OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (144)

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La Anunciación
Mediados del siglo XII
Sacramentario
Autun, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo XX: Sobre la ascesis (continuación)

   El combate espiritual

110.1. La doctrina evidente (o: sencilla, clara) de nuestra filosofía dice que todas las pasiones son marcas impresas (lit.: impresiones) en el alma blanda y sin resistencia (o: complaciente); y son como sellos impresos de las potencias espirituales, contra las cuales “es nuestra lucha” (Ef 6,12).

110.2. Porque creo que es obra de las potencias maléficas intentar producir algo de su propio estado, para vencer y esclavizar (o: apropiarse) a quienes han renunciado a ellas.

110.3. Se sigue que algunos son vencidos; pero otros afrontan la lucha como verdaderos atletas, luchan por todos los medios y llegan hasta la corona. Y las mencionadas potencias entre tanta sangre y polvo (lit.: sangre mezclada con polvo), ceden (o: se resignan) llenas de admiración ante los vencedores.

110.4. Entre los seres que se mueven, algunos como los animales lo hacen por instinto y representaciones; otros por translación, como los inanimados. Dicen que entre los inanimados, también las plantas se mueven por translación para crecer, si les concede que las plantas son inanimadas.

La fuerza de la razón

111.1. Ahora bien las piedras participan de un estado, las plantas de una naturaleza, los animales irracionales de instinto, fantasía y de las otras dos condiciones mencionadas.

111.2. Pero la fuerza de la razón, propia del alma humana, no está obligada por el instinto como en los animales irracionales, sino que discierne las imaginaciones sin dejarse arrastrar.

111.3. Así, entonces, las potencias de las que hemos hablado proponen a las almas inclinadas a ello: bellezas, glorias, adulterios, placeres y otras fantasías seductoras de ese género, como los que para conducir el ganado agitan ramas verdes; después de engañar a quienes no son capaces de discernir el deleite verdadero del falso, la belleza caduca y vituperable de la santa, les conducen a la esclavitud.

111.4. Ese (lit.: cada) engaño, al permanecer impreso en el alma, marca (o: forma) en ella su representación. Y el alma no advierte que lleva consigo (o: por todas partes) la imagen de la pasión; por eso la culpabilidad nace a la vez de la seducción y de nuestro consentimiento.

Afirmaciones erradas de los gnósticos

112.1. Los seguidores de Basílides acostumbran llamar apéndices a las pasiones, porque son unos espíritus adheridos substancialmente desde el comienzo al alma racional, por causa de un desorden y confusión original (o: substancial); después, se adhirieron a ellos (= los apéndices), como parásitos, otras naturalezas bastardas y heterogéneas de espíritus, propios de un lobo, simio, león y macho cabrío; diciendo [los basilidianos] que la peculiaridad de esos (apéndices) es que aparecen en torno al alma, y así hacen a los instintos (del alma) semejantes a los de los animales.

112.2. Porque quien lleva las propiedades de uno, también imita sus obras; y no sólo nos familiariza con los instintos y las representaciones de los animales irracionales, sino que sienten envidia también por los movimientos y la belleza de las plantas, al llevar nosotros adheridas las peculiaridades de las plantas.

Afirmaciones de los gnósticos Basílides e Isidoro

113.1. Incluso las propiedades de constitución (o: estáticas; lit.: hábito; facultad, capacidad), como la dureza del diamante.

113.2. Pero contra esta doctrina discutiremos más tarde, cuando tratemos sobre el alma (en una obra que no poseemos). Por ahora, sea suficiente observar que el hombre, según Basílides, conserva la imagen de cierto caballo de madera (= el de Troya), según el mito poético; tiene dentro de su cuerpo un ejército de muy diferentes espíritus.

113.3. Sea como fuere, el mismo hijo de Basílides, Isidoro, en (el libro) sobre “El alma adventicia (o: advenediza)”, compartiendo esta doctrina, como si se acusara a sí mismo, dice textualmente:

113.4. «Si hay alguno persuadido de que el alma no es simple y que las malas pasiones nacen en virtud de la violencia de los apéndices, los más malos de lo hombres tendrán un pretexto, y no pequeño, para decir: “He sido forzado, arrastrado, me he movido a pesar mío, actué sin querer”, cuando en realidad ellos mismos están dispuestos a tomar la iniciativa de las malas pasiones, sin oponerse a la violencia de los apéndices» (Isidoro, Fragmentos, 5).

Lo que dice el gnóstico Valentín

114.1. “Es necesario que seamos más fuertes gracias a la facultad de la razón, de esta manera nos mostremos dueños de la criatura inferior que hay en nosotros” (Isidoro, Fragmentos, 5).

114.2. También éste (= Isidoro) supone dos almas en nosotros, como los pitagóricos; luego lo examinaremos.

114.3. Valentín, al escribir a algunos, dice textualmente de los apéndices: «“Uno sólo es Bueno” (Mt 9,17), cuya libertad de expresión se manifiesta mediante el Hijo, y sólo gracias a Él puede el corazón hacerse puro, una vez expulsado del corazón todo mal espíritu» (Valentín, Fragmentos, 2).

114.4. “Porque muchos espíritus habitan en él, no permitiéndole purificarse; antes bien, cada uno de ellos realiza sus propias obras y frecuentemente le insultan con deseos inconvenientes” (Valentín, Fragmentos, 2).

114.5. “Me parece a mí que al corazón le sucede lo que a una posada: es maltratada, deteriorada y con frecuencia está llena de suciedad de hombres que paran desvergonzadamente allí y no tienen consideración al lugar, como que les es ajeno” (Valentín, Fragmentos, 2).

114.6. «”De igual modo, el corazón hasta que no es alcanzado por una [especial] providencia, permanece impuro, como morada de muchos demonios” (Seudo Bernabé, Epístola, 16,7). Pero cuando el único Padre bueno le visita, queda santificado y resplandece de luz. Y así es bienaventurado quien tiene tal corazón, porque “verá a Dios” (Mt 5,8)» (Valentín, Fragmentos, 2).

“La salvación se obtiene por un cambio debido a la obediencia, no por naturaleza”

115.1. Entonces, ¡que nos digan cuál es la causa por la que un alma no es objeto de la Providencia desde el principio! En verdad, o porque no es digna -¿y cómo la Providencia le sobreviene, como por un arrepentimiento?-; o, como él (= Valentín) quiere, se salva de manera natural; y necesariamente esa (alma) desde el principio, mediante una connaturalidad querida por la Providencia, no dará entrada alguna a los espíritus impuros, a menos que sea objeto de violencia y deba reconocer su debilidad.

115.2. Porque si acepta que ella (= el alma) arrepentida escoge lo mejor, convendrá, a pesar suyo, en lo que nuestra verdad afirma: que la salvación se obtiene por un cambio debido a la obediencia, no por naturaleza.

115.3. En verdad, al igual que los vapores de la tierra y de los pantanos forman neblinas y acumulaciones de nubes, así también las emanaciones de los deseos carnales comunican al alma una mala disposición, desplegando las imágenes (lit.: ídolos) del placer ante el alma.

La fe en Dios es la luz que ilumina nuestra vida

116.1. Así oscurecen la luz intelectual, al atraer al alma las exhalaciones de la concupiscencia y hacer compactos los ejércitos de las pasiones con el continuo placer.

116.2. No se extrae de la tierra un lingote de oro, sino que cocido, purificado, después se llama oro puro, tierra purificada. “Pidan y se les dará” (Mt 7,7; Lc 11,9), se ha dicho a los que pueden por sí mismos elegir lo mejor.

116.3. Cómo decimos nosotros que los influjos (o: las fuerzas) del diablo y de los espíritus impuros siembran en el alma del pecador (cf. Mt 13,25), no hacen falta más palabras mías; sea suficiente el testimonio apostólico de Bernabé -que fue uno de los setenta y colaborador de Pablo-.

116.4. Él dice textualmente: “Antes que nosotros creyéramos en Dios, la habitación de nuestro corazón era corruptible y débil, como un templo realmente construido por manos (de hombre), porque estaba repleta de idolatría y era morada de demonios, puesto que obrábamos cuanto era contrario a Dios” (Seudo Bernabé, Epístola, 16,7).

Cristo nos ha recreado

117.1. Dice, por tanto, que los pecadores realizan las acciones que corresponden a los demonios, pero no dice que los espíritus mismos habiten en el alma del incrédulo.

117.2. Por eso añade: “Pongan atención para que el templo del Señor sea edificado de manera gloriosa. ¿Cómo? Aprendan: recibido el perdón de los pecados y esperando en su nombre, hagámonos (hombres) nuevos, recreados de nuevo desde el principio (u: origen)” (Seudo Bernabé, Epístola, 16,8).

117.3. Porque no expulsamos nosotros a los demonios, sino que se perdonan los pecados que antes de creer, dice, cometíamos nosotros igual que ellos.

117.4. Con razón contrapone lo que sigue: “Porque en nuestra casa, en nosotros, habita en verdad Dios, ¿Cómo? (Habita) su Verbo objeto de la fe, la llamada de su promesa, la sabiduría de sus juicios, los mandamientos de su doctrina” (Seudo Bernabé, Epístola, 16,9).

117.5. Yo recuerdo (lit.: Yo sé) haberme encontrado con una herejía, cuyo jefe decía que combatía el placer mediante la práctica del placer. ¡Desertor; pasado al placer con una lucha ficticia, ese noble gnóstico! -porque se declaraba a sí mismo como gnóstico-.

117.6. Además decía que no es una gran cosa abstenerse del placer sin haberlo probado, sino estando en él no ser vencido; por ello se ejercitaba en el placer por el placer.

Controlar nuestro cuerpo con la ascesis

118.1. Pero no se daba cuenta, el desdichado, de que se dejaba enredar por su propia arte refinada de placer.

118.2. Evidentemente a esta opinión del sofista, que se gloriaba de la verdad, se acercaba también Aristipo de Cirene. Cuando se le reprochaba el que frecuentara asiduamente a la meretriz de Corinto, decía: “Soy yo quien poseo a Lais, no ella a mí” (Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos, II,75).

118.3. Así también los que se llaman seguidores de Nicolás aducen, como dicho memorable de ese hombre, pero desviado en el sentido: “Es necesario abusar de la carne” (cf. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, I,26,3; Ap 2,6 y 15).

118.4. Pero ese hombre noble enseñaba (o: mostraba, manifestaba) que es necesario cercenar los placeres y las concupiscencias, y exterminar (o: extenuar) con esta ascesis los impulsos y los ataques de la carne.

118.5. Ellos, por el contrario, se abandonan al placer como machos cabríos; injuriando, por así decir, su cuerpo, viven en la molicie; no saben que el cuerpo se deshace, porque es naturaleza caduca, mientras su alma es precipitada en un fango de vicio, puesto que esos siguen la doctrina del placer, no la de aquel hombre apostólico (= Nicolás).

118.6. En efecto, ¿algunos en qué se diferencian de Sardanápalo? Este es el epigrama que explica la vida: “Tengo todo lo que comí, injurié y los placeres amorosos que probé; pero aquellas cosas vanas, tantas y felices, quedaron atrás. Porque yo soy ceniza, habiendo sido rey de la gran Nínive” (Sardanápalo, Epigramas, 325 s.).

118.7. En conclusión, no es necesario experimentar el placer (lit.: la pasión del placer); sino una consecuencia de ciertas necesidades naturales (o: físicas): hambre, sed, frío y matrimonio.