OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (132)

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Sacrificio de Isaac
Hacia 1260-1270
Dijon (Francia)
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo VI: La fe, el arrepentimiento, la caridad, la gnosis

   La palabra del Señor

25.1. Dice Isaías: “Señor, ¿quién creyó en lo que nosotros oímos?” (Is 53,1). “Porque la fe viene del oír, y el oír, mediante la palabra de Dios” (Rm 10,17), dice el Apóstol.

25.2. «¿Cómo invocarán al que no creyeron? Y ¿cómo creerán a quien no oyeron? Y ¿cómo oirán si nadie les proclama? Y ¿cómo proclamarán sin haber sido enviados? Según está escrito: “¡Qué hermosos los pies de los anuncian buenas nuevas!”» (Rm 10,14-15; Is 52,7).

25.3. ¿Ves cómo el [Apóstol] hace remontar la fe, mediante el anuncio (lit.: el oír) y la predicación (lit.: proclamación) de los Apóstoles, hasta la palabra del Señor, hasta el Hijo de Dios? ¿Y aún no entendemos que la palabra del Señor es demostración?

25.4. Así como el juego de pelota no depende sólo del que según (las reglas) del arte tira la pelota, sino que requiere además alguien que la reciba con el debido ritmo, para que la gimnasia se realice según las reglas (del arte) de la pelota; así también la enseñanza es digna de crédito cuando la fe de los oyentes facilita el aprendizaje, que es, por así decirlo, una especie de técnica natural.

Arrepentimiento y gnosis

26.1. También cuando un terreno es fecundo coopera con la acción de la semilla. Por eso no hay provecho alguno en la educación, aunque sea la mejor, sin la disponibilidad del alumno; tampoco existe [provecho alguno] en la profecía, cuando falta la docilidad de los oyentes.

26.2. Las pajas secas, dispuestas para recibir la capacidad de ser quemadas, se encienden más fácilmente; y la piedra que, bien conocida por ello, atrae al hierro por semejanza de naturaleza, al igual que la resina de ámbar amarillo atrae las pajas secas y el electro remueve los montones de paja. Y las cosas que son atraídas les obedecen arrastradas (o: atraídas) por un misterioso soplo, no como causas, sino como concausas.

26.3. Existen dos clases de maldad: la que actúa mediante engaño y simulación, y otra que empuja y arrastra con violencia; ahora bien, el Verbo divino ha lanzado su voz para llamar a todos los hombres, apareciéndose principalmente a aquellos que no habían obedecido (o: aún conociendo muy bien a aquellos que no le obedecerían); pero, con todo, como en nuestra mano está el sí y el no obedecer, para que no puedan algunos pretextar ignorancia, ha lanzado justamente su llamada, y no exige sino lo que cada uno puede.

26.4. Hay quienes poseen juntamente el querer y el poder, al haber acrecentado sus dotes [personales] mediante el ejercicio, y están purificados; otros, aunque todavía no pueden, sin embargo poseen ya el querer. El desear una acción es propio del alma, pero ponerla en práctica no es posible sin el cuerpo.

26.5. El valor de las acciones no solo se mide únicamente por el resultado (lit.: el fin), sino que se juzga también por la elección de cada uno, aunque realice su elección a la ligera, y si está arrepentido de las faltas cometidas, si tiene conciencia de los errores en los que ha caído, y si los reconoce, es decir, los reconoce posteriormente. Porque el arrepentimiento es un conocimiento (gnosis) tardío, mientras que la ausencia de pecado es la gnosis primera.

La esperanza nace de la fe

27.1. También la conversión es un éxito (o: un acto virtuoso producido por) de la fe. Porque, si no se cree que es pecado la actitud en la que se ha permanecido anteriormente, no se convertirá. Y si no se cree que el que comete una falta merece un castigo, y que existe una salvación para quien vive conforme a los mandamientos, nadie se convertirá (lit.: cambiará). Por eso, también la esperanza surge de la fe.

27.2. Tanto es así que los seguidores de Basílides definen la fe como un asentimiento del alma acerca de las cosas que no afectan a los sentidos porque no le están presentes. Ahora bien, la esperanza es expectativa de la posesión de un bien; pero la esperanza necesariamente es fiel. Fiel es el que guarda cuidadosamente lo que se le confía; y a nosotros se nos han confiado las palabras que se refieren a Dios y las palabras divinas, los mandamientos con la práctica de los preceptos.

27.3. Ese es el “servidor fiel” (Mt 24,45; 25,21) alabado por el Señor. Y cuando [el Apóstol] dice: “Dios es fiel” (1 Co 1,9; 10,13; 2 Co 1,18), indica que, al revelarse, es digno de fe; pero es el Verbo divino quien se revela, y ciertamente Dios mismo es digno de fe.

27.4. ¿Cómo, si creer es conjeturar (o: suponer), los filósofos creen que sus propias ideas son firmes? Porque no es una conjetura el asentimiento voluntario antes de una demostración, sino un asentimiento a un fuerte (o: asentimiento a una autoridad válida).

La benevolencia del Señor

28.1. ¿Pero quién es más poderoso que Dios? La incredulidad es una conjetura débil (y) negativa de (la proposición) contraria; lo mismo que la desconfianza es la actitud que acepta con dificultad la fe. Y la fe es una conjetura voluntaria y una sabia prolepsis (precaptación) anterior a la comprensión; y la espera es la representación de algo futuro (o: una espera de algo futuro); mientras que en otros casos la espera es una opinión de lo incierto; pero la confianza es un juicio firme sobre algo.

28.2. Por eso nosotros creemos en aquel en quien hemos confiado, para gloria de Dios y salvación (nuestra). Y hemos puesto nuestra confianza en el único Dios, porque sabemos que Él no quebrantará las hermosas promesas que nos ha hecho, y a lo que por causa de ellas ha creado y nos ha concedido con benevolencia.

28.3. Ahora bien, la benevolencia es un querer bienes para otro por ese otro mismo. Porque Él no tiene necesidad de nada; la benevolencia y la benignidad del Señor, se realiza en favor nuestro; son una benevolencia divina, y son una benevolencia que tiene por finalidad hacer el bien.

28.4. Si “a Abrahán que tuvo fe (ésta) le fue reconocida por justicia” (Gn 15,16; Rm 4,3. 9. 22; Ga 3,6; St 2,23), y nosotros somos descendencia de Abraham por (la palabra) oída (o: por la predicación), también nosotros debemos creer. Porque nosotros somos israelitas que obedecemos no mediante signos, sino por la palabra oída (o: la predicación).

28.5. Por ello se dijo: “Regocíjate, estéril, que no has parido; entona un grito de alegría, tú, que no has estado de parto; porque son más los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido” (Is 54,1; cf. Ga 4,27). “Has vivido para entrar en el recinto del pueblo, tus hijos fueron bendecidos para entrar en las tiendas de los padres” (cf. Is 54,2-3. 10).

28.6. Puesto que las mismas moradas están prometidas por la profecía a los patriarcas y a nosotros, es el mismo Dios el que se revela (lit.: muestra) en los dos Testamentos.

Un único Señor

29.1. En efecto, se añade más claramente: “Has heredado el testamento de Israel” (cf. Is 54,10), aludiendo al llamamiento a los gentiles: a la mujer antes estéril de ese marido que es el Verbo, abandonada anteriormente por el novio.

29.2. “El justo vivirá de la fe” (Rm 1,17); la fe según el [Nuevo] Testamento y los mandamientos, porque éstos que son dos por el nombre y el tiempo, habiendo sido concedidos por la divina economía, teniendo en cuenta la edad y el progreso, en realidad tienen la misma fuerza, el Antiguo y el Nuevo, y por medio del Hijo nos vienen del único Dios.

29.3. Por eso, también en la “Carta a los Romanos” el Apóstol dice: “La justicia de Dios se manifiesta en Él, procediendo de fe a fe” (Rm 1,17); (así) nos enseña que la única salvación, desde la profecía hasta el Evangelio, se ha realizado por un único y mismo Señor.

29.4. También dice: “Este encargo te encomiendo, hijo Timoteo, conforme a las profecías precedentes sobre ti: combate por ellas la buena batalla, teniendo fe y buena conciencia; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe” (1 Tm 1,18-19), porque han mancillado con su incredulidad la conciencia que viene de Dios.

La fe basada en el amor es una realidad divina

30.1. Por consiguiente, no es razonable acusar con facilidad a la fe de ser cosa fácil, vulgar, y también de referirse a hechos irrelevantes. Si su actividad fuese humana, como algunos griegos supusieron, habría desaparecido (cf. Hch 5,38-39). Pero todavía se propaga y no hay lugar en el que no exista.

30.2. Yo afirmo que la fe, basada en el amor o en el temor, como prefieren los detractores, es cosa divina, ya que no ha sido desgarrada por otros afectos mundanos, ni se encuentra diluida por temor presente alguno.

30.3. Porque la caridad con el amor a la fe hace a los creyentes, y la fe, por su parte, es fundamento de la caridad, correspondiendo así a su beneficio. Y cuando el temor es el pedagogo de la ley, a partir del momento que se cree, también la existencia del temor es objeto de fe.

30.4. Si el existir se demuestra con el actuar, lo que está por venir y amenaza, pero no actúa ni está presente, es objeto de fe; y si su existencia es objeto de fe, en cuanto tal no es generador de fe, porque es la fe la que lo hace digno de credibilidad.

La fe es el fundamento de la verdad

31.1. Divino es ese trueque (o: gran cambio), gracias al que un individuo pasa de la incredulidad a ser creyente, y empieza a creer por la esperanza y el temor. Así, la fe se presenta ante nosotros como la navegación primera hacia la salvación; después de ella, el temor, la esperanza y la conversión, que juntamente con la continencia y la paciencia, nos conducen al amor y a la gnosis.

31.2. Con razón dice el apóstol Bernabé: “Estoy deseando entregarles una parte de lo que he recibido, para que junto con su fe posean también la gnosis perfecta. Son ayudas de nuestra fe el temor y la paciencia; y nuestros aliados son la longanimidad y la continencia. Esas virtudes, añade, cuando se mantienen puras ante del Señor, se alegran con ellas la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y la gnosis” (Seudo Bernabé, Epístola, 1,5; 2,2-3).

31.3. Así, por lo tanto, siendo como son las virtudes dichas los elementos de la gnosis, resulta ser más fundamental la fe, que es tan necesaria al gnóstico, como al que vive en este mundo lo es respirar para vivir; y lo mismo que sin los cuatro elementos no se puede vivir, tampoco se puede conseguir (lit.: seguir) la gnosis sin la fe. Ella es el fundamento de la verdad.