OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (133)

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Santísima Trinidad
Antes de 1297
Salterio
Le Mans (Francia)
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo VII: El temor de Dios

   Dios, la ley y los seres humanos

32.1. Quienes desprecian el temor atacan la ley, y con la ley, también (rechazan) a Dios, que evidentemente nos ha dado la ley. Al respecto, es necesario que permanezcan estas tres cosas: el administrador, la administración y lo administrado.

32.2. Ahora bien, si por una hipótesis fuera eliminada la ley, sucedería que cualquiera que se dejara llevar por las pasiones (lit.: deseos), cayendo en el placer, descuidaría lo que es bueno (o: lo que está bien), despreciaría a la divinidad, y (se convertiría) en impío e injusto a la vez, sin temor a eludir la verdad.

32.3. Ciertamente, hay quienes dicen que el temor es una huida irracional, y una pasión. ¿Qué dices? ¿Cómo puedes tú sostener esa definición, cuando el mandato me ha sido dado por medio del Verbo? El mandamiento prohíbe y, para su educación, suspende el temor sobre la cabeza de los que así son susceptibles de ser amonestados.

32.4. Por tanto, el temor no es irracional, sino racional (o: es conforme al Verbo [logikòs]); y ¿cómo no lo será cuando exhorta: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio” (Ex 20,13-16)? Pero si quieren alterar la verdad (lit.: sofisticar) con nombres, llamen los filósofos al temor de la ley circunspección, porque es una abstención razonable.

“El principio de la sabiduría es el temor del Señor”

33.1. Litigantes de palabras, les llamaba no sin razón Critólao de Faselis. El mandamiento es agradable e incluso aparece muy hermoso a nuestros acusadores, aunque expresado con un nombre distinto.

33.2. Así se demuestra que la circunspección es racional; siendo una huida de lo que entraña daño, y de ella surge el arrepentimiento del mal cometido anteriormente. “El principio de la sabiduría es el temor del Señor, y buena inteligencia para todos los que lo practican” (Pr 1,7). Aquí se habla de la práctica de la sabiduría, que consiste en el temor de Dios que abre camino hacia la sabiduría.

33.3. Pero si la ley produce (lit.: hace nacer) el temor, el principio de la sabiduría es el conocimiento de la ley, y no hay sabio sin ley. Por eso no son sabios quienes rechazan la ley, de lo que se deduce que deben ser considerados como ateos.

33.4. La disciplina (lit.: educación) es principio de sabiduría. “Pero los impíos despreciarán la sabiduría y la disciplina” (Pr 1,7), dice la Escritura.

La Ley no es mala

34.1. Veamos cuáles son las cosas que la Ley anuncia (o: declara) temibles. Si se trata de todo aquello que está a mitad de camino entre la virtud y el vicio, como la pobreza, la enfermedad, la mala reputación, el origen humilde (o: la bajeza de sentimientos), y cosas semejantes, también todo eso lo formulan las leyes civiles (o: de la ciudad), y lo aprueban. Esta opinión está en consonancia con los peripatéticos que introducen tres clases de bienes y consideran los contrarios a éstos como males.

34.2. Pero a nosotros la ley que se nos ha dado nos ordena rechazar los verdaderos males: el adulterio, el desenfreno, la pederastia, la ignorancia, la injusticia, la enfermedad del alma, la muerte; no la separación del alma y del cuerpo, sino la que separa el alma de la verdad. Esos son los males verdaderamente temibles y terribles, lo mismo que sus efectos.

34.3. Dicen los oráculos divinos: “No hay que extender injustamente redes a las aves; porque quienes participan en sus crímenes, atesoran para sí mismos males” (Pr 1,17-18 LXX).

34.4. ¿Cómo, entonces, puede tenerse todavía a la Ley como mala (lit.: no buena) por parte de algunos herejes, que invocan en su defensa al Apóstol que dice: “Por la Ley tiene lugar el conocimiento del pecado” (Rm 3,20)? Les responderemos: la Ley no ha creado (lit.: hecho) el pecado, sino que lo ha mostrado. Al prescribir lo que se debe hacer, [la ley] rechaza lo que no se debe hacer (cf. Rm 5,13; 7,7).

34.5. Es propio de quien es bueno enseñar lo que es saludable, indicar lo que es dañino, aconsejar la práctica de lo primero e invitar a huir de lo otro.

La Ley educa

35.1. Por eso, el Apóstol, a quien no han entendido, ha dicho que los pecados se han manifestado a (nuestro) conocimiento gracias a la ley, (pero) no que (ésta) tenga su subsistencia de aquellos.

35.2. ¿Cómo no ha de ser buena la ley que educa, que ha sido dada como “pedagogo hacia Cristo” (Ga 3,24), para que, rectamente formados por el temor, nos dirijamos hacia la perfección por medio de Cristo?

35.3. Dice [la Escritura]: “No quiero la muerte del pecador, sino su arrepentimiento” (Ez 33,11; 18,23 y 32). Pero el mandato es el que origina (lit.: hace) el arrepentimiento, impidiendo lo que no debe hacerse y mandando las buenas obras.

35.4. Pienso que llama muerte a la ignorancia. “Quien está cerca del Señor está lleno de azotes” (Jdt 8,27). Quien se acerca a la gnosis evidentemente experimenta (lit.: disfruta) peligros, temores, aflicciones, tribulaciones por el deseo de la verdad. “En efecto, el hijo bien instruido llegó a ser sabio, y el hijo sensato huyó del fuego; el hijo prudente aceptará los mandamientos” (Pr 10,4. 5. 8 LXX).

35.5. Y el apóstol Bernabé citando antes (este texto): “¡Ay de los que se creen inteligentes y dotados de ciencia ante sí mismos!” (Is 5,21), añade: “Hagámonos espirituales, templo perfecto para Dios. En cuanto está en nosotros, ejercitémonos en el temor de Dios y luchemos para observar sus mandamientos, para que nos gocemos en sus justificaciones” (Seudo Bernabé, Epístola, 4,11). (Por eso) se ha dicho de forma divina: “El principio de la sabiduría es el temor de Dios” (Sal 110 [111],10; Pr 1,7).