OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (139)

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El evangelista san Marcos
Último cuarto del siglo XII
Biblia
Bourges, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo XVI: La misericordia de Dios

   Limitaciones de la naturaleza humana para hablar de Dios

72.1. De nuevo surgen aquí los acusadores (= los estoicos) cuando dicen que la alegría y la tristeza (o: la pena; el dolor) son pasiones del alma. En efecto, definen que la alegría es exaltación razonable y el estar alegres es regocijarse por las cosas bellas. Mientras que la compasión es un dolor por quien sufre de forma inmerecida (lit.: indigna); ambas son movimientos y pasiones del alma.

72.2. Pero nosotros, al parecer, no nos apartamos de eso mismo al entender carnalmente la Escritura, y cuando somos llevados por nuestras pasiones, interpretando la voluntad de Dios, no sujeto a pasiones, conforme a nuestros propios movimientos.

72.3. Y si pensáramos que las cosas son en realidad como nosotros las conocemos, entonces nos equivocaríamos de forma impía respecto al Todopoderoso.

72.4. En efecto, no es posible hablar de la divinidad tal como es en realidad, sino tal como a nosotros nos es posible comprender, aprisionados (o: encadenados) por la carne; así nos hablaron los profetas, adaptándose el Señor a la debilidad humana para nuestra salvación.

Un Dios rico en misericordia

73.1. Por eso es voluntad de Dios salvar al que obedece a los mandamientos y se arrepiente de los pecados; y nosotros estamos alegres por nuestra salvación; el Señor, al hablar por los profetas, ha hecho suya nuestra capacidad de alegría, como cuando por amor al hombre dice en el Evangelio: “Tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; porque lo que hicieron con uno de esos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25.35. 40).

73.2. Al modo que se alimenta no siendo alimentado, cuando se alimenta a uno como Él quiere, así también se goza sin inmutarse, cuando uno se alegra al convertirse como Él quería.

73.3. Dios posee sobreabundancia de compasión, porque es bueno y nos da los mandamientos mediante la Ley y los profetas, y de una manera más próxima, mediante la venida del Hijo, nos salva y se compadece, como se ha dicho (cf. Ex 33,19; Rm 9,15; 1 P 2,10), de los que son objeto de su misericordia; porque tiene compasión quien es superior respecto al inferior; y un hombre no será jamás superior a otro hombre, puesto que tiene la misma naturaleza humana, pero Dios es superior al hombre en todo; si, por tanto, el superior se compadece del inferior, únicamente Dios tendrá compasión de nosotros.

73.4. En efecto, un hombre está dispuesto a ser solidario en razón del sentido de justicia, y reparte lo que ha recibido de Dios, bien por natural benevolencia y disposición, bien por los mandamientos que obedece.

Los seres humanos no son de la misma sustancia que Dios

74.1. Pero Dios no tiene con nosotros ninguna relación de naturaleza, como pretenden los fundadores de las herejías -ni si nos ha hecho de la nada, ni si nos ha fabricado de la materia, porque una no existe y la otra es totalmente distinta de Dios-; a no ser que alguien se atreva a decir que nosotros somos parte de Él y consubstanciales a Dios.

74.2. Y no sé cómo soporta uno oír esto, conociendo a Dios, mirando nuestra vida, sumergida en tantos males.

74.3. Si fuera así, cosa que no es lícito decir, Dios tendría parte en los pecados, si es que las partes de un todo son partes integrantes del todo, porque son integrantes, no serían partes.

74.4. Sin embargo, por naturaleza “Dios es rico en misericordia” (Ef 2,4), y por su bondad cuida de nosotros, que no somos ni partes de Él, ni hijos por naturaleza.

Dios nos llama a la adopción filial

75.1. La mayor prueba de la bondad de Dios es precisamente ésta: que siendo en verdad nosotros totalmente “extraños” (Ef 4,18) a Él por naturaleza, con todo se preocupa de nosotros.

75.2. Es natural que los animales tengan ternura con sus hijos, y que la amistad nazca de la vida en común entre los que tienen los mismos sentimientos; pero si Dios es rico en misericordia para con nosotros, no es porque tengamos una relación con Él en lo concerniente, digo, a nuestra esencia o naturaleza, o la potencia propia de nuestro ser, sino sólo porque somos obra de su voluntad. Y el que voluntariamente, mediante la ascesis y la enseñanza, se ha elevado al conocimiento (gnosis) de la verdad, Él lo llama a la adopción filial, que es la meta más alta de todas.

75.3. “Las iniquidades aprisionan al hombre, cada uno queda atado con los cadenas de los propios pecados” (Pr 5,22); y Dios no es responsable (o: culpable). En verdad, “bienaventurado el hombre que se humilla en todas las cosas por temor de Dios” (Pr 28,14; cf. Hb 12,28: eylabeia: devoción).

Capítulo XVII: El conocimiento y la voluntad humanas

   La ciencia

76.1. Como la ciencia es una disposición apta para instruirse, porque por ella nos ha sido concedida la capacidad de saber, y su certeza constante no puede ser cambiada por razonamiento, así también la ignorancia es una representación incierta y cambiante por la acción del razonamiento; ahora bien, lo que cambia, como lo elaborado mediante un razonamiento, depende de nosotros.

76.2. Al lado de la ciencia están la experiencia, la capacidad de discernir (eidesis; lit.: conocimiento), la comprensión (o: entendimiento; synesis), la abstracción intelectiva (o: reflexión; noesis) y la gnosis.

76.3. La capacidad de discernir puede llamarse ciencia de los seres universales, según su especie. En cambio, la experiencia es una ciencia que tiene capacidad de recibir datos (o: comprensiva), de tal forma que hace posible el estudio particular de cada uno de ellos. La abstracción intelectiva es ciencia de lo inteligible. La comprensión es ciencia de lo relacionable, o sea, una aptitud coherente para fijar relaciones o capacidad comparativa en lo relativo a lo que es objeto de pensamiento y de ciencia, bien se trate de una cosa particular o de varias bajo un único razonamiento. La gnosis es la ciencia del ser en sí mismo, o ciencia que se refiere a lo que tiene posibilidad de ser. La verdad es la ciencia de lo verdadero; y la posesión de la verdad es la ciencia de las cosas verdaderas.

La voluntad

77.1. La ciencia, por tanto, se constituye (o: consolida) mediante la razón y no puede ser cambiada por otra razón (lit.: es inmutable por otra razón). [En este punto se ocupa de la gnosis (frase que parece ser un añadido)].

77.2. Lo que no hacemos, o es porque no podemos o porque no queremos, o por ambas cosas.

77.3. Por ejemplo, no volamos porque ni podemos ni queremos; sin embargo, no vamos a nadar, en un momento determinado, porque, aún pudiendo, no queremos. Pero no somos como el Señor, porque, aunque queramos, no podemos.

77.4. “No está el discípulo por encima del maestro, es suficiente que seamos como el maestro” (Mt 10,24), no esencialmente (lit.: según la esencia), porque es imposible que lo que es por adopción sea igual cuanto a la existencia a lo que es por naturaleza, pero llegaremos a ser eternos, conoceremos la contemplación de los seres, seremos llamados hijos y así mediante lo que le es propio (= el Hijo) podremos ver al Padre solo.

77.5. Y lo que precede a todo eso es la voluntad (o: el querer), porque las facultades racionales son naturalmente servidoras de la voluntad. Dice el [Señor]: “Si quieres, podrás” (cf. Jn 5,6; Mc 1,40). La voluntad, el juicio y la ascesis del gnóstico son la misma cosa.

77.6. Porque, si sus fines (u: objetivos; intenciones) son los mismos, sus principios y sus juicios son los mismos, de modo que sus palabras, su vida y su conducta serán consecuentes con su estado. “El corazón recto busca conocer” (Pr 27,21) y permanece atento. “Dios me ha enseñado la sabiduría y conocí la gnosis de los santos” (Pr 30,3; cf. Sb 10,10).