OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (125)

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Dios hablando con Moisés.
Muerte de Aarón
Siglo XIII
Troyes, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO I

Capítulo XXV: Moisés inspiró a Platón

   La política y la legislación

165.1. El filósofo Platón, sirviéndose de la legislación de Moisés, reprochó a las constituciones de Minos y de Licurgo el que sólo tuvieran en cuenta el valor guerrero; en cambio, aprobó como más preciosa la [constitución] que proclama un único principio y tiende constantemente a una sola doctrina. En efecto, él dice que es preferible que nosotros filosofemos, en armonía con la excelsitud del cielo, con fortaleza, dignidad y prudencia, sin arrepentimos jamás de ese pensamiento y sobre los mismos argumentos (cf. Platón, Leyes, I,626 A; III,688 A; IV,705 D).

165.2. ¿No está interpretando la Ley, al mandar tener puesta la mira en un solo Dios y practicar la justicia?

165.3. El habla de dos clases de política: la legislativa y la llamada homónimamente política; insinúa que el político por excelencia es el demiurgo, según el libro del mismo título (cf. Platón, Político, 307 B), y también da el nombre de políticos a quienes dirigen la mirada hacia Él, y tienen una vida fructífera (lit.: activa o enérgica) y justa, unida a la contemplación (cf. Platón, Gorgias, 508 A).

165.4. En cambio, la llamada política, de igual manera que la legislación, se subdivide en magnanimidad cósmica y en [capacidad de] organización individual, que él llamó orden, armonía y prudencia (o: templanza); esto sucede cuando los príncipes se ocupan de los súbditos, y los gobernados son dóciles a los que mandan; ésta es la actividad que Moisés deseó con empeño que sucediera.

La legislación

166.1. Además, Platón aceptando que la legislación está relacionada con la creación [de una sociedad], mientras que la política se preocupa más bien de la amistad y la concordia, añadió a sus “Leyes” el filósofo de la “Epínomis” (cf. Platón, Epinomís, 977 A), que conoce mediante los planetas el curso de toda generación. Y añade finalmente a su “Política” otro filósofo, Timeo, que es astrónomo y observador del movimiento acompasado de los astros y de la relación de unos con otros (cf. Platón, Timeo, 27 A; Rm 8,22). [Posiblemente haya después una laguna en el texto original]

166.2. Así, por tanto, pienso que la finalidad del político y del que vive conforme a la ley es la contemplación. Por tanto, es necesario hacer política rectamente, pero es mejor ser filósofo.

166.3. En efecto, quien es inteligente vivirá toda su vida orientado hacia la gnosis, y enderezando su vida con buenas obras, despreciando lo contrario a esto, y buscará los conocimientos (o: las ciencias) que ayudan a [descubrir] la verdad.

166.4. La ley no es sólo la costumbre -tampoco lo que se ve constituye la visión-, ni cualquier opinión -no lo es la perjudicial-; sino que la ley la es la opinión buena, y la buena es la verdadera; y es verdadera la que descubre el ser y lo alcanza. “El que es me envió” (Ex 3,14), dice Moisés.

166.5. Algunos [los estoicos], siguiendo evidentemente esa opinión buena, han definido la ley: “recta razón”, porque prescribe lo que se debe hacer. Pero prohíbe lo que no debe hacerse.

Capítulo XXVI: Los griegos y la Ley de Moisés

   La Ley fue el pedagogo que nos condujo a Cristo

167.1. Por todo ello, con razón se dice que la ley fue dada por Moisés (cf. Jn 1,17); ella constituye la norma de lo justo y de lo injusto. Y legítimamente la deberíamos llamar institución divina (lit.: lo que se establece: thesmos), porque ha sido transmitida por Dios a través de Moisés. Además contiene un camino hacia Dios.

167.2. También Pablo dice: “La ley fue establecida por causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a quien había sido dada la promesa” (Ga 3,19). Luego, como desarrollando su pensamiento, añade: “Antes de venir la fe estábamos custodiados encerrados bajo la ley” (Ga 3,23); sin duda por el temor del pecado; “hasta que se revelara la fe. De modo que la ley fue nuestro pedagogo [para conducirnos] hacia Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe” (Ga 3,23-24).

167.3. El legislador es el que asigna lo conveniente a cada cometido del alma y a las obras asignadas a cada uno; en resumen, Moisés era una ley viviente, gobernada por la bondad del Verbo (Logos).

La sabiduría legisladora

168.1. Así, por tanto, [Moisés] suministró una buena política: la que constituye una hermosa “educación de los hombres” (Platón, Menexeno, 238 C) [para vivir] en sociedad (koinonia). También practicó la jurisprudencia, que es una ciencia correctora de los errores, en vista de la justicia.

168.2. Junto a ésta se encuentra la [legislación punitiva], que es la ciencia de la medida en los castigos. Y un castigo justo constituye una mejora del alma.

168.3. Toda la orientación de Moisés, por decirlo así, es educativa respecto a los hombres susceptibles de hacerse virtuosos, y captativa (lit.: cazadora) respecto a los similares a éstos, y, así, viene a ser una estrategia. La capacidad de tratar como se debe a quienes han sido conquistados (lit.: cazados) por la razón pertenece ciertamente a la sabiduría legisladora (lit.: función legisladora); en efecto, atraer y tratar es propio de esa [sabiduría], regia en sumo grado.

168.4. En todo caso, los filósofos [estoicos] proclaman que únicamente el sabio es rey, legislador, estratega, justo, santo, y amigo de Dios. Si nosotros encontramos todo esto en Moisés, como se demuestra por las Escrituras mismas, entonces podremos declarar, con plena confianza, que Moisés realmente es sabio.

El arte de pastor y la ciencia de las leyes

169.1. Lo mismo que llamamos arte de apacentar rebaños (o: ciencia pastoril) a la acción de cuidar las ovejas, “puesto que el buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10,11), así también llamamos ciencia de las leyes el formar la virtud de los hombres, reavivando, en lo posible, lo bueno que hay en el hombre, guiando y cuidando el rebaño de los hombres.

169.2. Y si la grey que menciona alegóricamente el Señor no es otra que el rebaño de los hombres (cf. Jn 10,16), Él mismo será pastor y también buen legislador del único rebaño de las ovejas que oyen su voz, el único cuidador, el que busca a la [oveja] perdida (cf. Lc 15,4 ss.; 19,10; Mt 18,11 ss.), y la encuentra con la ley y la palabra, puesto que es “la ley espiritual” (Rm 7,14), y la conduce a la felicidad; porque quien es espiritual nace por el Espíritu Santo (cf. Jn 3,6).

169.3. Y es realmente legislador quien no sólo promulga cosas buenas y bellas, sino también quien las ha experimentado. Y su ley, que tiene ciencia, es un mandamiento salvador, o mejor, la ley es un mandato [lleno] de ciencia, “porque la Palabra de Dios es fuerza y sabiduría” (1 Co 1,24).

169.4. Ahora bien, el intérprete de las leyes es aquel mismo a través del cual “fue dada la ley” (Jn 1,17); él es el primer intérprete de los mandamientos divinos, el Hijo Unigénito que nos revela el seno del Padre (cf. Jn 1,17-18).

El verdadero origen de la legislación griega

170.1. Desde entonces, quienes obedecen la ley, por el hecho de tener algún conocimiento, no pueden no creer o desconocer la verdad; por el contrario, los incrédulos, quienes de ningún modo se preocupan de las obras, confiesan ellos mismos desconocer la verdad más que otros.

170.2. ¿En qué consiste, pues, la incredulidad de los griegos? En no querer obedecer a la verdad, que proclama que la Ley es algo divino que nos ha sido dada mediante Moisés, puesto que también ellos honran a Moisés en sus propios escritos.

170.3. Platón, Aristóteles y Éforo cuentan que Minos visitaba la gruta de Zeus y que recibía las leyes de Zeus cada nueve años (otra traducción: ocho); y escriben que Licurgo iba con frecuencia a Delfos, para ser educado por Apolo en el arte de dar leyes; Camaileón de Heraclea, en el [tratado] “Sobre la embriaguez”, y Aristóteles, en su “Constitución de Locros”, hacen notar que Zaleuco de Locros recibía las leyes de Atenea.

170.4. Y quienes se alegran porque poseen la legislación griega, como si fuera algo divino para ellos, a semejanza del don profético de Moisés, son unos insensatos (o: ingratos), porque no reconocen que de la misma fuente derivan tanto la verdad, como el modelo de lo que cuentan en sus historias.