OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (182)

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Muerte y Asunción de la Virgen María
Hacia 1385-1399
Antifonario
Florencia, Italia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO

Capítulo XXV: ¿En qué consiste la verdadera perfección?

   El alma que anhela estar siempre con Cristo

155.1. “Feliz quien posea la enseñanza de la historia, y no incite al perjuicio de los conciudadanos ni a las obras injustas, sino que contempla el mundo de la naturaleza inmortal, que no envejece, y cómo por dónde y de qué modo se constituyó. En estos [hombres] jamás se asienta la inquietud de las acciones vergonzosas” (Eurípides, Fragmentos, 910,8-9).

155.2. Por consiguiente, con razón dice Platón que el que contempla las ideas vivirá como un dios entre los hombres (cf. Platón, El Sofista, 216 A-B); el intelecto es el lugar de las ideas, y Dios es intelecto (cf. Aristóteles, De anima, III,4 429 a 27; Filón; De Cherubim, 49). En efecto, definió dios viviente entre los hombres al que contempla al Dios invisible.

155.3. Y en “El Sofista”, Sócrates denominó dios al extranjero de Elea, porque era dialéctico (cf. Platón, El Sofista, 216 A-B); tales son los dioses que visitan las ciudades “bajo la figura de huéspedes extranjeros” (Homero, Odisea, XVII,485).

155.4. Porque cuando un alma, remontándose por encima de la creación (o: de lo generado), está a solas consigo misma y frecuenta las ideas, como el “corifeo” (Platón, Teeteto, 173 C) en el “Teeteto”, entonces es como un ángel (cf. Mt 22,30; Lc 20,36; Ga 4,14); estará siempre con Cristo (cf. Flp 1,23), en contemplación, examinando siempre la voluntad de Dios, y realmente “ella será la única que entiende, mientras que los otros [muertos] revolotearán como sombras” (Homero, Odisea, X,495); porque los muertos entierran a sus propios muertos (cf. Mt 8,22; Lc 9,60).

155.5. Por eso Jeremías dice: “La llenaré de cadáveres terrenos, a los que hirió mi ira” (Jr 33,5).

El Hijo

156.1. Puesto que Dios (es) indemostrable, no es objeto de ciencia (epistemonikós); pero el Hijo es sabiduría, ciencia, verdad y todo lo que está unido a esto, y por ello es susceptible de demostración y de explicación. Todas las potencias del Espíritu, que se sintetizan en una sola cosa, confluyen en eso, en el Hijo, pero Él no puede ser definido (aparémphatos: término usado por los gramáticos para el indicar el modo infinitivo de los verbos) mediante la noción de cada una de sus potencias.

156.2. Pero tampoco el Hijo es sencillamente uno en cuanto uno, ni múltiple en cuanto [compuesto] de partes, sino uno como totalidad. Por eso (es) también la totalidad. Porque Él mismo (es) el círculo de todas las potencias ensambladas y unificadas.

La fe unifica al ser humano

157.1. Por eso el Verbo es llamado “alfa y omega” (Ap 1,8; 21,6; 22,13); de Él solo es propio que el término se haga principio y nuevamente termine en el principio anterior, sin tener jamás interrupción (o: intervalo, pausa).

157.2. Por eso, creer en Él y por Él es hacerse uno (monadikós) [con Él], unido en Él “sin distracción” (1 Co 7,35); por el contrario, no creer es duplicarse, separarse y dividirse.

157.3. “Por eso el Señor dice así: Todo hijo extranjero es un incircunciso en el corazón e incircunciso en la carne” (Ez 44,9), o sea, impuro en el cuerpo y en el espíritu; “ninguno procedente de los extranjeros entrará en el santuario, en medio de la casa de Israel, sino sólo los levitas” (Ez 44,10). Pero llamó extranjeros a los que no quisieron creer, sino que prefirieron ser infieles.

Los verdaderos sacerdotes de Dios

158.1. Únicamente, por tanto, los que viven con pureza son en realidad sacerdotes de Dios. De todas las tribus circuncidadas, fueron consideradas más santas las que ungían a los sumos sacerdotes, reyes y profetas (cf. 1 S 10,1).

158.2. De ahí que se les prescribiese no tocar cadáveres ni acercarse a los muertos, no porque el cuerpo esté contaminado, sino porque el pecado y la desobediencia, siendo obras de la carne están ligadas al cuerpo y al cadáver, y por ello execrables.

158.3. Ahora bien, solamente se permitía al sacerdote acercarse al padre, madre, hijo e hija fallecidos (cf. Ez 44,25), porque sólo ellos eran del mismo origen familia de carne y semilla, por los que también el sacerdote recibió la causa inmediata de su entrada en la vida.

158.4. Pero también aquellos [sacerdotes] debían purificarse durante siete días, porque durante ese tiempo se realiza la creación; porque en el séptimo se celebra el descanso, y en el octavo [el sacerdote] ofrece un sacrificio propiciatorio (o: propiciación), como está escrito en Ezequiel (cf. Ez 44,26-27); sacrificio propiciatorio por el que se puede recibir la promesa.

La perfecta purificación del cristiano se realiza por la obediencia

159.1. La purificación perfecta es, me parece, la fe en el Evangelio mediante la Ley y los profetas; pero propiciación es la pureza alcanzada mediante una total obediencia, unida también a la renuncia de las cosas del mundo hasta la gozosa restitución de la tienda terrestre (o: del cuerpo humano; skénos; cf. 2 Co 5,14) (que realiza) el alma con agradecimiento.

159.2. Ya sea entonces el tiempo en que, contados los siete períodos (cf. Lv 25,8), hace reposo en el más perfecto descanso, ya sean también los siete cielos (cf. 2 Co 12,2), que algunos cuentan ascensionalmente, ya sea también que se llame octavo (ogdoás) al espacio estable próximo al mundo inteligible, en todo caso dice que el gnóstico debe salir hacia afuera de la creación y del pecado.

159.3. Así, después de los siete días se ofrecen sacrificios por los pecados, porque todavía (está) el temor del cambio y la relación con la séptima esfera.

El bautismo cristiano

160.1. Dice el justo Job: “Yo mismo desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí” (Jb 1,21), desnudo no de posesiones, -porque eso sería poca cosa y ordinario-, sino como el justo que está desnudo de maldad, de pecado y de esa fea figura que acompaña a los que han vivido de manera injusta.

160.2. Porque esto es lo se dijo: “Si no cambian y se hacen como niños” (Mt 18,3), puros en la carne y santos en el alma por la ausencia de malas obras; así demostramos que [Dios] quiere que nosotros mismos seamos tal cual nos ha engendrado de la matriz del agua (= el bautismo cristiano).

160.3. Porque una generación que sigue a otra generación quiere (alcanzar) la inmortalidad mediante un progresivo avance, “pero la lámpara de los impíos se extinguirá” (Jb 21,17).

Alegoría sobre Rebeca. La gloria de Dios

161.1. En verdad, la pureza del cuerpo y del alma que el gnóstico persigue, fue significada de modo notable por el sapientísimo Moisés al servirse de la repetición, señalando la integridad tanto del cuerpo como del alma de Rebeca, escribiendo: “La virgen era hermosa, era virgen y no la había conocido ningún varón” (Gn 24,16).

161.2. Rebeca se interpreta como gloria de Dios, y la gloria de Dios es la incorruptibilidad. Ésta es la justicia verdadera: no codiciar lo de otro sino ser por entero templo santo del Señor (cf. 1 Co 3,17). Justicia es, entonces, la paz de la vida y la estabilidad (del alma); a ella invitaba el Señor diciendo: “Vete en paz” (Mc 5,34; Lc 7,50; 8,48).

161.3. Porque Salem se interpreta paz, por la que nuestro Salvador es descripto (como) rey, del que dice Moisés: “Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios altísimo” (Gn 14,18; Hb 7,1-2), el que ofreció el vino y el pan santificado como símbolo de la eucaristía. Y Melquisedec se interpreta: rey justo, pero por sinonimia entre la justicia y la paz.

El Salvador nos inicia en los misterios de nuestra fe

162.1. Basílides supone que la justicia y su hija la paz (son) fundamentos que permanecen ordenados en la Ogdóada.

162.2. Pero hay que pasar desde lo que se refiere más a lo físico hasta alcanzar lo más manifiesto: lo ético; porque el discurso sobre lo físico seguirá al trabajo [que tenemos] entre manos.

162.3. El mismo Salvador nos inicia sencillamente en los misterios, según dice la tragedia: “Viendo a los que ven, también les concede los ritos secretos (órgia)” (Eurípides, Las Bacantes, 470). Y si preguntas: “Pero esos ritos ¿qué carácter tienen para ti?” (Eurípides, Las Bacantes, 471). De nuevo oirás: “Son secretos para no los conozcan los mortales no iniciados (lit.: no bacantes)” (Eurípides, Las Bacantes, 472).

162.4. Y si algún curioso trata de saber cómo son, escuche todavía: “No te es lícito oírlos, aunque sean dignos de conocerse: los ritos divinos exasperan al que practica la impiedad” (Eurípides, Las Bacantes, 474 y 476).

162.5. Pero Dios es sin principio (ánarchos), principio absoluto de todo, hacedor del principio. En cuanto esencia es principio de la parte física; como bien, es principio de la ética; en cuanto que es intelecto, (es principio) de la parte lógica y de la crítica. De donde también que el Verbo sea el único maestro, Hijo de la mente del Padre, el educador del hombre (otra variante del texto: De donde también el Verbo es el único maestro, de un Padre Altísimo y Santo, pedagogo del hombre).