OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (170)

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La Santísima Trinidad
Hacia 1250-1260
Misal
Clermont-Ferrand, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO

Capítulo VIII: La corona del martirio por Cristo

   Valiente conducta de algunos hombres de la antigüedad

56.1. No sólo los esopios (o: etíopes [los de color de fuego]; o: los que imitaban la paciencia esópica; o: los beocianos), los macedonios y los espartanos cuando eran torturados (se mantenían) firmes, como dice Eratóstenes en [el libro] sobre “Los bienes y los males”, sino también Zenón de Elea, obligado a revelar un secreto, resistió los tormentos sin confesar nada, y finalmente cortándose la lengua la escupió al tirano, a quien unos llaman Nearco y otros Démilo.

56.2. Lo mismo hicieron el pitagórico Teodoto y Praulo, el discípulo de Lacides, como dice Timoteo de Pérgamo en el [libro] “Sobre el valor de los filósofos” y Acaico en la “Ética”.

56.3 Pero también el romano Postumo, arrestado por Peucetión, no sólo no reveló ningún secreto, sino que también, poniendo la mano sobre el fuego, la dejó derretirse como bronce, con un dominio de sí mismo perfectamente impasible.

56.4. Guardo silencio de lo de Anaxarco que, cuando era machacado con las mazas de hierro del tirano, gritaba: “Machaca la bolsa de Anaxarco, porque no (es) a Anaxarco a quien machacas” (Anaxarco, Fragmentos, 72 A 1 y 13).

La amistad divina: fortaleza en las pruebas

57.1. Ahora bien, ni la esperanza de la felicidad, ni el amor a Dios soportan con dificultad las humillaciones, sino que permanecen libres, aunque caigan bajo las fieras más feroces, o del fuego que todo lo devora, o asesinados por torturas tiránicas, pendientes de la amistad divina, libres (lit.: no esclavos) en lo alto, y entregan el cuerpo a quienes pueden adueñarse sólo de él (cf. Mt 10,28).

57.2. Pero los getas, pueblo bárbaro, no faltos del gusto de la filosofía, eligen cada año un embajador (para enviar) un héroe a Zamolsis. Y Zamolsis era un conocido de Pitágoras.

La muerte por Cristo

58.1. Así, es degollado el juzgado más digno [entre ellos], ciertamente con tristeza de los que han filosofado, pero que no han sido elegidos porque son indignos de realizar un servicio tan feliz.

58.2. Porque toda la Iglesia está llena de los que toda su vida se han estado ejercitando para la muerte que vivifica por Cristo, tanto mujeres como hombres virtuosos.

58.3. Así, al que se comporta como nosotros, también sin letras le es posible filosofar, sea bárbaro o griego, esclavo, anciano, niño o mujer.

58.4. Porque la templanza es común a todos los hombres que la elijan. Y nosotros confesamos que la misma naturaleza, según cada género, posee también la misma virtud.

Igualdad de naturaleza de la mujer y el hombre

59.1. Por eso, respecto a la naturaleza humana, la mujer no parece tener una naturaleza y otra [distinta] el varón, sino que siendo (la naturaleza) la misma, como también (idéntica) virtud.

59.2. Pero si la virtud del varón (es) sin duda la templanza, la justicia y las llamadas consecuentes de esas, ¿acaso sólo concierne al varón ser virtuoso, y en cambio a la mujer ser intemperante e injusta? Pero el decir eso (es) inconveniente.

59.3. Ahora bien, deben cuidar de la templanza, de la justicia y de cualquier otra virtud tanto la mujer como el varón, el libre como el esclavo, ya que una e idéntica es la virtud que ha correspondido a la misma naturaleza.

59.4. En verdad, no decimos que la naturaleza femenina, en cuanto a la feminidad, sea idéntica a la masculina; porque debe existir alguna diferencia en cada una de ellas, puesto que ciertamente una ha nacido femenino y la otra masculino.

59.5. Así, decimos que el concebir y el dar a luz corresponden a la mujer, en cuanto (es) hembra, no en cuanto ser humano; además, si no existiera diferencia entre varón y mujer, cada uno de ellos harían y experimentarían lo mismo.

Las diferencias corporales entre el hombre y la mujer

60.1. También por lo que tiene de igual, por el alma, alcanzará la mujer la misma virtud; mientras que por lo que es diferente, por las propiedades del cuerpo, está destinada a las gestaciones y al cuidado de la casa.

60.2. Dice el Apóstol: “Quiero que ustedes sepan que la cabeza de todo varón es Cristo, pero la cabeza de la mujer es el varón. Porque no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón. Ni la mujer sin el varón, ni el varón sin la mujer en el Señor” (1 Co 11,3. 8. 11).

60.3. En efecto, lo mismo que decimos que el varón debe ser temperante y más fuerte que los placeres, así consideramos que la mujer sea igualmente temperante y ejercitada en luchar contra los placeres.

60.4. El mandato apostólico aconseja: “En cambio, les digo: anden en espíritu (o: en el Espíritu) y no consumarán el deseo de la carne; porque la carne desea contra el espíritu, pero el espíritu contra la carne. Porque ambos se oponen” (Ga 5,16); no como el mal frente al bien, sino como (elementos) que pugnan por la preeminencia.

Los frutos de la acción del Espíritu Santo

61.1. Entonces añade: “Para que no hagan lo que quieran” (Ga 5,17). “Las obras de la carne son manifiestas, las cuales son fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, celos, iras, rivalidades, litigios, divisiones, envidias, embriagueces, orgías y otras parecidas; de ello los prevengo, como antes dije, porque quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios. Pero el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, bondad, continencia, benignidad, fe y mansedumbre” (Ga 5,19-23). Pienso que [el Apóstol] ha llamado “carne” a los pecadores, al igual que “espíritu” a los justos.

61.2. Sí, ciertamente hay que adquirir el valor para (tener) coraje y paciencia, de modo que a quien nos golpee sobre una mejilla le ofrezcamos la otra, y a quien nos quite el manto le concedamos también la túnica (cf. Mt 5,48; Lc 6,29), gobernando la ira con fuerza.

61.3. Porque no ejercitamos a las mujeres a (ser) amazonas valientes en la guerra, puesto que también queremos que los hombres sean pacíficos.

Fortaleza de la mujer

62.1. Yo he oído que las mujeres saurómatas hacen la guerra no menos que los varones, y que otras [mujeres] sáquidas, mientras fingen huir, tiran flechas hacia atrás igual que los varones.

62.2. Sé también que las mujeres de la región de Iberia realizan obras y trabajos varoniles; incluso aunque estén próximas a dar a luz, no abandonan lo que hay que hacer, sino que muchas veces la mujer, en el esfuerzo del trabajo, da a luz, recoge al recién nacido y lo lleva a casa.

62.3. Además, también las perras, no menos que los perros, cuidan la casa, cazan y custodian los rebaños. “Gorgo, la perra cretense, corrió tras las huellas del ciervo” (Antípatro de Tesalónica, en Antología Palatina, IX,268 1).

62.4. Por tanto, también las mujeres deben filosofar, de manera semejante a los varones; aunque los varones, al llevar la preeminencia en todo, (son) mejores, si no se afeminan (o: se ablandan).

¿En qué el hombre es superior a la mujer?

63.1. Educación y virtud (son) indispensables a todo el género humano, si buscan con ardor la felicidad.

63.2. Y quizás no en vano escribe Eurípides de varias maneras: ciertamente, una vez: “Toda esposa (es) peor que el marido, aunque el peor [de los maridos] despose a la de buen renombre” (Eurípides, Fragmentos, 546).

63.3. Pero, otras veces: “Porque la mujer virtuosa es siempre esclava de su marido; pero la no virtuosa supera en necedad a su cónyuge” (Eurípides, Fragmentos, 545).

63.4. “Porque no hay nada preferible y mejor que, cuando posean una casa, marido y mujer (tengan) los mismos sentimientos (y) pensamientos” (Homero, Odisea, VI,182-184).

63.5. Ahora bien, la cabeza es lo hegemónico. Pero si “el Señor es cabeza del varón y el varón es cabeza de la mujer” (1 Co 11,3), el varón es señor de la mujer, “siendo [él] imagen y gloria de Dios” (1 Co 11,7).

Lo que dice el apóstol Pablo de la relación entre la mujer y el hombre

64.1. Por eso también escribe [Pablo] en la Carta a los Efesios: “Sométanse [unos] a otros en el temor de Dios: las mujeres a los propios maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como también Cristo es cabeza de la Iglesia, y él (mismo) Salvador del cuerpo. Pero como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las mujeres a sus propios maridos en todo.

64.2. Los maridos amen a las esposas como también Cristo amó a la Iglesia; así también los maridos deben amar a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa se ama a sí mismo; porque nadie aborreció jamás a su propia carne” (Ef 5,21-25. 28-29).

La vida familiar

65.1. También en la [Carta] a los Colosenses dice: “Mujeres, sométanse a los maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amen a las esposas y no sean amargos con ellas. Hijos, obedezcan a los padres en todo, porque eso es grato al Señor. Padres, no irriten a sus hijos, para que no se desanimen.

65.2. Siervos, obedezcan en todo a sus amos según la carne, no sirviendo cuando son vistos, como quien busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón, temiendo al Señor. Y todo lo que hagan, háganlo desde el alma, como sirviendo al Señor y no a los hombres; sabiendo que recibirán del Señor la recompensa de la herencia. Sirvan, entonces, a Cristo, el Señor; porque el injusto recogerá lo que haya obrado injustamente, porque no hay [en Él] acepción de personas.

65.3. Amos, provean a los siervos lo justo y lo equitativo, sabiendo que también ustedes tienen un Señor en el cielo” (Col 3,18—4,1),

65.4. “donde ya no hay griego ni judío, circuncisión e incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre, sino que Cristo lo es todo también en todos (o: Cristo [es] todo y en todos)” (Col 3,11).

La paz de Cristo

66.1. La Iglesia terrestre es imagen de la del cielo, por eso pedimos que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo (cf. Mt 6,10).

66.2. “Revístanse de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente, si alguno tuviere una queja contra otro. Como Cristo nos ha perdonado, así también nosotros.

66.3. Pero por encima de todas esas cosas, el amor, que es vínculo de perfección. Y la paz de Cristo reine en sus corazones, a la cual han sido llamados en un solo cuerpo; y sean agradecidos” (Col 3,12-15).

66.4. Porque nada impide repetir varias veces la misma Escritura para vergüenza de Marción, para que se convierta, persuadiéndose que el fiel debe ser agradecido a Dios creador, que nos ha llamado y, en un cuerpo, nos anunció el Evangelio.

La mujer y el hombre tienen los mismos derechos

67.1. Con todas estas cosas (hemos precisado) con claridad la unidad que (proviene) de la fe, y se ha declarado quién es el [hombre] perfecto; de manera que, aunque algunos no quieran y se opongan obstinadamente, y aunque el marido o el amo amenacen con castigos, tanto la mujer como el siervo han de filosofar.

67.2. Sí, ciertamente, aunque un [hombre] libre fuera amenazado de muerte por un tirano, aunque fuera conducido a los tribunales y arrastrado a los mayores peligros, aunque tuviera que perder toda su hacienda, no se abstendrá de ningún modo de la piedad para con Dios.

67.3. Tampoco deberán claudicar jamás la esposa que viva con un marido perverso, ni el hijo que tuviere un padre cruel, o el siervo un mal amo: asidos noblemente de la virtud.

67.4. Pero igual que para un hombre es hermoso morir por la virtud, por la libertad, por sí mismo, también (lo es) para una mujer. Porque esto no es prerrogativa (lit.: propio) de la naturaleza masculina, sino de la de los buenos.

Obedecer los mandatos del Señor

68.1. Así, por tanto, también el anciano, el joven y el siervo vivirán y, si es necesario, morirán obedeciendo fielmente los mandamientos; lo cual sería alcanzar la vida mediante la muerte.

68.2. Por cierto, sabemos que niños, siervos y esposas muchas veces llegaron a ser mejores con disgusto de padres, amos y maridos.

68.3. Por consiguiente, no conviene disminuir la buena voluntad a quienes desean vivir piadosamente, aun cuando parezca que algunos tratan de impedírselo; sino que, me parece, hay que esforzarse mucho más y luchar al máximo, para no ser vencidos y decaer de los mejores y más necesarios ideales.

68.4. Porque no creo que haya comparación entre hacerse partidario del Omnipotente o elegir las tinieblas de los demonios.

68.5. Puesto que lo que hagamos en favor de otros lo hemos de hacer siempre [como] para nosotros, tratando de tener en cuenta a aquellos por los que actuamos, y hemos de hacerlo teniendo como medida lo que les agrada; pero lo que hacemos más por nosotros mismos más que por otros, lo hemos de realizar con igual celo, aunque parezca gustar o no a algunos.

Testimonio de Epicuro sobre la importancia de filosofar

69.1. Pero si de las cosas indiferentes alguna merece tal importancia como para parecer ser preferida, a pesar (lit.: a disgusto) de algunos se debe considerar mucho más necesario el luchar por la virtud, sin mirar otra cosa que la posibilidad de realizar aquel bien, guste o no a otros.

69.2. Por eso bellamente escribe Epicuro a Meneceo: “El que es joven no espere más para filosofar, y quien sea anciano destacado no se canse de filosofar. Porque nadie es demasiado inmaduro o maduro para recobrar la salud del alma.

69.3. Pero quien dice que todavía no es tiempo o ha pasado ya el tiempo de filosofar; es semejante al que dice que no ha llegado todavía a la edad de ser feliz o que ya no hay tiempo.

69.4. De manera que tanto el joven como el anciano deben filosofar; el uno para que cuando envejezca se mantenga joven en las cosas buenas, mediante la alegría de lo ya realizado; en cambio, el otro para que sea al mismo tiempo joven y anciano mediante la falta de miedo ante el futuro” (Epicuro, Carta a Meneceo, 3,122).