OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (141)

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El evangelista san Juan
Hacia 1100
Evangeliario
Aix-en-Provence, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo XVIII: La Ley de Moisés (continuación)

   Preceptos humanitarios de la Ley

88.1. “Un mandato del Señor es fuente de vida”, en verdad, “hace escapar de la trampa de la muerte” (Pr 14,27). Pero, ¿qué? ¿No ordena [la Ley] a amar a los extranjeros, no sólo como amigos y parientes, sino como a uno mismo, en cuerpo y alma? (cf. Ex 22,21; 23,9; Lv 19,33-34; Nm 15,14-16).

88.2. También la Ley ha honrado incluso a los paganos, y no alimenta odio respecto a quienes actúan mal. Por eso dice claramente: “No abominarás al egipcio, porque has sido extranjero en Egipto” (Dt 23,8); se llama “egipcio” al pagano o de forma general a todo lo mundano.

88.3. Aunque los enemigos ataquen las murallas, amenazando tomar la ciudad, [la Ley quiere] que no sean tenidos como enemigos hasta que, enviándoles embajadores (lit.: heraldos), los inviten a la paz (cf. Dt 20,10).

88.4. Manda incluso no cometer violencia con una prisionera, sino “permítele, dice, llorar treinta días a los que quiere; al día siguiente hazle cambiar los vestidos y convive con ella como con una esposa legítima” (Dt 21,10-14). Porque no desea casamientos (realizados) por violencia ni por compra, como las cortesanas, sino sólo las relaciones matrimoniales para la procreación de los hijos.

La Ley defiende la continencia

89.1. ¿Ves el humanitarismo y la continencia juntos? [La Ley] no permite al amante dueño de la cautiva ceder al deseo, sino que trunca la concupiscencia imponiendo un determinado intervalo de tiempo, y además ordena rasurar los cabellos a la cautiva para impedir la atracción a un amor lujurioso; porque si la reflexión indujera [al amo] a casarse, lo mismo se uniría aunque no fuera bella.

89.2. Además, si alguno, saciado el placer, no quisiera convivir más con la cautiva, [la Ley] ordena que no puede venderla, pero tampoco retenerla como esclava, sino que desea que sea libre y se la mantenga separada de la servidumbre, para que, si es remplazada por otra mujer, no tenga que sufrir los implacables desaires de la envidia (cf. Ex 21,10).

La Ley nos enseña a ser bondadosos

90.1. ¿Qué más? El Señor manda también aliviar y aligerar los animales de carga de nuestros enemigos (cf. Ex 23,5; Dt 22,4); enseñándonos desde hace largo tiempo a no aceptar satisfacción por el mal ajeno, ni alegrarnos a costa de nuestros enemigos; así nos enseña, a que ejercitados en aquellas acciones, oremos por los enemigos.

90.2. En efecto, ni es bueno ser envidioso y entristecerse por el bienestar del prójimo, ni experimentar placer por sus desgracias (lit.: males). Dice [la Escritura]: “Si encuentras perdido un animal de carga de un enemigo, abandona, la parte de eso que fomenta el fuego de la rivalidad, condúcelo y devuélveselo” (Ex 23,4; cf. Dt 22,1). Efectivamente, al perdón sigue la bondad, y a ésta la disolución de la enemistad.

90.3. Así nos disponemos a la concordia que conduce a la felicidad. Y si tienes a alguien habitualmente como tu enemigo y descubres que va perdiendo el uso de la razón por la concupiscencia o la ira, conviértelo a la bondad.

La Ley es pedagoga

91.1. Entonces, ¿no aparece humana y bienhechora la Ley que conduce (paidagogon) hacia Cristo (cf. Ga 3,24), y (no aparece) Dios mismo bueno con justicia, ocupándose de cada generación, desde el principio y hasta el fin, para llevarla a la salvación?

91.2. Dice el Señor: “Sean misericordiosos para alcanzar misericordia; perdonen para ser perdonados; como obren, así se obrará con ustedes; como den, se les dará; como juzguen serán juzgados; como sean bondadosos, serán bondadosos con ustedes; con la medida que midan, serán medidos” (Clemente de Roma, Carta primera a los Corintios, 13,2).

91.3. Por otra parte, [la Ley] prohíbe deshonrar (o: despreciar) a quienes han realizado trabajos serviles para vivir (lit.: por el alimento); y a quienes han sido esclavos por causa de las deudas les concede, cada siete años, una tregua total (cf. Ex 21,2; Lv 25,39-41; Dt 15,12).

91.4. También prohíbe que sean castigados los pordioseros (lit.: suplicantes). La más verdadera de todas es esta sentencia: “Como se prueba el oro y la plata en el crisol, así el Señor prueba los corazones de los hombres” (Pr 17,3).

91.5. “El varón misericordioso es magnánimo, en el que es solícito hay sabiduría; en efecto, habrá solicitud en el hombre inteligente, y, al ser reflexivo, buscará la vida. Y el que busca a Dios encontrará gnosis con justicia, y quienes le buscan rectamente encuentran paz” (Clemente de Roma, Epístola primera a los Corintios, 13,2; se trata de una cita compuesta: Mt 5,7; 6,14-15; Lc 6,38; Mt 7,1-2; Lc 6,37-38).

Respeto a la vida de los recién nacidos

92.1. A mí me parece que Pitágoras también tomó de la Ley la mansedumbre para con los animales irracionales (cf. Ex 23,19; 34,26; Dt 14,20; Plutarco, Moralia, 993 A). [La Ley], por ejemplo, prohíbe sacar provecho inmediato de los animales pequeños nacidos en rebaños de ovejas, cabras y vacas, ni siquiera como pretexto de sacrificio; y esto por las crías mismas y por sus madres; educando así al hombre en la mansedumbre, partiendo de abajo, de los animales irracionales.

92.2. “Deja al pequeño, dice, con la madre durante los siete primeros días” (Ex 22,29). Porque si nada se produce sin causa, y la leche fluye en las que han dado a luz para alimentar a sus crías, el que separa al recién nacido de la administración (lit.: oikonomias, economía) de la leche ultraja a la naturaleza.

92.3. Avergüéncense, entonces, los griegos y cualquier otro que ataque la Ley; ésta es benigna incluso con los animales irracionales, en cambio aquellos llegan hasta exponer a los recién nacidos de los hombres; desde hace tiempo y proféticamente, la Ley rechazaba su salvajismo mediante el mandato anteriormente indicado.

92.4. Si la Ley prohíbe separar a las crías irracionales de sus madres antes de la lactancia, mucho más previene entre los hombres esa disposición cruel y salvaje, para que no desprecien los principios que han aprendido, aunque (desprecien) la naturaleza.

La filantropía hacia los seres humanos

93.1. Está permitido saciarse de cabritos y corderos, y ésa es quizás una excusa para quien separa al hijo de su procreadora (cf. Lv 22,28). Pero ¿la exposición del niño qué causa tiene? Por el contrario, sería mejor, en principio, que nadie se casara, si no se desea tener hijos, antes de convertirse en infanticida por intemperancia del placer.

93.2. Además, la Ley, benigna, prohíbe sacrificar juntamente el mismo día a la cría y a la madre. Por eso también los romanos, si una mujer encinta era condenada a muerte, no permitían que sufriera la pena antes de haber dado a luz (cf. Plutarco, Moralia, 552 D).

93.3. También la Ley prohíbe explícitamente matar a cualquiera de entre los vivientes que esté encinta, hasta que no hayan parido; desde hace mucho tiempo la Ley ha tratado de refrenar la tendencia a hacer daño al hombre.

93.4. Ha extendido de tal modo la clemencia (o: la equidad) entre los animales irracionales, para que ejercitándonos en los seres distintos a nosotros, actuemos con mayor humanitarismo hacia nuestros congéneres.

Evitar la discriminación arbitraria

94.1. Pero quienes patean el vientre de los animales antes del parto, para comer la carne empapada con leche, hacen de la matriz, creada para la generación, una tumba de fetos; en cambio la legislación ordena en términos precisos: “Nadie cocerá el cordero en la leche de su madre” (Dt 14,21; Ex 23,19).

94.2. Que no se convierta el alimento del viviente en condimento del animal matado, dice, ni lo que es causa de la vida coopere a la consumación (o: perdida, destrucción) del cuerpo.

94.3. La misma Ley prescribe: “No poner bozal al buey que trilla” (Dt 25,4); porque también es necesario “considerar digno del alimento al obrero” (Mt 10,10).

94.4. Además prohíbe uncir un buey y un asno a la vez, para labrar la tierra (cf. Dt 22,10); quizá apuntando la disparidad de los animales, pero mostrando, al mismo tiempo, a no cometer una injusticia, ni a poner bajo el yugo a ningún hombre diferente de nosotros, cuando no se le pueda imputar otra cosa que el ser de raza diversa, porque eso no constituye culpabilidad alguna, ni maldad, ni consecuencia de una falta.

94.5. A mí me parece también que la alegoría significa que no se debe admitir a la agricultura del Verbo al puro y al impuro igualmente, al fiel y al infiel (o: creyente e incrédulo), porque uno, el buey, es animal puro; pero el asno es contado entre los impuros (cf. Lv 11,1-46).

La Ley ayuda a usar correctamente la creación

95.1. Rico en humanidad, el Verbo bondadoso enseña que no conviene talar ningún árbol de cultivo, ni cortar las espigas para hacer daño antes del tiempo de la cosecha, ni tampoco arrancar por completo el fruto del cultivo, ni de la tierra, ni del alma; tampoco permite devastar el terreno de los enemigos (cf. Dt 20,19-20).

95.2. También los labradores sacan provecho de la Ley, porque les manda tener cuidado durante tres años consecutivos de las plantas jóvenes (cf. Lv 19,23), podar los brotes superfluos, para que no sean oprimidas por el peso y no se debiliten por falta de un alimento demasiado repartido; cavar y escardar en torno, para que ninguna hierba impida su crecimiento.

95.3. Tampoco permite recoger frutos todavía imperfectos de árboles imperfectos, sino sólo después de tres años, para dedicar luego, en el cuarto, las primicias a Dios, una vez que el árbol ha conseguido su forma perfecta (cf. Lv 19,23-24).

“Sembrar los beneficios de Dios”

96.1. Esta imagen de la agricultura puede significar una forma de enseñanza, por la cual aprendemos que es necesario podar las ramificaciones de los pecados y la vegetación inútil del pensamiento que brota juntamente con los frutos verdaderos, hasta que el retoño de la fe llegue a la perfección y a la solidez.

96.2. Porque al cuarto año, puesto que se necesita un tiempo para ser instruidos sólidamente en la catequesis, la tétrada de las virtudes es dedicada a Dios; y la tercera etapa limita con la cuarta, que es el descanso del Señor.

96.3. Un sacrificio de alabanza vale más que los holocaustos (cf. Sal 49 [50],23; 50 [51],17-18). Porque “Él, dice (la Escritura), te dará la fuerza para ejercitar tu poder” (Dt 8,18). Si tus acciones son iluminadas, cuando hayas recibido y adquirido fuerza, ejercita tu poder en la gnosis.

96.4. Así, en aquellas palabras se manifiesta que los bienes y dones nos son dados por Dios y que nosotros, una vez llegados a ser servidores de la divina gracia, debemos sembrar los beneficios de Dios, preparando (a ser) buenos y honestos a los que nos se nos acercan; el temperante, puesto que puede más, debe hacer perfectos a los moderados, y también el fuerte a los generosos, el prudente a los inteligentes, y el justo a los justos.