OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (157)

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Tentación de Cristo
1461
Lyon, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO III

Capítulo XI: Enseñanzas de la Ley y el Evangelio

   No desearás

71.1. Después de estas pruebas, presentemos aquellos textos de la Escritura que se oponen a esos sofistas herejes, indicando la regla de la continencia que se alcanza de forma racional (o: que debe graduarse según el Verbo).

71.2. Pero el que entienda a cada una de las herejías en particular opondrá la Escritura, usándola a su tiempo para refutar a los que dogmatizan contra los mandamientos.

71.3. Desde antiguo la Ley (prescribe), como hemos dicho (cf. III,9,1), “no desearás la mujer de tu prójimo” (Ex 20,17), proclamando antes que la palabra (o: la voz) del Señor, cercana, según la Nueva Alianza, a lo que dice en propia persona: «Oyeron que la ley dice: “No cometerás adulterio”. Pero yo les digo: “No desearás”» (Mt 5,27-28).

71.4. Porque la Ley ha querido que los hombres tuvieran con sus esposas relaciones moderadas en los deseos (o: sobrias) sólo para la procreación, lo que se demuestra por (el hecho de que) prohíbe al soltero unirse inmediatamente con la prisionera; pero, una vez que la desea, le permitirá treinta días de duelo, con el cabello rapado; si aún así la concupiscencia no se debilita, entonces engendrará hijos con ella (cf. Dt 21,10-13); dado que según el tiempo previsto (o: fijado) el deseo que domina (lit.: señorea) ha devenido (lit.: hacia) un deseo racional.

La abstención de las relaciones conyugales

72.1. Así, no podrás demostrar que alguno de los Ancianos (= los justos del AT)  se haya acercado a una mujer encinta, según la Escritura; sino que encontrarás que sólo después de la gestación y del amamantamiento del recién nacido las mujeres vuelven a ser conocidas (= tener relaciones conyugales) por los hombres.

72.2. Encontrarás también esta limitación observada por el padre de Moisés, que, interponiendo un trienio, después de la gestación de Aarón engendró a Moisés (cf. Ex 7,7).

72.3. Y la tribu de Leví, que observaba esa norma natural dada por Dios, entró en la tierra prometida con un número inferior que las otras (cf. Nm 3,39).

72.4. Porque una estirpe no crece fácilmente en gran cantidad, si procrean los hombres que se comprometen con un matrimonio legítimo, esperando no sólo durante el embarazo, sino también durante la lactancia.

De quienes deben apartarse los cristianos

73.1. De donde con razón Moisés, para hacer progresar un poco a los judíos en la continencia, ordenó que se abstuvieran “durante tres días” (Ex 19,15) consecutivos de los placeres del amor, para escuchar las palabras divinas.

73.2. «Puesto que nosotros somos templos de Dios, como dijo el profeta: “Habitaré y caminaré entre ellos y seré su Dios y ellos serán mi pueblo”» (2 Co 6,16), si vivimos según los mandamientos, tanto cada uno de nosotros individualmente, como la Iglesia toda.

73.3. “Por eso salgan de en medio de ellos y apártense, dice el Señor; y no toquen cosa impura; y yo los acogeré y seré su padre, y ustedes serán mis hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Co 6,17-18).

73.4. Él ordena proféticamente que nos separemos no de las personas casadas, como (ellos) dicen, sino de los paganos que todavía viven en la prostitución, y de las mencionadas herejías, como impuras e impías que son.

Lo que enseña el apóstol Pablo

74.1. Por lo que también Pablo, dirigiendo su discurso a tales gentes, dice: “Teniendo estas promesas, amados, purifiquemos los corazones de toda mancha de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co 7,1). “Porque estoy celoso por ustedes, con el celo de Dios, puesto que los he desposado con un solo hombre, para presentarlos como una virgen pura a Cristo” (2 Co 11,2).

74.2. La Iglesia no se casa con otro, ya tiene esposo, pero cada uno de nosotros tienen la libertad de casarse con la que quiera, conforme a la Ley, me refiero al primer matrimonio.

74.3. “Pero temo que de algún modo, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también los pensamientos de ustedes sean seducidos de la sencillez que conduce a Cristo” (2 Co 11,3); el Apóstol lo dice con mucha circunspección y didácticamente.

Directivas de los apóstoles Pedro y Pablo

75.1. Y también el admirable Pedro dice: “Amados, les ruego que como extranjeros y peregrinos se abstengan de los deseos carnales, los cuales combaten contra el alma; tengan entre los paganos una conducta buena” (1 P 2,11-12).

75.2. “Porque así es la voluntad de Dios, que, haciendo el bien, hagamos enmudecer la obra de los hombres insensatos, como libres y no como quienes tienen la libertad como cobertura de la maldad, sino como siervos de Dios” (1 P 2,15-16).

75.3. De manera semejante escribe Pablo en la “Carta a los Romanos”: “Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Rm 6,2). “Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que igualmente fuera destruido el cuerpo de pecado” (Rm 6,6), hasta: “No den sus miembros como armas de iniquidad para el pecado” (Rm 6,13).

El mismo Dios es el que habla en el Antiguo y en el Nuevo Testamento

76.1. Y llegados aquí no (se puede) omitir sin señalarlo, me parece a mí, que el Apóstol proclama un mismo Dios (operante) mediante la Ley, los profetas y el evangelio. Porque el “no desearás” (Mt 5,28) escrito en el evangelio, lo atribuye a la Ley en la “Carta a los Romanos”, puesto que sabe que el que habló por la Ley y los profetas, y el Padre del que anunciaba la buena noticia son el mismo.

76.2. Por eso dice: «¿Qué diremos? ¿Que la Ley es pecado? De ningún modo. Pero no conocí el pecado sino por la Ley, porque yo no conocería la concupiscencia si la Ley no dijera: “No desearás”» (Rm 7,7).

76.3. Y si los adversarios heterodoxos (= “antitactas”) sostienen que Pablo dijo por desprecio al Creador lo siguiente: “Porque sé que no habita en mí, es decir, en mi carne, lo bueno” (Rm 7,18); examinen no obstante lo dicho antes y lo subsiguiente.

76.4. Porque había dicho: “El pecado que habita en mí” (Rm 7,17), por lo cual era lógico que dijera: “En mi carne no habita lo bueno” (Rm 7,18).

El cuerpo: templo y sepulcro

77.1. Pero por consiguiente añade: “Si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que habita en mí” (Rm 7,20), que “luchando contra la ley de Dios, dice, y de mi mente, me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros. ¡Miserable hombre (soy)! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rm 7,23-24).

77.2. Y de nuevo -porque no se cansa de hacer el bien de cualquier forma que sea- no duda en añadir: “La ley del espíritu me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8,2), porque, mediante el Hijo, “Dios condenó al pecado en la carne, para que las prescripciones de la ley se cumpliesen en nosotros, los que no andamos según la carne, sino según el espíritu” (Rm 8,3-4).

77.3. Y para aclarar todavía más lo que había dicho antes, exclama: “El cuerpo está muerto a causa del pecado” (Rm 8,10), haciendo ver que el cuerpo no es templo, sino sepulcro del alma (cf. 1 Co 3,16; 6,19; Platón, Cratilo, 400 B-C). Porque cuando es santificado por Dios “el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, y también El vivificará sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu que inhabita en ustedes” (Rm 8,11).

El verdadero y único Padre

78.1. De nuevo [Pablo], reprendiendo a los libertinos (o: voluptuosos) añades aquellas (palabras): “Porque la manera de pensar de la carne es muerte” (Rm 8,6); “quienes viven según la carne ponen su mente en las cosas de la carne” (Rm 8,5), “y la mentalidad de la carne es enemistad contra Dios, porque no se somete a la ley de Dios. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Rm 8,7. 8), no como algunos enseñan, sino como antes dijimos.

78.2. Por eso, para distinguirla de aquellos dice a la Iglesia: “Pero ustedes no están en la carne, sino en el espíritu, si es que de verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes. Pero si alguno no tiene el espíritu de Cristo, entonces no es de él. Pero si Cristo está en ustedes, ciertamente el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el espíritu es vida a causa de la justicia” (Rm 8,9-10).

78.3. Así, entonces, hermanos no somos deudores de la carne, para vivir según la carne. Porque si viven según la carne, morirán; pero si por el espíritu hacen morir las obras del cuerpo, vivirán. Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rm 8,12-14).

78.4. Y contra la nobleza de origen y la libertad despreciables introducidas por los heterodoxos que se jactan de su libertinaje prosigue diciendo: «Porque no recibieron el espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino que recibieron el espíritu de adopción, por el que clamamos: “¡Abba Padre!”» (Rm 8,15).

78.5. Es decir, que lo recibimos para conocer al que adoramos (u: oramos o invocamos), al verdadero Padre, al único Padre del universo (o: de los seres), que nos educa para la salvación, y que como padre amenaza con el temor.