OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (154)

Cain.jpg
Caín y Abel llevando sus ofrendas.
Abel mata a Caín
1461
Lyon, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO III

Capítulo VI: Contra los encratitas

   Es necesario refutar los argumentos de los gnósticos

45.1. Pero con el eufemismo de la continencia, otros cometen impiedad contra la creación y el santo Creador, el único Dios omnipotente, y enseñan que no se debe admitir el matrimonio y la procreación, ni traer al mundo a otros (seres) desgraciados, ni suministrar alimento a la muerte. A éstos principalmente hay que decirles lo de Juan:

45.2. “Y ahora han surgido muchos anticristos; por lo cual conocemos que ésta es la última hora. De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros, porque si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros” (1 Jn 2,18-19).

45.3. Además hay que refutarles, retorciendo (los argumentos) de sus adictos, de esta manera: cuando Salomé pregunta al Señor: “¿Durante cuánto tiempo tendrá poder la muerte?” (Evangelio egipcio, Fragmentos, 1). Sin entender la vida como un mal y la creación como algo perverso, le respondió: “Mientras ustedes, las mujeres, sigan engendrando” (Evangelio egipcio, Fragmentos, 1; cf. Oráculos Sibilinos, 2,162 s.); con ello quería enseñar la causalidad de la naturaleza (lit.: la consecuencia física): porque a la generación sigue siempre la corrupción nacimiento sigue una muerte.

La pureza interior

46.1. La Ley ha sido ordenada para hacernos salir del libertinaje y de todo desorden; y este es su objetivo: conducirnos de la injusticia a la justicia, haciéndonos elegir con sensatez el matrimonio, la procreación de los hijos y una conducta honesta.

46.2. Porque el Señor “no viene a abolir la Ley, sino a completarla” (Mt 5,17); pero a completarla no como insuficiente, sino para llevar cumplimiento las profecías de la Ley con su venida; ya que las normas de una vida de recta conducta eran predicadas mediante el Verbo incluso a los que vivieron como justos antes de la Ley (cf. Rm 2,14-15).

46.3. No obstante, la mayoría no sabía qué era la continencia, viviendo para el cuerpo, no para el espíritu (cf. Ga 5,25). Pero el cuerpo sin espíritu es “polvo y ceniza” (Gn 18,27). Y desde luego el Señor juzga el adulterio conforme a la intención (cf. Mt 5,28).

46.4. Pero ¿qué? ¿No es necesario quizás usar del matrimonio con templanza y no tratar de separar “lo que Dios ha unido” (Mt 19,6; Mc 10,9)? En efecto, eso es lo que enseñan los disociadores del matrimonio, por lo que también el nombre [de cristiano] es difamado (cf. Is 52,5; Rm 2,24).

46.5. Diciendo que la unión carnal es una impureza (cf. Lv 15,18), cuando en realidad han recibido la vida por una unión ¿cómo no van a estar impuros? Pero también el esperma de los que han sido santificados (es) santo, me parece a mí.

Lo que nos enseña el Señor

47.1. Es necesario, por tanto, que sean santificados en nosotros no sólo en el espíritu, sino también las costumbres, la vida y el cuerpo. De otro modo, ¿con qué sentido dice el apóstol Pablo que la esposa es santificada por el marido o el marido por la esposa? (cf. 1 Co 7,14).

47.2. Y ¿qué significa lo que el Señor respondió a los que le preguntaban sobre el divorcio, si era lícito repudiar a la mujer, puesto que Moisés lo había permitido? «Por la dureza de su corazón, dice, Moisés escribió esto. ¿Pero ustedes no han oído lo que Dios dijo al primer hombre: “Serán los dos una sola carne?”. Por tanto aquél que repudia a la mujer, sin culpa de fornicación, la expone al adulterio» (Mt 19,4-9: con variaciones en el orden de los versículos).

47.3. Pero, “después de la resurrección, dice, ni se casan ni se dan en casamiento” (Mt 22,30; Mc 12,25; Lc 20,35). Y sobre el vientre y los alimentos se ha dicho: “Los alimentos son para el vientre y el vientre para los alimentos, pero Dios también destruirá a este y a aquellos” (1 Co 6,13). De esta manera fustiga a quienes creen poder vivir como padrillos o machos cabríos (cf. Lv 16,10), para que no se abandonen sin freno a comer y a la lujuria.

La continencia es una virtud

48.1. Ahora bien, si aceptan la resurrección, como dicen ellos mismos, y por eso rechazan el matrimonio, ¡que no coman ni beban! Porque el Apóstol ha dicho que en la resurrección el vientre y los alimentos serán destruidos (cf. 1 Co 6,13).

48.2. ¿Cómo, entonces, experimentan el hambre, la sed, (las necesidades) de la carne y lo demás que no sufrirá el que por Cristo reciba la perfecta esperada resurrección? Pero también los idólatras se abstienen al mismo tiempo de los manjares y de los placeres del amor.

48.3. “El reino de Dios no consiste en comida ni en bebida” (Rm 14,17) dice [el Apóstol]. Ciertamente, está también en la solicitud de los Magos, que adoran ángeles y demonios (cf. Col 2,23), abstenerse del vino e igualmente (de la carne) de vivientes y de los placeres del amor. Pero como la humildad es mansedumbre, no miseria del cuerpo, así también la continencia es virtud del alma, que no se da a conocer, sino que (permanece) oculta.

El Señor “no era un hombre común”

49.1. Hay algunos que dicen sin rodeos que el matrimonio es fornicación, y opinan que ha sido establecido y enseñado por el diablo. Pero los arrogantes de ellos dicen que imitan al Señor, quien no se casó ni poseía nada en el mundo; y se glorían de haber entendido el evangelio mejor que los demás.

49.2. Para ellos la Escritura dice: “Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes les da su gracia” (Pr 3,34; 1 P 5,5).

49.3. Además, ellos no conocen la causa por la que el Señor no se casó. Ante todo Él tenía su propia esposa, la Iglesia; pero además, no era un hombre común que tuviera necesidad de una ayuda según la carne. Tampoco le era necesario procrear hijos, porque vive eternamente y es el Hijo único de Dios. Él mismo, el Señor, dice: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6; Mc 10,9).

49.4. Y de nuevo: “Como en los días de Noé, estaban casándose y dándose en casamiento, construían casas, plantaban, y como en los días de Lot, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mt 24,37-39).

49.5. Y puesto que no se dirige a los paganos, dice: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8).

49.6. Y: “¡Ay de las mujeres gestantes y de las que críen en aquellos días!” (Mt 24,19; Mc 13,17; Lc 21,23). Ciertamente también estas (expresiones) son alegóricas. Por consiguiente, tampoco determinó los tiempos “que el Padre puso por su autoridad” (Hch 1,7), para que el mundo permanezca por generaciones.

La enseñanza de Jesús

50.1. Respecto a: “No todos tienen capacidad para esta palabra. Porque hay eunucos que nacieron así, hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por el reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda” (Mt 19,11-12).

50.2. No saben que, después de la palabra sobre el divorcio, algunos le preguntaron: “Si esa es la condición (o: causa, culpa) de la mujer, no le conviene al hombre casarse” (Mt 19,10),  y el Señor responde: “No todos aceptan esta palabra, sino aquellos a quienes les ha sido dado” (Mt 19,11).

50.3. Porque los que preguntaban querían saber si permitía, una vez condenada por prostitución y echada la mujer, podían casarse con otra.

50.4. También se dice de no pocos atletas que se abstenían de los placeres del amor, practicando la continencia por medio de la ascesis corporal, como Astilo de Crotona y Crisón de Himera. El citarista Amebeo, recién casado, se mantuvo alejado de la esposa.

El celibato por amor a Dios

51.1. Tan sólo Aristóteles de Cirene despreció a Lais, que realmente lo amaba. Le había jurado a la cortesana que la llevaría a su patria si le ayudaba de alguna manera contra los enemigos (lit.: antagonistas); y una vez conseguido, cumplió el juramento con ingenio: pinta una imagen suya que se le parecía muchísimo y la hace colocar en Cirene, como refiere Istro en el libro “Sobre la naturaleza de las contiendas”. Por tanto, el hacerse eunuco no es virtuoso, si no se nace del amor a Dios.

51.2. También el bienaventurado Pablo dice de aquellos que aborrecen el matrimonio: “En los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, atendiendo a espíritus embaucadores y a enseñanzas de los demonios, que prohíben casarse y hacer uso (lit.: abstenerse) de (ciertos) alimentos” (1 Tm 4,1. 3).

51.3. Y de nuevo afirma: “Que nadie los prive del premio por superstición de humildad” (Col 2,18), “y severo trato del cuerpo” (Col 2,23). Y el mismo escribe: “Estás ligado a una mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer” (1 Co 7,27). Y también: “Tenga cada uno la propia mujer” (1 Co 7,2), “para que Satanás no los tiente” (1 Co 7,5).

Los antiguos justos

52.1. Pero ¿qué? ¿No participaban con agradecimiento del uso de las cosas creadas los antiguos justos? Ellos en el matrimonio, con dominio de sí mismos, tuvieron hijos. Y a Elías los cuervos le llevaban para alimento pan y carne (cf. 1 R 17,6). Y el profeta Samuel reservando un muslo de lo que él comía, lo tomó llevándolo a Saúl para que lo comiera (cf. 1 S 9,23-24).

52.2. Pero los que dicen ser superiores por su conducta y vida, no pueden compararse con las acciones de aquellos.

52.3. Por tanto “quien no come no menosprecie al que come; el que come no juzgue al que no come, porque Dios le recibió” (Rm 14,3).

52.4. Pero también el Señor hablando de sí mismo dice: «Vino Juan, que no comía ni bebía y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Es hombre un comilón, y un bebedor de vino, amigo de cobradores de impuestos y pecadores”» (Mt 11,18-19; Lc 7,33-34). ¿Acaso tratan también de descalificar a los apóstoles?

52.5. Porque Pedro y Felipe tuvieron hijos; incluso Felipe dio a sus hijas a unos varones.

El reino de Dios

53.1. Y Pablo no titubea (o: duda) en saludar en una carta a su cónyuge (cf. Flp 4,2-3; pero también: 1 Co 7,8), que no llevaba consigo para aligerar su ministerio (cf. 1 Co 9,5).

53.2. Y dice en una carta; “¿No tenemos el derecho a llevar una hermana mujer, como también los demás apóstoles?” (1 Co 9,5).

53.3. Pero como convenía a su ministerio, atendiendo a la predicación sin distracción (cf. 1 Co 7,35), (éstos) llevaban consigo las mujeres no como esposas, sino como hermanas para que fueran condiaconisas con las mujeres amas de casa; gracias a ellas la doctrina del Señor podía penetrar incluso en el gineceo, sin dar motivos de calumnia.

53.4. Porque sabemos también lo que el noble Pablo dispone en la segunda (lit.: la otra) “Carta a Timoteo”, sobre las mujeres diaconisas. Ahora bien, él mismo clama que “el reino de Dios no es la comida ni la bebida” (Rm 14,17), ni tampoco la abstinencia del vino y de la carne, “sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

53.5. ¿Quién de aquellos [herejes] circula usando una piel de oveja (lit.: melota) y un cinturón de cuero como Elías (cf. 2 R 1,8)? ¿Quién se ha vestido de con una tela grosera de piel de cabra (lit.: saco), desnudo y descalzo como Isaías (cf. Is 20,2). ¿O tan sólo un delantal de lino como Jeremías (cf. Jr 13,1)? Y el modo gnóstico de vida de Juan (cf. Mt 3,4; Mc 1,6), ¿quién lo imitará? Pero aún viviendo así, los bienaventurados profetas daban gracias al Creador.

La auténtica justicia

54.1. Pero la justicia de Carpócrates y de cuantos como él desean la comunidad sin freno se destruye del siguiente modo. Al mismo tiempo que dice “Da a quien te pida” (Mt 5,42), añade: “Y a quien quiera pedirte un préstamo no le vuelvas la espalda” (Mt 5,42); ésta es la comunidad que enseña, no una comunidad libidinosa.

54.2. ¿Pero cómo el que pide, recibe y toma a préstamo, no habiendo quien tenga, le dé y le preste?

54.3. Porque el Señor dice: “Tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era peregrino y me recibieron, (estuve) desnudo y me vistieron” (Mt 25,35-36). Y luego añade: “En la medida que lo hicieron a uno de estos los más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).

54.4. ¿No se dan las mismas normas en el Antiguo Testamento? “Quien da a un mendigo (o: a un pobre), presta a Dios” (Pr 19,17); y: “No niegues hacer el bien al pobre” (Pr 3,27), se dice.

Compartir por amor

55.1. Y de nuevo dice: “Misericordia y fidelidad no te abandonarán” (Pr 3,3). “La pobreza humilla al hombre, pero las manos de los hombres diligentes enriquecen” (Pr 10,4). Y añade: “Mira un hombre que no ha dado su dinero con usura, se hace agradable” (Sal 14 [15],5); y: “Rescate del alma (o: de la vida) de un hombre se juzga riqueza propia” (Pr 13,8); esto ¿no lo aclara abiertamente? Del mismo modo que el mundo está compuesto de contrarios, así como de calor y de frío, de seco y de húmedo, así también de los que dan y los que reciben.

55.2. También cuando dice: “”Si quieres ser perfecto vende lo que tienes y dalo a los pobres” (Lc 18,22), refuta a quien se vanagloriaba de “haber observado todos los mandamientos desde la juventud” (Lc 18,21); pero no había cumplido el “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19,19). Entonces, perfeccionado por el Señor, aprendía a repartir por amor.

La solidaridad cristiana

56.1. Por tanto, no ha prohibido hacerse rico honradamente, sino ser rico de injusta e insaciablemente. Porque, “una propiedad adquirida inicuamente se disminuye” (Pr 13,11). Puesto que “hay quienes, sembrando, multiplican, y hay quienes, recogiendo, poseen menos” (Pr 11,24). Sobre aquellos está escrito: “Distribuyó, dando a los pobres: su justicia permanece para siempre” (Sal 111 [112],24).

56.2. “El que siembra y cosecha más” (Pr 11,24) es el que repartiendo de lo terreno y pasajero (o: siendo generoso en la tierra y en el momento oportuno) gana lo celestial y lo eterno. Pero el otro no ha dado nada a nadie, sino que vanamente “atesora en la tierra donde la polilla y la herrumbre lo hacen desaparecer” (Mt 6,19) -y sobre él se ha escrito: “Recogiendo los salarios, los echó en una bolsa agujereada” (Ag 1,6)-.

56.3. Por eso dice el Señor en el evangelio que al producir mucho un campo y queriendo los frutos, (un hombre) mandó construir graneros más grandes, y se dijo a sí mismo como en una prosopopeya: “Tienes muchos bienes almacenados para muchos años; come, bebe, alégrate. Insensato, dice, esta misma noche te reclamarán el alma. Entonces, las cosas que preparaste, ¿de quién serán?” (Lc 12,19-20).