anunció para la remisión de los pecados (cf. Is 1,16), y vivan en adelante sin pecar (cf. Is 55,3?).

Los justos que vivieron antes de la Ley instituida por Moisés, ¿serán llamados a la resurrección?

45. [1] Trifón: -Va a parecerte que corto esos razonamientos que dices son necesarios examinar; sin embargo, como me apremia una pregunta, que quiero averiguar, permíteme primero que hable.
   Y yo: -Pregunta cuanto te plazca, tal como se te ocurra; que yo trataré de resumir y concluir mis razonamientos, una vez que tú hayas preguntado y yo respondido.
   [2] Él: -Dime, pues, prosiguió: los que hayan vivido conforme a la Ley instituida por Moisés, ¿revivirán en la resurrección de los muertos como Jacob, Enoc y Noé, o no?
   [3] Y yo: -Al citarte (cf. 44,2), amigo, las palabras de Ezequiel: “Aún cuando Noé, Daniel y Jacob intercedan por sus hijos y sus hijas, no serán escuchados, sino que, evidentemente, cada uno salvará por su propia justicia” (cf. Ez 14,20), dije también que se salvarán igualmente los que hubieren vivido conforme a la Ley de Moisés. En la Ley de Moisés, en efecto, se mandan algunas cosas por naturaleza buenas y piadosas y justas, que han de practicar los que a ella se conforman; otras, que practicaban los que estaban bajo la Ley, están escritas con miras a la dureza de corazón del pueblo. [4] Así, pues, los que cumplieron lo que universal, natural y eternamente es bueno, fueron agradables a Dios, y se salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos que les precedieron, Noé, Enoc, Jacob y todos sus semejantes, juntamente con los que reconocen a este Cristo, Hijo de Dios; que existía antes que la aurora y que la luna (cf. Sal 109,3; 71,5); que aceptó hacerse carne y nacer de aquella virgen del linaje de David, para destruir por esta economía a la serpiente que obró el mal al principio (cf. Gn 3; Ap 12,9; 1 Jn 3,8) y a los ángeles que la imitaron; que aplastó la muerte (cf. 1 Co 15,54-55). Y en la segunda venida de Cristo, cesará ella totalmente para los que en Él creyeron y vivieron de modo a Él agradable, y ya no existirá más (cf. Ap 21,4); entonces, unos serán enviados al juicio y a la condenación de fuego para un castigo eterno, y otros se reunirán en la impasibilidad e incorrupción, en la ausencia de aflicción y en la inmortalidad (cf. 1 Co 15,50s.).

¿Es posible salvarse permaneciendo en la observancia de la Ley?

46. -Si algunos -continuó preguntándome- quieren aún ahora vivir observando las normas dadas por medio de Moisés, si bien creyendo en ese Jesús crucificado,  reconociendo que Él es el Cristo de Dios, que a Él se le da juzgar a todos los hombres absolutamente y que suyo es el reino eterno (cf. Dn 7,14. 27), ¿pueden también ésos salvarse?
   [2] Yo respondí: -Vamos a examinar juntos -le dije- si es ahora posible observar todas las instituciones prescritas por intermedio de Moisés.
   Trifón respondió: -No; porque reconocemos que, como tú dijiste, no es posible sacrificar (más que en Jerusalén) el cordero de la Pascua (cf. Ex 12,21. 27), ni los dos machos cabríos que se mandaba ofrecer en el ayuno, ni en general hacer las demás ofrendas.
   Y yo: -Dime, pues, te ruego, tú mismo, qué es lo que todavía puede observarse; porque has de convencerte que sin guardar las ordenaciones eternas, es decir, sin practicarlas, es perfectamente posible ser salvado.
   Y él: -Me refiero -dijo- a la práctica del sábado, a la circuncisión, a la observación de los meses y las abluciones, cuando han tocado algo de lo que Moisés prohibió o después de las relaciones sexuales.
   [3] Yo le dije: -¿Les parece que se han de salvar Abrahán, Isaac, Noé y Job y todos aquellos que, antes o después de ellos, también fueron justos, como por ejemplo, Sara la mujer de Abraham, Rebeca de Isaac, Raquel y Lía de Jacob y todas las demás como éstas, hasta la madre de Moisés, el fiel servidor (cf. Nm 12,7; Hb 3,2. 5), que no observaron ninguna de esas instituciones?
   Trifón me contestó: -¿Es que no se circuncidó Abrahán y los que después de él vinieron?
   [4] Yo: -Sé muy bien -contesté- que se circuncidó Abrahán y sus descendientes; pero ya antes varias veces les dije la causa por la que les fue dada la circuncisión (cf. 16,2-3; 19,2. 5; 23, 4. 5; 28,4), y si lo dicho (en las Escrituras) no les convence, vamos nuevamente a examinar este punto. Pero ya saben que hasta Moisés ningún justo observó absolutamente ninguna de estas prescripciones sobre las que discutimos ni recibió orden de observarlas, si se exceptúa la circuncisión, que comenzó con Abraham.
   -Lo sabemos -contestó Trifón- y confesamos que se salvan.
   [5] Y yo a mi vez: -Por la dureza de corazón de su pueblo, tienen que entender les dio Dios todos esos mandamientos por medio de Moisés, a fin de que por su diversidad, en cada uno de sus actos, tuvieran a Dios ante los ojos (cf. Ex 13,9. 16; Dt 6,8; 11,18) y no se dieran ni a la injusticia ni a la impiedad. Así, por ejemplo, les mandó usar los flecos de púrpura (cf. Nm 15,37-40?), a fin de que por ese medio no llegarán a olvidarse de Dios; y les ordenó ceñirse la filacteria, con ciertas letras escritas sobre sus finas membranas, -por lo que comprendemos el carácter sagrado-, para estimularles insistentemente a conservar la memoria de Dios, a la vez que les ponía reproches en sus corazones. [6] Pero no tienen ni un pequeño recuerdo de la piedad para con Dios, y ni aun así fueron disuadidos de no idolatrar, pues contando, en tiempo de Elías, el número de los que no habían doblado la rodilla ante Baal, dijo que sólo eran siete mil (cf. Rm 11,4; 1 R 19,18); y en Isaías les reprocha que hasta sus propios hijos ofrecieron en sacrificio a los ídolos (cf. Is 57,5). [7] Nosotros, empero, por no sacrificar a los que en otro tiempo sacrificamos, sufrimos los últimos suplicios y nos alegramos de morir, pues creemos que Dios nos resucitará por medio de su Cristo y nos hará incorruptibles, impasibles e inmortales (cf. 1 Co 15,50s.). Y, en fin, sabemos que cuanto los fue ordenado por razón de la dureza de corazón de su pueblo, nada tiene que ver con la práctica de la justicia y de la piedad.

Puede salvarse quien continúa observando la Ley, mientras que no se imponga su práctica a los paganos que se convierten

47. [1] Trifón, a su vez me preguntó: -Si alguien quiere observar esas prescripciones, a sabiendas de ser cierto lo que tú dices, es decir, reconociendo que aquel es el Cristo, creyéndole y obedeciéndole, ¿ése se salvará?
   Y yo: -Según a mí me parece, ¡oh Trifón! -le respondí-, afirmo que ese tal se salvará, a condición de que no pretenda que los demás hombres, quiero decir, los que procedentes de las naciones están circuncidados del error por el Cristo, deban observar los mismas prescripciones que él observa, afirmando que, de no observarlas, no pueden salvarse; que es lo que tú hiciste al comienzo de nuestro diálogo, afirmando que no me salvaría si yo no las observaba.
   [2] Él: -¿Por qué dijiste, entonces -me replicó-: “Según a mí me parece, ese tal se salvará”, sino porque hay quienes dicen que los tales no se salvarán?
   -Los hay, Trifón, -respondí yo-. Hay quienes no se atreven a dirigirles la palabra ni compartir la mesa con los tales; pero yo no convengo con ellos; que si por la debilidad de su juicio siguen aún ahora observando lo que les es posible de las prescripciones de Moisés, aquello que sabemos fue ordenado por la dureza de corazón del pueblo, como juntamente con ello esperen en ese Cristo y quieran observar lo que es eternamente y por naturaleza práctica justo y piadoso, consintiendo en convivir con los cristianos y creyentes, sin intentar, como lo dije, persuadir a los demás a circuncidarse como ellos, a practicar el sábado y demás prescripciones semejantes que es posible observar, estoy con los que afirman que se les debe recibir y tener con ellos comunión en todo, como con hermanos de nacidos de nuestras mismas entrañas. [3] Aquellos, en cambio, -¡oh Trifón!-proseguí-, de su raza que dicen creer en ese Cristo, pero pretenden obligar a todo trance a los que han creído en Él de todas las naciones a vivir conforme a la Ley instituida por medio de Moisés, o bien no consienten de ningún modo a compartir su modo de vida, tampoco yo los acepto. [4] Sin embargo, a quienes se dejan persuadir por ellos para vivir según la Ley, con tal que sigan confesando al Cristo de Dios, admito que pueden salvarse. Los que sí afirmo que no pueden absolutamente salvarse son los que, después de confesar y reconocer que aquel es el Cristo, vuelven por cualquier causa a vivir según la Ley, negando que Él es el Cristo, y no arrepintiéndose antes de la muerte. De modo igual afirmo que no han de salvarse, por más que sean descendencia de Abrahán, los que viven según la Ley, pero no creen antes de su muerte en Cristo, y sobre todo aquellos que en las sinagogas han anatematizado y anatematizan a los que creen en ese Cristo, haciendo de todo para salvarse y librarse del castigo del fuego. [5] Porque la bondad y la filantropía de Dios, la inmensidad de su riqueza (cf. Tt 3,4. 6; Rm 2,4) tienen al que se arrepiente de sus pecados, como por Ezequiel lo manifiesta (cf. Ez 33,12. 20), por justo y sin pecado; en cambio, al que de la piedad y de la práctica de la justicia se pasa a la injusticia y al ateísmo, lo considera como pecador, injusto e impío. Por eso también nuestro Señor Jesucristo dijo: “En el estado en que los encuentre, en ése también los juzgaré” (cf Mt 24,40-42; 25,13).

Cristo no es sólo hombre entre los hombres. Es también Dios

48. [1] Trifón: -Ya hemos oído -dijo- lo que sobre esto piensas. Vuelve, pues, a tomar el hilo de tu discurso donde lo dejaste. A la verdad, a mí me parece al menos paradojal y absolutamente imposible de demostrar. Porque decir que ese Cristo preexiste, siendo Dios, antes de los siglos, y que luego se dignó hacerse hombre y nacer, y que no es hombre que venga de un hombre, no sólo me parece paradojal, sino insensato.
   [2] A lo que respondí: -Sé que mi discurso parece paradojal, y sobre todo a los de la raza de ustedes, que jamás han querido entender ni hacer las enseñanzas de Dios (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), sino las de sus maestros, como Dios mismo lo proclama (cf. 27,4; 39,5). Sin embargo, ¡oh Trifón! -añadí-, es algo ya adquirido que aquél es el Cristo de Dios, aún cuando yo no pudiera demostrar que el Hijo del Creador del universo preexiste como Dios y que ha nacido hombre de una virgen. [3] Demostrado como está totalmente que Él -quienquiera sea- es el Cristo de Dios, aunque no logre demostrar su preexistencia y que, conforme al designio del Padre, consintió hacerse hombre sufriente como nosotros, en la carne, lo único justo será decir que yo he errado en mi demostración; pero no negar que Él es el Cristo, aun cuando apareciera hombre nacido de hombres, y se demostrara que sólo por elección fue hecho Cristo. [4] Porque hay algunos, amigos-proseguí-, de su linaje, que confiesan que es Él es el Cristo, pero afirman que fue hombre nacido de hombres, con los cuales no estoy de acuerdo, ni aun cuando la mayor parte de los que piensan como yo dijeran eso. Porque no nos mandó Cristo seguir enseñanzas humanas (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), sino aquellas que predicaron los bienaventurados profetas y Él mismo enseñó.

La primera venida fue anunciada por Juan, la segunda por Elías. La transmisión del Espíritu profético

49. [1] Trifón: -A mí personalmente -dijo- me parece que dicen cosas más creíbles los que afirman que éste era hombre, y que por elección fue ungido y hecho así Cristo, que no ustedes al decir lo que tú dices. Todos nosotros, en efecto, esperamos al Cristo que ha de nacer hombre de hombres y a quien Elías vendrá a ungir. Y si éste se presenta como el Cristo, hay que pensar absolutamente que es hombre nacido de hombres; ahora, como no ha venido Elías afirmó que tampoco ése es el Cristo.
   [2] Yo entonces le pregunté nuevamente: -¿El Verbo no dice por intermedio de Zacarías que vendrá Elías antes del grande y terrible día del Señor? (cf. Ml 4,5).
   Él me respondió: -Ciertamente.
   -Si, pues, el Verbo de Dios -concluí- nos fuerza a admitir que fueron profetizadas dos venidas del Cristo: una, en que había de aparecer sufriente, sin honor ni apariencia (cf. Is 53,2-4); otra, en que vendrá glorioso y como juez universal (cf. Hch 10,42), como se demuestra por los muchos testimonios ya alegados, ¿no comprenderemos, según lo que el Verbo de Dios anunció, que Elías sería precursor de la segunda venida, es decir, del día terrible y grande? (cf. Ml 4,5).
   -Ciertamente, me respondió.
   [3] –Nuestro Señor -proseguí yo- así nos lo dejó consignado en sus enseñanzas, al decir que Elías había de venir (cf. Mt 17,11, Mc 9,12); y nosotros sabemos que esto sucederá cuando nuestro Señor Jesucristo aparezca en gloria, desde lo alto de los cielos (cf. Mt 24,30; Mt 25,31; Is 33,17; Dn 7,13). En su primera manifestación, el Espíritu de Dios, que estaba en Elías, fue el heraldo en la persona de Juan, profeta en el seno del pueblo de ustedes, después del cual ningún otro profeta ha vuelto a aparecer entre ustedes; sentado junto al río Jordán, él gritaba: “En cuanto a mí, yo los bautizo en agua para la penitencia; pero vendrá otro más fuerte que yo, cuyas sandalias no merezco yo llevar. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Su bieldo está ya en su mano, y Él limpiará su horquilla, y reunirá el trigo en el granero y quemará la paja con el fuego inextinguible” (Mt 3,11-12; Lc 3,16-17).
   [4] A este mismo profeta le mandó su rey Herodes encerrar en la cárcel. Un día en que se celebraba el aniversario del rey, su sobrina danzó de una manera que le agradó, y él le dijo que le pidiera lo que quisiera. La madre de la muchacha le sugirió que pidiera la cabeza de Juan, que estaba en la cárcel; ella se la pidió y el rey mandó la orden de que le trajeran sobre una fuente la cabeza del profeta (cf. Mt 14,3. 6-11; Mc 6,17. 21-27; Lc 3,20). [5] De ahí que nuestro Señor, estando aún sobre la tierra, al decirle algunos que antes del Cristo tenía que venir Elías, respondió: “Sí, Elías vendrá y lo restablecerá todo; pero yo les aseguro que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que hicieron con él lo que quisieron” (Mt 17,11-12). Y está escrito que “entonces los discípulos comprendieron que les hablaba de Juan el Bautista” (Mt 17,13).
   [6] Trifón: -También me parece paradojal -dijo- eso que dices de que el Espíritu profético de Dios que estuvo en Elías, también estuvo en Juan.
   Yo le respondí: -¿No te parece que lo mismo sucedió en Josué, hijo de Navé, que sucedió a Moisés en la dirección del pueblo? Dios mandó a Moisés que le impusiera las manos, a par que le decía: “Yo haré pasar sobre él el espíritu que hay en ti” (cf. Nm 27,18-23; Dt 34,9; Nm 11,17).
   [7] Y él: -Ciertamente.
   -Así, pues -proseguí-, como en los tiempos en que Moisés estaba todavía entre los hombres, Dios hizo pasar sobre Josué parte del Espíritu de aquél (cf. Nm 11,17), así pudo hacer también que de Elías pasara el Espíritu sobre Juan. Como la primera venida de Cristo fue sin gloria (cf. Is 53,2-3), así la primera venida del Espíritu, no obstante permanecer siempre puro en Elías, fue, como la de Cristo, también sin gloria. [8] En efecto, con oculta mano dícese que hacía el Señor combatía a Amalec (cf. Ex 17,16); y, sin embargo, no van a negar que cayó Amalec. Pero si sólo con la gloriosa venida de Cristo se dijera que ha de ser combatido Amalec, ¿qué fruto se podría sacar de esta expresión del Verbo que dice: “Con oculta mano hace Dios la guerra a Amalec”? Pueden comprender que alguna oculta fuerza pertenecía al Cristo crucificado, cuando ante Él se estremecen los demonios (cf. St 2,19) y absolutamente todos los principados y potestades de la tierra (cf. 1 Co 15,24; Ef 1,21; 3,10; Col 1,16; 2,15).