OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (145)

JeanBaptiste.jpg
San Juan Bautista
Hacia 1260
Salterio cisterciense
Besançon, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo XX: Sobre la ascesis (conclusión)

   Errores del epicureísmo

119.1. Si al menos fuera posible beber o tomar alimento o tener hijos sin placer, quedaría probado que él no tiene ninguna otra razón de ser.

119.2. El placer no es efectivamente ni una actividad ni una disposición, ni mucho menos una parte de nosotros; sino que entra en la vida como un ayudante, como la sal, para facilitar, se dice, la digestión de los alimentos.

119.3. Pero, sublevándose y dominando la casa, primeramente engendra la concupiscencia, que es un impulso y un deseo irracional hacia lo que le agrada; y eso indujo a Epicuro a colocar el placer como fin del filósofo.

119.4. Es decir, que él diviniza “la condición estable de la carne y la confianza segura en torno a ella” (Epicuro, Fragmentos, 68).

119.5. ¿Y qué otra cosa es la voluptuosidad sino la avidez de lo que deleita, un exceso indiscreto de gente que está abandonada a una vida de molicie?

119.6. Diógenes escribió expresamente en una tragedia: “Quienes están saturados en el corazón, gracias a los placeres, por la voluptuosidad afeminada y repugnante, no desean sufrir, ni siquiera un poco...” (Diógenes de Sinope, Fragmentos, 1), con las palabras que siguen, dichas ignominiosamente, pero dignas de los voluptuosos.

El auxilio del temor en la lucha contra las pasiones

120.1. Por esto, me parece, que la ley divina necesariamente lleva adherido el temor, para que el filósofo adquiera y conserve con precaución y atención la tranquilidad, y permanezca en todo sin error y sin culpa.

120.2. Puesto que no se consigue de otra manera. Paz y libertad son el fruto (o: el resultado) de una incesante e infatigable lucha contra los ataques de nuestras pasiones.

120.3. Porque estos rivales poderosos y olímpicos, son más punzantes que las avispas, por así decirlo; y sobre todo, no sólo de día sino también de noche, en los sueños nos amenazan seduciéndonos con su encanto y nos muerden.

120.4. ¿Cómo, entonces, los griegos pueden estar en lo justo cuando atacan la ley, enseñando también ellos que el placer se domina con el temor?

120.5. Al menos, Sócrates exhorta a estar en guardia de todo lo que invita a comer cuando no se tiene hambre, a beber cuando no se tiene sed, y de las miradas y de los besos de los amantes (lit.: bellos), porque son capaces de infiltrar un veneno más peligroso que el de los escorpiones y el de las tarántulas (cf. Jenofonte, Memorabilia, I,3,6 y 12-13).

La ascesis de los estoicos

121.1. Antístenes prefirió la locura al placer. El tebano Crates dice: “Refrénalo con el brío de la fuerza del alma, no esclavizada ni por el oro, ni por los amores que consumen, ni por cualquier petulancia que te acompañe”; y, en definitiva, resume: “Los no esclavizados ni doblegados por el placer servil, aman un reino y una libertad inmortal” (Crates de Tebas, Fragmentos, 352).

121.2. El mismo escribe en otro lugar sin rodeos que el remedio (lit.: cataplasma) para el incontenible impulso del placer sexual es el hambre, o si no el lazo [o: la cuerda para estrangular] (cf. Crates de Tebas, Fragmentos, 14). Sobre la enseñanza del estoico Zenón, ciertamente atestiguan los (poetas) cómicos burlándose (o: censurándolo) de esta forma: “Filosofa una filosofía nueva: enseña (a tener) hambre y hace discípulos. Un pan, un higo seco para acompañar, agua para beber” (Filemón, Fragmentos, 85).

La utilidad de la circunspección

122.1. Por tanto, todos éstos no se avergüenzan de reconocer claramente la utilidad de la circunspección (o: discreción). Pero la verdadera sabiduría, no la irracional, no confía en simples palabras u oráculos, sino en los mandamientos divinos, corazas invulnerables y misterios (corrección del griego que lee: medios de defensa) eficaces (lit.: drásticos), practica ejercicios y ascesis, (y así) recibe una fuerza divina en esa parte suya inspirada por el Verbo.

122.2. He aquí, por otra parte, la descripción de los poetas de la égida de Zeus: “Terrible: a la que toda alrededor coronan el Terror, la Discordia, la Fortaleza, la Persecución que congela; después la cabeza de la Gorgona, monstruo temible, espantoso y tremendo, prodigio de Zeus que lleva la égida” (Homero, Ilíada, V,739-742).

El camino angosto

123.1. A quienes saben distinguir rectamente lo que es saludable, no sé si alguna cosa puede parecer más querida que la seriedad (o: gravedad, dignidad) de la ley y de su hija, la circunspección.

123.2. Pero se dice que (la ley) canta con tono demasiado fuerte (o: alto), como también (lo hace) el Señor para algunos que lo buscan con ardor, a fin de que no canten fuera de tono y de la armonía, yo lo entiendo no como que sea demasiado fuerte, sino para quienes no quieren cargar el yugo divino (cf. Mt 11,29), para ésos es un tono demasiado fuerte (o: alto). Pero lo mesurado a los débiles (o: flojos) y enfermos les parece un tono demasiado fuerte, y a los injustos el deber (les parece) una justicia demasiado rigurosa.

123.3. Porque aquellos que, por apego a sus pecados, se dejan conducir por la indulgencia, toman la verdad como crueldad, la austeridad como inhumanidad (o: brutalidad), y (como) inmisericorde al que no se de hace cómplice del pecado ni se deja arrastrar por él.

Los ejemplos que nos propone la Ley

124.1. La tragedia dice justamente sobre el Hades: “Te diré hacia qué divinidad acudes” (Sófocles, Fragmentos, 703). “A aquella que no conoce clemencia ni favor alguno. Ella ama tan sólo la pura justicia” (Plutarco, Moralia, 17,761 s.).

124.2. Porque si aún no somos capaces de hacer lo que manda la ley, al menos observando los bellísimos ejemplos que se nos proponen en ella, podremos alimentar y aumentar el amor de la libertad; y de aquí sacaremos provecho, para que con mayor ardor, (seamos) estimulados, o imitadores, o avergonzados (otra traducción: “y esto puede ayudarnos a desarrollar nuestro fervor, en la medida de nuestras fuerzas, ya sea estimulados, ya sea [como] imitadores, ya sea confundidos”).

124.3. Porque tampoco los antiguos justos, que vivieron conforme a la ley, procedían “de una encina antigua ni de una piedra” (Homero, Odisea, XIX,163); sino que, deseando filosofar auténticamente, se entregaron a sí mismos totalmente consagrándose (u: ofreciéndose) a Dios y “fueron adscritos a la fe” (Gn 15,6; Rm 4,3. 9).

Testigos de Cristo

125.1. Bien decía Zenón, sobre los Indios (= habitantes de la India), que deseaba ver un solo indio abrasarse a fuego lento antes que aprender todas las doctrinas acerca del dolor [o: sufrimiento] (cf. Zenón, Fragmentos, 241).

125.2. Pero nosotros cada día tenemos ante los ojos abundantes fuentes de mártires, que contemplamos abrasados, crucificados (lit.: empalados), decapitados (lit.: con las cabezas cortadas).

125.3. A todos esos el temor inspirado por la ley los ha conducido (como un) pedagogo hacia Cristo, quien les ha enseñado a manifestar su piedad aún con la sangre.

125.4. “Dios está en la asamblea de los dioses, en medio (de ellos) juzgará a los dioses” (Sal 81 [82],1). ¿Quiénes son esos dioses? Son los que dominan (o: más fuertes) el placer, los que vencen las pasiones, los que saben cada cosa que hacen, los gnósticos, los más grandes que el mundo.

125.5. Y de nuevo: «Yo dije: “Son dioses, e hijos del Altísimo todos”» (Sal 81 [82],6). ¿A quién habla el Señor? A los que repudian, en lo posible, a todo lo humano.

125.6. También el Apóstol dice: “Ustedes ya no están en la carne, sino en el espíritu” (Rm 8,9). Y de nuevo dice: Estando en la carne, no militamos según la carne” (2 Co 10,3), porque “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción heredará la incorrupción” (1 Co 15,50). “He aquí que mueren como hombres” (Sal 81 [82],7), ha dicho el Espíritu para confundirnos.

La templanza

126.1. Es necesario, por lo tanto, ejercitarnos en la circunspección frente a todo lo que proviene de las pasiones; evitando (o: huyendo), como los auténticos filósofos, los alimentos lascivos, la fácil laxitud del lecho, la voluptuosidad y las pasiones que a ella conducen... (hay una laguna en el texto griego). Para otros será una lucha penosa, pero no para nosotros; porque la templanza (o: dominio de sí mismo) es el más grande regalo de Dios.

126.2. Porque «él mismo ha dicho: “No te dejaré ni te abandonaré”» (Hb 13,5), mediante una elección te ha juzgado digno.

126.3. Así, esforzándonos en adelantar en la piedad, nos recibirá “el yugo suave” (Mt 11,30) del Señor, único auriga que nos hará progresar “de fe en fe” (Rm 1,17) a cada uno de nosotros hacia la salvación, para que recibamos el fruto de la bienaventuranza según nuestros méritos (lit.: conveniente).

126.4. Pero hay, según Hipócrates de Cos, una ascesis no sólo del cuerpo, sino también del alma, “una sala diligencia ante la fatiga y la insaciabilidad de alimento” (Hipócrates, Epidemiae, VI,4,18).