OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (189)

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El Juicio final
Hacia 1170-1185
Salterio - Himnario
Amiens, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO QUINTO

Capítulo VI: Simbolismo de los diversos elementos cultuales judíos

   Las murallas, el velo y las cortinas del templo. La vestidura sacerdotal

32.1. Sería excesivo recorrer todos los [escritos] proféticos y de la Ley para explicar lo que han dicho mediante enigmas. Porque casi toda la Escritura contiene tales oráculos. Pero bastan para quien posea inteligencia, me parece, algunos pocos paradigmas para probar lo propuesto.

32.2. Así, manifiesta (lit.: reconoce o confiesa) la significación oculta de las siete murallas alrededor del antiguo templo, referida entre los hebreos; o la disposición del vestido talar (del sacerdote) [cf. Ex 28,4-5], que por medio de distintos símbolos relacionados con cosas visibles, insinuaba la composición (del cosmos) desde el cielo hasta la tierra (cf. Sb 18,24).

32.3. El velo y las cortinas [del templo] estaban bordados con jacinto y púrpura, con escarlata y lino (cf. Ex 26,1; 36,8); insinuaban, como lo comporta la naturaleza de los elementos, la manifestación de Dios; porque la púrpura (viene) del agua, el lino de la tierra, y el jacinto, que es sombrío, se asemeja al aire, al igual que la escarlata al fuego.

Límites de los sentidos humanos

33.1. En medio del velo y de las cortinas (del templo), allí donde podían entrar los sacerdotes (cf. Ex 30,1-10), se encontraba un incensario (cf. Ex 37,25 ss.), símbolo de la tierra, colocada en medio de este mundo, desde la que (brotan) las exhalaciones (o: evaporaciones).

33.2. Pero en medio estaba también el espacio aquel situado más allá de las cortinas, donde únicamente podía entrar el gran sacerdote en días señalados (cf. Ex 30,10; Lv 16,12; Hb 9,7); y el atrio que le circundaba externamente, accesible a todos los hebreos. Por eso decían que era lo más intermedio del cielo y la tierra. Pero otros dicen que era símbolo del mundo inteligible y del sensible.

33.3. En efecto, el velo, defensa para la infidelidad popular, estaba extendido delante de las cinco columnas (cf. Ex 26,36-37), separando a los del recinto del círculo externo.

33.4. Así, con sentido muy místico, (se alude) a los cinco panes repartidos por el Salvador y que multiplicados fueron suficientes para la muchedumbre de los oyentes (cf. Jn 6,9). Porque son muchos los que se aferran a lo sensible, como si fuera lo único que existiese.

33.5. “Mira en derredor tuyo, dice Platón, no sea que alguno de los no iniciados escuche. Y son esos que piensan que sólo existe lo que pueden aferrar con sus manos; pero las acciones y producciones, y todo aquello que es invisible, no lo admiten como parte de la realidad” (Platón, Teeteto, 155 E).

33.6. Porque tales son los que atienden únicamente a los cinco sentidos. Pero la noción de Dios es inaccesible a los oídos y sus homogéneos.

Las cuatro alianzas y el Tetragama

34.1. Por ello, el Hijo es llamado rostro del Padre (cf. Sal 23 [24],6; Mt 18,10), y se encarnó (sarkophóro) para ser percibido por los cinco sentidos: el Verbo, el revelador del carácter propio del Padre.

34.2. “Si vivimos en espíritu, conformémonos según el espíritu” Ga 5,25). “Nosotros caminamos en fe, no en visión” (2 Co 5,7), dice el noble Apóstol.

34.3. En efecto, la diaconía sacerdotal se ocultaba tras la parte interior del velo, que separaba mucho a los que actuaban dentro de él respecto de los que permanecían fuera.

34.4. De nuevo, el velo de la entrada al santo de los santos: había allí cuatro columnas (cf. Ex 27,16), recuerdo de la santa tétrada de las antiguas alianzas.

34.5. Pero (existía) también el tetragrama, nombre místico, que sólo era llevado por quienes podían acceder al santuario (cf. Ex 28,36-38); y se lee “Yahwé”, que se interpreta como el que es y el que será (cf. Ex 3,14; Ap 1,4).

34.6. Ciertamente, también entre los griegos el nombre “dios” está compuesto de cuatro letras.

34.7. Pero sólo el Señor, hecho Sumo Sacerdote, entrará en el mundo inteligible, (al penetrar) por medio de la pasión (cf. Hb 9,11-12), introduciéndose en la gnosis del Inefable y elevándose por encima de “todo nombre” (Flp 2,9) que se expresa con fonema.

34.8. Sí, ciertamente, el candelabro estaba colocado en la parte sur del incensario (cf. Ex 25,30-32; 26,35), por el que se hacían visibles los movimientos de los siete luceros que realizan sus circunvoluciones en la parte sur.

34.9. Porque en cada lado del candelabro surgían tres brazos, y en cada uno de ellos las lámparas; ahora bien, también el sol, como el candelabro, situado en medio de los otros planetas, envía luz a los que están por encima y por debajo de él, según una divina música (cf. Filón de Alejandría, Sobre la vida de Moisés, II,102-103; Platón, La república, X,617B).

Simbolismo del candelabro, de los panes de la propisición y del arca santa

35.1. Pero también el candelabro de oro contiene otro enigma: el signo de Cristo (= la cruz), no sólo por la figura, sino también porque ilumina “de muchas maneras y en diversos modos” (Hb 1,1) a quienes creen en Él, esperan en Él y vuelven hacia Él su mirada con motivo de la diaconía de los primeros (los protoktístoi: los siete ángeles superiores).

35.2. Y se dice también que “siete ojos” (Za 4,10) tiene el Señor, “los siete espíritus” (Ap 3,1; 4,5; 5,6) que reposan sobre la rama que florece “de la raíz de Jesé” (Is 11,1).

35.3. Y en la parte norte del incensario estaba la mesa sobre la que se hacía la proposición de los panes (cf. Ex 26,35; Nm 4,7), porque los vientos del norte son los más fecundos (cf. Filón de Alejandría, Cuestiones sobre el Éxodo, II,21,104).

35.4. Pero también (podría significar) las diversas mansiones de las iglesias que concurren a un solo cuerpo y a una sola asamblea (cf. Rm 12,4-5; Ef 4,4).

35.5. Lo que se cuenta del arca santa designa las cosas del mundo inteligible, escondido y cerrado a las muchedumbres.

35.6. También aquellas estatuas de oro de seis alas cada una de ellas (cf. Ex 25,18-20), o indican las dos osas (= constelaciones de estrellas), como algunos quieren, o lo que es mejor, los dos hemisferios, pues el nombre de los Querubines quiere expresar conocimiento abundante.

35.7. Pero ambos [Querubines] tienen doce alas, y, mediante el ciclo del zodíaco y el tiempo que dura alrededor de sí mismo, indican el mundo sensible.

Simbolismo del arca y de los Querubines

36.1. Me parece que sobre esto también la tragedia, hablando de las cosas naturales, dice: “Un tiempo incansable y entero se engendra a sí mismo, circulando alrededor de una eterna corriente, y ambas constelaciones (lit. osas), con rápidos golpes de las alas, vigilan el polo Atlántico” (Critias, Fragmentos, 88 B 18).

36.2. Pero Atlante (lit.: Atlas), el polo que no sufre, puede ser ciertamente la esfera que no se mueve, pero es mejor concebirlo como eternidad inmóvil.

36.3. Pienso que es mejor (atribuir) al arca, cuyo nombre hebreo es “thébôtd”, otra significación. Se interpreta ciertamente como uno por uno de todos los lugares. Ahora bien, tanto si indica la ogdóada y el mundo inteligible, o también a Dios, que contiene en sí mismo todas las cosas, que no tiene forma y es invisible, pasémoslo ahora por alto. Por lo demás, indica el descanso de los espíritus glorificadores que los Querubines dan a entender.

36.4. Porque no es creíble que quien nunca aconsejó hacer siquiera una imagen grabada (cf. Ex 20,4), Él mismo hiciera una estatua de los (seres) santos; en el cielo no existe un viviente compuesto y perceptible por los sentidos que sea así; pero rostro es símbolo de un alma racional, y las alas son las liturgias y las actividades que ejercen las potencias de derecha e izquierda (cf. 1 R 22,19); pero la voz es una gloria de agradecimiento en incesante contemplación.

Simbolismo de la vestimenta del sumo sacerdote

37.1. Sea suficiente haber alcanzado la interpretación mística. El vestido talar (lit.: que llega hasta los pies) del sumo sacerdote es símbolo del mundo sensible (cf. Sb 18,24), y los siete planetas (están simbolizados) en las cinco piedras y los dos carbones encendidos (cf. Ex 28,17-20) (representan) a Cronos y a la Luna; porque aquél es meridional, húmedo, terreno y pesado; pero ésta es semejante al aire (o: áerea). Por eso algunos la llaman Arternis, porque corta el aire, aunque (éste sea) oscuro.

37.2. A los que colaboran en el nacimiento de las cosas se les coloca en los planetas, conforme a la divina providencia, y con razón están situados sobre el pecho y los hombros [del sacerdote] (cf. Ex 28,12. 17-20), puesto que por ellos se produce la acción creadora, que (tiene lugar) en la primera semana. El pecho es la morada del corazón y del alma.

37.3. Pero también las piedras preciosas (serían) las formas de salvación: unas colocadas en las partes altas de todo el cuerpo salvado, y otras en las partes inferiores.

37.4. Y las trescientas sesenta campanillas que cuelgan del vestido talar (cf. Ex 28,33-34) son la duración del año, “el año de gracia del Señor” (Is 61,2; Lc 4,19), que proclama y catequiza la gran epifanía del Salvador.

37.5. Pero también la tiara de oro que se pone encima (cf. Ex 28,36-37) indica la autoridad regia del Señor, porque el Salvador es “la cabeza de la Iglesia” (Ef 5,23).

Símbolos de la majestad de Cristo

38.1. Así, la tiara que está por encima es señal de hegemonía absoluta. Por otra parte, hemos oído, como se dice: “Dios es la cabeza de Cristo” (1 Co 11,3), y “Padre de nuestro Señor Jesucristo” (2 Co 1,3; 11,31; Rm 15,6; Ef 1,3).

38.2. Por cierto, el pectoral que contiene el “efod” (cf. Ex 28,28), es símbolo del trabajo, y del “logión” -esto alude al Verbo-, establecido por Él, y es imagen del cielo hecho por el Verbo, que está sometido a la cabeza de todos, a Cristo (cf. 1 Co 11,3; Ef 1,22), y que se mueve del mismo modo.

38.3. Así, por tanto, las piedras de esmeralda resplandecientes sobre el “efod” significan el sol y la luna, colaboradores de la naturaleza.

38.4. Pero un hombro, me parece, (es) el principio de la mano. Y las doce piedras colocadas en cuatro filas sobre el pecho (cf. Ex 28,17-20) nos trazan el círculo del zodíaco, según las cuatro estaciones (lit.: movimientos) del año.

38.5. Por otra parte, es conveniente que estén sometidos a la cabeza del Señor la Ley y los profetas, porque por ellos están representados los justos de ambos Testamentos. Puesto que nosotros bien podemos llamar profetas y justos a los Apóstoles, porque un solo y mismo Espíritu Santo actúa en todos (cf. 1 Co 12,11).

38.6. Pero como el Señor está por encima del mundo entero, incluso mas allá del inteligible, así también era digno que estuviera grabado en la placa de metal (cf. Ex 28,36) el nombre “que está por encima de todo principio y potestad” (Ef 1,21; Flp 2,9), grabado en razón de los mandamientos escritos y mediante la presencia sensible.

38.7. Y se llama Nombre de Dios. Además, el Hijo actúa tal como ve la suma bondad del Padre (cf. Jn 5,19), y es llamado Dios Salvador, principio de todas las cosas (cf. Col 1,18), que es copia “del Dios invisible” (Col 1,15), la primera y antes de [todos] los siglos, y que modeló todas las cosas nacidas después de ella (cf. Col 1,15-16).

Simbolismo de la entrada en el santuario

39.1. También el “logión” manifiesta la profecía que grita por el Verbo, y que proclama el juicio futuro, porque es el mismo Verbo quien profetiza, juzga y discierne cada cosa.

39.2. Y se dice también que el vestido, que llega hasta los pies, profetiza la economía según la carne (= la encarnación del Verbo), mediante la cual fue visto más cercano al mundo.

39.3. Por eso, una vez quitada la túnica santificada (cf. Lv 16,4), el sumo sacerdote -pero el mundo y la creación en el mundo han sido santificados por quien ha aprobado como buenas las cosas que se hicieron (cf. Gn 1,31)- se lava y se reviste con otra [túnica], santa de lo santo, por así decir, la que le acompaña [para entrar] en el santuario (cf. Lv 16,23-24)

39.4. Me parece que se refiere al levita y gnóstico como superior a los otros sacerdotes, porque éstos se lavan con agua, son revestidos de la sola fe y reciben la única mansión (que les es) propia; aquél [levita y gnóstico] discierne las cosas inteligibles de las cosas sensibles, apresurándose en su ascensión, respecto de los otros sacerdotes, hacia la entrada de lo inteligible, es lavado de las cosas de aquí abajo no con agua, como antes era purificado el enrolado en la tribu de Leví (cf. Nm 8,7), sino ya por el Verbo gnóstico.

Pureza del gnóstico

40.1. En efecto, teniendo totalmente puro el corazón (cf. Mt 5,8), manteniendo muy erguida la conducta hasta lo más alto, creciendo muy por encima del sacerdote, santificado sencillamente en la palabra y la vida, revestido con el esplendor de la gloria, recibiendo de aquel varón espiritual y perfecto la inefable herencia, “que ni ojo vio, ni oído oyó, ni al corazón del hombre subió” (1 Co 2,9), hecho hijo y amigo, “cara a cara” (1 Co 13,12), se llena de insaciable contemplación. Pero nada hay como escucharlo del mismo Verbo, que da una inteligencia más plena mediante la Escritura.

40.2. Porque dice así: “Y se quitará la vestidura de lino que se había puesto al entrar en el santuario, y la dejará allí. Y lavará su cuerpo con agua en lugar sagrado y se pondrá su vestido” (Lv 16,23-24).

40.3. Por otra parte, me parece a mí que el Señor se desviste y se vuelve a vestir cuando desciende (o: baja) [al mundo] sensible; de otra manera: quien ha creído gracias a Él se desviste y se reviste el vestido santificado, como indicó también el Apóstol (cf. 2 Co 5,2-4; Ef 4,22-24).

40.4. De ahí que, a imagen del Señor, se elegían como sumos sacerdotes a los más notables de la tribu santificada, y los elegidos eran ungidos para ser reyes y profetas.