OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (173)

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Cristo predicando
Hacia 1315-1325
Libro de coro
Bologna, Italia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO

Capítulo XII: Afirmaciones de Basílides contra el martirio

   Lo que dice el gnóstico Basílides

81.1. Pero Basílides, en el [libro] veintitrés de las “Exegéticas” sobre los castigados con el martirio, dice estas palabras:

81.2. “Porque digo que cuantos caen maltratados en las llamadas tribulaciones, ciertamente por haber cometido faltas sin darse cuenta, son conducidos a este bien por bondad del que los conduce; siendo injuriados realmente de unas cosas consecuentes de otras, para que no padezcan como declarados culpables por los males confesados, ni sean acusados como adúlteros o asesinos, sino por haber nacido cristianos (cf. 1 P 4,15-16)... (el texto original parece tener aquí una laguna); esto les fortificará hasta parecer que no sufren.

81.3. Pero si alguno, sin haber pecado en absoluto, cosa rara ciertamente, es llevado al tormento, no sufrirá por premeditación de alguna autoridad, sino que padecerá como padece también el niño pequeño que parece no haber cometido pecado” (Basílides, Fragmentos, 2).

Prosigue lo dicho por Basílides

82.1. A continuación, más abajo, de nuevo añade: “Por tanto, como el niño pequeño que no ha pecado antes ni ha pecado efectivamente, pero tiene en sí mismo la posibilidad de pecar; cuando es expuesto al padecimiento, recibe un beneficio, aprovechando las muchas cosas desagradables; así también, si un [hombre] perfecto sin haber cometido pecado de obra sufre, lo que padezca, lo padecerá de manera semejante al niño pequeño. Porque en verdad, teniendo en sí mismo la capacidad de pecar, pero no habiendo tenido la ocasión de pecar, no ha pecado. Por tanto, no hay que atribuirle a él no haber pecado.

82.2. Porque como quien desea cometer adulterio es ya adúltero (cf. Mt 5,28), aunque no encuentre la ocasión de adulterar, y quien desea cometer un asesinato es homicida, aunque no pueda asesinar, de la misma manera también al que digo que no ha pecado, si veo que padece, y aunque no haya hecho nada malo, diré que es malo por pecar. Porque diré todo antes que decir que la Providencia es mala” (Basílides, Fragmentos, 2).

Continúa la cita de Basílides

83.1. Después, más abajo, también habla abiertamente sobre el Señor como de un hombre: «Ciertamente, si dejando de lado todos estos argumentos vas a llenarme de confusión con (el caso) de algunas personas, diciendo: “Ese tal sin duda ha pecado, porque ha padecido”; responderé, si me permites: “En verdad ese tal no ha pecado, pero (era) como el niño pequeño que sufre”. Si todavía me fuerzas con más vehemencia el argumento, yo diré que cualquiera sea el hombre que nombres, cualquiera que sea al que te refieras, es hombre, y que Dios es justo. “Nadie está limpio de mancha” (Jb 14,4), como alguno ha afirmado» (Basílides, Fragmentos, 2).

83.2. Pero la hipótesis de Basílides dice que el alma, habiendo pecado en la otra vida, soporta el castigo aquí; la elegida, honrosamente mediante el martirio; pero las otras, son purificadas con el castigo apropiado. Y, ¿cómo puede ser verdadero eso, dependiendo de nosotros confesar y ser castigados o no? Porque, según Basílides, el que reniega disuelve la Providencia.

Respuesta de Clemente a los argumentos de Basílides

84.1. Además, yo le pregunto [a Basílides], cuando uno confiesa [su fe] y es arrestado, ¿dará testimonio y será castigado según la Providencia o no?. Porque si renegara, no sería castigado.

84.2. Pero si por el resultado también dijera que aquél (= el mártir) no debería ser castigado, dará testimonio a pesar suyo de que la perdición de los que reniegan (es) por la Providencia.

84.3. Pero ¿cómo puede estar reservado en el cielo el premio más glorioso para el que ha dado testimonio por haber dado testimonio (cf. Mt 5,11)? Pero si la Providencia no permitió al pecador que llegara a pecar, sería injusta por dos razones: y por no sacar [del peligro] al que por la justicia es arrastrado al castigo, y por preservar al que quería ser culpable (o: injusto); puesto que al haberlo realizado por haberlo querido, sin embargo, [la Providencia] al impedir la obra, tampoco trató con justicia al pecador.

El martirio es consecuencia de la confesión de la fe

85.1. Pero, ¿cómo no es impío (lit.: ateo) [Basílides] al divinizar al diablo y atreverse a decir que el Señor es un hombre que puede pecar? Porque el diablo tienta sabiendo lo que somos, pero no sabiendo si resistiremos. Pero tienta queriendo apartarnos de la fe y someternos a él, puesto que también es lo único que se le ha concedido; por una parte, porque nosotros debemos salvarnos por nosotros mismos, apoyándonos en los mandamientos; por otra parte, porque (experimenta) la humillación del tentador y del que engaña, o también por la confirmación de los que (están) en la Iglesia, o por la conciencia de los que admiran la perseverancia.

85.2. Pero si el martirio fuera una recompensa por medio del tormento, también la fe y la doctrina, porque el martirio se produce a causa de ellas. En consecuencia, si éstas (son) concausas del castigo, ¿qué otra cosa puede haber más absurda?

85.3. Pero sobre esas teorías (lit.: dogmas), sobre si el alma transmigra y sobre el diablo, se hablará a su debido tiempo; pero ahora añadamos a lo ya dicho también esto: ¿dónde (se queda) la fe si el martirio acontece conforme a la expiación de los pecados anteriormente cometidos? ¿Dónde el amor a Dios, perseguido y probado mediante la verdad? ¿Dónde la alabanza de quien ha confesado o el reproche de quien ha renegado? ¿Para qué servirán la conducta virtuosa o la rectitud, mortificar las concupiscencias (cf. Col 3,5) y no odiar a ninguna de las criaturas?

La bondad y la Providencia de Dios

86.1. Pero si, como el mismo Basílides dice, consideramos que el amar a todas las cosas es una parte de la llamada voluntad de Dios, porque todas las cosas conservan su relación con el todo, pero otra [parte] sería no desear nada, y una tercera el no odiar nada, también serán por voluntad de Dios los suplicios (o: castigos). Lo cual (es) impío pensarlo.

86.2. Porque ni el Señor padeció por voluntad del Padre, ni los perseguidos son perseguidos por voluntad de Dios; puesto que, una de dos: o una persecución ha de ser buena por voluntad de Dios, o fueron inocentes los que lo disponen y torturan.

86.3. Pero nada (sucede) sin la voluntad del Señor del universo. Entonces falta por decir brevemente que todo eso sucede porque Dios no lo impidió. En verdad, sólo esto es lo que salva tanto a la Providencia como a la bondad de Dios.

La pedagogía de la divina Providencia

87.1. No se debe pensar (o: creer) que Él produce las tribulaciones; porque eso no debemos ni siquiera pensarlo; sino que conviene persuadirse de que no ha impedido a los que las causan, y que aprovecha para bien la audacia de los adversarios -“así, dice, derribaré la cerca y quedará para ser pisoteada” (Is 5,5).

87.2. Una Providencia tal tiene una función educativa (lit.: técnica pedagógica): cuando se trata de la mayoría de las almas, nos instruye sobre los pecados personales de cada uno; cuando se trata del Señor y de los apóstoles, nos instruye sobre los nuestros.

87.3. Precisamente, el divino Apóstol dice: “Porque esta es la voluntad de Dios, la santificación de ustedes; que se abstengan de la fornicación y que cada uno de ustedes posea su propio vaso en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen al Señor; para no sobrepasarse y engañar a su hermano en la práctica, porque el vengador es el Señor de todas esas cosas, como también se los hemos dicho y testificado solemnemente.

87.4. Dios no nos ha llamado a impureza, sino en santificación. Por consiguiente, quien rechaza [estos preceptos] no rechaza a un hombre, sino a Dios que también les dio su Espíritu Santo” (1 Ts 4,3-8). Por eso, para nuestra santificación, no fue impedido que padeciera el Señor.

Contra la fatalidad

88.1. Por otra parte, si alguno de esos [herejes], para defenderse, dijera que el mártir es castigado por los pecados cometidos antes de ser revestido corporalmente (ensomatósis: encarnación), pero que más tarde recogerá el fruto de su conducta en esta vida, porque así se ha dispuesto, le preguntaremos si la recompensa proviene de la Providencia.

88.2. Porque si no fuere por disposición divina, desaparece la economía de las purificaciones y se derrumba su hipótesis; pero si las purificaciones son por la Providencia, también los suplicios (son) por la Providencia.

88.3. Ahora bien, si la Providencia comienza a moverse a partir del Arconte, como afirman, no obstante, aquella fue sembrada en las sustancias (oysía) junto con la generación de las sustancias por el Dios del universo.

88.4. Siendo así, es necesario que ellos confiesen o que el suplicio no es injusto -y proceden con justicia quienes condenan y persiguen a los mártires-, o que incluso las persecuciones son producidas por voluntad de Dios.

88.5. Por tanto, el sufrimiento y el temor -como ellos mismos afirman (cf. Basílides, Fragmentos, 9)- ya no sobrevienen a las acciones, como la herrumbre al hierro, sino que surgen en el alma por propia voluntad.