OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (158)

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Transfiguración de Cristo
Fines del siglo XIV
Misal
Avignon, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO III

Capítulo XII: Sobre el matrimonio contra Taciano

   Obligaciones del matrimonio y del celibato

79.1. La unión conyugal (o: sexual), “cuando de común acuerdo se dedica por algún tiempo se consagra a la oración” (1 Co 7,5), es lección de continencia. Por eso se añade: “De común acuerdo”, para que nadie disuelva el matrimonio; y “por algún tiempo”, no sea que el casado, al practicar la continencia por necesidad, se deslice en el pecado, absteniéndose de la propia unión sexual (o: conyugal), pero seducido por el deseo de lo ajeno.

79.2. Por la misma razón decía también que si alguien juzga indecente la educación de una doncella (o: mantener en casa a una hija virgen), haría muy bien en dar su hija en matrimonio (cf. 1 Co 7,36).

79.3. La resolución de cada uno, sea que se haya hecho eunuco o se una en matrimonio para procrear, debe mantenerse firme para evitar caer en lo peor.

79.4. Porque si uno es capaz de elevar (el nivel moral) de su vida, conseguirá para sí un mayor mérito delante de Dios, por haber ejercitado la continencia (o: haberse abstenido) pura y racionalmente; pero si sobrepasa la norma buscada para mayor gloria, decaería (respecto) a la esperanza.

79.5. Porque como el que se hace eunuco, también el matrimonio comporta sus propios deberes y obligaciones (lit.: liturgias y diaconías) respecto al Señor; me refiero al cuidado de la esposa y de los hijos. Puesto que el vínculo matrimonial, según me parece, deviene ocasión de honor para quien viva el matrimonio perfectamente, cargando con todas las obligaciones de la casa común.

79.6. Así, por ejemplo, dice [el Apóstol] que se debe constituir obispos, para presidir a toda la Iglesia, a los que han cuidado (bien) su propia casa (cf. 1 Tm 3,4-5).

79.7. Por tanto, “cada uno en la condición en la que fue llamado” (1 Co 7,24) cumpla su servicio, “para ser libre en Cristo” (1 Co 7,22) y pueda recibir el salario conforme a su servicio.

La institución del matrimonio no es obra del diablo

80.1. En otra ocasión discurriendo sobre la Ley, haciendo uso de la alegoría dice: “La mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive” (Rm 7,2), y lo que sigue. Y también: “La mujer está ligada a su marido mientras él viva; pero si se muere éste, queda libre para casarse, pero sólo en el Señor. No obstante, será más feliz si permanece así, según mi parecer” (1 Co 7,39-40).

80.2. En la primera perícopa citada dice: “Ustedes han muerto a la Ley”, no al matrimonio, para que llegasen a ser de otro que resucitó de los muertos” (Rm 7,4); a una esposa e Iglesia, que debe ser pura tanto de pensamientos internos contra la verdad, como de las tentaciones externas; es decir, de los que siguen (o: buscan) a las herejías, y la persuaden (para traicionar) con la fornicación al Único Esposo, al Dios todopoderoso, “para que como la serpiente engañó a Eva” (2 Co 11,3), que quiere decir “vida” (Gn 3,20), también nosotros, (engañados) por la ávida astucia de las herejías, transgredamos los mandamientos.

80.3. El segundo pasaje instituye la monogamia. Porque no hay que suponer, como algunos explicaron, que el vínculo de la mujer con el hombre signifique la unión de la carne con la corrupción; por el contrario, se opone a la interpretación de los hombres impíos, que atribuyen directamente al diablo la institución del matrimonio, porque se corre el peligro de denigrar al legislador.

Lo que dice Taciano

81.1. Me parece a mí que fue Taciano el sirio quien se atrevió a formular semejante doctrina (lit.: a dogmatizar tales cosas). Ciertamente en (el libro) “Sobre la perfección según el Salvador” escribió textualmente: “El consentimiento (lit.: la sinfonía) permite la oración, pero la comunidad con la corrupción anula la eficacia mediadora (o: ¿la oración? Cf. 1 Tm 4,5). En todo caso [Pablo] pone límites mucho más severos en la concesión que hace.

81.2. Porque al admitir que podían volver a unirse, sobre todo por causa de Satanás y de la intemperancia, declaró que quien se deje persuadir servirá a dos señores (cf. Mt 6,24): mediante el consentimiento (lit.: sinfonía), a Dios; mediante el disentimiento, a la intemperancia, a la fornicación y al diablo” (Taciano, Fragmentos, 5).

81.3. Esto dice explicando al Apóstol; pero falsifica la verdad construyendo la mentira (o. lo falso) con la verdad.

81.4. Intemperancia y fornicación son pasiones diabólicas, también nosotros lo admitimos; pero en el matrimonio temperante el consentimiento es mediador, porque unas veces conduce en la continencia a la oración, otras veces une a los esposos para la procreación con dignidad.

81.5. Tanto es así que el momento de la procreación es llamado gnosis por la Escritura, allí donde dice: «Adán conoció a su esposa Eva; y ella concibió, dio a luz un hijo y le puso por nombre Set; “porque Dios me ha dado otro descendiente en lugar de Abel”» (Gn 4,25).

81.6. ¿Ves contra quienes blasfeman los que detestan la procreación honesta y atribuyen la generación al diablo? Porque no se ha dirigido simplemente a una divinidad el que ha puesto delante el artículo para designar al Todopoderoso.

El bautismo

82.1. El agregado del Apóstol: “Y vuelvan a unirse por causa de Satanás” (cf. 1 Co 7,5), tomando la delantera, tiende a impedir el peligro de descarriarse en el deseo de otras personas. Porque el acuerdo temporal no elimina completamente los deseos de la naturaleza, reprimiéndolos severamente; por eso reanuda la convivencia (o: unión) del matrimonio; no por intemperancia, fornicación o por obra del diablo, sino propiamente para no caer bajo la intemperancia, la fornicación y el diablo.

82.2. Taciano también distingue entre el hombre viejo y el hombre nuevo (cf. Rm 7,2), pero no lo entiende como nosotros. Estamos de acuerdo con él cuando decimos que el hombre viejo (representa a) la Ley, y el nuevo al Evangelio, pero no según él quiere, aboliendo la Ley como (si fuera) de otro Dios.

82.3. El mismo Hombre y Señor que vuelve nuevo lo antiguo (cf. Is 43,19; 2 Co 5,17) no permite la poligamia -que las circunstancias exigían cuando era necesario que la humanidad creciese y se multiplicara (cf. Gn 1,28)-, sino que instituye (o: introduce) la monogamia para la procreación y el cuidado de la casa; para esto la mujer fue dada [al varón] como “ayuda” (Gn 2,18).

82.4. Y si por indulgencia el Apóstol “concede” (1 Co 7,6) a alguien las segundas nupcias (cf. 1 Co 7,39), a causa de la intemperancia y el ardor, éste no peca según el (Antiguo) Testamento -porque eso no está prohibido por la Ley-, pero no cumple tampoco con aquella más completa perfección el comportamiento conforme al Evangelio.

82.5. Pero se gana gloria celestial si permanece célibe (lit.: solo consigo), y si conserva incontaminada cualquier unión que ha sido disuelta por la muerte, y si obedece de buen grado al divino designio que lo ha querido dedicado al servicio del Señor “sin distracción” (1 Co 7,35).

82.6. Además, la divina Providencia por medio del Señor tampoco ordena que después del coito matrimonial tenga uno que hacer ahora las abluciones igual que antes (cf. Lv 15,18). Porque no se trata de obligaciones con las que el Señor aparta de la procreación a los creyentes, puesto que los ha lavado totalmente, mediante el único bautismo (cf. Mt 3,15), para (todas) las uniones; y reúne los muchos (baños) de Moisés en un solo bautismo.

La Ley es espiritual

83.1. Desde antiguo la ley profetizaba nuestra regeneración mediante la generación carnal, prescribiendo la ablución tras la emisión del esperma para la generación, no porque aborreciera la generación humana. Porque lo que manifiesta un hombre, (una vez) engendrado, es la potencialidad que reside en el esperma.

83.2. No las muchas relaciones matrimoniales fecundan, sino que la recepción por parte de la matriz manifiesta la concepción; en el taller natural el semen modela el embrión.

83.3. ¿Pero cómo el antiguo matrimonio (es) único e inventado por la ley, distinto del matrimonio conforme al Señor, conservando nosotros el mismo Dios?

83.4. “Porque lo que Dios ha, unido que no lo separe el hombre jamás” (Mt 19,6) está bien dicho; y mucho más lo que el Padre ha mandado lo observará también el Hijo. Si el Legislador y Evangelista son el mismo, entonces no lucha contra sí mismo.

83.5. Porque la Ley vive porque es espiritual (cf. Rm 7,14), entendiéndose gnósticamente. Pero nosotros “estamos muertos a la Ley por el cuerpo de Cristo, para llegar a ser de otro, del que resucitó de los muertos, el que fue profetizado por la Ley, “para que fructifiquemos para Dios” (Rm 7,4).

“Lo que nace del Espíritu es espíritu”

84.1. Por tanto, “la Ley es santa, y el precepto es santo, justo y bueno” (Rm 7,12). Ahora bien, que estemos muertos respecto a la Ley equivale a decir al pecado, puesto de manifiesto por la Ley, que lo revela, no lo crea (o: engendra; cf. Rm 7,7); y mediante la prescripción de lo que se debe hacer y la prohibición de lo que no se debe hacer, la Ley desenmascara el pecado subyacente, “para que se revele pecado” (Rm 7,13).

84.2. Si el matrimonio conforme a la Ley es pecado, no sé cómo alguien dirá que conoce a Dios, diciendo que el mandamiento de Dios es pecado. Pero si la Ley es santa (cf. Rm 7,12), también el matrimonio es santo. Por ello el Apóstol refiere este misterio a Cristo y a la Iglesia (cf. Ef 5,32).

84.3. De la misma manera que lo que nace de la carne es carne, y lo que (nace) del Espíritu es espíritu (cf. Jn 6,3), no sólo en el parto, sino también en la adquisición del saber. Así también “los hijos son santos” (1 Co 7,14) y también las satisfacciones, puesto que las palabras del Señor han desposado el alma con Dios.

84.4. Además, prostitución y matrimonio son distintos, al igual que el diablo dista mucho de Dios. “Y ustedes están muertos a la Ley por el cuerpo de Cristo, para que lleguen a ser de otro, que ha resucitado de los muertos” (Rm 7,4), porque se debe comprender a la vez que nos hemos hecho obedientes inmediatamente, aunque conforme a la verdad de la Ley obedecemos al mismo Señor, que nos exhorta desde antiguo.