OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (134)

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Santísima Trinidad
Siglo XIII
Biblia
Arras, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo VIII: Las opiniones de los gnósticos Valentín y Basílides sobre el temor de Dios

   Teorías de Basílides y Valentín

36.1. Aquí, los seguidores de Basílides, para explicar ese texto(1), dicen que el Arconte, al oír la palabra del Espíritu en su función de ministro, se espantó, evangelizado por lo que escuchó y por lo que vio, por encima (de toda) esperanza; y este estupor suyo fue llamado temor, concebido como principio de sabiduría que distingue (lit.: apta para clasificar), discierne, perfecciona y reinstaura. En efecto, el que está por encima de todo lo envía para separar no sólo el mundo, sino también la elección.

36.2. También parece que Valentín pensaba algunas de esas ideas, cuando escribió en una carta estas palabras textuales: “Y, como si un miedo se hubiera apoderado de los ángeles ante aquella creatura cuando profirió sonidos superiores a su condición creada, gracias a aquel que había depositado en él invisiblemente una semilla de la esencia de lo alto, y hablaba libremente.

36.3. También entre las razas (o: generaciones) de los hombres del mundo (lit.: cósmicos), los autores de imágenes sienten pavor ante sus obras humanas, por ejemplo, estatuas, figuras y todo lo que crean las manos en nombre de Dios.

36.4. Efectivamente, Adán, plasmado en el nombre del Hombre, causó el temor del Hombre Preexistente, como si residiera dentro de él; y [los ángeles] se asustaron y rápidamente hicieron desaparecer su obra” (Valentín, Fragmentos, 1).

El temor de Dios es un regalo del Señor

37.1. Pero, al existir un único principio, como luego se demostrará, aparece claramente que estos hombres inventan gorjeos y susurros.

37.2. Cuando le pareció bueno a Dios, por medio del Señor, hacer una propedéutica (o: adiestramiento preliminar) de la Ley y los profetas, dijo: ““El principio de la sabiduría es el temor de Dios” (Sal 110 [111],10; Pr 1,7). Es un don del Señor, por intermedio de Moisés, a los indóciles y duros de corazón, porque a quienes no conquista la razón, les pacifica el temor.

37.3. Previendo esto desde el principio el Verbo educador armonizó su instrumento (= el hombre) de esas dos maneras (= mediante la Ley y los profetas), purificándolo de forma adecuada para la piedad.

37.4. Ahora bien, el estupor es un temor (por efecto) de una representación desacostumbrada o por una representación inesperada, cual por una noticia; y el temor es una admiración excesiva por lo que ya ha sucedido o existe.

37.5. Ellos no reconocen que el sumo Dios al que celebran estaría dominado por las pasiones, al atribuirle estupor, y que estaría (bajo el influjo) de la ignorancia, por lo menos antes del estupor.

37.6. Pero si la ignorancia precede al estupor, y el estupor y el temor se convierten en principio de sabiduría, es decir, en temor de Dios, existe el peligro de que la ignorancia como principio causal preceda a la sabiduría de Dios, a la creación entera, y también a la reintegración (o: restauración; apokatástasis) de la elite misma.

Elucubraciones de los gnósticos

38.1. Pero, ¿esa ignorancia tiene relación con el bien o con el mal (lit.: con las cosas buenas o las cosas malas)? Si hace referencia al bien (lit.: si de las cosas buenas), ¿por qué termina con estupor? Y son superfluos el ministro (lit.: diácono), la predicación y el bautismo. Pero si (se relaciona) con el mal (lit.: las cosas malas), ¿cómo éste puede ser causa de las cosas más hermosas?

38.2. Si no precediera la ignorancia, el ministro no hubiera descendido, ni el estupor hubiera engañado al Arconte, como ellos dicen, ni del temor habría salido un principio de sabiduría para discernir entre los elegidos y los mundanos (lit.: cósmicos).

38.3. Pero si el temor del Hombre preexistente puso en guardia a los ángeles contra su creatura, por contenerse invisible en su obra la semilla de la esencia de lo alto, entonces, o se pusieron celosos por una vana suposición, y es increíble que los ángeles estuvieran condenados a una ignorancia absoluta de la obra que se les había encargado ser autores, como si se tratase de un hijo.

38.4. O bien fueron movidos a un estado de completa presciencia; pero entonces no habrían buscado insidiosamente el medio que usaron contra lo que conocían por anticipado, ni se hubieran asombrado ante su propia obra, porque hubieran reconocido, en virtud de la presciencia, la semilla de lo alto.

38.5. O bien, finalmente, se atrevieron a aquello confiando en su gnosis, lo cual es imposible, puesto que sabían la enormidad (que era) conspirar contra el Hombre del Pleroma, y por ello también contra el que es “a imagen” (Gn 1,26), en el que reside el arquetipo y es inmortal, en conformidad con el resto de la gnosis.

La Ley y el temor del Señor

39.1. Precisamente a éstos y a algunos otros, especialmente a los seguidores de Marción, la Escritura les grita, aunque ellos no oigan: “Quien me escuche descansará en paz confiado, y estará tranquilo sin temer ningún mal” (Pr 1,33).

39.2. ¿Qué quieren que sea la Ley? No dirán que es mala, sino justa, diferenciando lo bueno de lo justo.

39.3. Pero el Señor, al mandar temer el mal, no pretende rechazar el mal con otro mal, sino que destruye lo contrario con su opuesto. Y el bien se opone al mal, como lo justo a lo injusto.

39.4. Ahora bien, si definió intrepidez el alejamiento de los males que el temor del Señor procura, este temor es un bien; y el temor proveniente de la Ley no sólo es justo, sino bueno también, porque elimina al mal. Aunque se consiga la ausencia de miedo con temor, no se logra la ausencia de pasión mediante otra pasión (lit.: la impasibilidad; apátheia); es la disciplina (paideia) la que engendra la moderación de las pasiones (o: el equilibrio de las pasiones; metriopátheia).

39.5. Cuando oímos: “Honra al Señor y serás fuerte; no temas a nadie más que a Él” (Pr 7,1), debemos entender que honrar a Dios significa temer al pecado y obedecer los mandamientos dados por Dios.

El cristiano teme apartarse de Dios

40.1. Dios significa el temor de lo divino. Pero, aun si el temor es una pasión, como algunos quieren, porque el temor sea una pasión, no todo temor es una pasión. La superstición es una pasión, porque es el temor de los demonios no sólo sujetos a pasión, sino movidos por ella.

40.2. Por el contrario, el temor del Dios impasible es (un temor) sin pasiones; porque uno no teme a Dios, sino apartarse de Dios; y quien siente ese temor, teme caer en el mal, y esos males le asustan; el que teme la caída pretende mantenerse incorruptible y sin pasiones.

40.3. “El sabio temeroso evita el mal; en cambio, el necio se entrega confiado” (Pr 14,16) dice la Escritura. Y también dice: “En el temor del Señor se encuentra la esperanza de la fuerza” (Pr 14,26).
(1) Se refiere a: “El principio de la sabiduría es el temor de Dios” (Sal 110 [111],10; Pr 1,7), citado al final del capítulo precedente.