OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (17)

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El “ciclo” de Caín y Abel
Biblia de Alba
1422-1430
Maqueda, España
SAN JUSTINO, DIÁLOGO CON TRIFÓN (continuación)

Las prescripciones sobre alimentos, consecutivas al pecado del becerro de oro, estaban destinadas a preservar al pueblo de la idolatría

20. [1] Igualmente les mandó abstenerse de ciertos alimentos, a fin de que aun en el comer y beber tuvieran a Dios ante los ojos, como quiera que están inclinados y siempre prontos a apartarse de su conocimiento, como el mismo Moisés lo dice: “Comió y bebió el pueblo y se levantó a divertirse” (Ex 32,6). Y otra vez: Comió Jacob, se hartó, engordó y pateó el amado: se engordó, se engrasó, se dilató y abandonó a Dios, que lo había hecho” (Dt 32,15). Pero a Noé, que era justo, Dios le permitió comer todo ser animado, excepto la carne con la sangre (Gn 9,4), es decir, la de un animal muerto naturalmente, cosa que les narró Moisés en el libro del Génesis.
   [2] Y como Trifón quería agregar las palabras: “Como las hierbas del campo” (Gn 9,3), me adelanté yo a decir: La expresión “como las hierbas del campo”, ¿por qué no la entienden tal como fue dicha por Dios, a saber, que como Él creó las hierbas para alimento del hombre, de modo igual le dio los animales para comer carne? Del hecho de que no comemos algunas de las hierbas, ustedes concluyen que esa restricción ya había sido establecida en el tiempo de Noé.
   [3] Pero la interpretación de ustedes no merece fe ninguna. En primer lugar, pudiera sostener y afirmar que toda legumbre es hierba (cf. Gn 9,3) que puede comerse; pero no me detendré en eso. La verdad es que si hacemos distinción entre las legumbres y las herbáceas, y no todas las comemos, ello no se debe a que sean profanas o impuras (cf. Hch 10,14), sino a que son amargas, venenosas o espinosas. En cambio, las que son dulces, o alimenticias y muy aradables, ora se críen en el mar, ora en la tierra, ésas las buscamos y las tomamos. [4] De igual modo, Dios les mandó que se abstuvieran de alimentos impuros, injustos e inicuos, porque, aun comiendo el maná en el desierto (cf. Ex 16,4-35; Nm 11,7-9; Dt 8,13. 16)) y viendo los prodigios todos que Dios hacía para ustedes, se fabricaron el becerro de oro y le adoraron (cf. Ex 32). De ahí que con justicia no deja de gritar: “Hijos insensatos, en los que no hay fidelidad” (Dt 32,20; cf. Jr 4,22). 

Fue a causa de los pecados del pueblo que se instituyó el sábado. Testimonio de Ezequiel

21. [1] Por sus iniquidades y por las de sus padres, les mandó también Dios que guardaran el sábado como señal (cf. Gn 17,11; Ez 20,20), como anteriormente dije (cf. 16,2), y les dio los otros mandamientos; y por causa de las naciones, para que su nombre no fuera profanado entre ellas (cf. Ez 20,22), da Él a entender que dejó a algunos de ustedes con vida, como se lo pueden demostrar las siguientes palabras suyas, [2] que dijo por boca de Ezequiel: «Yo soy el Señor su Dios. Caminen en mis mandamientos y observen mis preceptos, y no se asocien a las costumbres de Egipto. Santifiquen mis sábados; y ello será un signo entre ustedes y yo, un signo para que sepan que yo soy el Señor su Dios. Pero ustedes me exasperaron y sus hijos no caminaron según mis prescripciones y no las observaron, para cumplirlas; esos preceptos que, al hombre que los cumpliere, le harán vivir; sino que profanaron mis sábados. [3] Y dije que iba a derramar mi ira sobre ellos en el desierto. Pero no lo hice, a fin de que mi nombre no fuese enteramente profanado delante de las naciones, de las que los saqué a vista de ellos. Y levanté mi mano contra ellos en el desierto, para dispersarlos entre las naciones y diseminarlos por las regiones, porque no ejecutaron mis órdenes, rechazaron mis mandamientos, profanaron mis sábados y sus ojos se fueron tras los pensamientos de sus padres. [4] Yo les di mandamientos que no eran buenos y prescripciones por las cuales no podrían de vivir. Y los mancillaré en sus casas, cuando yo pase para exterminar todo lo que abre la matriz» (Ez 20,19-26). 

Las ofrendas fueron mandadas por causa de las injusticias del pueblo y de su idolatría. Testimonios de Amós, Jeremías y David

22. [1] Por los pecados de su pueblo y por sus idolatrías, no porque Él tenga necesidad de semejantes ofrendas, les ordenó igualmente lo referente a las ofrendas (cf. Jr 7,22). Escuchen cómo lo dice por Amós, uno de los doce profetas, clamando: [2] «¡Ay de los que desean ardientemente el día del Señor! ¿Para qué quieren ese día del Señor? Porque él es tinieblas y no luz, como cuando un hombre huye de la vista de un león y le sale al encuentro un oso… Huye a su casa, apoya sus manos en la pared y le muerde una serpiente. ¿Acaso no es tinieblas el día del Señor y no luz, una oscuridad sin claridad? Aborrezco, detesto sus fiestas, no respiraré el olor de sus asambleas solemnes. [3] Por lo tanto, si me traen sus holocaustos y sacrificios, no los aceptaré, y a sus sacrificios de paz no los atenderé. Aparta de mí la muchedumbre de tus cantos e himnos; tus instrumentos de música no los quiero oír. Rodará como agua el juicio y como torrente invadeable la justicia. ¿Acaso me ofrecieron en el desierto víctimas y sacrificios, casa de Israel? -dice el Señor-. Acogieron la tienda de Moloc y la estrella de su dios Raphán, ídolos que ustedes se hicieron. [4] Los deportaré más allá de Damasco, dice el Señor, cuyo nombre es Todopoderoso. ¡Ay de los que se entregan a sus placeres en Sión, y los que ponen su confianza en el monte de Samaría! Los que son renombrados entre los príncipes cosecharon las primicias de las naciones. A ellos acude la casa de Israel. Pasen todos a Galana y vean; y marchen de allí a Amath, la grande, y bajen de allí a Geth, la de los extranjeros, las ciudades más grandes de todos esos reinos, y miren si sus límites son mayores que sus límites. [5] Los que marchan a un día malo, los que se acercan y se adhieren a sábados mentirosos; los que duermen en lechos de marfil y viven apoltronados en sus sillones, los que comen los corderos que han tomado de los rebaños y los novillos elegidos en los establos; los que aplauden al son de los instrumentos, y creen que esto es eterno y no pasajero; los que beben en copas el vino y se ungen con los primeros perfumes, pero no se apenan por las desgracias de José. Por eso hoy marcharán cautivos a la cabeza de los príncipes exilados; será derribada la morada de los malhechores, y desaparecerá de Efraín el relincho de los caballos» (Am 5,18—6,7).
   [6] También dice Jeremías: “Junten sus ofrendas de carne y sus sacrificios, y coman; porque ni sobre sacrificios, ni sobre libaciones, les mandé algo a sus padres, el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto” (Jr 7,21-22).
   [7] Y nuevamente, por boca de David, dice así en el salmo cuarenta y nueve: «El Dios de los dioses, el Señor,  habló y llamó a la tierra desde Oriente a Poniente. Desde Sión, resplandece la gracia de su belleza. Dios vendrá manifiestamente, el Dios nuestro, y no se callará. Fuego se encenderá delante de Él, y en torno suyo se desencadenará una tempestad violenta. Convocará al cielo arriba y abajo a la tierra, para juzgar a su pueblo. Congreguen ante Él a sus fieles, a los que ratifican su alianza con sacrificios. Anunciarán los cielos su justicia, porque Dios es juez. [8] Escucha, pueblo mío, que te voy a habla, Israel, que te quiero atestiguar: Dios, Dios tuyo soy Yo. No te acusaré por tus sacrificios. En todo momento están ante mí tus holocaustos. No aceptaré de tu casa novillos, ni de tus rebaños machos cabríos, porque míos son todos los animales del campo, los ganados de los montes y los bueyes. Yo conozco todas las aves del cielo y la hermosura del campo está conmigo. [9] Si tuviera hambre, no te lo diría a ti, porque mía es la redondez de la tierra y todo lo que la llena. ¿Acaso voy a comerme la carne de los toros y beberme la sangre de los machos cabríos? Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza y cumple al Altísimo tus votos. Invócame en el día de la opresión. Yo te libraré y tú me glorificarás. Al pecador, empero, le dice Dios: “¿Por qué enumeras mis prescripciones y tienes en tu boca mi Alianza? Tú has aborrecido mis correcciones y te echaste mis palabras a la espalda. [10] Si veías a un ladrón, corrías con él; y con el adúltero pusiste tu parte. Tu boca abundó en maldad y tu lengua tramaba embustes. Te sentabas, y murmurabas contra tu hermano, contra el hijo de tu madre ponías tropiezo. Esto hiciste, y yo callé, y tú pensaste que yo sería en la iniquidad igual que tú. Pues te voy a hacer comparecer y voy a pondré ante ti tus pecados”. Entiendan esto, ustedes los que olvidan a Dios, no sea que los arrebate y no haya quien los salve. El sacrificio de alabanza me glorificará, y allí está el camino en el cual les mostraré mi salvación» (Sal 49,1-23).
   [11] Así, pues, ni recibe de ustedes sacrificios (cf. Jr 7,21. 22; Sal 49,8), y si al principio les mandó hacerlos, no era porque Él tuviera necesidad, sino por causa de sus pecados. El mismo templo de Jerusalén, no lo llamó Dios casa y morada suya porque lo necesitara, sino porque, permaneciendo ustedes a Él por lo menos allí, no se dierais a la idolatría. Esto lo testimonia Isaías: “¿Qué es esta casa que me han edificado?, dice el Señor. El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies” (Is 66,1).

El mismo Dios ha prescrito estos mandatos y después los ha anulado por medio de Cristo

23. [1] Si no admitimos esto así, tendremos que caer en pensamientos absurdos; por ejemplo, que no es el mismo Dios quien obraba en tiempos de Enoc y de todos los otros que no tenían la circuncisión carnal, ni observaban los sábados y los demás mandamientos, pues fue Moisés quien mandó que todo eso se practicara; o bien que no ha querido que todo el género humano practicara siempre la justicia. Lo cual, evidentemente, es ridículo e insensato. [2] En cambio, se puede decir que, aun siendo eternamente el mismo, por causa de los hombres pecadores, mandó que se cumplieran esas y otras cosas por el estilo; y podemos afirmar que Él ama los hombres, conoce el futuro, no está necesitado, es justo y bueno. Porque si esto no es así, respóndanme, señores, qué es lo que piensan sobre estas cuestiones que son el objeto de nuestro búsqueda.
   [3] Como nadie respondía palabra:
   -Por eso -proseguí yo-, ¡oh Trifón!, a ti y a todos los que intentan hacerse prosélitos suyos, voy a proclamarles un la palabra divina que recibí de aquel anciano (cf. 3,1): ¿No ven que los elementos jamás descansan ni guardan el sábado? Permanecen tal como nacieron. Porque si antes de Abrahán no había necesidad de la circuncisión, ni antes de Moisés del sábado, de las fiestas ni de las ofrendas, tampoco la hay ahora después de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, nacido según la voluntad de Dios de María, la Virgen del linaje de Abrahán. [4] Porque, en efecto, el mismo Abrahán, estando todavía incircunciso, fue justificado y bendecido por su fe en Dios, como lo significa la Escritura (cf. Rm 4,3; 10-11; Gn 15,6); la circuncisión, empero, la recibió como un signo (cf. Gn 17,11; Rm 4,11), no como justificación, según la misma Escritura y la realidad de las cosas nos obligan a confesar. De suerte que con razón se dijo de aquel pueblo que sería exterminado de su linaje toda alma que no se circuncidara al octavo día (Gn 17,14). [5] Además, el hecho de que las mujeres no puedan recibir la circuncisión de la carne, prueba que esa circuncisión fue dada como un signo (cf. Gn 17,11; Rm 4,11) y no como obra de justificación. Porque todo lo que es justo y virtuoso, Dios quiso que las mujeres tuvieran la misma capacidad que los hombres para observarlo; en cambio, la configuración de la carne fue creada, como lo vemos, diferente en el varón y en la mujer. Por eso sabemos que ninguno de los sexos es de suyo justo ni injusto, sino por piedad y justicia.

Solamente la sangre de la verdadera circuncisión procura la salvación y hace entrar a las naciones en la heredad de Abraham. Testimonios de David, Jeremías e Isaías

24. [1] Pudiera también demostrarles, señores -proseguí diciendo-, que en el octavo día, con preferencia al séptimo, se encerraba un cierto misterio anunciado por Dios en esas realidades; pero para no darles impresión que divago en otros razonamientos, me contento con gritarles que entiendan cómo la sangre de aquella circuncisión se ha eliminado y nosotros hemos creído en otra sangre salvadora. Otra alianza (cf. Jr 31,31; Is 54,3) rige ahora, y otra ley ha salido de Sión (Mi 4,2; Is 2,3; cf. Is 51,4): Jesucristo. [2] Él circuncida a todos los que así lo quieren, como desde antiguo fue anunciado, con cuchillos de piedra (Jos 5,2), a fin de formar una nación justa, un pueblo que guarda la fe, que abraza la verdad, que preserva la paz (cf. Is 26,2-3)). [3] Vengan conmigo, todos los que temen a Dios (Sal 127,1. 4), los que desean ver los bienes de Jerusalén (Sal 127,5). “Vengan, caminemos a la luz del Señor, porque Él desechó a su pueblo, la casa de Jacob” (Is 2,5-6). Vengan las naciones todas, juntémonos en aquella Jerusalén (cf. Jr 3,17), que ya no es combatida por causa de los pecados de los pueblos. Porque me he manifestado a los que no me buscaban; fui hallado por quienes no preguntaban por mí (cf. Is 65,1), clama por Isaías. [4] «Dije: Heme aquí, a naciones que no invocaban mi nombre. Extendí todo el día mis manos a un pueblo infiel y rebelde, a los que andan por camino no bueno, sino tras sus pecados. Un pueblo que me provoca ante mi cara» (Is 65,1-3).

Error de los judíos que pretender ser hijos de Abraham. Testimonio de Isaías

25. [1] Con nosotros querrán también ser herederos, aun cuando sólo sea de una pequeña porción (cf. Is 63,18), aquellos que se justifican a sí mismos (cf. Lc 16,15), y dicen ser hijos de Abraham (cf. Mt 3,9; Lc 3,8; Jn 8,39; Ga 3,7), así como por boca de Isaías clama el Espíritu Santo, hablando como en nombre de ellos: [2] «Vuélvete desde lo alto el cielo, y míranos desde tu casa santa y desde tu gloria. ¿Dónde están tu celo y tu fuerza? ¿Dónde está la muchedumbre de tu misericordia…, y tu paciencia para con que nosotros, Señor? Porque tú eres nuestro Padre, pues Abraham no nos conoció, e Israel no nos reconoció. Pero tú, Señor, Padre nuestro, ¡sálvanos! Desde el principio está tu nombre sobre nosotros. ¿Por qué nos extraviaste, Señor, lejos de tu camino? ¿Por qué endureciste nuestro corazón, para que no te temiera? [3] Vuélvete por amor de tus siervos, por las tribus de tu herencia, a fin de que heredemos una pequeña parte de tu monte santo... Hemos venido a ser como al principio, cuando no nos gobernabas, ni era invocado tu nombre sobre nosotros. Si abrieras el cielo, el terror que viene de Ti se apoderaría de las montañas y se derretirían, como se derrite la cera con el fuego. Un fuego consumiría a tus enemigos y tu nombre sería manifestado a nuestros enemigos: a tu vista se turbarían las naciones. [4] Cuando Tú hagas tus maravillas, los montes temblarán delante de Ti. Nunca hemos oído, ni nuestros ojos han visto otro Dios más que a Ti y tus obras. Con los que se arrepienten, es misericordioso. Saldrá al encuentro, de los que obran justicia y se acordarán de tus caminos. He ahí que tú te irritaste y nosotros pecamos. Por eso nos extraviamos y nos volvimos impuros todos, y toda nuestra justicia es como un paño de mujer impura. Caímos como hojas por nuestras iniquidades, y así nos llevará el viento. [5] No habrá quien invoque tu nombre ni se acuerde de abrazarse a Ti, pues apartaste tu rostro de nosotros y nos entregaste por causa de nuestros pecados... Ahora, Señor, vuélvete hacia nosotros, porque pueblo tuyo somos nosotros todos. La ciudad de tu santuario ha quedado desierta, Sión ha venido a ser como una desolación, Jerusalén ha sido maldecida. El santuario, nuestro templo, y la gloria que nuestros padres bendijeron, ha sido pasto del fuego, y todos los pueblos se reencuentran gloriosos. Y Tú lo has soportado, Señor,  te callaste y nos humillaste sobremanera» (Is63,15—64,12).
   [6] Y Trifón: -¿Qué es lo que dices? ¿Que ninguno de nosotros heredará nada en el monte santo de Dios (cf. Is 63,17. 18)?

La herencia sobre la montaña santa está reservada a quienes, entre los judíos y las naciones, se arrepientan. Testimonio de Isaías

26. [1] Yo (dije): -No es eso -le contesté- lo que digo, sino que los que persiguieron y siguen persiguiendo a Cristo, y no hacen penitencia (cf. Is 64,4), no tendrán parte alguna en la herencia de la montaña santa (cf. Is 63,18). Las naciones (cf. Is 64,8), en cambio, que han creído en Él y se han arrepentido de los pecados que han cometido, heredarán con los patriarcas, los profetas y con todos los justos todos de la descendencia de Jacob (cf. Is 63,15); y aún cuando no observen el sábado ni se circunciden ni guarden las fiestas, absolutamente heredarán la herencia santa de Dios. [2] Porque Dios, por Isaías, dice así: «Yo, el Señor Dios, te llamé en justicia, te tomaré de la mano y te fortaleceré. Yo te hice alianza de un pueblo, luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, librar a los cautivos de sus cadenas y de la cárcel a los que están sentados en las tinieblas» (Is 42,6-7). [3] Y otra vez: «Levanten una bandera para las naciones, pues he aquí que el Señor lo hizo oír hasta los confines de la tierra. Digan a las hijas de Sión: Mira que tu Salvador ha llegado llevando consigo su recompensa y su obra ante su faz; Él te llamará pueblo santo, rescatado por el Señor. Y tú serás llamada ciudad buscada, no ciudad abandonada. ¿Quién es este que viene de Edom? La púrpura de sus vestidos viene de Bosor. Es hermoso en su vestidura, el que avanza con valentía y fortaleza. Yo hablo de justicia y de juicio de salvación. [4] ¿Por qué están rojos tus vestidos, y tus ropas como salidas de lagar pisado? Salpicado voy completamente de uva pisada; el lagar pisé yo solo, y de las naciones, no había nadie conmigo. Los pisé en mi ira y los trituré como tierra, hice correr su sangre sobre la tierra. Porque llegó para ellos el día de la retribución, y el año de redención está aquí. Miré y no había quien me ayudara; presté atención, y nadie me socorrió; fue mi brazo el que me libró y mi furor el que me asistió. Los pisé en mi ira, y derramé su sangre sobre la tierra» (Is 62,10—63,6).

Isaías celebra el sábado mandado por Moisés a causa de los pecados del pueblo. La institución era provisoria

27. [1] Trifón: -¿Por qué hablas escogiendo lo que bien te parece de las palabras proféticas y no mencionas aquellos pasajes en que expresamente se manda guardar el sábado? Efectivamente, por boca de Isaías se dice así: «Si por razón del sábado detuvieres tu pie, para no cumplir tus voluntades en el día santo, y llamares al sábado “tus delicias”, “día santo” de Dios, no marchares hacia un trabajo y no hablares palabra de tu boca, y confiares en el Señor, Él te conducirá a los bienes de la tierra y te apacentará con la herencia de Jacob, padre tuyo. Porque la boca del Señor ha dicho esto» (Is 58,13-14).
   [2] Yo: -No es que haya omitido esas palabras proféticas porque contradigan mi tesis, sino por pensar que ustedes han comprendido y comprenden que, aún cuando por medio de todos los profetas les mande Dios hacer lo mismo que les ordenó por Moisés, siempre les proclama las mismas cosas, a causa de la dureza de su corazón y de la ingratitud de ustedes para con Él, a ver si así al menos se arrepienten, le agradan y no sacrifican sus hijos a los demonios (cf. Sal 105,37), y no se hacen cómplices de los ladrones, amantes de regalos y perseguidores de recompensas, olvidándose de hacer justicia a los huérfanos, y sin preocuparse por la causa de las viudas (cf. Is 1,23), y que no estén sus manos llenas de sangre (cf. Is 1,15). [3] Porque las hijas de Sión andaban con cuello erguido y jugaban con guiños de los ojos y arrastraban sus túnicas (cf. Is 3,16). Todos se desviaron -grita Dios- todos juntos se corrompieron (cf. Sal 13,3; Rm 3,12). No hay nadie que entienda, ni uno solo (Sal 13,3; Rm 3,11). Con sus lenguas engañaban, sepulcro abierto es su garganta, veneno de víboras bajo sus labios (cf. Sal 139,4; Rm 3,13); tribulación y angustia en sus caminos, y el camino de la paz, no lo conocieron (Is 59,7-8; Rm 3,16-17).
   [4] De modo que, así como al principio les dio esos mandamientos a causa de sus maldades, así, por perseverar ustedes en ellas o, más bien, por agravarlas todavía, por eso mismo los invita a su recuerdo y conocimiento. Pero ustedes son un pueblo de corazón duro (cf. Ez 3,7) e insensato (cf. Dt 32,20; Jr 4,22), ciego (cf. Is 42,18) y tullido (cf. Is 35,6), hijos que no tienen fe (cf. Dt 32,20), como Él mismo dice, que le honran sólo con los labios, pero están con el corazón lejos de Él, que enseñan sus propias enseñanzas (Is 29,13; cf. Mt 15,8-9; Mc 7,6-7), y no las suyas. [5] Si no, díganme, ¿es que quiso Dios que los sumos sacerdotes pecaran al ofrecer los sacrificios el sábado? Y lo mismo digo de los que se circuncidan y circuncidan en el día de sábado, al mandar que los recién nacidos sean a todo trance circuncidados el octavo día, aún cuando sea sábado. ¿O es que no podía mandar hacerlo un día antes o un día después del sábado, si sabía que era pecado hacerlo en sábado? En fin, a los que fueron llamados, antes de Abraham y de Moisés, “justos” y le agradaron, sin haberse circuncidado ni observar los sábados, ¿por qué no les enseñó Dios a hacer esas cosas?

Urgencia de la conversión. Sólo la verdadera circuncisión, destinada a todos, permite acceder a  la salvación. Testimonios de Jeremías, Malaquías y David.

28. [1] Trifón: -Ya te escuchamos cuando planteaste esta cuestión y te prestamos atención (cf. 19,3-5); pues, a decir verdad, la merece, y no tengo yo por qué admitir lo que suele la gente: que a Dios así le pareció bien. Porque ésta es siempre una pobre explicación de quienes no saben responder a las cuestiones.
   [2] Yo: -Puesto que parto de las Escrituras y de los hechos para mis demostraciones y exhortaciones -le dije-, ni vacilen ni difieran en creerme, por más que sea incircunciso. Este breve tiempo les queda para adherirse a nosotros; si Cristo se adelanta en su venida, en vano se arrepentirán, en vano llorarán, porque ya no los escuchará. “Limpien para ustedes sus tierras sin cultivar -grita Jeremías al pueblo- y no siembren sobre espinas. Circuncídense para el Señor y háganse circuncidar el prepucio de su corazón” (Jr 4,3-4).
   [3] No siembren, pues, sobre espinas y en tierra no labrada, de donde no recogerán ningún fruto (Jr 4,3; cf. Mt 13,22; Mc 4,18). Reconozcan a Cristo, he ahí una hermosa tierra (cf. Mt 13,8. 23), nuevamente arada, hermosa y feraz en sus corazones. “Porque miren que vienen días -dice el Señor- en que visitaré a todos los que se circuncidan su prepucio, a Egipto, a Judá, a Edom… y a los hijos de Moab... Porque todas las naciones son incircuncisas; pero toda la casa de Israel es incircuncisa de corazón” (Jr 9,25-26). [4] ¿Ven cómo no es esa circuncisión, que fue dada como signo (cf. Gn 17,11), lo que Dios quiere? Porque ni a los egipcios ni a los hijos de Moab y de Edom (cf. Jr 9,26) les sirve para nada. En cambio, aún cuando sea un escita o persa, si tiene conocimiento de Dios y de su Cristo y observa la justicia eterna, está circuncidado con la buena y salvadora circuncisión, es amado de Dios y Dios se complace en sus dones y ofrendas. [5] Les quiero citar, amigos, palabras de Dios mismo, cuando por Malaquías, uno de los doce profetas, habló a su pueblo. Helas aquí: «No está mi voluntad en ustedes -dice el Señor-, y no acepto de sus manos sus sacrificios. Porque de Oriente a Poniente mi nombre es glorificado en las naciones, y en todo lugar se ofrece sacrificio a mi nombre, y es un sacrificio puro. Porque mi nombre es honrado en las naciones, dice el Señor; ustedes, empero, lo profanan» (Ml 1,10-12). Y por boca de David dijo: “Un pueblo que yo no conocía, me sirvió; desde que su oído escuchó, me obedeció” (Sal 17,44-45).

Universalidad de la circuncisión y del bautismo verdaderos. Incomprensión judía de las profecías y de la Ley

29. [1] Glorifiquemos (cf. Ml 1,11) a Dios, las naciones congregadas en uno (cf. Ml 1,11), porque también a nosotros nos ha mirado (cf. Jr 9,25). Glorifiquémosle por medio del rey de la gloria (cf. Sal 23,7. 8. 9. 10), por el Señor de las potestades (Sal 23,10). Porque se volvió hacia las naciones para acogerlas, y con más gusto recibe de nosotros los sacrificios, que no de ustedes (cf. Ml 1,10). ¿A qué hablarme más de circuncisión, cuando tengo el testimonio de Dios? ¿Qué necesidad hay de aquel baño para quien está bautizado por el Espíritu Santo? (cf. Mt 3,11; Mc 1,8; Lc 3,16). [2] Con estos razonamientos, yo creo han de persuadirse aún los que tienen menos entendimiento. Porque no son discursos por mí excogitados, ni adornados por artificio humano, sino que se trata o de salmos que David cantó o de alegres mensajes que Isaías anunció o de lo que Zacarías predicó y Moisés puso por escrito. ¿Los reconoces, Trifón? En sus Escrituras están consignados, o por mejor decir, no en las suyas, sino en las nuestras; porque nosotros les creemos; ustedes, en cambio, por más que las leen, no comprenden el espíritu que está en ellas. [3] No se molesten, pues, ni nos echen en cara la incircuncisión de nuestro cuerpo, que fue Dios mismo quien lo plasmó. No tengan por cosa de espanto el que bebamos en sábado algo caliente, pues también Dios en ese día administra el mundo de modo igual al resto de los días. Además, sus sumos sacerdotes tenían orden de ofrecer los sacrificios en este día como en los otros; y aquellos grandes justos, que nada de esas prescripciones legales guardaron, están por Dios mismo atestiguados.