OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (178)

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Ester y Asuero
1277-1286
Île de France o Champagne, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO

Capítulo XIX: Tanto las mujeres como los hombres deben tender hacia la perfección

   Moisés y Judit

118.1. Esta misma perfección pueden compartirla por igual tanto el varón como la mujer.

118.2. Así, no fue sólo Moisés el que escuchó de Dios: «Te he hablado una y dos veces, diciendo: “He mirado a este pueblo y veo que es de dura cerviz; déjame que los destruya y borre su nombre de debajo del cielo, y te haré un pueblo grande y admirable y mucho mejor que este”» (Dt 9,13-14).

118.3. Le responde [Moisés], rogando [a Dios] que no se fije en él mismo, sino en la salvación común: “De ningún modo, Señor; perdona el pecado a este pueblo, o de otro modo bórrame del libro de los vivientes” (Ex 32,32; Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 53,3-5). ¡Que gran perfección de quien quiso morir con el pueblo antes que ser salvado él solo!

118.4. Pero también Judit, perfecta entre las mujeres, estando dentro de la ciudad sitiada, a ruego de los ancianos, sale al campamento de los extranjeros, despreciando todo peligro, entregándose ella misma a los enemigos en favor de su patria, con la fe puesta en Dios. En seguida recibe el premio de su fe: al ser una mujer vencedora del enemigo por su fe, se apoderó de la cabeza de Holofernes (cf. Jd 8--13; Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 55,4-5).

Esther, Susana y la hermana de Moisés

119.1 También Esther, perfecta en fe, libró a Israel del poder del tirano y de la crueldad del sátrapa, fue la única mujer que, extenuada por los ayunos, se levantó contra innumerables manos armadas, deshaciendo mediante su fe el decreto tiránico.

119.2. Y después en verdad lo amansó a [Asuero], desbarató a Amán y salvó intacto a Israel mediante su perfecta súplica a Dios (cf. Est 2,1--8,17; Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 55,6).

119.3. Pero calló a Susana y a la hermana de Moisés; lugarteniente del ejército con el profeta (cf. Ex 15,20-21), siendo la primera de todas las mujeres insignes en sabiduría entre los hebreos; pero aquella, llegando hasta la muerte por su extraordinaria dignidad (o: gravedad), siendo condenada por amantes lujuriosos, permaneció mártir inconmovible de la pureza (cf. Dn 13).

Valor de algunas mujeres griegas

120.1. En efecto, también el filósofo Dión refiere que una mujer, Lisídice, por exceso de pudor se bañaba con túnica; y que Filotera, cuando iba a entrar en el baño, se subía gradualmente la ropa, mientras el agua recubría lentamente las [partes] desnudas, y luego, al salir, de nuevo se iba vistiendo poco a poco.

1202. ¿Acaso la ateniense Leena no soportó también virilmente torturas? Cómplice ella misma, junto a Harmodio y Aristogitón, en lo referente a la conjura contra Hiparco, no declaró absolutamente nada, a pesar de ser violentamente torturada.

120.3. Pero se dice también que las argólicas, conducidas por la poetisa Telesila, con su única presencia hicieron huir a los fuertes soldados espartanos, y aquellas enfrentaron con audacia (o: intrepidez) la muerte.

120.4. Y algo semejante dice también el que ha compuesto la “Danaida” acerca de las hijas de Dánao: “Entonces las hijas de Dánao se armaron rápidamente frente al río de hermosas corrientes, el Nilo rey” (Dánao, Fragmentos, 1), y lo que sigue.

Prosigue la lista de mujeres griegas valerosas

121.1. Pero los demás poetas celebran la rapidez de Atlanta en la caza, la ternura de Anticlea, el amor conyugal de Alcestes, el valor de Macaria y de las [hijas] de Hiacinto.

121.2. Y ¿qué? ¿Acaso Teano, la pitagórica, no consiguió tan grande filosofía que, a quien la observaba con indiscreción y le dijo: “¡Bonito brazo!”, ella respondió: “Pero no (es) público?” (Teano, Fragmentos, 3).

121.3. De esta misma dignidad se dice aquel apotegma: Preguntada una mujer sobre cuántos días debe pasar una esposa desde la unión con su marido hasta poder bajar al templo de Deméter, dijo: “Si se trata del propio [marido], inmediatamente; pero si es con un extraño, nunca” (Teano, Fragmentos, 4).

121.4. También Temisto, hija de Zoilo de Lampsaco y esposa de Leonteo de Lampsaco, filosofaba las [doctrinas] epicúreas, lo mismo que Muya, hija de Teano, las [doctrinas] pitagóricas, y Arignote, quien escribió sobre Dionisio.

121.5. Porque las hijas de Diodoro, de sobrenombre Cronos, todas ellas fueron dialécticas, como dice el dialéctico Filón en el “Menexeno”, citando sus nombres: Menexene, Argía, Teognis, Artemisia, Pantaclea.

121.6. Me acuerdo también de una [de la escuela] cínica llamada Hiparcas de Maronea, esposa de Crates, con la que también consumó, en el Pecile (Poikíle: el pórtico de Atenas), el matrimonio cínico (kynogámia).

Filósofas, poetisas y pintoras

122.1. Areta, la [hija] de Aristipo de Cirene, educó a [su hijo] Aristipo, llamado el “enseñado por su madre” (metrodídaktos).

122.2. Lastenia de Arcadia y Axiotea de Fliunte filosofaban con Platón.

122.3. Porque de Aspasia de Mileto, sobre la que cuentan tantas cosas los cómicos, se aprovechó Sócrates para la filosofía y Pericles para la retórica.

122.4. Dejo de lado a otras por la longitud del discurso; así no menciono a las poetisas Corina, Telesila, Muía y Safo, ni a las pintoras como Irene, la hija de Cratino, y Anaxandra, la [hija] de Nealces, a las que menciona Dídimo en “Los Banquetes” (Symposiakós).

La mujer prudente

123.1. La hija del sabio Cleóbulo, monarca de Lindo, no se avergonzaba de lavar los pies de los huéspedes paternos; también Sara, la bienaventurada esposa de Abrahán, preparó ella misma los panes cocidos bajo las cenizas (egkryphías) para los ángeles (cf. Gn 18,6); y entre los hebreos, las hijas de los reyes pastoreaban los ganados (cf. Gn 29,6-9; Ex 2,16); de donde también en Homero, Nausica iba a los lavaderos (cf. Homero, Odisea, VI,186).

123.2. Así, (la mujer) prudente debería proponerse en primer lugar persuadir al marido para que compartiera con ella lo que conduce a la felicidad; pero, si eso fuera imposible, corra (o: apresúrese) ella sola hacia la virtud, obedeciendo en todo al marido, de manera que no haga nada contra la voluntad de aquél, excepto en lo que se considera fundamental para proseguir hacia la virtud y la salvación.

123.3. Pero también, si alguien apartara de esa disposición a la esposa o a una esclava, que con sinceridad (o: sin simulación) la desea, ése tal entonces no parece hacer otra cosa que desear apartarlas de la justicia y de la templanza, queriendo procurar al mismo tiempo para su propia casa lo injusto y lo licencioso.

El don de la prudencia

124.1. En verdad, no hay varón o mujer notable en cosa alguna, si no se ha dedicado al estudio, a la práctica (o: ejercicio) y a la ascesis; pero decimos que la virtud, que es de todos, no (depende) de otros, sino sobre todo de nosotros mismos.

124.2. Ciertamente algunas cosas puede uno impedírnoslas con los ataques, pero de ningún modo lo que depende de nosotros, por mucho que presione. Porque (es) un don concedido por Dios y no sometido a ningún otro.

124.3. De ahí que la intemperancia no se suponga que es un mal de alguien distinto al intemperante, pero la prudencia es un bien de quien puede tener dominio de sí mismo.