OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (130)

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Abraham y los tres Ángeles
Hacia 1260-1270
Dijon, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO II

Capítulo III: La fe en los sistemas de Basílides y Valentín

   Los errores de los gnósticos respecto de la fe

10.1. Los seguidores de Basílides consideran que la fe es algo natural, porque la atribuyen a la elección, al descubrir las doctrinas sin demostración alguna, sino mediante una comprensión intelectual.

10.2. En cambio, los valentinianos nos asignan la fe a nosotros, los simples, pero sostienen que la gnosis reside en ellos, que son salvados por su naturaleza, en conformidad con la superioridad de su origen; y dicen que la gnosis dista más de la fe que lo espiritual respecto a lo psíquico.

10.3. Además los basilianos afirman que la fe y la elección poseen su respectivo espacio, según su categoría individual; y que consecuentemente, de la elección supercósmica depende en toda naturaleza la fe cósmica, y también que el don de la fe sería proporcional a la esperanza de cada uno.

La fe implica una elección

11.1. Si eso es así, la fe no sería resultado de una libre determinación, sino de un privilegio de la naturaleza; así tampoco sería responsable el que no cree, ni merecería un castigo justo; lo mismo que el creyente tampoco sería responsable. De esta manera, cuanto hay de personal y diferente realmente en nosotros por la fe o la incredulidad, no estará sometido ni a alabanza ni a reproche para quien bien razona, ya que todo se encuentra predeterminado por la necesidad natural, surgida del que tiene poder universal. Y si nosotros estamos gobernados por una fuerza natural, como por cuerdas, igual que los objetos inanimados, lo voluntario y lo involuntario resultan ser nociones superfluas, al igual que el impulso que los dirige.

11.2. En cuanto a mí, no puedo concebir un ser viviente cuya capacidad impulsiva es resultado de una necesidad, instado por una causa externa. Entonces, ¿dónde estaría la conversión del incrédulo, por la que se obtiene el perdón de los pecados? Así, tampoco sería ya razonable el bautismo, ni el sello bendito, ni el Hijo, ni el Padre; sino que para ellos Dios viene a ser, me parece a mí, la distribución de las naturalezas, sin el fundamento de la salvación que es la fe voluntaria.


Capítulo IV: Necesidad y preeminencia de la fe

   Hemos creído en el Verbo

12.1. Pero nosotros que hemos recibido del Señor, mediante las Escrituras, que a los hombres se les ha dado la facultad de elegir y de rechazar libremente, apoyándose en la fe, como criterio inmutable (o: infalible); demostramos que “el espíritu está pronto” (Mt 26,41; Mc 14,38), porque hemos elegido la vida y hemos creído a Dios mediante su voz. Y quien ha creído al Verbo sabe que eso [que ha creído] es verdadero, porque el Verbo es verdad (cf. Jn 14,6); por el contrario, quien no ha creído (al Verbo) que habla, no ha creído a Dios.

12.2. Dice el Apóstol: “Por fe entendemos que los mundos han sido formados mediante la palabra de Dios, de modo que de lo invisible ha tenido origen lo visible; por la fe Abel ofreció un sacrificio mayor que Caín, y por ello fue declarado justo, dando Dios mismo testimonio sobre sus ofrendas; y mediante la fe aquél, después de muerto, habla todavía” (Hb 11,3-4), y lo que sigue hasta “tener por algún tiempo el goce del pecado” (Hb 11,25). La fe justificó a esas personas antes de la Ley y las hizo herederas de la promesa divina (cf. Hb 6,12. 17).

“La fe descansa en la verdad”

13.1. Entonces, ¿para qué retomar en nuestras historias los ejemplos de fe y aducirlos en testimonio? “Me faltaría tiempo para recordar a Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y a los profetas” (Hb 11,32), y lo que sigue.

13.2. Cuatro son los elementos en que se fundamenta la verdad: sensación, mente, ciencia y opinión (o: conjetura; suposición); en el orden natural lo primero es la mente, pero para nosotros y en relación a nosotros es la sensación; de la sensación y el entendimiento se constituye la esencia de la ciencia; y común a la mente y a la sensación es la evidencia.

13.3. Aunque la sensación sea el peldaño de la ciencia, sin embargo la fe se hace primero camino mediante las cosas sensibles, luego abandona la opinión, aspira hacia lo que no es engañoso y descansa en la verdad.

13.4. Si alguien dice que la ciencia es una demostración conforme a la razón, que sepa que los principios son indemostrables, porque no son cognoscibles ni por la experiencia (lit.: técnica) ni por el pensamiento. Éste concierne a los seres que pueden ser de otro modo, mientras que aquella es sólo para la acción, no para la contemplación.

“La fe es una gracia”

14.1. Por eso, sólo mediante la fe se puede alcanzar el principio de todo. Porque toda ciencia puede enseñarse, y lo que se puede enseñar procede de un conocimiento anterior.

14.2. Pero el principio del universo no era conocido con anterioridad por los griegos; ni por Tales, que ponía el agua como causa primera, ni por los otros físicos posteriores. Anaxágoras fue el primero que puso el espíritu (noys; o: la mente) por encima de las cosas; pero ni siquiera él le dio el valor de ser causa creadora, describiendo (lit.: pintaba) ciertos remolinos carentes de razón, juntamente con la inactividad y la sinrazón del espíritu.

14.3. Por eso también dice el Verbo: “No se den a ustedes mismos el título de maestro sobre la tierra” (Mt 23,8. 9), porque la ciencia es un estado que procede por demostración, mientras que la fe es una gracia que hace subir de las cosas indemostrables hasta el ser absolutamente simple, que no está unido a la materia, ni es materia, ni deriva de la materia.

Un nuevo modo de conocer

15.1. Por lo que se ve, los incrédulos “arrastran todo desde el cielo y de lo invisible a la tierra, arrancando sin más con sus manos piedras y encinas, como dice Platón, pegados a todas las cosas de ese género, sostienen que sólo existe cuanto ofrece resistencia y [tiene] contacto; cuerpo y ser son para ellos la misma cosa...

15.2. Y quienes discuten con ellos se defienden con mucha precaución, desde lo alto, es decir, de los lugares invisibles, obstinados en mantener que el verdadero ser es el de las ideas ininteligibles e incorpóreas” (Platón, Sofista, 246 A-B).

15.3. “He aquí que yo hago nuevas las cosas” (Is 43,19), dice el Verbo, “cosas que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ascendieron al corazón del hombre” (1 Co 2,9; cf. Is 43,19; 65,17; Is 64,3; 52,15); todo lo visible, audible y que hay en el corazón, con ojo nuevo, con nuevo oído y nuevo corazón, es perceptible mediante la fe y la inteligencia, porque los discípulos del Señor hablan, escuchan y obran de forma espiritual.

15.4. Existe, en efecto, una moneda auténtica y otra falsa, que no obstante engaña a los no entendidos, pero no a los cambistas (o: banqueros), que saben, por la práctica, separar y discernir la falsa de la verdadera (cf. Mt 23,8). Así, el cambista dice, sin más, al no entendido que tal moneda es falsa; cómo, sólo lo saben el cambista conocido y que está preparado para ello.

15.5. Aristóteles dice que es fe el juicio que sigue a la ciencia sobre la verdad de una cosa. Por tanto, la fe es más importante que la ciencia, y constituye su criterio.

No es posible oponerse a Dios

16.1. La conjetura, en el sentido de una frágil suposición, imita la fe, lo mismo que el adulador imita al amigo y el lobo al perro. Ahora bien, como vemos que el artesano (o: el carpintero) se hace técnico aprendiendo ciertas cosas, y el piloto podrá pilotar si se ha adiestrado en su arte, dándose cuenta de que no basta querer ser (un hombre) bueno y honesto, sino que es necesario aprender con docilidad.

16.2. Hacerse dócil frente al Verbo, al que llamamos Maestro, quiere decir tener fe en Él sin oponernos en nada. ¿Cómo es posible oponerse a Dios? Por tanto la gnosis se hace fiel y la fe se hace gnóstica, según un orden y una reciprocidad establecidas por Dios.

16.3. Por eso Epicuro, que estimó el placer más que la verdad, también dice que la fe es una prolepsis (o: prenoción; precaptación de la mente); y, a su vez, define esa preconcepción como un fijar la atención en una cosa evidente y en la clara inteligencia de un objeto; así, no se puede indagar, ni dudar, ni mucho menos concebir una opinión, ni refutar nada sin la prolepsis.

Feliz el que escucha

17.1. Porque de no tener alguno una prolepsis de lo que desea ¿cómo podrá saber algo de lo que busca? Pero el que sabe, ya hace que la prolepsis sea comprensión.

17.2. Pero, si quien aprende lo hace mediante la prolepsis, que faculta la elección según se ha dicho, es entonces cuando uno tiene el oído abierto para escuchar la verdad: “Feliz quien habla a los oídos de quienes escuchan” (Si 25,9); como, sin duda, es feliz también quien escucha.

17.3. Pero, escuchar es comprender. Ahora bien, si la fe no es otra cosa que una prolepsis del pensamiento respecto a lo que se dice, y está definida como atención, inteligencia y docilidad, nadie aprenderá sin fe, puesto que nadie aprende sin prolepsis.

17.4. Así se manifiesta como lo más verdadero lo que dice el profeta: “Si no tienen fe, ninguno comprenderá” (Is 7,9). Eso mismo dijo Heráclito de Éfeso, al parafrasear la sentencia: “Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás, puesto que no se puede hallar y es inaccesible” (Fragmentos, 22 B 18).

Los cristianos son ungidos en Cristo

18.1. Además, el filósofo Platón también escribió en “Las Leyes”: “El que quiera ser feliz y dichoso debe participar de la verdad desde el comienzo, para que viva conforme a la verdad el mayor tiempo posible; porque cree. Pero el que no cree, es quien ama deliberadamente la mentira. De igual manera el que la ama sin querer es un necio. Ninguna de estas dos actitudes es envidiable, porque todo hombre sin fe e ignorante carece de amigos” (Platón, Leyes, V,730 B-C).

18.2. Y quizás esa [fe] es la que en el “Eutidemo” él llama de manera misteriosa “sabiduría real” (Platón, Eutidemo, 291 D). En el “Político” dice expresamente: “La ciencia regia es la que conviene al verdadero rey, y quien la posee, ya sea gobernante ya particular, recibirá por ello el título de rey, por el derecho mismo que le confiere su arte” (Platón, Político, 259 A-B y 292 E).

18.3. Por eso cuantos han creído en Cristo son y se definen como los ungidos, como regios, en cuanto que son objeto de cuidado regio. Así, “como los sabios son sabios por la sabiduría y los justos son justos por la justicia” (Platón, Minos, 314 C), así también los cristianos, (discípulos) de Cristo son regios gracias a Cristo Rey (o: así también los ungidos son regios gracias al Rey y cristianos por Cristo).

18.4. Y poco después, [Platón] añade con claridad: “Lo que es recto sin duda es legal, y la recta razón es ley, porque tal es por naturaleza, no por ser redactada mediante escritos o de otra manera” (Platón, Minos, 317 B-C). Y el extranjero de Élea define al hombre regio y político como “ley viviente” (Platón, Político, 295 E y 311 B-C).

El verdadero sabio

19.1. Tal es el que cumple la ley y “hace la voluntad del Padre” (Mt 7,21; 21,31), y su nombre está inscrito delante de todos sobre un madero altísimo, propuesto como ejemplo de virtud divina para los que pueden ver claro.

19.2. Los griegos saben que por ley los scitales (despachos) de los efóros (jefes) espartanos estaban grabados sobre palos; pero la ley de la que yo hablo es regia y viviente, como se ha dicho; también es la recta razón: “La ley es reina de todos, mortales e inmortales”, como dice Píndaro de Tebas (Fragmento, 169).

19.3. También Espeusipo en el [libro] primero “A Cleofonte” parece expresarse, como Platón, en los siguientes términos: “Si la realeza es cosa buena y si únicamente el sabio es rey y soberano, también la ley, que es un discurso recto, es buena” (Espeusipo, Fragmentos, 169). Y así es ciertamente.

19.4. Los filósofos estoicos establecieron un principio que es la consecuencia de aquella sentencia, cuando atribuyen tan sólo al sabio: la realeza, el sacerdocio, la profecía, el poder de dar leyes, la riqueza, la verdadera belleza, la nobleza y la libertad. Precisamente por eso, ellos mismos reconocen que es muy difícil encontrar un sabio.