OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (177)

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Jacob luchando con el ángel
Primer cuarto del siglo XIII
Oxford, Inglaterra
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO

Capítulo XVIII: Sobre la caridad

   El amor cristiano

111.1. Así entonces, la venerable y pura educación (o: conducta) de nuestra filantropía, según Clemente, busca el bien común (cf. Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 48,1. 6), o padeciendo el martirio, o educando con obra y palabra, la cual (es) doble: oral y escrita.

111.2. Esto es el amor: amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37-39); este [amor] lleva hacia la altura inenarrable.

111.3. “El amor cubre multitud de pecados” (1 P 4,8: cf. St 5,20); “el amor todo lo sufre, todo lo aguanta” (1 Co 13,7); “el amor nos une a Dios, todo lo hace en concordia. Todos los elegidos de Dios se hicieron perfectos en el amor; sin amor nada es agradable a Dios” (Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 49,5).

111.4. “No hay explicación (lit.: exégesis) que exprese su perfección” (Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 50,1), dice. “¿Quién es capaz de ser encontrado en él, sino aquellos a los que Dios juzgue dignos?” (Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 50,2).

111.5. Lo mismo dice el apóstol Pablo: “Si entregase mi cuerpo, pero no tengo amor, soy bronce que resuena y címbalo que retiñe” (1 Co 13,3 y 1); así -dice-, si no es mediante una libre decisión, por un amor gnóstico, yo sería mártir, pero por temor.

El cristiano debe llevar una vida coherente

112.1. Si es que confieso al Señor golpeando con los labios en testimonio del Señor por el premio esperado, soy un hombre común; hago eco al Señor, no lo conozco. Porque también está el pueblo que ama con los labios (= los judíos), y hay otro que entrega el cuerpo para ser quemado (= los gimnosofistas; cf. II,125,11).

112.2. “Y si repartiese todas mis posesiones” (1 Co 13,3), dice, no según la razón de la comunión del amor, sino según la recompensa bien del hombre beneficiado bien del Señor que la ha prometido.

112.3. “Y si tengo toda la fe hasta para trasladar las montañas” (1 Co 13,2) y eliminara las pasiones que ofuscan el juicio, si no fuera fiel al Señor por el amor, “nada soy” (1 Co 13,2), porque en comparación del que da testimonio gnósticamente, soy contado como uno más y en nada diferente.

112.4. “Pero si todas las generaciones desde Adán hasta el día de hoy han pasado; sin embargo, los perfectos en el amor poseen, según la gracia de Dios, el lugar de los piadosos; ellos se manifestarán en la visita del reino de Cristo” (Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 50,3).

Dios es bueno

113.1. El amor no permite pecar. Y aunque uno cayere involuntariamente en alguna mala situación por culpa de los ataques del enemigo, imitando a David salmodiará:

113.2. “Confesaré al Señor, y le agradará más que un novillo nuevo que echa cuernos y pezuñas. Lo verán los pobres y se alegrarán” (Sal 68 [69],31-33; Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 52,1).

113.3. Porque dice: “Sacrifica a Dios un sacrificio de alabanza y cumple tus votos al Señor. E invócame también en el día de tu tribulación y te libraré y me glorificarás. Porque un sacrificio para Dios es un espíritu quebrantado” (Sal 49 [50],14-15; 50 [51],19; Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 52,3-4).

113.4. También Dios es llamado amor, siendo bueno (cf. 1 Jn 4,8. 16). “El amor (a Él) no hace mal al prójimo” (Rm 13,10), ni causa injusticia ni se venga nunca, sino que hace el bien a todos sin distinción, a imagen de Dios.

113.5. “El amor es la plenitud de la ley” (Rm 13,10), lo mismo que Cristo; es decir, la venida del Señor que nos ama y, según Cristo, nuestra enseñanza y nuestra conducta amorosa (o: conforme al amor).

113.6. Así, con el amor se perfeccionan el no fornicarás y el no desearás (la mujer) de tu prójimo (cf. Ex 20,14. 17 y 19; Rm 13,9), que antes se reprimían por temor. La misma acción entraña una diferencia según que se haga por miedo o se cumpla por amor, y si se realiza por fe o también gnósticamente.

Falsa interpretación de un pasaje del evangelio de Mateo

114.1. También es lógico que las recompensas de esas [disposiciones] (sean) distintas. En efecto, para el gnóstico está preparado “lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni subió a corazón humano” (1 Co 2,9); pero al que ha creído con sencillez le certifica el céntuplo de lo que ha abandonado (cf. Mc 10,30), agregando que esta promesa sería entendida por la inteligencia humana.

114.2. Llegado aquí, me acuerdo de uno que se decía gnóstico (= ¿Pródico?); porque explicando: “Pero yo les digo: el que mira a la mujer con deseo, ya cometió adulterio” (Mt 5,28), juzgaba que no se condenaba el simple deseo, sino que por el deseo el acto, yendo más allá del deseo, fuese consumado en la mujer (lit.: en ella); porque si en un sueño [el deseo] se vale de la imaginación (o: fantasía), también se vale entonces del cuerpo.

La historia de Bóccoris

115.1. Los que han compuesto las historias del justo Bóccoris (= mítico rey de Egipto) refieren el siguiente juicio: al enamorarse un joven de una cortesana, por una retribución (o: paga) determinada, convence a la joven para estar con él al día siguiente (en su casa).

115.2. Adelantado inesperadamente el deseo hacia la muchacha en sueños, y una vez saciado, aleja del vestíbulo a la amada que había llegado conforme a lo convenido; pero ella, enterada de lo sucedido, reclama la retribución, diciendo que de alguna manera ella había satisfecho el deseo del amante.

115.3. Así, llegaron al juez. Éste ordenó al joven que pusiera delante la bolsa con la retribución, pero al sol; y ordenó a la cortesana que tomara la sombra [de la bolsa], decidiendo, con gracia, que se pagara con una apariencia de dinero por una apariencia de abrazo.

Mirar lo hermoso con amor limpio

116.1. Por tanto, uno sueña cuando el alma asiente a la fantasía, pero sueña despierto el que mira con deseo (o: concupiscencia), no sólo -como decía aquel aparente gnóstico-, si al tiempo que ve a la mujer concibe en el pensamiento la unión (o: comunión; omilían) con ella -porque esto es ya una acción del deseo en cuanto deseo-; pero si uno contempla sólo la belleza del cuerpo, dice el Verbo, y la carne le parece que es bella por el deseo, entonces es juzgado por mirar carnalmente y pecaminosamente lo que ha admirado.

116.2. Porque, por el contrario, quien mira lo bello con amor limpio, no considera bella la carne, sino el alma; admira el cuerpo, pienso yo, como una estatua, por cuya belleza lo conduce a él mismo al Artífice y a lo realmente bello, demostrando a los ángeles que inspeccionan en la ascensión un símbolo santo, el carácter luminoso de la justicia, [me] refiero a la unción de la [divina] complacencia, a la cualidad de la disposición impresa en el alma conforme a la inhabitación del Espíritu Santo.

El justo

117.1. El pueblo no era capaz de mirar a esa gloria que resplandecía sobre el rostro de Moisés, y por eso echó un velo sobre la gloria ante los que miraban de forma carnal (cf. Ex 34,29-35).

117.2. Porque a los que llevan consigo algo del mundo, los detienen los que exigen el tributo, (al verlos) cargados con los intereses de las pasiones; pero al desnudo ciertamente de lo sometido a tributo, lleno de gnosis y de la justicia de las obras, le felicitan y le dejan pasar, proclamando bienaventurado al hombre junto también a su obra.

117.3. “Y su hoja no caerá” del árbol de la vida, que crece junto “a las corrientes de agua” (Sal 1,3; Ap 22,2).

117.4. El justo es comparado a los árboles ricos en frutos, no sólo por el sacrificio de lo que asciende hasta el cielo (= texto original defectuoso y de difícil lectura)... También existían, según la ley, los inspectores de las cosas sagradas para las oblaciones de los sacrificios.

117.5. Ahora bien, los expertos, distinguen el apetito del deseo; y éste lo refieren a los placeres y a la intemperancia, movimientos irracionales; pero el apetito, movimiento racional, a las necesidades naturales.