OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (168)

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Ascensión de Cristo
Siglo XIII (inicio)
Pontifical
Chartres, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO

Capítulo VI: Sobre las bienaventuranzas (conclusión)

   Cristo educador del alma

35.1. En verdad, ¿no nos llama abiertamente a practicar (o: seguir) la vida gnóstica, exhortándonos con obras y palabras a buscar la verdad? Cristo, el educador del alma, no considera rica la dádiva, sino la voluntad (o: la elección).

35.2. Así, Zaqueo, pero que otros llaman Matías (=Mateo), jefe de los recaudadores, al oír que el Señor se había dignado dirigirse a él, dijo: “Mira, doy la mitad de mis bienes como limosna, y si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo” (Lc 19,8; cf. Nm 5,6-7). En favor suyo también dijo el Señor: “El Hijo del hombre al venir hoy ha encontrado lo que estaba perdido” (Lc 19,10).

35.3. De nuevo, viendo que un rico había echado en el gazofilacio una ofrenda proporcionada a su riqueza, pero la viuda [sólo] dos monedas de cobre, [el Señor] dijo que la viuda había echaado más que todos, porque (el rico) había contribuido de lo que le sobraba, pero ella, de lo que necesitaba (cf. Lc 21,1-4; Mc 12,41-44).

Bienaventurados los mansos

36.1. Pero puesto que todo lo dirigió a la educación del alma, dice: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra” (Mt 5,5).

36.2. Ahora bien, mansos son los que han puesto fin en el alma a la implacable batalla contra la ira, la concupiscencia y (las pasiones) subordinadas (o: debajo) a ellas. Pero alaba a los que son mansos por voluntad, no por necesidad.

36.3. Porque junto al Señor hay muchas recompensas y moradas (cf. Jn 14,2), según la analogía de las vidas.

36.4. “Porque quien reciba a un profeta por el nombre de profeta, dice, recibirá recompensa de profeta; y el que reciba a un justo por el nombre de justo, recibirá recompensa de justo; y el que honre a uno de estos pequeños discípulos, no perderá la recompensa” (Mt 10,41-42).

36.5. En otra ocasión (indicó) las distintas recompensas, nobles compensaciones de la virtud, mediante el desigual número de las horas [de trabajo]; pero mediante la paga igual dada a cada uno de los obreros -esto es, la salvación significada por el denario-, ha indicado el derecho equitativo respecto a los que trabajaron diferentes horas (cf. Mt 20.1-16).

Bienaventurados los que lloran

37.1. En verdad, al ser colaboradores de la inefable economía y liturgia, trabajaron según las moradas correspondientes (lit.: análogas) a los premios de que han sido juzgados dignos.

37.2. Dice Platón: “Pero los estimados con mayor dignidad por vivir con pureza, ésos son los que, liberados de las cosas terrenas y huidos como de cárceles, sin embargo alcanzan arriba una morada pura” (Platón, Fedro, 114 B-C).

37.3. Así, claramente dice lo mismo de este modo: “De entre éstos, los que están suficientemente purificados por la filosofía, viven absolutamente sin cuerpos para siempre (lit.: para todo el tiempo)” (Platón, Fedro, 114 C), aunque [Platón] les asigne ciertas figuras (lit.: esquemas), unas de aire y otras de fuego.

37.4. Después añade: “Y llegan a moradas todavía más bellas que éstas, que no son fácilmente descriptibles, ni ahora (hay) tiempo suficiente para ello” (Platón, Fedro, 114 C).

37.5. De ahí con razón, “bienaventurados los que afligidos (o: lloran), porque ellos serán consolados” (Mt 5,5).

37.6. Porque los que se han convertido de haber vivido mal (lit.: de aquello en que hayan vivido mal) estarán presentes a la llamada; esto es ser consolado.

37.7. Pero hay dos modos de arrepentirse (o: convertirse): uno, más común, (es) el temor por lo realizado; el otro, más específico, es la vergüenza, que la conciencia siente sobre sí misma, tanto aquí como en otra parte, porque ningún lugar (está) desierto de los beneficios de Dios.

Bienaventutados los misericordiosos

38.1. También dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Pero la misericordia no es lo que algunos filósofos han pensado: tristeza por las desgracias ajenas, sino que es algo mucho mejor, como dicen los profetas: “Misericordia quiero, dice, y no sacrificio” (Os 6,6; cf. Mt 9,13; 12,7).

38.2. Pero quiere que sean misericordiosos no sólo los que practican misericordia, sino también los que desean practicar la misericordia, aunque no puedan: los que tengan la voluntad de hacerlo.

38.3. Porque a veces queremos hacer misericordia mediante un donativo (o: regalo) de dinero o un servicio personal (lit.: corporal), como socorrer a un necesitado, ayudar a un enfermo o asistir a quien se encuentra en una dificultad; y nosotros estamos impedidos por la pobreza, la enfermedad o la ancianidad -porque también ésta (es) una enfermedad de la naturaleza-, de prestar nuestro ministerio donde nos proponíamos cumplirlo, no pudiendo llevar a término lo que hubiéramos querido.

38.4. Los que han querido participarán del mismo honor que quienes hayan podido, porque su intención era la misma, aunque otros hayan tenido mayores recursos.

Bienaventurados los puros de corazón

39.1. Pero puesto que se encuentran dos caminos que conducen a la perfección de la salvación, obras y gnosis, [el Señor] dijo: “Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

39.2. Si consideramos la verdad de esta realidad, la gnosis es la purificación de la parte hegemónica (o: rectora, directiva) del alma, y es una buena actividad (lit.: energía).

39.3. En efecto, algunas cosas (son) buenas por sí mismas, otras por participación de las buenas, como lo decimos de las bellas acciones; pero sin las cosas intermedias, que tienen función de materia, no se dan acciones ni buenas ni malas; así menciono la vida, la salud y otras cosas necesarias o accidentales.

39.4. Por tanto, [el Señor] los quiere puros en los deseos corporales y santos en los pensamientos que llegan al conocimiento de Dios, para que la facultad hegemónica no tenga nada espurio (o: falso) que interfiera su acción.

Bienaventurados los pacíficos. La impasibilidad

40.1. Así, cuando alguien se ocupa en la contemplación, dialogando puramente con la divinidad, participando gnósticamente de esa cualidad santa, deviene más cercano al estado de impasibilidad (apátehia), de modo que ya no tendrá ciencia y poseerá gnosis, sino que [él mismo] es ciencia y gnosis.

40.2. Por tanto, “bienaventurados los pacíficos” (Mt 5,9). Los que han domesticado y civilizado la ley que milita contra la sabiduría de nuestro espíritu (cf. Rm 7,23): las amenzas de la cólera, las seducciones de la concupiscencia y las otras pasiones que hacen la guerra a la razón, (y) los que han vivido conforme a la ciencia, con obras buenas y con verdadera razón, serán restablecidos en la más amorosa adopción filial.

40.3. Pero la perfecta pacificación parece ser aquella que en toda circunstancia conserva inmutable la disposición pacífica, proclama santa y buena la divina providencia, y está establecida en la ciencia de las cosas divinas y humanas, por las que considera las contadicciones del mundo (como) la más hermosa armonía de la creación.

40.4. Pero también pacifican a los que en este mundo son atacados (o: combatidos) por las estratagemas del pecado, enseñándoles a buscar la fe y la paz.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia

41.1. Pero pienso que la cima de toda virtud (se encuentra) cuando el Señor nos enseña que por el amor a Dios debemos despreciar la muerte de una manera más gnóstica.

41.2. “Bienaventurados, dice, los perseguidos por causa de la justicia, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,10 y 9), o como dicen algunos que cambian los Evangelios: “Bienaventurados los perseguidos por encima de la justicia [humana], porque ellos serán perfectos. Y bienaventurados los perseguidos por mi causa, porque tendrán un lugar donde no serán perseguidos”.

41.3. “Y bienaventurados serán cuando los odien los hombres, cuando los expulsen, cuando proscriban el nombre de ustedes como infame por causa del Hijo del hombre” (Lc 6,22).

41.4. Con tal de que no injuriemos evidentemente a los perseguidores, y soportemos sus castigos, sin odiarlos, pensando que la prueba nos ha sobrevenido más tarde de lo que esperábamos; al contrario, sabiendo que toda prueba es ocasión de martirio.