OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (156)

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La construcción de la torre de Babel
Hacia 1260-1270
Dijon, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO III

Capítulo IX: Contra quienes quieren imponer la obligatoriedad de la continencia

   El Señor no miente

63.1. Pero los que se oponen a la creación de Dios por una eufemística continencia aducen lo dicho a Salomé, mencionado anteriormente (cf. III,45,1-3); se encuentra, me parece, en el “Evangelio según los Egipcios”.

63.2. Se dice que el mismo Salvador dijo: “He venido a destruir las obras de la mujer” (Evangelio según los Egipcios, Fragmentos, 2), donde “de la mujer” (sería) la concupiscencia, “las obras”: la generación y la corrupción. ¿Qué nos pueden decir? ¿Que esta economía ha sido disuelta? No lo podrán decir, porque el mundo permanece por esa misma economía.

63.3. Pero el Señor no mintió; porque en realidad Él destruye las obras de la concupiscencia: avaricia, ambición, vanagloria, locura por las mujeres, pederastía, glotonería, libertinaje y cosas semejantes; pero la generación de todo eso es la ruina del alma, si nos convertimos en “cadáveres por los delitos” (Ef 2,5). Y esa “mujer” (significaba) intemperancia.

63.4. Pero la generación y la corrupción que hay primigeniamente en la creación es necesario (que existan) hasta la completa distinción y realización definitiva (o: reintegración; reinstauración) de la elección, por ellas también las sustancias confusamente mezcladas en el mundo se ubicarán en su originario lugar.

El orden del mundo

64.1. De donde con razón indicando el Logos el fin del mundo, Salomé dice: “¿Hasta cuándo van a morir los hombres?” (Evangelio según los Egipcios, Fragmentos, 3). Y la Escritura habla “hombre” en dos sentidos: el (hombre) visible y (su) alma; y en otro sentido, el que se salva y el que no (se salva). Y el pecado es llamado muerte del alma. Por eso, el Señor señala con exactitud: “Mientras las mujeres den a luz” (Evangelio según los Egipcios, Fragmentos, 3), es decir, mientras obren las concupiscencias.

64.2. “Por esto, así como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado, y la muerte reinó desde Adán hasta Moisés” (Rm 5,12. 14), dice el Apóstol. Por necesidad natural de la economía divina al nacimiento sigue la muerte, a la unión del alma y el cuerpo acompaña su disolución.

64.3. Pero si la generación existe por causa de la instrucción y del conocimiento, la disolución (está) para la reintegración. Y como la mujer es considerada causa de muerte porque da a luz, así también por la misma razón será llamada guía de la vida.

El verdadero amor a Dios

65.1. Ante todo la iniciadora (o: causa primera) de la trasgresión fue llamada “vida” (cf. Gn 3,20), por ser la causa de la sucesión de los que serían engendrados y que pecarían; ella es la madre tanto de los justos como de los injustos, y a cada uno de nosotros le corresponde justificarse a sí mismo o, por el contrario, constituirse desobediente.

65.2. De donde en cuanto a mí, no creo que el Apóstol aborreciera la vida en la carne cuando decía: “Pero con entera libertad, como siempre, también ahora Cristo será glorificado en mi cuerpo, ya sea mediante la vida, ya sea mediante la muerte. Porque para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia. Pero si vivir en la carne es para mí trabajo fructuoso, todavía no sé qué elegir. Por ambas panes me siento apremiado, deseando partir y estar con Cristo, porque es mucho mejor; pero permanecer en la carne es más necesario por causa de ustedes” (Flp 1,20-24)

65.3. Porque demostró a las claras con esas (palabras), pienso yo, que el amor a Dios es la culminación del éxodo del cuerpo, pero (acepta) con paciencia agradecida la presencia en la carne por los necesitados de salvación.

El matrimonio coopera en la creación

66.1. Pero, ¿por qué no añaden también lo que sigue a las palabras dichas a Salomé, ésos que (hacen) todo menos seguir la verdadera regla evangélica? (cf. Ga 6,16).

66.2. Porque ella dice: “Por tanto, hice bien en no dar a luz” (Evangelio según los Egipcios, Fragmentos, 4), como (estimando) inconveniente aceptar la procreación (o: generación), y el Señor le responde diciendo: “Puedes comer toda clase de hierba, pero la que es amarga no la comas” (Evangelio según los Egipcios, Fragmentos, 4).

66.3. Significando que dependen de nosotros, no de la necesidad, según la prohibición de un mandamiento, tanto la continencia como el matrimonio, y explicando claramente que el matrimonio coopera en la creación.

La libertad humana

67.1. Por tanto, no es pecado el matrimonio hecho según la razón (o: el Lógos), si no piensa que (es) amarga (o: desagradable) la crianza de los niños -por el contrario, para muchos lo más doloroso es la carencia de hijos-, pero por otra parte, la prole puede parecer a alguno amarga por apartar de las cosas divinas, por las indispensables ocupaciones; pero si uno no soporta fácilmente la vida solitaria, aspire (lit.: desee) al matrimonio, porque lo que agrada, (tomado) con moderación, es inocuo, y cada uno de nosotros es dueño (lit.: señor) en la elección de procrear hijos.

67.2. Pero yo veo que, de cualquier manera, el matrimonio es un pretexto; unos se abstienen del matrimonio, pero no según la santa gnosis, y se deslizan en la misantropía y pierden el amor; otros, sometidos y llevando una vida de placer, con la licencia de la ley, como dice el profeta, “se han hecho semejantes a las bestias” (Sal 48 [49],13 y 21).

Capítulo X: Contras los marcionitas

   El matrimonio y la procreación no son despreciables

68.1. ¿Y quiénes son los dos o tres que están reunidos en el nombre de Cristo y en medio de los cuales se encuentra el Señor (cf. Mt 18,20)? ¿No alude con esos “tres” al marido, a la mujer y al hijo, puesto que la mujer se une al marido (por querer) de Dios (cf. Gn 2,22)?

68.2. Pero si uno desea estar disponible (lit.: ágil, presto), aceptando no engendrar hijos por las dificultades de engendrar hijos, “permanezca célibe como yo” (1 Co 7,8), dice el Apóstol.

68.3. Pero dicen (= los marcionitas) que el Señor quiere explicar que el demiurgo, el Dios autor de la generación, está con la mayoría, pero con el uno (= el hombre no casado, el solitario), el elegido, (está) el Salvador, evidentemente Hijo por naturaleza del otro Dios, (del Dios) bueno.

68.4. Pero no es así, sino que Dios por medio del Hijo está con los esposos honestos y que han engendrado hijos, pero también el mismo Dios (es) el que está con el que ha elegido la continencia perfecta según criterios racionales (o: según el Verbo).

68.5. Pero también podrían ser “los tres” el irascible, el concupiscible y el inteligible (o: racional); o también, la carne, el alma y el espíritu, según otra explicación (cf. 1 Ts 5,23).

La auténtica vida gnóstica

69.1. Pero quizás la mencionada triada también aluda (primero) a la vocación, segundo, a la elección y, tercero, al linaje reservado para el máximo honor (cf. Mt 22,14); con éstos se encuentra el poder de Dios que lo ve todo, indivisiblemente dividido.

69.2. Ahora bien, quien debidamente usa según la naturaleza las energías del alma desea lo que le conviene y odia lo que le perjudica, como prescriben los mandamientos: “Bendecirás, dice, al que bendice y maldecirás al que maldice” (Gn 12,3; 27,29).

69.3. Y una vez superados también el irascible y la concupiscencia, amará efectivamente la creación en nombre por el Dios creador del universo; vivirá gnósticamente, conservando puro el hábito de la continencia a semejanza del Salvador, y unificará gnosis, fe y caridad.

69.4. Siendo él uno en su juicio, será verdaderamente espiritual, totalmente y en todo no admitiendo los pensamientos de la ira y de la concupiscencia: hombre perfecto, consumado, “a imagen” (Gn 1,26) del Señor, por obra del Artífice mismo; digno ya de ser llamado hermano por el Señor (cf. Hb 2,11), amigo suyo e hijo. Por esto, “los dos o tres” (Mt 18,20) se congregan en el mismo: el hombre gnóstico.

El nuevo pueblo

70.1. De otra parte, la concordia de muchos puesta en el número tres, con los que está el Señor, (significaría) la única Iglesia, el único hombre y la única estirpe.

70.2. O también, al Señor cuando daba la ley y estaba con el único [pueblo] judío, y enviaba a Jeremías no sólo a profetizar en Babilonia (cf. Jr 50—51?), sino también para llamar a los paganos por medio de la profecía, reuniendo a los dos pueblos (cf. Ef 2,15). Pero de los dos crearía al tercero hacia un hombre nuevo, en medio del cual camina (cf. 2 Co 6,16) y que habita en la misma Iglesia.

70.3. La Ley juntamente con los profetas y el Evangelio en el nombre de Cristo se unen para una única gnosis.

70.4. Por tanto, quienes no se casan por odio o por la concupiscencia abusan de la carne con indiferencia no están ciertamente en el número de los salvados, con los que está el Señor (cf. Mt 18,20).