OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (181)

Coronacion.jpg
Coronación de la Santísima Virgen María
Hacia 1470
Liturgia de las Horas de Nôtre Dame
Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO

Capítulo XXIII: Sobre la meta del gnóstico

   La obediencia a Dios

147.1. Porque esos [hombres] no están familiarizados con la naturaleza misma del asunto como para entender de una manera realmente gnóstica que es hermoso todo cuanto se creó para nuestra utilidad, como el matrimonio, ya se ha dicho, y la procreación cuando se realiza (lit.: se recibe) con templanza; pero por encima está lo mejor: devenir impasible y virtuoso mediante la semejanza con Dios.

147.2. Pero conducidos por las cosas útiles o inútiles de fuera, se apartan de algunas, pero no de otras. Sin embargo, también se apartan de algunas mostrando que las odian, despreciando la creación y al Demiurgo; y aunque parezca que viven habitualmente conforme a la fe, poseen un criterio impío.

147.3. El “no desearás” (Ex 20,17; cf. Ex 2,13; Dt 5,21) no necesita de la obligación que proviene del temor, obligándonos a abstenernos de lo que agrada, ni del premio prometido que persuade a reprimir los instintos (o: impulsos).

147.4. Tampoco los que han obedecido (o: escuchado) a Dios por causa de la promesa eligen obedecer por el mandato sino por la promesa, como seducidos por un señuelo de placer.

Debemos glorificar al Creador

148.1. Así, tampoco la aversión de lo sensible realiza consecuentemente la comunión con lo inteligible; al contrario, la comunión con lo inteligible es por naturaleza una separación del mundo sensible para el gnóstico que ha elegido gnósticamente lo bueno por una elección entre las cosas honestas (u: honorables); admira la generación, glorifica al Hacedor (cf. Mt 6,9) y santifica la semejanza con lo divino.

148.2. “Por lo demás, yo me libraré” (Homero, Ilíada, X,378) de la concupiscencia, dirá [el gnóstico], mediante la comunión contigo, Señor. Hermosa (es) la economía de lo creado y todo es bien administrado; nada acontece sin razón y conviene que yo me ocupe de tus cosas, oh Todopoderoso (cf. Lc 2,49). Aunque permanezca aquí, estoy cerca de ti. Y quiero estar sin temor, para poder estar junto a ti y contentarme con poco, meditando tu justa elección entre lo que es bueno y lo que parece serlo.

La recreación y renovación del ser humano

149.1. De manera sumamente mística y santa, el Apóstol nos enseña que la elección verdaderamente agradable [a Dios] (es) la que se realiza no mediante el rechazo de las cosas como malas, sino a hacer lo mejor y no simplemente lo bueno; lo ha recordado, diciendo:

149.2. “Así tanto el que casa a su hija doncella hace bien, y el que no la casa hace mejor, para servir honesta y asiduamente al Señor sin distracción” (1 Co 7,38. 35).

149.3. Nosotros sabemos que Dios ha dispuesto benignamente que lo innecesario sea difícil [de conseguir], y que en cambio lo necesario sea fácil.

149.4. Por eso dice bien Demócrito que “la naturaleza y la enseñanza son semejantes” (Demócrito, Fragmentos, 68 B 33). Y da brevemente la causa: “Porque la enseñanza transforma al hombre, pero la naturaleza al transformarse lo hace” (Demócrito, Fragmentos, 68 B 33), y no hay diferencia entre ser plasmado por la naturaleza de alguna manera y ser transformado con el tiempo mediante la enseñanza.

149.5. Pero el Señor nos ha procurado ambas cosas; una según la creación, otra según la regeneración (o: recreación) y la renovación de la Alianza.

149.6. Pero hay que elegir lo que conviene para lo más importante, y lo mejor de todo (es) la inteligencia.

149.7. Así, a quien lo realmente hermoso (o: bueno) se le presenta como lo mejor (o: lo más agradable), de él mismo puede procurar el fruto que desea, la firmeza (eystátheia: estabilidad, equilibrio) del alma.

149.8. “Quien me escucha, dice [la Escritura], descansará en paz porque ha confiado y estará seguro sin temor de todo mal” (Pr 1,33). “Confía en Dios con todo tu corazón y tu mente” (Pr 3,5). De esta manera es como el gnóstico puede llegar a ser un dios: «Yo les he dicho: “Son dioses e hijos del Altísimo”» (Sal 81 [82],6).

Dios no es responsable de la caída de Adán

150.1. Pero también Empédocles dice que las almas de los sabios llegan a ser dioses, cuando escribe así: “Finalmente adivinos, himnógrafos y médicos son los principales entre los hombres de la tierra; de ahí florecen dioses estimadísimos en honores” (Empédocles, Fragmentos, 31 B 146).

150.2. Ciertamente, el hombre en cuanto tal es plasmado generalmente según la idea del espíritu innato, porque no se produce creación alguna sin imagen y sin forma en el taller de la naturaleza (= útero de la mujeres), donde se realiza misteriosamente la génesis del hombre, mediante la unión de la técnica y la naturaleza; pero el hombre concreto (o: individual) es caracterizado por la impronta producida en el alma, respecto de lo que habrá de elegir.

150.3. Por eso, decimos que también Adán fue perfecto en su plasmación, porque no le faltó nada de lo que caracteriza la idea y la forma del hombre.

150.4. Cuando fue hecho recibió la perfección y se fue justificando por la obediencia (o: la escucha); y poseía libre albedrío y debía hacerse adulto en cuanto dependía de él. Dios no es responsable de la actuación del que eligió, y mucho menos al elegir lo prohibido. Doble es la génesis: una la de los seres que son engendrados, otra la de los seres que se van haciendo [perfectos].

El gnóstico anhela al encuentro con Dios

151.1. La fortaleza (o: el valor) del hombre, sometido a las pasiones -dicen (= los basilidianos)- naturales, hace intrépido e invencible a quien participa de ella; y el coraje en la paciencia, en la constancia y en cosas parecidas es escudo del espíritu; por encima de la concupiscencia se ubican la templanza y la salvadora prudencia; pero Dios está exento de pasiones, de ira y de concupiscencia (o: es sin ira y sin concupiscencia).

151.2. Y no (es) sin temor en el sentido de que [Dios] evite los peligros, ni es moderado en el sentido de que venza (o: domine) la concupiscencia, porque la naturaleza de Dios no puede correr peligro alguno, ni Dios huye por temor, como tampoco siente concupiscencia, para poder vencer la concupiscencia.

151.3. Así, también místicamente se nos dijo a nosotros el [dicho] pitagórico: “Es necesario que también el hombre llegue a ser uno” (Pitágoras, Symbola, 71), puesto que Él mismo es el único Pontífice, y el único Dios por el inmutable hábito que corre siempre hacia lo bueno (cf. Platón, Cratilo, 397 C-D).

La semejanza con Dios

152.1. Ahora bien, el Salvador destruye también con la concupiscencia la ira, que es el deseo de venganza; porque en general lo pasional alcanza a toda clase de concupiscencia, pero el hombre que se diviniza hasta la ausencia de pasiones (apátheia) se hace inmaculadamente uno (lit.: monádico).

151.2. Al igual que quienes están en el mar, cuando tiran con fuerza del ancla, no la arrastran a ella, sino que son atraídos por ella; así también los que según la vida gnóstica desean seguir a Dios, sin darse cuenta, son ellos arrastrados hacia Dios; porque quien sirve a Dios, se sirve a sí mismo.

151.3. Por tanto, en la vida contemplativa uno tiene cuidado de sí mismo mediante el culto que tributa a Dios y, mediante la propia purificación contempla santamente a Dios, que es santo. Porque la templanza, meditando en el retiro, al examinarse y contemplarse continuamente (o: sin interrupción) a sí misma, se asemeja a Dios en lo que puede (o: según lo que puede).

Capítulo XXIV: Sobre el castigo divino

   El pecado y el castigo

153.1. Ahora bien, en nosotros está el poder hacer aquello de lo que somos dueños, y también su contrario; como el filosofar o no, creer o no creer. Así, por ser nosotros dueños por igual de cada uno de los opuestos, podemos investigar.

153.2. De igual manera también podemos cumplir los mandamientos o no, a lo que sigue lógicamente alabanza o reprobación; y los que son castigados por causa de los pecados que han cometido, por ellos solos son castigados. Porque lo que se ha hecho en el pasado y lo que se hiciere [en el futuro], si alguna vez se hace, no será algo que se pierda (o: porque lo hecho ha pasado, y nunca será no hecho lo hecho).

153.3. En todo caso, los pecados [cometidos] antes de la fe son perdonados por el Señor, no porque no se hayan cometido, sino como no existentes.

153.4. Por otra parte, Basílides dice que no todos son perdonados, sino sólo los involuntarios y [cometidos] por ignorancia; como si un hombre, y no Dios, concediera tan gran regalo. A ése le responde la Escritura: “Has supuesto, inicuo, que seré igual que tú” (Sal 49 [50],21).

153.5. Pero, si también somos castigados por los [pecados] voluntarios, no es porque no se hayan hecho los que se han cometido, sino que somos castigados porque fueron realizados.

153.6. El castigo no favorece al que ha pecado por hacer como que no hubiera pecado, sino para que no peque en adelante, y para que ningún otro caiga en [pecados] parecidos.

Las causas por las que Dios nos corrige

154.1. Ciertamente, el buen Dios corrige (o: educa) por estas tres causas: en primer lugar, para que el corregido se mejore a sí mismo; en segundo lugar, para que los que pueden salvarse, amonestados por los ejemplos, se contengan; y en tercer lugar, para que el que sufre injusticia no sea menospreciado o incluso expuesto a ser ultrajado.

154.2. Pero dos (son) también los métodos de la rectificación: el instructivo y el punitivo, que hemos llamado correctivo.

154.3. En realidad, hay que saber que son corregidos los que caen en los pecados después del bautismo; porque los cometidos con anterioridad se perdonan, pero los cometidos posteriormente se purgan.

154.4. Respecto de los impíos (o: infieles; los que no creen) se ha dicho: “Son tenidos como polvo que agita el viento sobre la faz de la tierra” (Sal 1,4), “y como gota de un cántaro” (Is 40,15).