OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (171)

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La Última Cena
1250-1260
Gradual
Limoges, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO

Capítulo IX: Textos sobre el martirio. Conductas equivocadas frente al martirio

   Lo que dice Cristo sobre aquellas y aquellos que confiesan su Nombre

70.1. El Señor ha hablado en términos preciso sobre el martirio; ordenaremos lo escrito en diferentes lugares: “Pero yo les digo: todo el que se declare por mí delante de los hombres, también el Hijo del Hombre declarará por él delante de los ángeles de Dios; pero a quien me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles” (Lc 12,8-9).

70.2. “Porque cualquiera que se avergüence de mí o de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él, cuando venga en la gloria de su Padre con sus ángeles” (Mc 8,38).

70.3. “Todo el que me confiese delante de los hombres, también yo lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10,32).

70.4. “Cuando los lleven a las sinagogas, a los magistrados y a las autoridades, no se preocupen de cómo responderán o de qué dirán; porque el Espíritu Santo les enseñará en aquella hora lo que se debe decir” (Lc 12,11-12; cf. Mc 13,11).

Lo que dice el valentiniano Heracleón

71.1. Explicando este pasaje, Heracleón, el más notable de la escuela de Valentín, dice textualmente que existe una confesión por la fe y la conducta de vida, y otra confesión por la palabra.

71.2. «La confesión por la palabra también se hace ante de las autoridades, dice, (y) es la única que la mayoría tiene por confesión, pero (esto) no es correcto; porque también los hipócritas pueden hacerr la misma confesión.

71.3. Sin embargo, esa misma palabra (cf. Mt 10,32-33; Lc 12,8-9) se encontrará que no fue dicha de forma general; porque no todos los salvados han realizado la confesión por medio de la palabra, y salieron [de esta vida]; entre ellos (están) Mateo, Felipe, Tomás, Leví (cf. Mt 9,9; Mc 2,14) y otros muchos.

71.4. Y la confesión por medio de la palabra no es universal, sino particular (o: parcial). Pero llama universal a la actual, la de las obras y las acciones conformes a la fe para con Él. Pero a esta misma confesión acompaña también la particular que se hace delante de las autoridades, si es necesario y la razón [lo] exige. Porque éste confesará también con la palabra, cuando antes haya confesado rectamente antes con la conducta de vida (o: buena disposición)».

Prosigue el texto de Heracleón

72.1. «Y sobre aquellos que lo confiesan, ha dicho bien “en mí”, mientras que, sobre los que lo niegan, añadió “a mí”. Porque éstos, aunque lo confiesen con la palabra, lo niegan, no confesándolo con la conducta.

72.2. Pero confiesan en Él sólo quienes viven conforme a Él en la forma de vida y en la práctica; también en éstos Él mismo confiesa, porque les ha asumido (lit.: les ha envuelto) y es poseído por ellos. Por esto podrán renegar de Él (cf. 2 Tm 2,13); pero los que no están en Él lo niegan (o: rechazan).

72.3. Porque no dijo quien renegare “en mí”, sino “a mí”; puesto que nadie, estando en Él, lo negará jamás.

72.4. Lo de “delante de los hombres” (vale) también para los salvados y para los gentiles: para aquellos, con la conducta; para estos otros, con la palabra. Por eso, jamás podrán negarlo; pero lo niegan quienes no están en Él» (Heracleón, Fragmentos, 50).

El martirio de los cristianos asombra a los paganos

73.1. Estas cosas [dijo] Heracleón. También manifiesta otras cosas que están de acuerdo con nosotros sobre esta perícopa, pero en esto no fijó la atención: que si algunos no confesaron a Cristo delante de los hombres con la conducta y la vida, sin duda al confesarlo mediante la palabra en los tribunales y no negarlo entre las torturas hasta la muerte, muestran haber creído con buena disposición.

73.2. Pero la buena disposición que se confiesa, y sobre todo la que ni siquiera huye ante la muerte produce instánteneamente la ruptura (lit.: amputación) de todas las pasiones nacidas de la concupiscencia corporal.

73.3. Porque, por así decirlo, al final de la vida está toda junta la penitencia (o: la conversión; metánoia), de obra, y la verdadera confesión en Cristo, testificada por la palabra.

73.4. Pero si “el Espíritu del Padre” (Mt 10,20) testimonia en nosotros, ¿cómo podrán (ser) hipócritas aquellos que [Heracleón] ha dicho que sólo dan testimonio con la palabra?

73.5. Pero a algunos se les concederá, si fuera útil, defenderse (o: hacer apología de la fe), para que mediante el martirio y la confesión todos (= cristianos y paganos) se beneficien; así, se consolidarán los que ciertamente (están) en la Iglesia, y se admirarán los gentiles atraídos a la fe, que se esforzarán por la salvación, y los demás permanecerán estupefactos.

Confesión y apología de la fe

74.1. Por tanto, es del todo necesario el confesar [la fe], puesto que está a nuestro alcance; pero no es del todo [necesario] defenderse (o: hacer apología de la fe), porque no está también a nuestro alcance. “Pero el que haya perseverado hasta el final, este será salvado” (Mt 10,22; 24,13).

74.2. Además, ¿quién de los sean sensatos no elegirá el reinar en Dios y no ser esclavo?

74.3. “Ahora bien, algunos confiesan conocer a Dios, según el el Apóstol, pero lo niegan con las obras; son abominables, desobedientes e incapacitados para toda obra buena” (Tt 1,16); pero otros, aunque sólo confiesen eso, han realizado al final una obra buena. Se puede pensar, entonces, que el martirio es una purificación con glorioa de los pecados.

74.4. Precisamente por eso “El Pastor” [de Hermas] dice: “Escaparán a la acción (o: a la fuerza) de la fiera salvaje, si el corazón de ustedes deviene puro e irreprensible” (Hermas, El Pastor, Visiones, IV,2,5). También el Señor mismo dice: “Satanás los ha reclamado para zarandearlos, pero yo he intercedido” (Lc 22,31-32).

Sufrir por Cristo

75.1. Porque el Señor sólo bebió el cáliz (cf. Mt 20,22; 26,39) por la necedad de quienes conspiraban contra Él y por la purificación de los incrédulos. A imitación suya, los Apóstoles, como verdaderamente gnósticos y perfectos, padecieron por las Iglesias que habían fundado.

75.2. Así, también los que caminan tras las huellas apostólicas deben ser gnósticos, sin pecado y, por amor al Señor, amar también al prójimo para que, si la circunstancia lo exigiera, soportando sin escandalizarse sus tribulaciones por la Iglesia, beban el cáliz (cf. Is 51,17. 22; Mt 26,39; Mc 14,36; Lc 22,42; Jn 18,11; Mt 20,22; Mc 10,38).

75.3. Pero cuantos dan testimonio con obras (lit.: con la obra) durante la vida y con la palabra ante un tribunal, aun admitiendo una esperanza o estando frente a un temor (o: mirando con desconfianza un peligro), ésos son mejores que los que confiesan la salvación únicamente con la boca.

75.4. En cambio, si alguno subiera también hasta el amor (agápe), ése es en realidad bienaventurado y auténtico mártir, porque ha hecho confesión perfectamente respecto de los mandamientos y de Dios por medio del Señor, a quien ha amado y le ha reconocido hermano, entregándose por completo él mismo por el amor (agápe) hacia Dios; igual que al restituir generosamente y afectuosamente el depósito reclamado: el hombre.

Capítulo X: Contra el martirio espontáneo

   Cuándo se debe huir

76.1. Pero al decir de nuevo: “Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra” (Mt 10,23), no recomienda huir como si la persecución fuera algo malo, ni ordena evitar la muerte huyendo por temor a ella.

76.2. Por el contrario, no quiere que nosotros nos hagamos causantes ni cómplices de mal alguno con nadie; ni con nosotros mismos, (ni) para con el perseguidor o el verdugo. Porque de cierta forma manda evitar (la confrontación); pero el que desobedece es un arrogante y un temerario.

No se debe provocar a los perseguidores

77.1. Pero si el que mata a un “hombre de Dios” (1 Tm 6,11; 2 Tm 3,17; cf. 1 S 2,27; 1 R 13,1) peca contra Dios, también el que se presenta a sí mismo ante el tribunal se hace reo de quien le mata. Ahora bien, ése será el que no trata de evitar la persecución, puesto que se entrega temerariamente él mismo para ser arrestado. Éste, en lo que a él atañe, se hace cómplice en la maldad del perseguidor; pero si también la excita aún más, es plenamente la causa, provocando a la fiera salvaje.

77.2. Del mismo modo, si quien (es) una causa de lucha, de castigo, de odio o de acusación, engendra un pretexto para la persecución.

77.3. Por eso se nos ha ordenado no aferrarnos a ninguna cosa de las de esta vida, sino que a quien nos quite el manto le demos también la capa (cf. Lc 6,29), para que no sólo permanezcamos libres de pasiones, sino también para que, al no oponer resistencia a quienes nos acusan, (no) les enfurezcamos contra nosotros mismos, y por nuestra causa les incitemos a la blasfemia contra el Nombre (cf. 1 P 4,16).