OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (140)

San Lucas escribiendo
Hacia 1100
Evangeliario
Aix-en-Provence, Francia

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo XVIII: La Ley de Moisés

   Las virtudes cardinales

78.1. Ahora bien, se puede demostrar también que todas las otras virtudes mencionadas por Moisés han ofrecido a los griegos el fundamento de todo su orden ético; me refiero a la fortaleza, templanza, prudencia, justicia, tolerancia, paciencia, modestia, continencia y principalmente la piedad religiosa.

78.2. Es de todos sabido que la piedad enseña a venerar y honrar al supremo y más antiguo principio.

78.3. La ley misma nos dispone educándonos en la justicia y en la prudencia, mediante el abandono de los ídolos sensibles y el acercamiento al Creador y Padre del universo; y de esta disposición mental, como de una fuente, mana toda inteligencia.

78.4. “Los sacrificios de los impíos son abominados por el Señor, pero las oraciones de los que obran rectamente son agradables junto a Él” (Pr 15,8). Por otro lado, “es más agradable a Dios la justicia que el sacrificio” (Pr 16,7).

Las definiciones estoicas de las virtudes

79.1. De forma parecida el texto de Isaías: “¿Qué me importan la muchedumbre de sus sacrificios? Dice el Señor” (Is 1,11), y toda la perícopa [dice]: “Desata todo lazo de injusticia, porque el sacrificio agradable a Dios es un corazón contrito y que busca a su Creador [o: Plasmador]” (Is 58,6 y Sal 50 [51],19).

79.2. “La balanza falsa es abominable ante Dios, pero el peso justo le agrada” (Pr 11,1). De ahí que Pitágoras aconseje (o: recomiende): “No desequilibrar (lit.: pasar por encima) la balanza” (Pitágoras, Fragmentos, 6).

79.3. La promesa de los herejes está definida como falsa justicia, y “la lengua de los injustos perecerá, pero la boca de los justos destila sabiduría” (Pr 10,31). Pero “llaman insensatos a los sabios y a los prudentes” (Pr 16,21).

79.4. Sería muy extenso traer testimonios sobre esas virtudes; toda la Escritura las alaba (o: celebra).

79.5. Puesto que definen (= los estoicos) la fortaleza como la ciencia de las cosas temibles, no temibles e intermedias; y la templanza como una actitud (o: capacidad) que, en la elección o el rechazo, observa los dictámenes (lit.: salva los juicios) de la prudencia; a la fortaleza se suman la paciencia, que es llamada constancia, ciencia de lo que se debe o no soportar; la magnanimidad, ciencia que domina los acontecimientos; y a la templanza, la circunspección, que es una huida racional.

Las relaciones de las virtudes entre sí

80.1. Guardar los mandamientos, al ser una indefectible observancia de los mismos, significa la adquisición de la seguridad de la vida. Lo mismo que no se puede ser constante sin fortaleza, tampoco se puede ser sobrio sin templanza.

80.2. Las virtudes están recíprocamente unidas (cf. II,45,1), y quien posee la compañía de las virtudes, tiene también la salvación, que es la conservación del buen estado.

80.3. De igual manera, tratando separadamente estas virtudes, podremos hacer, respecto de todas, esta constatación: quien tiene una virtud, al modo que la posee el gnóstico, las posee todas por la recíproca interdependencia.

80.4. Ante todo, la continencia es una disposición de no sobrepasar lo que aparece ser conforme a recta razón. El que es continente domina los impulsos que se extralimitan de la recta razón, de modo que no se deje impulsar fuera de la recta razón.

80.5. La templanza, por tanto, no existe sin fortaleza, porque de los mandamientos nacen la prudencia que sigue a Dios ordenador (de todas las cosas) [texto hipotético ya que hay una laguna en el griego], y la justicia, imitadora de las divinas disposiciones, por la que somos continentes, y tendemos hacia la piedad religiosa y hacía una conducta de total adhesión a Dios; nos parecemos al Señor tanto cuanto nos es posible, incluso permaneciendo mortales por naturaleza.

Exigencias de la vida virtuosa

81.1. Esto significa “llegar a ser justo y santo con prudencia” (cf. Platón, Teeteto, 176 A-B). La divinidad no tiene necesidad de nada, ni tiene pasiones; por eso, propiamente, no es ni siquiera continente, porque no está sujeta jamás a pasión alguna, de manera que luego tenga que dominarla. En cambio, nuestra naturaleza, sujeta a pasiones, necesita la continencia, mediante la cual se ejercita uno en tener necesidad de pocas cosas y se esfuerza por aproximarse, mediante una habitual disposición, a la naturaleza divina.

81.2. En efecto, el hombre virtuoso necesita de pocas cosas; en la frontera entre una naturaleza inmortal y otra mortal, necesitado por causa de su cuerpo y de su mismo nacimiento; pero instruido, gracias a la continencia racional, a no tener necesidad de muchas cosas.

81.3. ¿Cuál es la razón por la que la Ley prohíbe al varón usar un vestido de mujer (cf. Dt 22,5)? ¿No querrá, quizás, que nosotros nos comportemos como varones, sin afeminarnos ni en el cuerpo, ni en las acciones (u: obras), ni en la mente, ni en la palabra?

81.4. Quiere en efecto que quienes se dedican a la verdad, se robustezcan en la paciencia, en la fortaleza, en la vida, en las costumbres, en las palabras, en la ascesis día y noche, y, aun si lo sorprende la necesidad de dar testimonio (martyrion), con el derramamiento de la sangre.

La Ley es humanitaria

82.1. De nuevo, si alguien, dice [la Escritura], habiendo construido una casa no ha tenido tiempo de habitarla, o habiendo trabajado una viña nueva no ha cosechado fruto, o, prometiéndose a una muchacha, todavía no se ha casado con ella, a todos esos la Ley con espíritu humanitario (philantropos) les exime del servicio militar (cf. Dt 20,5-7).

82.2. Lo hace estratégicamente, para que no prestáramos servicio en guerra sin entusiasmo, arrastrados por nuestras concupiscencias -porque sólo se exponen sin miramientos a los peligros los que están libres de cualquier impulso-.

82.3. Pero también es humanitaria, porque tiene en cuenta que uno no pierda los frutos de su propio esfuerzo, y que otro recoja sin esfuerzo los frutos del trabajo ajeno, ya que los acontecimientos de la guerra son inciertos.

Las mujeres madianitas

83.1. Además, la Ley parece que manifiesta también la fortaleza del alma, al establecer que quien ha plantado debe recoger, y quien ha edificado una casa debe habitarla, y el novio debe casarse; por tanto no convierte en estériles las esperanzas de quienes se han ejercitado según la enseñanza (lit.: razón) gnóstica.

83.2. “No perece la esperanza del hombre bueno, ya muerto” (Pr 11,7), ya vivo. “Yo, dice la Sabiduría, amo a los que me aman, y los que me buscan encontrarán paz” (Pr 8,17), y lo que sigue.

83.3. ¡Pero qué! ¿Las mujeres de los madianitas no sedujeron con su belleza a los soldados hebreos, llevándoles de la templanza a la impiedad? (cf. Nm 25).

83.4. Primeramente se hicieron sus amigas, luego les sedujeron con su belleza arrastrándolos de su austera ascesis a los placeres de las cortesanas, hasta hacerlos sacrificar a los ídolos y unirse con mujeres extranjeras. Así, dominados por las mujeres y los placeres, se apartaron de Dios y se alejaron de la ley; y poco faltó para que todo el pueblo, mediante aquella estratagema femenina, cayera en manos del enemigo; hasta que el temor [de Dios], amonestándolos (o: reprendiéndolos), los detuvo ante el peligro (cf. Nm 25).

“El temor de Dios da la vida”

84.1. En seguida los restantes, valientemente, emprendieron la lucha en favor de la piedad religiosa, dominando a los enemigos. “La piedad, por consiguiente, es principio de sabiduría, la consideración por las cosas santas es inteligencia, conocer la ley es (propio) de una mente buena” (Pr 9,10)

84.2. Por eso, quienes suponen que la Ley suscita un temor provocado por las pasiones (o: afectado por las pasiones: empathos), ni se comportan bien ni en realidad comprenden la Ley. “En efecto, el temor de Dios da vida. Por el contrario quien se equivoca sufrirá penas que la gnosis no verifica” (Pr 19,23; la segunda parte de esta cita es desconocida).

84.3. Dice Bernabé ciertamente en sentido místico: “Dios, que es Señor del universo entero, les conceda sabiduría, inteligencia, ciencia, conocimiento de sus justas disposiciones y paciencia. Sean discípulos de Dios, tratando de descubrir lo que el Señor quiere de ustedes, para que sean encuentren en el día del juicio” (Seudo Bernabé, Epístola, 21,5-6). Aquellos que consiguen el objetivo les llamó, en sentido gnóstico, “hijos del amor y de la paz” (Seudo Bernabé, Epístola, 21,9).

84.4. Sobre la distribución y a la participación, de las muchas cosas para decir, baste tan sólo una: la Ley prohíbe prestar a interés a un hermano (cf. Ex 22,24; Lv 25,36-37) -y llama hermano no sólo al que ha nacido de los mismos padres, sino también al que es de la misma tribu, de la misma creencia, y que participa del mismo Verbo (Logos)-; no teniendo como justo percibir intereses sobre un capital (prestado), sino que a los necesitados se les regala con mano y ánimo desprendidos.

84.5. Dios es el creador de esa gracia; y quien da así, recibe intereses considerables, los más preciados entre los hombres: mansedumbre, bondad, magnanimidad, renombre gloria.

Enseñanzas sobre la justicia contenidas en la Ley

85.1. ¿No te parece lleno de humanidad (philantropia) ese precepto, lo mismo que este otro: “Pagar cada día el salario del pobre” (Dt 24,15)? Enseña [la Escritura] que se debe pagar sin demora el salario por los servicios. En efecto, yo creo que la diligencia del pobre para futuros servicios se debilita cuando no tiene qué comer.

85.2. Por otra parte, añade, el acreedor no debe acercarse a la casa del deudor, para recibir una garantía a la fuerza, sino que debe invitarle a traerla afuera; y si la tiene, no debe sustraerse (cf. Dt 24,10-11).

85.3. En el tiempo de la recolección [la ley] prohíbe a los propietarios recoger lo que cae de las gavillas sin cortar, al igual que manda dejar, durante la siega, un poco de grano sin cosechar (cf. Lv 19,9-10); de este modo enseña muy bien a los propietarios a compartir con generosidad, dejando algo de lo propio para los necesitados, y procura a los pobres un medio de subsistencia.

La Ley es buena y maestra de justicia

86.1. ¿Ves cómo la legislación proclama tanto la justicia como la bondad de Dios, que generosamente suministra a todos el alimento?

86.2. (La Ley) prohíbe en la vendimia volver, mientras se cosecha, a lo que se dejado y recoger las uvas caídas; lo mismo prescribe a los que recogen aceitunas (cf. Lv 19,10; Dt 24,20-21).

86.3. En verdad, también el diezmo de frutos y ganados enseñaba a ser piadoso para con la divinidad y a no ser avaro hasta el extremo, sino a dar con humanidad parte de los bienes propios al prójimo (cf. Lv 27,30 y 32; Nm 18,21 y 24). Ciertamente de estas primicias, me parece, vivían los sacerdotes.

86.4. ¿Comprendemos ahora por qué somos educados por la Ley en la piedad, la solidaridad, la justicia, la benevolencia (o: amor al hombre; humanidad: philantropia)? ¿No es verdad?

86.5. ¿Acaso [la Ley] no prescribe dejar en reposo la tierra un año cada siete, invitando así a los pobres a disfrutar sin temor de los frutos producidos por obra de Dios, haciendo la naturaleza de cultivadora para quien lo deseaba (cf. Ex 23,10-11; Lv 25,4-6. 24)? ¿Cómo decir, entonces, que la Ley no es buena y no es maestra de justicia?

86.6. De nuevo, cada cincuenta años manda hacer lo mismo que en el año séptimo; restituyendo a cada uno su propiedad (cf. Lv 25,8-13), si durante ese tiempo intermedio hubiera sido privado de ella por alguna circunstancia; delimitando así, al establecer un periodo concreto para usufructo, la avidez de aquellos que desearían apropiársela; porque no quiere que sean castigados por toda la vida quienes han estado sometidos, por una larga pobreza, a deudas justas.

86.7. “Limosna y verdad son las guardianas del rey” (Pr 20,28); “bendición sobre la cabeza de quien comparte” (Pr 11,26), “y será bienaventurado quien tiene piedad de los pobres” (Pr 14,21), porque manifiesta el amor hacia su semejante en virtud del amor para con el Creador del género humano.

El amor

87.1. Lo que se ha dicho, respecto al reposo [de los campos] y a la recepción de la herencia, admite otras interpretaciones, más naturales, pero no es este el momento de decirlo.

87.2. El amor es entendido de varias formas: como benignidad, como bondad, como paciencia, como falta de envidia o de celos, como ausencia de odio, como olvido de las ofensas; y eso en todos los casos sin división, sin distinciones, solidario (koinonike; cf. 1 Co 13).

87.3. Dice también [la Escritura]: “Si ves vagabundear en el desierto a un animal de carga, que pertenece a vecinos o amigos o, en una palabra, a un hombre que conoces, recondúcelo y devuélvelo. Y si por casualidad el dueño estuviera ausente por largo tiempo, mantenla con tus animales hasta que aquél vuelva; entonces se lo devolverás” (Ex 23,4-5: no es una cita textual). Mediante una solidaridad natural [la Escritura; o: la Ley] enseña a considerar como depósito lo que se encuentra y a no guardar rencor al enemigo.