OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (137)

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Santísima Trinidad
1330-1340
Salterio. Liturgia de las Horas
Avignon, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo XII: El doble objeto de la gnosis y de la fe. Sobre el temor y el amor en el presente

   Temor del Señor y fe

53.1. Al ser doble la fe, como el tiempo, podemos encontrar dos virtudes que les conciernen a la vez. La memoria tiene como objeto el tiempo pasado, mientras que la esperanza es característica del futuro. Por la fe creemos que el pasado existió y que el futuro existirá. Además, amamos, persuadidos por la fe que lo pasado es como es, y sostenidos por la esperanza en la expectación de lo que ha de venir.

53.2. En efecto, por todas partes la caridad acompaña al gnóstico, porque sabe que Dios es uno “y he aquí que todo lo que Él ha creado es muy bueno” (Gn 1,31), y lo contempla admirado (lit.: conoce y admira); pero, la piedad confiere “larga vida” (Pr 3,2) y “el temor del Señor acrecienta los días” (Pr 10,27).

53.3. Al igual que los días son una parte de la vida que avanza, así también el temor es principio de la caridad, en cuanto que viene a ser incremento de fe, y luego amor.

53.4. Pero no de igual manera a como yo temo la fiera, que también odio -por eso el temor es doble-, sino como al padre, a quien temo y al mismo tiempo amo. Por eso, cuando temo ser castigado, me amo a mí mismo, eligiendo el temor; pero quien teme ofender al padre lo ama.

53.5. Bienaventurado, por tanto, quien se hace creyente, mediante una mezcla de amor y temor; la fe es una fuerza (que conduce) a la salvación (cf. Rm 1,16), y un poder para a la vida eterna.

El ámbito de la fe

54.1. También la profecía es una pre-gnosis, pero la gnosis es comprensión (noesis: inteligencia de una cosa) de la profecía; o sea, es gnosis de lo conocido previamente por los profetas, gracias al Señor que lo manifiesta todo con anterioridad.

54.2. La gnosis de los sucesos predichos muestra tres fases: la pasada hace tiempo, la presente en la actualidad y la que ha de ser en lo porvenir.

54.3. Por tanto, los extremos: lo que ya se cumplió o lo que se espera, pertenecen (al ámbito) de la fe, mientras que la acción presente procura una persuasión que corrobora ambos extremos.

54.4. En efecto, si en la unidad de la profecía, una parte se cumple en el momento presente, y la otra ya está cumplida, entonces lo que se espera es objeto de fe, y lo pasado es verdadero.

54.5. Porque lo que antes era presente, ya es pasado para nosotros; lo mismo que la fe relativa a los acontecimientos ya pasados es comprensión de un pasado, también la esperanza de sucesos futuros es la comprensión de un futuro. Los asentimientos, no obstante, dependen de nosotros, como lo afirman no sólo los platónicos, sino también los estoicos.

El perdón de los pecados y el arrepentimiento

55.1. Toda opinión, juicio, suposición acción de aprender, actos con los que vivimos y continuamos siendo del género humano, son asentimiento. Y éste no puede ser otro que la fe; incluso la incredulidad, en cuanto que es apostasía de la fe, demuestra la posibilidad del asentimiento y de la fe, porque no hay privación de lo que no existe.

55.2. Si uno observa (o: examina, considera) lo verdadero, encontrará que el hombre naturalmente está mal dispuesto para el asentimiento al error, pero que está capacitado para creer lo verdadero.

55.3. “La virtud que mantiene unida a la Iglesia, como dice “El Pastor” [de Hermas], es la fe, por la que se salvan los elegidos de Dios; la que tiene una actitud viril es la continencia. Las siguen la sencillez, la ciencia, la bondad, el decoro, el amor. Todas son bijas de la fe” (Hermas, El Pastor, Visión, III,8,3-5; no es una cita literal del texto).

55.4. Y de nuevo: “La fe guía, el temor edifica, pero perfecciona el amor”; “Hay que temer al Señor, dice, para edificar, pero no al diablo que trata de perdernos” [lit.: para la catástrofe] (Hermas, El Pastor, Mandamientos, VII,1-2; no es una cita textual).

55.5. Y también: “Es necesario amar y practicar las obras del Señor, es decir, los mandamientos, pero temer y no hacer las obras del diablo; porque el temor de Dios educa y restablece en el amor, pero el de las obras del diablo trae consigo (o: tiene como compañero) el odio” (Hermas, El Pastor, Mandamientos, VII,3-4; no es una cita textual).

55.6. Él mismo dice también que el arrepentimiento es “un gran acto de inteligencia; porque, arrepintiéndose de lo que se ha hecho, ni se hace ni se dice ya más; y mortificando (lit.: atormentando, torturando) la propia alma por las faltas cometidas, obra el bien” (Hermas, El Pastor, Mandamientos, IV,2,2). El perdón de los pecados difiere del arrepentimiento, pero ambas muestran lo que depende de nosotros (cf. Hermas, El Pastor, Mandamientos, IV,3,1).

Capítulo XIII: Arrepentimiento y responsabilidad

   La penitencia después del bautismo

56.1. “Por consiguiente, quien ha recibido el perdón de los pecados no debe pecar jamás” (Hermas, El Pastor, Mandamientos, IV,3,2). Porque además de la primera y única penitencia de los pecados -ésta, de seguro, es la de los que llevaban una primera vida pagana, me refiero a la pasada en la ignorancia-, se ofrece igualmente a todos los elegidos otra penitencia (lit.: conversión), que purifica el interior (lit.: el lugar) del alma de sus errores, para asentar sobre cimientos la fe.

56.2. Por que siendo el Señor “conocedor de los corazones” (Hch 15,8) y preconociendo lo futuro, ha previsto anticipadamente desde el principio la mutabilidad del hombre, al igual que la astucia y malicia del diablo, que tiene envidia del hombre por el perdón de los pecados, y procura, con malicia sagaz, algunas ocasiones para hacer pecar a los siervos de Dios, a fin de hacerlos caer juntamente con él.

La segunda penitencia

57.1. Dios, infinitamente misericordioso, ha dado a quienes, incluso en la fe, han caído en algún error, una segunda penitencia, para que, si alguno fuera tentado después de la llamada, por violencia y engaño, obtuviera la posibilidad de “una penitencia inalterable” (2 Co 7,10).

57.2. “Porque si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento pleno de la verdad, no queda ya más sacrificio por los pecados, sino únicamente la tremenda expectación del juicio y el ardor del fuego, que va a consumir a los rebeldes” (Hb 10,26-27; cf. Is 26,11).

57.3. Pero esas continuas y alternantes conversiones de los pecados, en nada se diferencian del no haber llegado a creer, sino tan sólo en la conciencia de pecar. Yo no sé cual de las dos situaciones es peor: pecar con plena conciencia o, después de haber hecho penitencia de los pecados, claudicar de nuevo.

57.4. En efecto, el pecado se manifiesta por una doble prueba de culpabilidad: por una parte, porque al perpetrarse es condenado por el obrador de la iniquidad; de otra parte, porque conociendo de antemano que lo que va a hacer es malo, (igualmente) lo realiza. Y puede suceder que ceda ante la ira e incluso al placer, sin desconocer ante lo que cede; pero el que se arrepiente de aquello en que había cedido, y después recae nuevamente en el placer, se une al que desde el principio peca voluntariamente. Porque, al realizar de nuevo el acto del que se había arrepentido, hace voluntariamente aquello que había condenado.

El verdadero arrepentimiento

58.1. Por tanto, quien ha accedido a la fe ha obtenido de una vez el perdón de los pecados, al apartarse de los gentiles y de esa anterior existencia. Ahora bien, quien ha pecado también después, y luego se arrepiente, debe sentir vergüenza, aunque haya obtenido el perdón, no [pudiendo] lavarse ya más para la remisión de los pecados.

58.2. Porque no sólo debe abandonar los ídolos que antes divinizaba, sino también las obras de la vida precedente, quien ha sido regenerado “no por la sangre ni la voluntad de la carne” (Jn 1,13), sino en el Espíritu.

58.3. Esto sería arrepentirse sin caer en el mismo error; por el contrario, arrepentirse a menudo es desear los pecados, y es también una inclinación a la volubilidad por falta de ascesis.

El Señor es compasivo

59.1. Es una apariencia de penitencia, no penitencia, el pedir muchas veces perdón de las faltas que cometemos repetidamente. “La justicia abre caminos irreprochables” (Pr 13,6), clama la Escritura. Y también: “La justicia del inocente le enderezará su camino” (Pr 11,5; 13,6)

59.2. Ciertamente: “Como un padre es compasivo con sus hijos, así el Señor es compasivo con los que le temen” (Sal 102 [103],13), escribe David.

59.3. Así, “los que con siembran con lágrimas, cosecharán con júbilo” (Sal 125 [126],5): [se dice] de los que se confiesan en la penitencia; “bienaventurados todos los que temen al Señor” (Sal 127 [128],1).

59.4. ¿Ves la bienaventuranza semejante a la del Evangelio? “No temas, dice, cuando un hombre se enriquece y acrecienta la gloria de su propia casa; porque a su muerte nada se llevará consigo, ni le seguirá su gloria” (Sal 48 [49],17-18).

59.5. “Pero yo entraré en tu casa por tu misericordia, y me postraré ante tu santo templo, en tu temor. Señor, guíame, en tu justicia” (Sal 5,8-9).

59.6. Un impulso es un movimiento del pensamiento hacia algo o por algo; una pasión es un impulso excesivo o que sobrepasa los limites de la razón20; o bien un impulso desencadenado y desobediente a la razón. Por eso, las pasiones son un movimiento del alma en contra de la naturaleza por su desobediencia a la razón -y esta retirada, alejamiento y desobediencia depende de nosotros, al igual que depende de nosotros la obediencia; por eso son juzgados los actos voluntarios-. Ahora bien, si uno recorriere cada una de las pasiones, encontrará que son deseos irracionales.