OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (18)

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La salida de Egipto
El paso del Mar Rojo (Ex 14)
Biblia de Alba
1422-1430
Maqueda, España
SAN JUSTINO, DIÁLOGO CON TRIFÓN (continuación)

Eternidad de la justicia divina y poder redentor de la Pasión. El Salmo 18

30. [1] En cambio, lo que deben achacar a su propia maldad es que Dios esté expuesto a las calumnias de los que no tienen inteligencia, por pensar que no siempre enseñó Él la misma justicia. El hecho es que a muchos hombres les han parecido absurdas e indignas de Dios tales enseñanzas, por no haber recibido la gracia de comprender que por ellas llamó Dios a ese pueblo, que obraba mal, y al alma enferma (cf. Sal 18,8), a la conversión (cf. Sal 18,8) y penitencia espiritual. Y que esa enseñanza es eterna (cf. Sal 18,10), habiendo sido producida después de la muerte de Moisés, (lo dice) la siguiente profecía(1): [«Los cielos proclaman la gloria de Dios, y la obra de sus manos, la pregona el firmamento. El día al día le anuncia una palabra, la noche a la noche le anuncia el conocimiento. No hay rumores ni palabras cuya voz no se oiga. A toda la tierra alcanza el eco de sus voces, y hasta el extremo del mundo sus palabras. Bajo el sol se levanta su tienda, y él, como un esposo que sale del tálamo nupcial se regocija, fuerte como un gigante que corre su carrera. Se asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo, nada se sustrae a su calor. La ley del Señor es irreprochable, ella convierte las almas; el testimonio del Señor es verdadero, hace sabios a los ignorantes. Los mandatos del Señor rectos, y alegran el corazón; el mandamiento del Señor es claro, ilumina los ojos. El temor del Señor es puro, subsiste para siempre; los juicios del Señor son verdaderos, su justicia permanece para siempre. Más deseables que el oro y la piedra fina, más dulces que la miel y que el panal. Por eso tu siervo los custodia, pues para quien los observa, la recompensa es grande. ¿Quién puede tener conciencia de sus errores? Purifícame de las culpas ocultas. Preserva a tu siervo de los extranjeros: que no vengan a ejercer su poder sobre mí. Entonces, seré irreprochable e inocente de grave pecado. Las palabras de mi boca te serán gratas, al igual que los susurros de mi corazón, ante ti, para siempre. ¡Señor, ven a ayudarme, ven a salvarme!» (Sal 18,2-15)].
   [2] Esto, señores, se dice en el salmo; y nosotros confesamos que los juicios de Dios son más dulces que la miel y el panal (Sal 18,11), nosotros que por ellos hemos llegado a ser sabios (Sal 18,8), lo que aparece claro por el hecho de que, aún amenazados de muerte, rechazamos renegar de su nombre. Y nosotros, los que en Él creemos, le pedimos nos preserve de los extranjeros (Sal 18,14), es decir, de los malos y embusteros espíritus, como el Verbo de la profecía lo dice en figura en nombre de uno de los que en Él creen: esto es algo evidente para todos. [3] Efectivamente, nosotros rogamos siempre a Dios por medio de Jesucristo que seamos preservados de los demonios, que son extraños (cf. Sal 18,14) a la piedad por Dios, y a los que en otro tiempo adorábamos, a fin de que, después de convertirnos (cf. Sal 18,8) a Dios, seamos por Él irreprochables (cf. Sal 18,8. 14). Porque llamamos ayudador (cf. Sal 18,15) y redentor (cf. Sal 18,15) nuestro a Aquél, la fuerza de cuyo nombre hace estremecer (cf. St 2,19) a los mismos demonios, los cuales se someten hoy mismo conjurados en el nombre de Jesucristo, crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que fue de Judea. De suerte que por ahí se hace patente para todos que su Padre le dio tal poder, que por su nombre incluso los demonios se le someten (cf. Lc 10,17), y por la economía de su pasión.

Pasión redentora y parusía gloriosa. Profecía de Daniel

31. [1] Si está demostrado que tan grande poder estuvo y está asociado a la economía de su pasión, ¡cuán será el que tenga en su parusía gloriosa! Porque como hijo de hombre ha de venir encima de las nubes, como lo significó Daniel (Dn 7,13), en compañía de los ángeles (cf. Mt 25,31).
   [2] He aquí sus palabras: «Estaba yo mirando hasta que fueron tronos asientos y el anciano de días se sentó. Llevaba un vestido blanco como la nieve, y los cabellos de su cabeza como lana pura; su trono era como una llama de su fuego, y sus ruedas, un fuego ardiente. Un río de fuego corría, saliendo de su presencia. Miles de miles le servían y una miríada de miríadas estaba ante él; los libros fueron abiertos y el tribunal se sentó. Yo atendía entonces a la voz de las grandes palabras, que el cuerno hablaba. Y fue sentenciada la bestia, destruido su cuerpo y entregado para pasto del fuego. También a las otras bestias les fue quitado su dominio, aunque se les dejó la vida por un momento y un tiempo. Miraba yo en la visión de la noche y he aquí sobre las nubes del cielo un como hijo de hombre que venía. Llegó hasta el anciano de días y se paró en su presencia, y los asistentes le condujeron. [4] Y le fue dado poder y honor regio, y todas las naciones de la tierra según sus linajes, y toda gloria que le sirve. Su poder, es un poder eterno que no le será arrebatado; ni su reino destruido. Mi espíritu se estremeció, en el estado que estaba, y las visiones de mi cabeza me turbaron. Entonces me acerqué a uno de los que estaban de pie y le pregunté la explicación exacta acerca de todas estas cosas. Por respuesta, me habló, y me explicó la interpretación de las palabras: “Esas cuatro grandes bestias son cuatro reinos que desaparecerán de la tierra, y no heredarán más el reino hasta la eternidad, y la eternidad de las eternidades”. [5] Entonces quise saber exactamente acerca de la cuarta bestia, la que todo lo destruía y era sobremanera espantosa, cuyos dientes eran de hierro y las uñas de bronce. Era la que devoraba, desmenuzaba y pisaba con sus pies las sobras. Quise también saber sobre sus diez cuernos en su cabeza, y sobre aquel otro que le nació y por el que se le cayeron tres de los primeros. Aquel cuerno tenía ojos y una boca que hablaba arrogancias, y su aspecto sobrepujaba a los otros. Comprendí que aquel cuerno hacía la guerra a los santos y los derrotaba, hasta que vino el Anciano de días e hizo justicia a los santos del Altísimo, y llegó el momento para los santos del Altísimo de entrar en posesión de su reino. [6] Y me fue dicho acerca de la cuarta bestia: “Un cuarto reino habrá sobre la tierra, que diferirá de todos estos reinos, devorará toda la tierra, la devastará y la triturará. Y los diez cuernos son diez reinos que se levantarán uno detrás de otro, que superará en maldad a los primeros, humillará a tres reyes, y hablará palabras contra el Altísimo, y maltratará a otros santos del Altisimo, y pretenderá cambiar los movimientos y los tiempos; y serán entregados en sus manos por un tiempo, otro tiempo y la mitad de un tiempo. [7] Se sentó el tribunal, y le cambiarán su dominio, para destruirle y aniquilarle definitivamente. Y el reino, el poder y la grandeza de los territorios de los reinos que están bajo el cielo, fue dado al pueblo santo del Altísimo, para reinar en un reinado eterno. Todos los poderes se le someterán y le obedecerán”. Aquí puso fin a sus palabras. Yo, Daniel, me sentí turbado sobremanera, cambió el estado de mi alma, y guardé la palabra en mi corazón» (Dn 7,9-28).

El Cristo sin honor ni gloria de Isaías y el Mesías glorioso de Daniel. El Salmo 109: profecía de la Ascensión y de las dos venidas. Los tiempos escatológicos

32. [1] Apenas hube yo terminado, dijo Trifón: -Estas y otras semejantes Escrituras, amigo, nos obligan a esperar glorioso y grande al que recibió del Anciano de días (Dn 7,9. 13. 22), como Hijo del Hombre (Dn 7,13), el reino eterno (Dn 7,14. 18. 27); en cambio, ese que ustedes llaman Cristo vivió deshonrado y sin gloria (cf. Is 52,14; 53,2. 3), hasta el punto de caer bajo la extrema maldición de la ley de Dios (cf. Ga 3,1,3; Dt 21,23), pues fue crucificado.
   [2] Yo le respondí: -Si las Escrituras que he citado no dijeran que su apariencia era sin gloria (Is 53,2) y que su generación es inefable (cf. Is 53,8), que por su muerte serán entregados los ricos a la muerte (Is 53,9), que por sus heridas somos nosotros curados (Is 53,5), y que había de ser conducido como una oveja (cf. Is 53,7); si, por otra parte, no hubiera mostrado por la exégesis que habrá dos parusías suyas: una, en la que fue por ustedes traspasado (cf. Za 12,10); otra, en que reconocerán a Aquel a quien traspasaron a golpes (cf. Za 12,10; Jn 19,37), y sus tribus se golpearán el pecho, tribu tras tribu, las mujeres aparte y los hombres aparte (cf. Za 12,10-14; Jn 19,37; Ap 1,7); pudiera parecer oscuro y difícil lo que digo. Pero es cierto que yo parto en todo mis razonamientos de las Escrituras consideradas por ustedes como santas y proféticas, y apoyado en ellas les presento mis demostraciones, con la esperanza de que alguno de ustedes pueda hallarse en el número de los que han sido reservados por la gracia del Señor Sabaot para la eterna salvación (cf. Is, 1,9; 10,22; Rm 9,27-29; 11,5). 
   [3] Ahora bien, a fin de la cuestión se les haga más clara, les quiero citar otras palabras pronunciadas por el bienaventurado David, por las que entenderán cómo el Espíritu Santo profético llama Señor (cf. Sal 109,1) a Cristo y cómo el Señor, Padre del universo (cf. Sal 109,1), le levanta de la tierra y le sienta a su derecha, hasta que ponga a sus enemigos por estrado de sus pies (cf. Sal 109,1). Así se cumplió desde el momento en que nuestro Señor Jesucristo fue levantado al cielo (cf. Mc 16,19; Hch 1,11), después de resucitar de entre los muertos (cf. Hch 10,41). Porque los tiempos están ya cumplidos y a la puerta ya aquel que ha de hablar blasfemias y arrogancias contra el Altísimo (cf. Dn 7,20. 25; Ap 13,5-6; 2 Ts 2,3-4), ese mismo del que Daniel indica que ha de dominar un tiempo, otro tiempo y mitad de un tiempo (Dn 7,25; Ap 12,14). [4] Pero ustedes, ignorando cuánto tiempo haya de dominar, lo interpretan de otro modo, pues entienden por tiempo cien años. En ese caso, el hombre de iniquidad (2 Ts 2,3) tiene que reinar por lo menos trescientos cincuenta años, si contamos por sólo dos lo que el santo Daniel llamó “tiempos” (Dn 7,25). [5] Todo eso que les decía al pasar, se los digo para ver si por fin dan fe a lo que Dios dice contra ustedes, que son hijos insensatos (Jr 4,22), y aquello otro: “Por eso, miren que renovaré el transportar a este pueblo, los transferiré, quitaré a sus sabios su sabiduría y esconderé la inteligencia de los inteligentes que está entre ellos” (Is 29,14); dejarán de engañarse a ustedes mismos, ustedes y los que los oyen, y se dejarán instruir por nosotros, a quienes la gracia de Cristo ha hecho sabios (cf. Sal 18,8).
   [6] Las palabras, pues, dichas por David son éstas: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Bastón de poder te enviará el Señor desde Sión; y tú domina en medio de tus enemigos. Contigo el imperio en el día de tu potencia. En los esplendores de tus santos, de mi seno, antes de la aurora, te he engendrado. Juró el Señor, y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. El Señor está a tu diestra: desbarató a los reyes el día de su ira; juzgará entre las naciones, amontonará cadáveres. Del torrente, en el camino, beberá: por esto levantará la cabeza» (Sal 109,1-7).

El Salmo 109 no se dice de Ezequías, sino de Cristo, sacerdote eterno de los incircuncisos

33. [1] Yo no ignoro -añadí- que tienen la audacia de interpretar este salmo como dicho por el rey Ezequías; sin embargo, por las palabras mismas del salmo les quiero inmediatamente demostrar que están equivocados. En él se dice: “Juró el Señor y no se arrepentirrá” (Sal 109,4). Y: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Sal 109,4), con lo que sigue y lo que antecede. Ahora bien, que Ezequías no fue sacerdote, ni sigue tampoco siendo sacerdote eterno de Dios, ni ustedes osarían contradecirlo. En cambio, que eso se diga acerca de nuestro Jesús, lo dan a entender las palabras mismas. Pero sus oídos están obstruídos y sus corazones endurecidos (cf. Is 6,10; Jn 12,40). [2] En efecto, por las palabras: “Juró el Señor y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Sal 109,4), Dios puso de manifiesto, con juramento, a causa de la incredulidad de ustedes, que Aquél era sumo sacerdote, según el orden de Melquisedec (Hb 5,10; 6,20; cf. Sal 109,4), es decir, que al modo como describe Moisés que Melquisedec fue sacerdote del Altísimo (Gn 14,18-19; cf. Hb 7,1-2) y, siendo sacerdote de los incircuncisos, bendijo a Abraham (Gn 14,18-19; cf. Hb 7,1-2) que, circunciso, le ofreció el diezmo; así Dios nos manifestó que a quien llama el Espíritu Santo su sacerdote eterno (cf. Sal 109,4) y Señor (Sal 109,1) será el de los incircuncisos; y que Él recibirá y bendecirá a los de la circuncisión que a Él se acerquen, es decir, que crean en Él y busquen sus bendiciones. [3] El final del salmo: “Del torrente beberá en el camino”; y en seguida: “Por eso levantará su cabeza” (Sal 109,7) muestra que primero había de aparecer como un hombre humillado (cf. Is 53,3. 8), y que luego sería exaltado (cf. Is 52,13).

El Salmo 71 no se dice de Salomón, culpable de idolatría, sino de Cristo, rey eterno y universal

34. [1] Voy a citarles otro salmo, dictado por el Espíritu Santo a David, para mostrarles que no entienden una palabra de las Escrituras, pues dicen que se refiere a Salomón, que fue también rey de ustedes. Ahora bien, es a nuestro Cristo que se refiere. Pero ustedes se dejan engañar por las expresiones homónimas. Así, donde se declara que la ley del Señor es perfecta (cf. Sal 18,8), lo interpretan de la ley de Moisés, y no de la que había de venir después de él, siendo así que Dios mismo proclama que ha de establecerse una ley nueva y una alianza nueva (cf. Is 51,4; Jr 31,31; Hb 8,8). [2] Y donde se dice: ¡Oh Dios!, da tu juicio al rey (Sal 71,1), como Salomón fue rey, inmediatamente le aplican el salmo, cuando las palabras mismas están pregonando que se refieren a un rey eterno, es decir, a Cristo. Porque Cristo, como yo se los demuestro por todas las Escrituras, es proclamado rey, sacerdote, Dios, Señor, ángel, hombre, jefe supremo, piedra, niño pequeño; y de Él se anunció que, nacido primero pasible, había de subir luego al cielo (cf. Sal 109,1) y de allí ha de venir nuevamente con gloria en posesión de un reino eterno (cf. Is 33,17; Mt 25,31; Dn 7,13. 27).
   [3] Pero para que comprendan lo que digo, he aquí las palabras del salmo: «Oh Dios, da tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey, para que juzgue a tu pueblo en la justicia y a los pobres con rectitud. Que las montañas reciban paz para el pueblo y las colinas justicia. Hará justicia a los pobres del pueblo, salvará a los hijos de los indigentes y humillará al calumniador. Permanecerá con el sol y antes de la luna, por las generaciones de las generaciones. Descenderá como lluvia sobre el vellón, y como el agua, gota a gota sobre la tierra; [4] florecerá en sus días la justicia y abundancia de paz, hasta que desaparezca la luna. Dominará de mar a mar, y de los ríos a los confines de la tierra. Delante de él se prosternarán los etíopes y sus enemigos morderán el polvo. Los reyes de Tarsis y las Islas le presentarán ofrendas; los reyes de los árabes y de Sabá le traerán presentes, y le adorarán todos los reyes de la tierra, y todas las naciones le servirán. Porque él librará al menesteroso de su opresor y al pobre que no tiene quien le ayude. [5] Perdonará al pobre y al indigente, y salvará las almas de los pobres. De la usura y de la injusticia redimirá sus almas. Su nombre será honrado delante de ellos. Vivirá, y se le dará del oro de Arabia, y sin cesar orarán por él. Todo el día le bendecirán. Será un apoyo sobre la tierra; sobre las cimas de los montes se levantará. Por encima del Líbano su fruto, y florecerán de la ciudad como la hierba de la tierra. [6] Su nombre será bendecido por los siglos. Antes del sol permanece su nombre. Y serán bendecidas en él todas las tribus de la tierra. Todas las naciones le proclamarán bienaventurado. Bendito sea el Señor Dios de Israel, el único que hace maravillas, bendito sea el nombre de su gloria por la eternidad y por la eternidad de la eternidad. Y se llenará de su gloria toda la tierra. Así sea. Así sea» (Sal 71,1-19). Y al final de este salmo que acabo de citar, se escribe: “fin de los himnos de David, hijo de Jesé”.
   [7] Sé muy bien que Salomón, bajo cuyo reinado se construyó el llamado templo de Jerusalén, fue un rey ilustre y grande; pero es evidente que nada de lo que se dice en el salmo le sucedió a él. Efectivamente, ni le adoraban todos los reyes (cf. Sal 71,11), ni reinó hasta los confines de la tierra (cf. Sal 71,8), ni cayendo a sus pies, mordieron el polvo sus enemigos (cf. Sal 71,9). [8] Es más, me atrevo a recordar lo que de él se escribe en los libros de los Reyes: que por amor de una mujer idolatró en Sidón (cf. 1 R 11,3?). Lo cual no se someten a hacer aquellos que, venidos de las naciones, han conocido a Dios, creador del universo, por medio de Jesucristo crucificado; sino que soportan toda suerte de ultrajes y suplicios, hasta el extremo de la muerte, para no idolatrar ni comer carnes ofrecidas a los ídolos.

Las herejías, predichas por Cristo, confirman su mensaje y la fe de los cristianos auténticos

35. [1] Trifón: -Por cierto, me he enterado que muchos que dicen confesar a Jesús y que se llaman cristianos comen de lo sacrificado a los ídolos y ningún daño afirman que de ahí se les siga.
   [2] Yo le respondí: -En efecto, hay hombres que se reconocen cristianos y confiesan por Señor y Cristo a Jesús, el que fue crucificado; pero, por otra parte, no enseñan sus preceptos, sino los de los espíritus del error (cf. 1 Tm 1,4); y nosotros, los discípulos de la verdadera y pura doctrina de Jesucristo, nos volvemos más fieles y más firmes en la esperanza por Él anunciada. Porque lo que Él anticipadamente dijo que había de suceder en su nombre (cf. Mt 24,5), nosotros lo hemos visto efectivamente cumplido con nuestros ojos. [3] Dijo Él en efecto: “Muchos vendrán en mi nombre vestidos por fuera de pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 24,5 y 7,15; cf. Mc 13,6; Lc 21,8). Y: “Habrá cismas y herejías” (cf. 1 Co 11,18-19). Y: “Cuídense de los falsos profetas que vendrán a ustedes, vestidos de pieles de oveja por fuera, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 7,15). Y: “Se levantarán muchos falsos cristos y muchos falsos apóstoles, y extraviarán a muchos de los creyentes” (cf. Mt 24,11. 24; Mc 13,6. 22). [4] Hay, pues, amigos, y los ha habido, muchos (cf. Mt 24,5) que han enseñado a decir y hacer cosas impías y blasfemas, no obstante presentarse en nombre de Jesús (cf. Mt 24,5); y son por nosotros llamados con el sobrenombre del hombre que dio origen a cada doctrina y a cada sistema. [5] Efectivamente, unos de un modo y otros de otro, enseñan a blasfemar del Creador del universo, y del Cristo de quien había profetizado la venida, lo mismo que del Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. Nosotros no tenemos nada en común con ellos, pues sabemos que son ateos, impíos, injustos e inicuos, y que, en lugar de dar culto a Jesús, sólo de nombre le confiesan. [6] Se llaman a sí mismos cristianos, a la manera que los de las naciones atribuyen el nombre de Dios a obras de sus manos y toman parte en inicuas y ateas ceremonias.
   Entre ellos, unos se llaman marcionitas, otros valentinianos, otros basilidianos, otros saturnilianos y otros por otros nombres, llevando cada uno el nombre del fundador de la secta, al modo como los que pretenden profesar una filosofía, como al principio lo dije (cf. 2,2), creen deber suyo llevar el nombre del padre de la doctrina que su filosofía profesa. [7] En conclusión, como acabo de decirlo, nosotros sabíamos que Jesús preveía lo que después de Él había de suceder, como lo sabemos también por otras muchas cosas que predijo habrían de pasarles a los que creemos en Él y le confesamos por Cristo. Y así, todo lo que padecemos al ser llevados a la muerte por nuestros propios familiares (cf. Mt 10,21-22. 36; Lc 12,53; Mi 7,6), Él predijo que había de suceder, de modo que ni en sus palabras ni en sus acciones aparece jamás reprochable. [8] De ahí que nosotros rogamos por ustedes y por todos los que nos aborrecen, a fin de que, convirtiéndose juntamente con nosotros, no blasfemen más contra Cristo Jesús que, por las obras, por los milagros que aun ahora se están cumpliendo en su nombre, por las palabras de su enseñanza, por las profecías que sobre Él se hicieron, no merece reproche ni acusación alguna (cf. Col 1,22?); sino que, al contrario, creyendo en Él, se salven en su segunda venida en gloria (cf. Is 33,17; Mt 25,31), y no sean por Él condenados al fuego.

El Salmo 23 no se refiere a Salomón, sino a Cristo y a su Ascensión

36. [1] Me respondió Trifón: -Sea todo como tú dices; concedido también que esté profetizado un Cristo sufriente, que es llamado piedra; que después de su primera venida, en que estaba anunciado apareciera pasible, vendrá glorioso y como juez de todos (cf. Hch 10,42), y que había, en fin, de ser rey y sacerdote eterno (cf. Sal 71,1; Sal 109,4). Demuéstranos ahora que es ese Jesús precisamente sobre quien todo eso estaba profetizado.
   [2] -Si te place, Trifón -le respondí yo-, en lugar conveniente entraré en las demostraciones que me pides; ahora permíteme que ante todo cite unas profecías que tengo interés en recordarles, para demostrar que Cristo es llamado por el Espíritu Santo, en parábola, Dios, Señor de las potencias (cf. Sal 23,10) y también Jacob (cf. Sal 23,6). Sus exégetas son, como Dios mismo clama, unos insensatos, al afirmar que no se dijo eso con relación a Cristo, sino a Salomón, con ocasión de introducir la tienda del testimonio en el templo que había edificado.
   [3] El salmo de David dice así: «Del Señor es la tierra y todo lo que la llena, el mundo y todos sus habitantes. Él asentó sus cimientos sobre los mares, y sobre los ríos la dispusó. ¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién se mantendrá en su lugar santo? El que tiene manos inocentes y el corazón puro, el que no recibió en vano su alma ni juró para engañar a su prójimo. [4] Ese recibirá la bendición del Señor y la misericordia de Dios su salvador. Esta es la raza de los que buscan al Señor, de los que buscan la faz del Dios Jacob. Levanten, ¡oh príncipes!, sus puertas; levántese, ¡oh puertas eternas!, y entrará el rey de la gloria. ¿Quién es este rey de la gloria? El Señor fuerte y poderoso en la guerra. Levanten, ¡oh príncipes!, sus puertas, levántense, ¡oh puertas eternas!, y entrará el rey de la gloria. ¿Quién es este rey de la gloria? El Señor de las potencias, ése es el rey de la gloria» (Sal 23,1-10). 
   [5] Ahora bien, demostrado está que Salomón no fue el rey de las potencias (cf. Sal 23,10), sino nuestro Cristo, quien en el momento en que resucitó de entre los muertos y subió al cielo, los príncipes (cf. Sal 23,7. 9) por Dios ordenados en los cielos, recibieron la orden de abrir las puertas de los cielos (Sal 7,9) para que entre éste que es el rey de la gloria (Sal 23,7-10) y, subido allí, se siente a la diestra del Padre (cf. Sal 109,1), hasta que ponga a sus enemigos por estrado de sus pies (Sal 109,1), como por otro salmo se nos pone de manifiesto (Sal 109; cf. Dial. 32,3. 6). [6] Cuando, en efecto, los príncipes (Sal 23,7. 9) que están en el cielo le vieron sin apariencia, deshonrado y sin gloria (cf. Is 23,8. 10), al no reconocerle preguntaron: “¿Quién es este rey de la gloria?” (Sal 23,8. 10). Y el Espíritu Santo, en persona del Padre o en su propio nombre, les responde: “El Señor de las potencias, ése es el rey de la gloria” (Sal 23,10). Todos entonces aceptarán que ni sobre Salomón, por muy glorioso rey que fuera, ni sobre la tienda del testimonio, se habría atrevido a decir ninguno de los que se encontraban junto a las puertas del templo de Jerusalén: “¿Quién es este rey de la gloria?” (Sal 23,8. 10).

Los Salmos 46 y 98 se refieren a Cristo

37. [1] En el diapsalma (o interludio) del salmo cuarenta y seis -proseguí- se dice con referencia a Cristo: “Subió Dios al son de los instrumentos de música, el Señor al sonido de trompeta. Canten para nuestro Dios, canten, canten para nuestro rey. Porque Dios es el rey de toda la tierra; cántenle con maestría. Reina Dios sobre las naciones, Dios se sienta sobre su trono santo. Los príncipes de los pueblos se reunieron con el Dios de Abraham; porque de Dios son los poderosos de la tierra. Sobremanera han sido exaltados” (Sal 46,6-10).
   [2] Igualmente, en el salmo noventa y ocho, el Espíritu Santo les hace reproches, y éste que ustedes no quieren que sea rey, declara que es rey y Señor de Samuel, de Aarón y de Moisés, y en una palabra, de todos los otros (Sal 98,1 ss.).
   [3] He aquí sus palabras: «El Señor reina; ¡que los pueblos se irriten! El se sienta sobre los querubines; que se estremezca la tierra. El Señor en Sión es grande, exaltado sobre todos los pueblos. Celebren tu nombre grande, porque es terrible y santo, y el honor del rey ama el juicio. Tú estableciste la rectitud; tú hiciste en Jacob juicio y justicia. Ensalcen al Señor Dios nuestro; y póstrense ante el estrado de sus pies, porque es santo. [4] Moisés y Aarón están entre sus sacerdotes, Samuel entre los que invocan su nombre. Lo invocaban -dice la Escritura- y el Señor les respondía. En una columna de nube les hablaba, porque observaban sus testimonios y el precepto que les había dado. Señor Dios nuestro, Tú los escuchabas; ¡oh Dios! Tú les fuiste propicio, aunque castigaste todos sus pecados. Ensalcen al Señor Dios nuestro, y póstrense ante su monte santo, porque santo es el Señor Dios nuestro» (Sal 98,1-9).

El Salmo 44 se refiere a Cristo

38. [1] Entonces Trifón dijo: -Bueno fuera, amigo, que hubiéramos obedecido a nuestros maestros que nos recomendado no conversar con ninguno de ustedes, y no nos hubiéramos comprometido a tomar parte en esta conversación contigo. Porque estás diciendo muchas blasfemias, pretendiendo persuadirnos que ese crucificado existió en tiempo de Moisés y Aarón (cf. Sal 98,6), que les habló desde la columna de nube (cf. Sal 98,7), que luego se hizo hombre (cf. Is 53,3), fue crucificado, subió al cielo (cf. 46,6?), que ha de venir otra vez a la tierra y que es digno de ser adorado.
   [2] Yo le respondí: -Sé muy bien, como lo ha dicho el Verbo de Dios, que esa gran sabiduría (cf. Is 29,14; 1 Co 2,7; 1,19. 21) del Creador del universo y Dios omnipotente, está oculta para ustedes,. De ahí que, por compasión hacia ustedes, redoblo mis esfuerzos para que comprendan nuestras paradojas; y si no lo logro, al menos seré inocente en el día del juicio (cf. Ml 4,5; Sal 23,4; Mt 12,36). Escucharán ahora palabras que les parecerán aún más paradojales. No se turben, antes bien, cobrando nuevo ánimo, sigan cuestionándose y desprecien la tradición de sus maestros, pues el Espíritu profético los arguye de incapaces para comprender lo que procede de Dios, y dados sólo a la enseñanza de sus propias ideas (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7).
   [3] Así, pues, en el salmo cuarenta y cuatro se dice igualmente, refiriéndose a Cristo: «De mi corazón brota una bella palabra. Yo digo: Mis obras son para el rey. Mi lengua es pluma de un hábil escriba. Resplandeciente de  hermosura por sobre los hijos de los hombres, la gracia fue derramada sobre tus labios. Por eso te bendijo Dios para siempre. Cíñete tu espada al muslo, oh poderoso, con esplendor y belleza. Lánzate, camina felizmente y reina, en pro de la verdad, de la mansedumbre y de la justicia; y tu diestra te guiará maravillosamente. Tus saetas son afiladas, ¡oh poderoso!; a tus pies caerán los pueblos; derechas van al corazón de los enemigos del rey. [4] Tu trono, ¡oh Dios!, por la eternidad de la eternidad; cetro de rectitud, el cetro de tu reino. Amas la justicia y aborreces la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios con óleo de regocijo más que a tus compañeros. Mirra, áloe y acacia destilan tus vestidos, de estancias de marfil, de las que te alegraron. Hijas de reyes van en tu cortejo. La reina se puso a tu derecha, vestida manto de oro, en variedad de colores. Escucha, hija, mira e inclíname tu oído: Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre; y codiciará el rey tu hermosura. Porque Él es tu Señor y le adorarán. [5] La hija de Tiro viene con presentes: los ricos del pueblo suplicarán tu rostro. Toda la gloria de la hija del rey viene de dentro; envuelta en franjas tejidas de oro, y adornada con variedad de colores. Doncellas detrás de ella serán conducidas al rey; las próximas a ella serán a ti conducidas. Serán llevadas con regocijo y alegría; serán introducidas al real palacio. En lugar de tus padres, te han nacido hijos; los constituirás príncipes sobre toda la tierra. Yo me acordaré de tu nombre por todas las generaciones; por eso los pueblos te celebrarán por la eternidad, y por la eternidad de la eternidad» (Sal 44,2-18).

Si se ha atrasado el juicio divino es por causa de quienes abandonan el camino del error y reciben los dones del Espíritu

39. [1] No es de maravillar -añadí- que ustedes aborrezcan a los que esto entendemos y les reprochamos la persistente dureza de corazón de su juicio. En efecto, orando a Dios Elías, dice refiriéndose a ustedes: “Señor, han matado a tus profetas y han derribado tus altares. Yo he quedado solo y quieren mi vida” (cf. 1 R 19,10. 14; Rm 11,3). Y Dios le responde: “Aún me quedan siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal” (cf. Rm 11,4; 1 R 19,18). [2] A la manera, pues, que por amor de esos siete mil hombres no ejecutó entonces Dios su castigo, así tampoco ahora ni ha ejecutado ni llevado a cabo su juicio, pues sabe que todavía, a diario, hay quienes se hacen discípulos del nombre de Cristo y abandonan el camino del error; éstos, iluminados por el nombre de este Cristo, reciben dones (cf. Ef 4,8; Sal 67,19) según lo que cada uno merece; uno, en efecto, recibe el espíritu de inteligencia (Is 11,2-3; 1 Co 12,7-10. 28; Ef 4,11), otro de consejo, otro de fortaleza, otro de curación, de presciencia, de enseñanza y de temor de Dios.
 [3] A estas palabras Trifón me dijo: -Quiero que sepas que estás delirando al hablar así.
 [4] Y yo le respondí: -Escucha, amigo, y verás que no estoy loco (cf. Hch 26,25?) ni deliro. Pues fue profetizado que Cristo, después de su ascensión al cielo, nos haría cautivos suyos conquistados al error y nos daría sus dones. He aquí las palabras: “Subió a lo alto, llevó cautiva la cautividad, dio dones a los hombres” (Sal 67,19; Ef 4,8). [5] Nosotros, pues, que hemos recibido dones de Cristo (Ef 4,8; Sal 67,19), que subió a la altura, les demostramos por las palabras de los profetas que son “ininteligentes” (cf. Jr 4,22), ustedes que se tienen por sabios a ustedes mismos y entendidos en su propia presencia (cf. Is 5,21). Ustedes no honran a Dios y a su Cristo más que con los labios (cf. Is 29,13; Mt 15,8; Mc 7,6); nosotros, empero, que hemos sido enseñados con la verdad total (cf. Jn 8,31; 14,6; 16,13?), le honramos también con nuestras obras, con el conocimiento y en nuestro corazón hasta la muerte (cf. Is 29,13). [6] Tal vez, la razón por que ustedes vacilan en confesar que él es el Cristo, como lo demuestran tanto las Escrituras, como los hechos evidentes y los prodigios que se dan en su nombre, es para no ser perseguidos por los gobernantes, que, bajo la acción del espíritu malo y embustero, la serpiente, no cesarán de matar y perseguir a los que confiesen el nombre de Cristo hasta que éste aparezca de nuevo, los destruya a todos (cf 1 Jn 3,8?) y dé a cada uno según lo que merece.
   [7] Trifón: -Danos, pues, ahora la prueba que éste que dices haber sido crucificado y que subió al cielo es el Cristo de Dios. Porque, que el Cristo es anunciado por las Escrituras como sufriente (cf. Is 53,3-4), y que nuevamente ha de venir con gloria (cf. Mt 25,31; Is 33,17) y recibir el reino eterno de todas las naciones (cf. Dn 7,14. 27), sometido que le será a Él todo reino (cf. Lc 10,17), suficientemente está demostrado por las Escrituras que tú has alegado. Pero que se trata de ese hombre, es lo que ahora tienes que demostrarnos.
   [8] Y yo: -Demostrado está ya, señores, para quienes tengan oídos (cf. Mt 11,15), por sólo lo que ustedes han aceptado. Sin embargo, para que no piensen que me hallo en un aprieto y no puedo aportarles las pruebas que piden, y que yo les prometí, en el lugar conveniente se las presentaré; por ahora quiero volver a lo que pide la ilación de mis razonamientos.
(1) La cita del Salmo 18 falta en los manuscritos. Tal vez, el texto bíblico en cuestión era bien conocido por los interlocutores, y por ello Justino no consideró necesario reproducirlo. Pero el último editor (Ph. Bobichon) del Diálogo ha juzgado bastante improbable tal suposición, por ello lo reproduce en su edición. Le seguimos en esta opción, colocando entre corchetes la traducción castellana del texto que ofrece en su edición.